Barrio Plaza España – Vecinos

ESTAMPA | DOCTOR LEONI. UN QUIJOTE EN EL SIGLO XX

Casi cien años después y frente al mástil de la plaza, Pedro recordaría mirando al norte aquel relato que su padre le contó cierto día mientras regresaban a casa después de un frío 9 de julio. El chocolate caliente había calentado su cuerpo pequeño y manchado el blanco guardapolvo que su madre se había esmerado en almidonar y planchar. El reto llegaría junto al tirón de orejas pero nada importaba después de lo escuchado y aprendido.

Escucha bien, le había dicho su padre y no olvides de repetirlo mientras vivas: Dr. Leoni sólo hubo uno y los susanenses tenemos el honor de haber compartido con él sus ideales. Los ojos del niño se abrieron e iluminaron, un doctor, ideales, libertad ¿de qué hablaba su padre?

Recordaba el banco en que se habían detenido para sentarse y así poder escuchar el relato: “Un día entre tantos de ese invierno que se hacía sentir como pocos en la llanura santafesina, lo vieron llegar. Era allá por 1920 cuando ojos inquisidores corrían cortinas, entreabrían puertas y se preguntaban quién era y qué hacía allí, en ese caserío con nombre de santa romana -aunque no se lo pusieron por ella- sino que después de tanto buscar encontraron la excusa para traer a la mártir Susana para que lo proteja y resguarde de pestes y males.

Cuentan algunos testigos, que lo conocieron y entablaron una estrecha amistad con él, que llegó de Avelino, ciudad del sur de Italia, para instalarse con su mujer y su hija en la próspera localidad. Vaya a saber qué extraños caminos lo llevaron hasta allí para ejercer su profesión de peluquero y dar rienda suelta a su imaginación.

En su diario íntimo dejaba constancia de todas las actividades realizadas y en una de sus páginas consta, que cierto día encontrándose en la iglesia acompañando a su esposa, escuchó un pasaje bíblico en el que Jesús decía: “trabajar no es importante ya que los pájaros no trabajan y Dios los alimenta”. Palabras únicas y sagradas, que estaba esperando oír para tomar la decisión trascendental de su vida: abandonar su peluquería, dejar de trabajar y dedicarse a la política.

A partir de ese señalado momento, sus atuendos comenzaron a parecerse al de los políticos de la época: traje, galera, bastón y una flor en el ojal. Además fue necesario adoptar el título de doctor, sin serlo él, pero tomando como modelo a muchos hombres del país, que hacían alarde del mismo aunque nunca habían pisado la universidad.

Su vida tomó otros rumbos recorriendo las calles para dar a conocer sus proyectos gestados durante largo tiempo, y llegado el momento comenzó a difundir efusivos discursos políticos y filosóficos. Su capacidad innata para la oratoria atrapaba la atención de sus seguidores, que fueron aumentando considerablemente por la lucidez de sus palabras unidas al absurdo de sus propuestas.

Si bien la excentricidad y demencia eran rasgos prioritarios de su personalidad, la claridad de sus dichos lo caracterizaba por ser un hombre sumamente informado, lo que le permitía opinar con fundamentos sobre la reforma agraria, las libertades civiles o los derechos de la mujer.

Un visionario personaje nacido fuera de su tiempo histórico, que el contexto no supo comprender y se burló de él o lo utilizó como bufón para entretener a los señores ricos. Ellos lo invitaban a sus tertulias para pasar un rato distendido entre risas y copas a cambio de comida y una cama para dormir.

No adhería a partido político alguno, pero mostraba su favoritismo por el socialismo y el anarquismo defendiendo los conceptos de justicia, derechos individuales y libertad. Sus palabras incitaban al amor libre y censuraban el matrimonio por considerarlo una atadura absurda que condenaba a los seres humanos.

Aprovechado por oportunistas y opositores fue utilizado como herramienta partidaria para demostrar el hastío de la sociedad frente a la clase política. La osadía llegó a tal punto, que fue candidateado como intendente de la ciudad de Santa Fe. Sarcasmo que concluyó con su secuestro para evitar su presentación en las elecciones provinciales.

Allí transcurrió gran parte de su vida y diariamente se oponía con fervor a la iglesia por ser una institución conservadora y retrógrada. Para irritar a los curas esperaba a los fieles, que se retiraban de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen después de asistir a misa y los convocaba con sus discursos logrando lealtades y aplausos afectuosos que cosechaba al finalizar.

Con el paso de los años y el aumento de sus delirios comenzó a vestir pantalón a rayas, saco grueso con botones de variados tamaños y colores, y sombrero tipo bombín brillante con una pluma verde y cinta. Infaltables eran sus guantes negros de lana no importando la estación del año, ya que el frío o el calor no implicaban un problema para su existir, pero lo que nunca estaba ausente de su vestimenta era la flor en el ojal. Seguramente se apropiaría de alguna que lo maravillaba en cierto jardín cuando recorría las calles rumbo al centro.

Caminando por la peatonal santafesina saludaba a los vecinos quitándose el sombrero, mientras giraba en círculo para continuar su marcha y cumplir con los objetivos propuestos para ese día. La amabilidad, la cordialidad y el respeto, que manifestaba hacia el prójimo atraían las miradas de todos los que se cruzaban con él; actitudes propias de un hombre educado y culto.

Al partir de Susana se radicó por un largo tiempo en la ciudad de Rafaela hasta que su destino insaciable lo llevó por los años 30 a la capital de la provincia. En sus eternos viajes, que duraban alrededor de un mes para arribar a la ciudad y otro tiempo semejante para regresar, iba difundiendo sus ideas en cada casa de campo, donde le daban generosamente alojamiento. En su ir y venir cierto día no regresó y se estableció definitivamente en Santa Fe para acrecentar el número de seguidores que abrazaban burlonamente sus utopías.

No tuvo hogar ni rumbo fijo después de abandonar casa, familia y profesión en el pequeño pueblo, donde aún se lo recuerda con afecto y permanece intacta su figura transformada en leyenda urbana. Los que lo conocieron continúan lamentando su partida y el final incierto lejos de la tierra que le dio abrigo y fue testigo de sus delirantes disertaciones alejadas de la realidad.

Hombre por sobre todo entrañable, tildado de loco, vagabundo y solitario aunque rodeado de falsos amigos y un público, que festejaba irónicamente su proceder. Indiscutiblemente eligió la libertad como modo de vida y fue un adelantado a su época, que lejos de ser comprendido por los hombres de su tiempo, transcurrió su existencia sin hogar, sin dinero y sin trabajo.

Su cita obligada era a la salida de los cines y teatros para comenzar a vociferar su plan de obras atrayendo la atención de los concurrentes a las salas. Ahí comenzaba a difundir y a explayarse sobre sus ideales revolucionarios, que verían su concreción muchas décadas después cuando su presencia sería sólo un recuerdo. De baja estatura y cabello canoso, luciendo su saco cubierto de medallas como trofeos pregonaba sus quimeras para ilusionar a los más descreídos y escépticos.

Tuvo la capacidad de romper la débil línea entre la realidad y la locura para incursionar en un mundo, que pocos se atrevían a transitar pero que en su caso generaron la imagen permanente de un personaje, que los años afirmaron en la historia. Su vida fue una comedia trágica donde con su actuar divertía y entretenía a todos aquellos que se reían con él y de él.

Su inocencia libre de toda maldad humana lo convirtió en un Quijote del siglo XX, que quizás nunca encontró un escudero como Sancho y un caballo como Rocinante que lo acompañasen por la llanura santafesina para concretar sus aventuras y sus sueños de cambiar el mundo.

PROPUESTAS DEL DR. LEONI.

– Alambrar el río Salado para que los borrachos no se cayeran al agua.

– Colocar un toldo desde Santa Fe a Esperanza para que los linyeras tuvieran sombra.

– Donar un ojo de vidrio gigante para la ciudad de Venado Tuerto.

– Cobrar impuesto a los pelados porque provocaban accidentes de automóviles con el brillo de sus peladas.

– Hacer un tobogán desde Paraguay hasta Santa Fe para lanzar naranjas y abaratar los costos de transporte.

– Realizar un paso subterráneo entre Paraná y Santa Fe.

– Construir un acueducto entre Rafaela y Santa Fe.

– Colocar lámparas eléctricas en todas las calles.

– Adoquinar la ciudad de Rafaela.

– Brindarle agua potable a cada barrio.

– Colocar un surtidor de leche en los barrios carenciados.

Susana Merke

Abril 2020

De locos en la plaza

El Doctor Leoni fue un personaje de toda la ciudad que recaló también en la zona de Plaza España y sus bares. Leoni, aquel que fuera proclamado en sorna como candidato a diputado por el Radicalismo proscripto en las elecciones provinciales de allá por los años ’30. La parodia con tinte de sátira política se completó con hasta un discurso de campaña en Plaza Constituyentes del “candidato”, en donde el “Loco Leoni”, como le decían, proponía en su plataforma electoral, entre otras disparatados proyectos en aquel momento, conectar a Santa Fe con Paraná con un túnel por debajo del río. En 1969 la historia le dio la razón a aquel “loco”.

Lo cierto es que Leoni era oriundo de Susana, cerca de Rafaela, y al parecer un acontecimiento trágico familiar le había provocado cierta patología psicológica que lo llevaba lejos de la realidad. Emigrado a la ciudad capital de la provincia, se constituyó en un personaje urbano, inofensivo, pintoresco, que pernoctaba en bares y fondas, ataviado de sacos o abrigos regalados, siempre en busca de un café o algo para comer en adhesión a alguna de sus ocurrencias por parte de un ocasional parroquiano benefactor. Su aire señorial, y su verba elaborada, siempre en los límites de lo verosímil y lo lógico, le valieron el mote de “Doctor”.

El Diario El Litoral en ocasión de la aparición de un “diario” personal de Víctor Leoni, en 1967, publicaba el 25 de julio de ese año describía ese personaje de antaño “Un bastón en la mano, una sonrisa en los labrios, un permanente apuro de hombre de acción, recorría las calles detrás de sus ocupaciones, hasta que encontraba en sus amigos periodistas o en cualquier esquina el candidato para sus diálogos un tanto incoherentes que contenían, no obstante, esa luz a quienes no conocen ataduras materiales o psíquicas”. Acaso personaje de un film de Fellini, Leoni sincretiza la inasible condición del ser humano que orilla los delgados límites de la realidad y su percepción según la cultura y los esquemas sociales del momento imponen. Tal vez por ello, entre tantas “locuras” disparatadas puso como propuesta unir Santa Fe y Paraná con un túnel debajo del río. Tal vez por su cándida y amigable actitud quedó estampado en el recuerdo de los personajes urbanos de la ciudad.

Un santafesino, en una publicación de cuentos breves, rescató una anécdota de Leoni que lo ubica en Plaza España, más precisamente en el Bar Tokio Norte.

“Una de Leoni”

“Los Casi Cuentos” – 2003 – José “Pampa” Benaglia

Todos los lugares, en especial los pueblos y las ciudades que tienen mucho de pueblo, cobijan sus personajes pintorescos, “locos” (o la loca) que le saben llamar y a cuyo alrededor se tejen las historias más inverosímiles, jugosas, anécdotas que quedan en el imaginario popular.

En la ciudad de Santa Fe de las primeras décadas del siglo veinte (que seguramente tenía mucho de aldea todavía) el Dr. Leoni ocupa un lugar destacadísimo –seguramente el primero- de entre este género de mortales que dejan siempre una sonrisa nostalgiosa o una carcajada compartida en mesa de amigos cuando se evocan sus aventuras, a cual más disparatada y novelesca.

Sobre cualquiera de estos especímenes que integran la mitología popular, todo lo que se puede contar es factible porque es su condición natural que así sea. Contingencia fantástica cualquiera que alguna vez ocurrió o mentira que anda dando vueltas por ahí sin dueño, seguro se la adjudican a una de la estas celebridades que son patrimonio de sus compueblanos por varias generaciones, en las que se recuerdan sus hazañas potenciadas por el paso de los años y los agregados que cada relator le va adicionando para mejor contar el episodio.

No conozco mucho del Dr. Leoni, sólo unas escasas lecturas de algún suelto periodístico, el recuerdo de una obra de teatro, anécdotas relatadas por viejos memoriosos, por lo que no a adentrarme en la descripción del individuo por carecer de los conocimientos necesario y porque otros ya lo han hecho con solvencia.

El episodio que les cuento me fue referido por un compañero de café y de ideas ya fallecido, que lo había adquirido de su abuelo.

Dícese que el Dr. Leoni acostumbraba lucir en el ojal de la solapa de su saco alguna flor, de común un clavel blanco.

Una de sus paradas favoritas la constituía, el bar y billares de los japoneses que está frente a la Plaza España, sobre calle Rivadavia, que todavía hoy (de milagro) subsiste resistiendo a los embates del tiempo, de la globalización impía, de las piquetas o las reformas supuestamente progresistas y de los ministros de economía a cual más empecinados (entre otras maldades) en hacer desaparecer todo vestigio de humanidad en los comerciantes.

Como es lógico entrever, se juntaba en el lugar un núcleo variopinto de parroquianos que gozaban de las ocurrencias y dislates de Leoni, buscando además, provocar su irritación o su ingenio empleando los más variados recursos o métodos.

Uno de los contertulios habituales del café, observando la costumbre de Leoni de adornar la solapa con una flor, sabedor de que no le gustaba ser superado en nada, no tuvo mejor idea que aparecer al otro día con un clavel más grande que el del Doctor, que herido en su orgullo acusó el impacto y aceptó el reto.

A la jornada siguiente, Leoni ostentaba un clavel descomunal, vaya a saber adónde obtenido y después de cuantos afanes. Sin amilanarse, su ahora enemigo apareció con una rosa imponente en su chaqueta. Después uno venía con, digamos, una gardenia y el otro retrucaba con una estrella federal. Así, durante varios anocheceres la comidilla de los concurrentes –que aumentaba a medida que transcurría la competencia– era adivinar con qué atavío se vendría cada uno para superar en tamaño el ornamento de su oponente.

Hasta que, por fin, dispuesto a concluir la lucha llegó con paso firme, orondo, y majestuoso el Dr. Leoni exhibiendo una gigantesca flor de girasol que prácticamente le ocupaba todo el pecho. Su rival, sabiéndose definitiva e irrevocablemente perdidoso dijo entre las risas y los aplausos del auditorio: “Me cagó, Doctor”. Y acabó el desafío.

A la mañana siguiente, Leoni retornó a su clavelito de siempre.

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