El barrio con el nombre del Padre de la Patria
Hay barrios en la ciudad de Santa Fe con nombres relacionados a próceres de la historia nacional, y otros, según algunas posturas revisionistas, no tan próceres. Figuran varios, desde la Revolución de Mayo en adelante: General Alvear, Bernardino Rivadavia, Domingo F. Sarmiento, Coronel Dorrego, Juana Azurduy, Sargento Cabral, Juan Bautista Alberdi, General Mosconi, Facundo Quiroga, Roque Sáenz Peña. Y se encaraman en la cúspide del reconocimiento histórico y patriótico, nacional y local, Barrio General Belgrano, Barrio Estanislao López y Barrio San Martín.
El barrio con el nombre del libertador de la patria se ubica en la zona sur de lo que antes era el Distrito Piquete y Las Flores. Recostado sobre la avenida Estanislao Zeballos, tiene por límites al este a Peñaloza y al oeste Blas Parera, mientras que al norte la frontera de su vecinal está por Guanella (prolongación de Risso)
Es un barrio que en sí tiene una superficie pequeña, un poco más que su contraparte al sur de Zeballos, la vecinal Piquete y Las Flores. Son unas 38 manzanas, en las que una parte de ellas, en la zona norte, existen varias de ellas, trazadas entre las calles Alberdi y Vieytes, dividas por cortadas a la mitad.
Cuando se retrocede en el tiempo sobre los planos de la ciudad se puede abrevar sobre los propietarios de la zona de Barrio San Martín.
En un plano de 1899 aparece todo el sector divido solo en tres propiedades. Por un lado, sobre Blas Parera, en ese tiempo “Camino al Matadero”, y antes “Camino Aguirre”, se ubica una propiedad desde Zeballos hasta Guanella, con limite este aproximadamente por calle Aguado, a nombre de Choquet. Al este de Aguado dos propiedades hasta llegar al entonces “Camino Nogueras”, hoy Peñaloza, divididas al medio por lo que sería después calle Vieytes.
Al sur, lindante con la luego abierta avenida Zeballos, el predio de L. Leiva, con la denominación como quinta “Los Paraísos”. Al norte, en el sector restante, un gran terreno a nombre de la Sociedad de Crédito Territorial, que como ha sido abordado en Santa Fe mi Barrio era la unidad de negocio inmobiliario de la compañía del Ferrocarril Francés. Así las cosas, toda la barriada, es decir unas cuarenta hectáreas, estaban en manos de tres dueños.
Para 1903, en el plano del agrimensor Chaperouge, solo dos propietarios figuran. Por un lado, el terreno de Choquet pasó a manos de Alejandro Scarafía, y el de la Sociedad de Crédito Territorial, junto con el de la quinta “Los Paraísos”, todo a nombre de Luciano Leiva.
De este modo, dos propietarios eran los dueños de los terrenos del Barrio San Martín a comienzos del siglo pasado.
Luego, la serie de planos de la ciudad que siguen, no llegan a describir esa zona, todo llegaba solo hasta el límite de Estanislao Zeballos. Recién para 1931 se retoma una gráfica de la zona, y en este caso la fisonomía del barrio había cambiado mucho, sobre todo del lado del “Camino al Matadero”, Blas Parera, donde el loteo de las tierras de Scarafía estaban a nombre ahora de Pividori, con parte de ese loteo que abarcaba también al sur de Zeballos. Del otro lado, al este, el campo de Leiva había sido fraccionado. Lo que correspondía a “Los Paraísos” estaba a nombre del “Banco Nacional en liquidación”, y la parte norte de Plácido Ochoteco, el otro promotor del desarrollo del barrio con el loteo de sus tierras. Para este último caso vale decir que Ochoteco tenía la mayor parte de sus terrenos en lo que es Villa Las Flores, mientras que la zona sur se adentra en parte más allá de Guanella, hasta Vieytes aproximadamente.
Para 1935 la zona de Barrio San Martín era considerada más extensa que los posteriores límites de la vecinal. En un detallado plano la jurisdicción se extendía sobre la zona de Villa Las Flores, hasta aproximadamente calle Larrea. Sin embargo, al posar la lupa sobre el sector del luego Barrio San Martín, se marcaba el damero de manzanas trazadas sobre el “Camino Pavimentado Dr. Estanislao Zeballos”, que unía a Facundo Zuviría o Camino Iriondo por entonces, con el Camino Blas Parera, todo de pavimento, y que funcionaba como entrada y salida de la ciudad hacia el norte. Hacia Recreo y más, hasta San Justo.
Es decir, el barrio se ubicó en un punto neurálgico de movimiento de vehículos y de camiones de carga, era el lugar de la entrada y la salida hacia el norte de la ciudad, hasta la pavimentación de Blas Parera desde el Cementerio Municipal hacia el norte, pero ello fue mucho después.
Así las cosas, la parte sur del barrio ya figura como loteada, y también la recostada sobre Blas Parera, con terrenos extensos de este a oeste entre Blas Parera y Aguado, en la zona norte de San Martín. Finalmente, la viuda de Ochoteco era la propietaria de los terrenos de su marido, Plácido.
El último plano analizado corresponde a 1946, en el que no cambió mucho el barrio graficado allí respecto de 1935, sólo que el predio de Ochoteco volvía a aparecer a nombre de Plácido Ochoteco, que podría ser el hijo de Plácido Ochoteco padre, ya que antes estuvo a nombre de la viuda.
El loteo del barrio
Como se repite en los barrios que linda con el viejo Camino Nogueras, luego Avenida Peñaloza, los puntos de irradiación del progreso vinieron de sectores cercanos a otras arterias que se desarrollaron antes.
Así pasó también con Barrio San Martín, dado que primer se hizo el loteo “Pividori”, que aparece a principios de los años ’30 sobre Blas Parera y Estanislao Zeballos. Y el otro eje, justamente es Zeballos, cuando al pavimentarse queda como camino obligado para entrar y salir de la ciudad, vía el Camino de Iriondo (Facundo Zuviría), hasta Blas Parera.
En 1931 aparecía la primera nota que publicitaba la venta de terrenos en el diario El Orden. En ella se especificaba que los martilleros Muñoz daban facilidades de pago, y para entusiasmar a los posibles compradores en cuotas, se publicaba que “Rodeado a esos terrenos, puede decirse que se halla cuanto es necesario para el mejor bienestar y su más franco progreso, pues cuentan desde ya con escuelas, comisaría de policía, correo y hasta Asistencia Pública, servicios tan necesarios como imprescindibles para atender las necesidades apremiantes de la vecindad”. (El Orden 30/6/1931)
En realidad, se presume por el desarrollo de la zona que se traba también de lo irradiado por el crecimiento de lo que luego fue el barrio Piquete y Las Flores, ubicado al sur de Estanislao Zeballos, que se encontraba más poblado a esa altura y que sobre la avenida había consolidado este tipo de servicios, en especial con la comisaría y la escuela que luego fue la Di Carlo.
En marzo de 1932 el diario El Orden publicaba un aviso de la inmobiliaria “Muños Hnos.” en la que se ofrecían en venta “…180 Lotes, sobre un total de 247 en que se subdividiera este inmejorable Barrio. Ello nos exime de mayores comentarios, pero bueno es tener en cuenta, diez razones de importancia que dicen el por qué de esta consagración”.
Y en esa “promoción” del loteo no sólo se deduce su ubicación sino además otras características de la zona en aquel inicio del barrio dado que menciona que estaba sobre el camino provincial pavimentado “A 3 CUADRAS DEL TRANVIA No. 5”, es decir de Blas Parera.
Además, hablaba de la proximidad de los “FUTUROS” talleres del Ferrocarril Santa Fe, se entiende que se trata de una iniciativa que no se concretó luego en la zona de la Estación Las Flores, dado que era el sitio ferroviario más próximo.
También se decía entre las razones que era “BIEN POBLADO Y EDIFICANDOSE CONSTANTEMENTE”. Asimismo, prometía que se daban los títulos de las propiedades con diez mensualidades pagas, y que eran terrenos altos y parejos, aspecto este último tal vez más cerca de Blas Parera y de Zeballos, que del corazón de San Martín. Daban cuenta los vendedores que no tenían pavimento los terrenos, y que se podían pagar desde diez pesos por mes, en 120 mensualidades. Los martilleros estaban en el centro, en 25 de Mayo y Tucumán, bien lejos del barrio. (El Orden – 2/3/1932)
Por la descripción parecería ser lo que en el plano de 1931 aparece lindante con el loteo de “Pividori”, es decir sobre los terrenos del Banco Nacional, “en liquidación”, y que comenzaba a unas tres cuadras de Blas Parera, y que se extendía hasta el Camino Nogueras. En ese año de 1931 ya otro espacio, que no figura en los mapas de la ciudad, y que era la “Quinta Barletta” se loteaba y ponía a la venta. Esos terrenos estaban contenidos entre Estanislao Zeballos, Boneo y Espora (tres cuadras) entre Gaboto, Juan M. Estrada y Aguado. (“Ciudad Invisible” – “Piquete, Las Flores y sus barrios” – Dalla Fontana – 2022)
La referida inmobiliaria, a fines de 1932, se sumaba con su aporte a un concurso promovido por el diario El Litoral no solo con un terreno en el barrio San Martín sino además con una casa, de la que se exponía el plano. El primer premio era una casa en Villa María Selva, y el segundo, una vivienda construida en la naciente barriada, que según la publicación se ubicaba “…a una cuadra de calle asfaltada, cuyos terrenos venden los conocidos martilleros Sres. Muñoz Hnos. Dimensiones, ubicación y planos han sido publicados y repetiremos periódicamente para mayor ilustración de los participantes”. (El Litoral 7/11/1932)
En ese concurso promovido por el vespertino se podía participar con el canje de los cupones, que a su vez, eran publicados en el diario. Había otros premios, como un auto y otros productos y elementos de habituales auspiciantes. Lo distintivo, para el caso de repasar la historia de Barrio San Martín, era el impulso publicitario que se le daba a su loteo y desarrollo, como así también algunas características del lugar en sus primeros tiempos.
El barrio y su crecimiento
Ya a fines de los años ’30 la comunidad recientemente afincada en el Barrio San Martín se movilizaba por el reclamo de mejoras. Así, apelaban a los medios de comunicación de la ciudad para hacer trascender sus necesidades, como por ejemplo el diario El Orden, afín a recorrer los barrios santafesinos. En noviembre de 1937 visitaba el matutino el lugar y titulaba “Barrio San Martín Reclama la Prolongación de las Líneas de Omnibus”, y más allá de la falta de iluminación, y de su ubicación estratégica en la entrada norte de la ciudad, “Dicha zona del municipio, poblada densamente, se halla aislada con respecto a los medios de movilidad con el centro de la ciudad”, decía en la bajada.
En esa visita el diario dialogaba con los vecinos, y el primero era Luis Schumacher, “…domiciliado en la calle 33 entre S/N y Gaboto, con fábrica establecida de vitreaux…”, que comentaba “No hace mucho la sociedad vecinal de este barrio gestionó ante los poderes municipales la autorización para que llegaran hasta Blas Parera los ómnibus que hoy llegan hasta la calle 33 y Simón de Iriondo…”, es decir en lo que luego fue barrio Don Bosco en Zeballos y Zuviría, y por ello Schumacher reclamaba que “para poder tomar el tranvía (por Blas Parera) debemos hacer seis cuadras a pie y para tomar el ómnibus 12 cuadras…”. De esta nota se desprende primero la ubicación del taller de vitreaux de Schumacher, uno de los primeros vecinos del barrio, y además que Zeballos no se conocía con ese nombre, solo era la 33 sin nombre. (El Orden 20/11/1937)
Luego, otro vecino, José Paganini, almacenero, con su comercio también sobre la 33 S/N, “entre 2o. y 3a. S/N, del Barrio San Martín”, detallaba El Orden. José expresaba en aquel 1937 la necesidad que las líneas “R” y “A” que llegaban hasta “Simón de Iriondo y 33 S/N”, (Zeballos y Zuviría) prolongaran su recorrido por el camino pavimentado de la calle 33, que sí en ese tiempo se graficaba en un plano de 1935 como “Camino Pavimentado Dr. Estanislao Zeballos”, para que de ese modo los choches del transporte público llegaran a Blas Parera. Vale recordar que justamente, Blas Parera, no era un ingreso adecuado a la ciudad, era antes que nada el camino al matadero desde el cementerio municipal, pero su conectividad con la zona céntrica no era la ideal, ello hasta su pavimentación, como fue tratado en la historia de los barrios Schneider y San Pantaleón.
Lo interesante de esta nota es la aparición de un comerciante que con su almacén de ramos generales le puso nombre a una curva, amojonando ese punto de la ciudad. La todavía recordada “Curva de Roces”, tenía a Guillermo Roces como propietario de ese famoso almacén en Blas Parera y la 33 S/N (Estanislao Zeballos). En la nota Roces recordaba la nota realizada por la vecinal a la municipalidad, y puntualizaba al respecto que “Es necesario que se contemplen los intereses de los barrios y se trate de allanarles todas las dificultades que se les presenten, más aún tratándose de un servicio público como lo es el transporte de pasajeros”. (El Orden 20/11/1937)
Con respecto al “Camino Pavimentado”, por la calle 33 S/N que luego llevó el nombre de ese camino, Dr. Estanislao Zeballos, vale recuperar lo que abordado en el “Atlas Histórico de la ciudad de Santa Fe”, en el que las autoras puntualizan: “En la extensión de calles pavimentadas destacaban también los tramos de calles este-oeste que vinculaban las avenidas de penetración norte-sur; la más extensa e importante es la pavimentación de veinte cuadras de la calle Estanislao Zevallos, que hacía las veces de avenida de circunvalación norte, enlazando las avenidas Blas Parera, Facundo Zuviría y Aristóbulo del Valle, en el extremo norte de la planta urbana, en una zona con muy baja densidad de ocupación (1945)”. («Atlas Histórico de la Ciudad de Santa Fe 1887 – 1945» – Adriana Collado / Ma. Laura Bertuzzi / Ma. Elena Del Barco – 2019)
Respecto de la Avenida Estanislao Zeballos, que en sus inicios era doble mano, existe una diferencia en cuanto a la denominación de la calle, en tanto aparece nombrada por los vecinos de la época, y las crónicas, como la “33 S/N”, y en la ordenanza de denominación, y en coincidencia con un plano de 1935, como la “30 S/N”. No es poca la diferencia de cuadras, dado que si fuera la 33 en vez de la 30 se trataría de calle Risso, según el referido plano.
Sin embargo, y como lo cita documentalmente Miguel Ángel Dalla Fontana en su libro “Ciudad Invisible”, que “Por Ordenanza N.º 4196 del 21 de septiembre de 1942 toma la nominación de Estanislao Zeballos, en lugar de la 30 s/nombre. Jurista, político, periodista, catedrático, historiador, etnógrafo, geógrafo, legislador y novelista argentino.
Uno de los más destacados intelectuales y políticos de la generación del 80 que ocupó tres veces el cargo del ministerio de Relaciones Exteriores de su país”. (“Ciudad Invisible” – “Piquete, Las Flores y sus barrios” – Dalla Fontana – 2022)
Como sea, la 33 S/N o la 30 S/N, no quedan dudas que el elemento dinamizador del barrio San Martín fue el enlace vial pavimentado entre Blas Parera (Camino a San Justo) y Facundo Zuviría (Camino Iriondo), que oficiaban de ingreso a la ciudad por el norte. Así, como punto de encrucijada, el barrio avanzó en su desarrollo, exponencial a partir de la década del ’60, en el que la Escuela San Martín, la Di Carlo, y la vecinal, fomentaron el crecimiento. Y como un mojón urbano, al igual que otros puntos de la ciudad, como en Santo Tomé lo fue el almacén con despacho de bebidas de Mauri, que le dio nombre a la curva de Ruta Nacional N° 11 en Luján y Richieri, en Barrio San Martín, Guillermo Roces y su almacén en Blas Parera y Zeballos le pusieron nombre a la famosa “Curva de Roces”.
Esa referencia urbana, incluso muchos años después de la desaparición del comercio original a fines de los ’40, y de la demolición del antiguo edificio para la construcción del nuevo comedor, bazar y hotel en el primer piso a mediados de los ’70, se trasladó en el tiempo.
Por ejemplo, en 1978, para hablar de una situación de complicaciones en el tránsito que circulaba en el cruce de Blas Parera y de Zeballos, el diario El Litoral titulaba “Curva Roces: donde se hace necesaria la pronta colocación de un semáforo”.
Trascartón la nota decía que no solo en el centro se necesitaban semáforos, y que pese a haberse colocados algunos en General Paz y también en Facundo Zuviría, “Hay lugares donde las ya familiares columnas con sus tres focos de distinto color, son ambicionados tanto por los vecinos como por los automovilistas, ya que todos quieren evitar sorpresas desagradables. El caso de la curva Roces, tradicional denominación de la intersección de avenida Blas Parera con Estanislao Zeballos, es más que ilustrativo. Se trata de un lugar hacia el cual convergen grandes corrientes de tránsito. La citada calle en último término, angosta, con doble mano y estacionamiento sobre sus dos veredas, vuelca gran cantidad de automotores que ascienden desde otras avenidas: A. del Valle y Facundo Zuviría, en tanto que Blas Parera, además de canalizar el movimiento de barrios como Piquete – Las Flores, Yapeyú, Sarmiento y otros, recibe el aporte de todos los coches que entran a la ciudad por la ruta nacional 11”. (El Litoral 16/12/1978)
En relación con la misma arteria del Barrio San Martín, y de las complicaciones de desagües que evidenciaba, el mismo vespertino, uno año después abordaba las situaciones de anegamiento que se daba en especial en el cruce de Zeballos con Estrada.
Al respecto el medio rescataba que desde 1966 los vecinos habían iniciado un pedido y expediente en la municipalidad para solucionar el problema, pero que luego de trece años no había tenido un desenlace favorable con las obras de canalización de las calles trasversales.
La vecinal sobre Zeballos, correspondiente a Piquete y Las Flores, había gestionado infructuosamente las mejoras, que según el diario, luego de los momentos de lluvias, “Donde más se acentúa el problema es en el tramo que va desde calle Aguado hasta Blas Parera. Y el mismo no termina cuando el agua se va, sea por infiltración o por evaporación, ya que entonces le sigue el barrio y a éste, a su vez, lo sucede el polvo”. En el Tercer Milenio, y dada la existencia de muchas calles sin pavimento, Zeballos todavía parecía responder a la crónica de fines de los años ’70. (El Litoral 10/9/1979)
Del pasado rural al barrio de la ciudad
La frontera norte de la ciudad, la urbanización del espacio, tuvo su crecimiento paulatino con el desarrollo de Santa Fe. Desde los inicios del siglo pasado la expansión desde el casco histórico, encerrado entre bulevares, llevó a una especie de ola concéntrica que se expandió como una gota al caer en un estanque. En los bordes sur, este y oeste, la ciudad con esa geografía acotada por las aguas a modo de pirámide invertida, tuvo adentradas las primeras décadas del siglo XX en el norte la continuidad de esa ola urbanizadora, que con algunos desarrollos puntuales distantes, como Guadalupe, Mayoraz, fue transformando campos en quintas, quintas en hornos de ladrillos, quintas en loteos, loteos en barrios.
Así, con la particular ubicación de Barrio San Martín en el primer camino pavimentado de ingreso a la ciudad desde el norte, su fisonomía rural, como parte del Distrito Piquete, se trasuntó en los loteos y en el damero de manzanas. Y en esa metamorfosis, en esa amalgama de campo a ciudad, como en otros espacios de los caminos del norte, los almacenes de ramos generales, los despachos de bebidas, se hicieron presentes en las postrimerías de las barriadas.
En particular, sobre San Martín, Dalla Fontana abreva en el pasado de los almacenes del barrio, y además del reconocido de Roces, menciona para la zona también de Piquete y Las Flores y el propio Scarafía en su desarrollo sobre Blas Parera: “Un segundo almacén fue el de Teodoro Melnechuck, ucraniano, emplazado en el cruce de Blas Parera y Estado de Israel, frente al hipódromo. Un tercer negocio, fue el de Juan Battistón en Blas Parera y Pavón (esquina sur–oeste). Este último, a diferencia de los negocios anteriores, poseía casi de todo y con variedades que los otros no tenían, como venta de leña y carbón, forrajes, y la elaboración especial de productos para criadores de aves”.
Particularmente, sobre este almacén de Battistón, Miguel Ángel puntualiza que el negocio “…hacía el reparto a domicilio a primera hora del día, con uno de sus carros tirado por percherones. Junto a su vivienda estaba ubicado el local de Asistencia Pública, que era atendido por el enfermero Gregorio Geller”. Según el autor al fallecimiento de Battistón la familia Frutos compró el fondo de comercio.
Asimismo, “En la esquina de enfrente de Battistón, es decir, en Blas Parera 7900 (nor–oeste) estaba la forrajería con ventas de pájaros y herrería de caballos de Oscar Zenón y Félix Francisco Frutos. Luego, comenzaron con la comercialización de huevos y balanceados para aves”. (“Ciudad Invisible” – “Piquete, Las Flores y sus barrios” – Dalla Fontana – 2022)
Otro de los almacenes mencionado por Dalla Fontana es el de Antonio Fernández, que se ubicaba en Blas Parera 9272. “Su historia se remonta a 1921 –refiere– cuando se produjo el fallecimiento de Florencio Fernández (oriundo del pueblo Mieres–Asturias–España). Lo cierto es que los rigores de la vida llevaron a su viuda, Ángela Traverso, a comenzar en 1929 con un almacén de ramos generales, conocido como «1º de Mayo». Era administrado por su único hijo varón, Antonio Fernández, y sus hermanas. El negocio cerró en 1969, reconfigurándose como autoservicio y pasó a ser regenteado por su cuñado, Raúl Forte”.
Ese crecimiento poblacional llevó incluso a que el Barrio San Martí tuviera su propia sala de proyección de cine. Aunque por corto tiempo, el mismo investigador de los barrios ubica a ese cine de barrio en calle Lamadrid. Dice al respecto Dalla Fontana que “El séptimo arte tuvo su escenario de esparcimiento para el barrio, en el periodo del 55 al 65, en lugares improvisados al aire libre o en algunos casos en piezas grandes. En realidad, los únicos que lo ofrecían en sala eran el cine Lamadrid, ubicado en calle Lamadrid, entre Boneo y Zeballos (1957/60), más tarde se llamó cine «San Martín»…”, mientras que el otro, al que iban los vecinos eran las proyecciones en la iglesia del Tránsito, al otro lado de Blas Parera.
El poblamiento de la barriada con el nombre del Libertador fue exponencialmente expoliado por los loteos desde la década de 1950 en adelante. Con la conformación de la vecinal propia al inicio de los ’60, al escindirse de la Vecinal Piquete y Las Flores, con la construcción del local propio para la Escuela San Martín, la zona se pobló en todos sus espacios.
Pese a ese crecimiento, incluso hasta la segunda década del nuevo milenio, el barrio poseía atrasos en su desarrollo de infraestructura. Salvo algunas calles con un pavimento de asfalto, que se deterioraba como el de Vieytes, el resto de las calles, en especial los pasajes, permanecían de tierra. Otras de las necesidades era la resolución de los desagües, históricamente uno de los recurrentes problemas del barrio, con el entubado de los canales a cielo abierto.
No obstante las postergaciones, al decir de los propios vecinos, el Barrio San Martín tiene en sus instituciones, como la vecinal y la escuela, y sus habitantes, un rasgo distintivo de un sector de la cuidad que por el 2023 todavía estaba en desarrollo.