Alto Verde, el pueblo que terminó como barrio
Santa Fe de la Vera Cruz tiene en su cardinal este un espacio fluvial. Insular, por definición geográfica, Alto Verde comparte con El Pozo, La Guardia, La Vuelta del Paraguayo y Colastiné el mismo destino de agua litoral.
Pero a diferencia de los otros parajes, tal vez más en relación con Colastiné y La Vuelta del Paraguayo, el alteo cubierto de verdes tiene por origen no sólo al agua y la isla, sino más bien al movimiento fluvial, de navíos, de cargas, de puerto.
Si por un lado Colastiné nació como una consecuencia de la instalación del puerto, el del sur primero, el del norte después. Si por otro, la Vuelta del Paraguayo está en relación con el riacho Santa Fe, acceso fluvial desde el Paraná y el Colastiné hacia el antiguo puerto de cabotaje de la ciudad, con su empinada curva (desaparecida) en la que supuestamente naufragó un navío de la guaraña que le dio nombre. Por su parte, Alto Verde es el producto de la construcción del Puerto de Ultramar de la ciudad.
Como una cicatriz horadada en la isla, Alto Verde es un albardón de arena en la orilla del canal de acceso al puerto, de la canalización del viejo riacho Santa Fe desde la desembocadura de la Setúbal, y del refulado de la isla Tacurú. Herida visible de la metamorfosis que sufrió la ciudad para transformarse en la “ciudad puerto”. Una ciudad que con el ferrocarril logró imponer un desarrollo económico exponencial dentro del intercambio de exportación de granos y materias primas, y la importación de productos elaborados.
Dentro de este contexto, Alto Verde se conformó como un “queloide” de ese progreso y generación de riquezas siderales para un sector que se conformó como una burguesía comercial/portuaria que hasta sus propios bancos tuvo, mientras las migajas de esa riqueza apenas alcanzaban a derramarse sobre el albardón de ranchos y sauces.
Analizar la historia de Alto Verde supone no perder de vista esa profunda contradicción y divergencia. No es posible comprender su desarrollo y crecimiento, pero en especial la idiosincrasia de su gente, si no se contempla que en los restos de la arena con la que mutiló la isla y se hizo el -necesario y progresista- puerto de ultramar santafesino, allí, en esa margen orillera, instalaron sus ranchos aquellos que exiliados de Colastiné, corridos del norte forestal, o costeros, se ubicaron como trabajadores portuarios, en el mejor de los casos.
Las asimetrías de su origen, y las profundas desigualdades con la ciudad al otro lado del río, se instalaron como como condición para nada pintoresca de las humildes viviendas de madera, de paja y adobe. Bajo esos horcones se edificó una identidad particular, la primera, del Alto Verde con los barcos como fuente de supervivencia, siempre en la marginalidad, a babor o estribor, y sin salvavidas.
Y luego, al declinar el movimiento portuario a partir de los años ’70, la nueva transformación de Alto Verde hacia un barrio más de la marginalidad y la pobreza urbana, con la incorporación a la nueva dinámica de la ciudad, que en otras áreas externas, e inundables, no aprovechables ni rentables, confinó a más gente a vivir en la orilla de la trama urbanizada.
A esa etapa de falta de trabajo en el puerto, le siguió luego el proceso de “reconversión” de la mayoría de la zona portuaria, en especial los diques 1 y 2, como espacio lúdico y comercial, para terminar como ámbito de grandes y exclusivas torres de viviendas para las altas clases sociales santafesinas.
El “Puerto Madero” local se conformó en el espacio público del puerto, y como allá en Buenos Aires, con acceso exclusivo, sin lugares para el uso comunitario, entre empresas, casino, cines, salones de fiestas, comercios y semipisos con ascensor y salida exclusiva al muelle privado.
Una condición tan contrastante que no sería observable si no fuera que al otro lado del riacho, en el viejo albardón verde de 1910, los vecinos santafesinos viven sumidos en la misma desigualdad de antaño, de aquel muchas veces añorado modelo agroexportador, que poco de sus beneficios derramaba sobre la mayoría de los argentinos, como los que vivían en Alto Verde.
Igual que en el final del siglo pasado, o en el inicio del Tercer Milenio, en el que los bisnietos de aquellos primeros pobladores, ven al otro lado del río, tal vez como sus antepasados, hoy torres de departamentos y luces del casino, antes barcos y los edificios crecer al cielo en el oeste, pero siempre desde el mismo albardón de arena y carencias, en la margen del río.
Cruzar ese riacho, en los viejos boteros y sus canoas a golpe de remo, supone remontar la corriente del tiempo para fondear en el tiempo, y recién entonces, navegar los recuerdos de Alto Verde, desde la isla hasta el barrio, desde el pasado hasta arribar a la orilla del presente.
El antes del origen
Alto Verde, como se ha dicho, no existía. En su lugar estaba la isla Tacurú, como aparece nombrada en mapas antiguos del siglo XIX. Un arroyo con el mismo nombre cruzaba la antigua isla por el centro, desde lo que hoy es Alem y Marcial Candioti, desde el riacho Santa Fe, hasta desembocar en el mismo curso de agua, pero en lo que luego del puerto de ultramar sería aproximadamente la ubicación de los elevadores de grano, en la bajada de Avenida Constitución y 3 de Febrero. Ese arroyo, según el plano de Chapeaurouge, dividía a su vez a la isla Tacurú de la isla “Crucio”, y otro más, las escindía de la “Tiradero”, isla sobre la que finalmente se puede ubicar a Alto Verde.
Dimensionar la metamorfosis de esta parte de Santa Fe implica superpone un plano sobre el otro, y en la tarea ver que lo que antes fue un río, el Riacho Santa Fe, que daba barcos y chalanas al viejo puerto de cabotaje, representa visualizar que las avenidas Alem y 27 de Febrero era casi el derrotero de ese curso de agua. Por ello, buscar ubicar a Alto Verde, con su extensa “media luna” frente al puerto y a lo largo del canal de acceso, impone una abstracción para visualizar que todo ese espacio, los diques, el barrio, el canal, eran parte de la isla, dragada, mutilada, tanto que la Tacurú desapareció para dejar a Alto Verde sobre la Tiradero.
La serie de planos adjuntos lo demuestra.
Dos dragas principales trabajaron para horadar la isla y reubicar ese material refulado en la zona de construcción de los diques I y II, que a su vez se tabicaron adecuadamente para contener la arena. Esta tarea, la construcción del puerto de ultramar, ha sido desarrollada en Santa Fe mi Barrio en el “Puerto”, por lo que para abrevar conceptos más profundos se puede profundizar en nuestro sitio en el vínculo siguiente (https://santafemibarrio.com.ar/barrio-puerto/).
La atención de la obra se enfocó lógicamente en los diques, los accesos, la zona de puerto rellenada alrededor de los diques, tanto del lado de la ciudad, en las avenidas Alem y 27 de Febrero, en la parte noreste del predio donde se ubicaron los operadores, galpones, áreas de servicios, siempre ya vinculados físicamente con la trama urbana. Sin embargo, al otro lado del “nuevo” riacho Santa Fe, y del propio canal de acceso hacia el Paraná, el dragado requirió depositar lo refulado y la profundización de la cota en algún lugar cercano. No fueron muy lejos con la arena y el barrio, la arcilla quitada de los anegadizos de las propias islas, lo depositaron en la margen del este, y en ese punto, el alteo producido, fue un albardón, una “lonja” que produjo el surgimiento de los primeros ranchitos.
En la descripción del espacio, el historiador local Miguel Ángel Dalla Fontana en su libro sobre la historia de Alto Verde, publicado en 2019, el autor describe que “Alto Verde, ubicado frente a la ciudad de Santa Fe, en la Isla Sirgadero. Situado en el litoral fluvial argentino, en el valle del Río Paraná, en su tramo medio. Emplazado sobre la margen derecha del canal de Acceso al Puerto de Santa Fe, a lo largo de casi 6 km. Está físicamente aislado de la ciudad y conectado a través de los puentes Nicasio Oroño y Malvinas Argentinas. Está circunvalado por obras de defensa contra inundaciones cuyos terraplenes poseen una cota que permiten protegerlo de las crecidas del río Paraná. Alto Verde nació hace más de un siglo como un asentamiento poblacional espontáneo, con una sociedad vinculada casi, exclusivamente, a las actividades del río y al puerto de Ultramar”. (“Distrito Alto Verde” – Miguel Ángel Dalla Fontana – 2019)
Para ahondar más sobre el o los propietarios de esas islas que terminaron como puerto y barrio, el propio Dalla Fontana expresa en su trabajo: “La construcción del canal de acceso al puerto de Ultramar con casi 6200 metros, generó el material suficiente para la formación del albardón que hoy conforma Alto Verde.
Este coronamiento es parte de la jurisdicción y control de la Dirección Nacional de Construcciones Portuarias y Vías Navegables. El mismo sirve de ingreso de los buques al puerto, y tiene como vía navegable un camino de “sirga” o costa ribereña que pertenece al Estado Nacional. Por otro lado, varios espacios de tierra pertenecen a distintos propietarios particulares, entre ellos hay una gran superficie propiedad de los sucesores de Antonio Sosa”.
El alto poblado de verdes y gente
Cuando el puerto de ultramar de Santa Fe entró en servicio en diciembre de 1910, en el comienzo del año 1911 fue designado como Administrador del Puerto don Ángel Cassanello. Este próspero empresario portuario local tenía su propia empresa y depósitos ubicados en el viejo puerto de Colastiné. Como operador había crecido notablemente y logró el respaldo de las autoridades provinciales para esta designación en una terminal que iniciaba sus actividades.
Pero más allá de administrar espacios, guinches, muelles, galpones de acopio, el mantenimiento de la profundidad del canal de acceso, el movimiento de barcos y servicios, Cassanello asumió como parte de sus funciones el manejo de ese albardón de arena que comenzaba a poblarse de manera espontánea y anárquica.
En tal sentido, recuerda la tarea del altovedrino Aníbal Pedro Bustamante, publicado en un blog denominado “Alto Verde City”, que “Precisamente, en el año mil novecientos diez, llegan a este albardón o terraplén construido a buen resguardo de las crecientes del río, las primeras familias de trabajadores portuarios procedentes de Colastiné, que con autorización del señor ANGEL CASSANELLO, primer administrador del puerto, instalaron sus ranchos. Eran hombres aguerridos, muy duros en la tarea que van, desde hombreador, malacatero, después quinchero, costurero, hasta finalmente sobresalir muchos en ellos y llegar a ser capataz, verdadero orgullo, ya que resultaba un halago en la vida de aquellos hombres, auténticos artífices del progreso de toda una época”.
El vecino de Alto Verde recupera los apellidos de las primeras familias que se asentaron en el lugar: “Contaron entre ellos, distintos grupos de familias cuyos orígenes podía trasuntarse en Correntinos, Entrerrianos, y los propios de la zona, siendo los primeros Blas Piedrabuena, Bartolomé Orellano, Tomas Sánchez, Lucia Duran, Ana María de Gómez Entre otros, pero especialmente un señor llamado Protasio Luís Servín, que a la postre resultaría ser el primer encargado del terraplén. Este señor precisamente fue nombrado por el señor Cassanello y distribuía los lotes de quince metros de ancho por cincuenta metros de largo”.
Justamente, dentro de la tradición oral sobre el surgimiento del nombre de “Alto Verde”, dicen que fue Servín quien puso nombre al paraje. La historia, contada alguna vez en el programa “Alma de Barrio” de LT 10 como recopilación de esa memoria oral, dice que al comienzo el lugar no tenía denominación propia, y que “…el nombre surgió de una visita que hizo el gobernador a bordo de un barco.
El gobernador preguntó que nombre le pondrían al nuevo distrito y fue Protasio Luis Servín, que estaba presente, quien espontáneamente sugirió Alto Verde. Dicen que motivado por el paisaje en el que se destacaba el verde de los sauces y los ceibos”. (“Alma de Barrio” – LT10 – AM 1020)
En ese barco y recorrida tempranera, cuando puerto estaba por comenzar sus operaciones, estaba presente el referido Ángel Cassanello. Fue el 10 de septiembre de 1910 y por esa recordación se la toma como fecha fundacional de Alto Verde.
Dalla Fontana repasa la relación entre Cassanello y Servín, artífice del primer poblamiento ordenado del albardón: “Cassanello (una suerte de emisario entre los reclamos de los principales destinatarios y los poderes públicos de turno) fue quien priorizó el comodato de lotes sobre la barranca del canal de acceso y de derivación, con el pago de mínimas cuotas por alquiler, o en su defecto en forma gratuita para los jornaleros del puerto recién llegados. Ahora bien, con el correr del tiempo y conforme a la apropiación de las tierras, Cassanello designó como encargado del terraplén a Protasio Luis Servín para una mejor distribución de los lotes entre los vecinos del distrito costero. Estos lotes tenían medidas que rondaban los 15 m de frente por 50 m de fondo”.
Ese núcleo original, según el historiador de los barrios santafesinos en base a un “…informe técnico brindado por el Archivo General de la Provincia, el proceso de ocupación fue alentado desde el Poder Ejecutivo Nacional, cediendo gratuitamente las primeras parcelas para construir ranchos sobre el canal de Acceso y de Derivación. El 10 de septiembre de 1910 se construía el primer asentamiento, propiedad de Antonio Sosa; para 1912 le seguirá Sandalio Perezlindo. Igualmente, en 1913 se concede ubicar los dos primeros abastecedores de alimentos: José Mir, con panadería y Pancracio Caminos con carnicería. En ambos casos, los beneficiarios se comprometían ante las autoridades a vender los productos un 10% menos de lo establecido en los mercados de la ciudad. (2) Además se instalaría un rancherío ocupado por Luis Giménez, Manuel Aicardi, Nino Coletta, entre otros”. (“Distrito Alto Verde” – Miguel Ángel Dalla Fontana – 2019)
Por su lado, Bustamante recupera con un giro de prosa aquel acontecimiento de don Protasio de nombrar el paraje, que luego fue Distrito y terminó como barrio fluvial: “La inspiración de este correntino, surge de las propias condiciones que ofrecía el paisaje, por su altura, en cuyo marco ya afloraban los sauces y ceibos. Magnifico motivo para indicar un nombre y no menos justificación poética para quienes hasta hoy tienen la oportunidad de contemplar este pintoresco distrito. Su nombre por muy conocido, trascendió en el tiempo y la distancia y los cultores de la canción vernácula, lo transformaron en música y poesía”. (https://altoverdecity.es.tl/Historia-de-Alto-Verde.htm)
Otro pasaje de las palabras del memorioso vecino altovedrino, Aníbal Bustamante, se desprende también cómo era la necesidad de aquellos primeros pobladores, todos emigrados en busca de trabajo en el nuevo puerto: “Era tanta la demanda de brazos en las tareas portuarias que rápidamente se produce en Colastiné el éxodo de los trabajadores portuarios al cerrarse definitivamente aquel viejo puerto y vienen a poblar nuestro terraplén, alrededor de seiscientas personas. Así, comenzó la vida de nuestro pueblo, el que no tenía nombre, porque lo que importaba primero era subsistir”.
Si bien hubo un control de parte de la administración del puerto sobre la distribución y ocupación del albardón, que asignaba las parcelas con frente al río, también se dieron más alejada de la lona de arena frente al puerto la instalación espontánea, lo cual dejó a la postre una fisonomía un tanto anárquica en la distribución de los espacios, que sin embargo, encontró con el tiempo la particular “urbanización” de un alteo que tiene casi siete kilómetros de extensión, pero en su origen, apenas los 50 metros de ancho que daban el largo de los terrenos.
Por otro lado, como lo rescata Dalla Fontana de una publicación del diario Santa Fe de 1915, el surgimiento de la espesura verde costera, con especies autóctonas, entre sauces, alisos, timbós, no fue meramente natural, sino que una de las consignas para recibir los lotes era justamente plantar este tipo de árboles, en especial sobre la costa, se entiende que para consolidar el borde costero del albardón.
No obstante, más allá de la franja costera, más familias llegaron y sus moradas precarias ocuparon los espacios bajos de la isla, hacia el este del albardón, en terrenos que no eran fiscales ni administrables por parte de la administración del puerto. Esta “segunda” oleada poblacional, sin planificación, es también mencionada por Dalla Fontana y en su dinámica de ocupación: “Pero aquellos que no pudieron hacerse de aquella ventaja (por ubicarse sobre el terraplén) ocuparon arbitrariamente las distintas zonas bajas o áreas de reservorios pluviales de la isla. Esta cuestión nominal llevará consigo distintos centros de discusión y litigios sobre el status legal de las tierras que pertenecen, en su mayoría, al dominio privado. Solamente el albardón figura bajo la jurisdicción de la Administración Portuaria”.
Al respecto, y como dato final de esta primera parte de la conformación y primera ocupación de Alto Verde, vale la pena volver a lo publicado por Bustamante en el blog citado cuando describe cómo se conformó el terraplén, apartado en el que además suma otro nombre, seguramente popular, de las islas horadadas para construir el puerto: “La isla LOS MELLADOS, conoció mucho antes de 1910 el aguijón que tremendamente le clavaron las dragas SANTA FE, y BELGRANO, mordiendo con fiereza, la tierra islera, abriendo el canal de acceso, siendo depositado este material, vómitos de agua y fango a la vera de la brecha naciente que pronto estas máquinas infernales con su estrepitoso ruido, conformarían un albardón”. Y poco después el texto concluye: “La monotonía se había quebrado, la isla cuya placidez era su encanto, la interrumpió el estampido de los imponentes motores marinos. El pito de los barcos hizo revolotear a las desprevenidas aves, el crujir de las cadenas de las anclas, la clásica campana de abordo, eran algunos de los ruidos salientes de aquellos poderosos de los mares”. (https://altoverdecity.es.tl/Historia-de-Alto-Verde.htm)
Crecimiento de Alto Verde
Es inseparable la relación del distrito con el puerto y su demanda de mano de obra extensiva para distintas actividades portuarias básicas, las más rudas, las más extenuantes. Va de suyo que los prácticos o capitanes de barcos locales, o remolcadores, no vivían en Alto Verde. En el albardón estaban los trabajadores portuarios: hombreadores, malacateros, guincheros y costureros (de bolsas de trigo). A los que mejor les iba llegaban a ser capataces. Distintos tipos de oficios rudimentarios en los que la fuerza de los brazos eran la base de ese jornal. Es verdad que la organización obrera ganó con el tiempo terreno y gran parte de los trabajadores estuvieron agremiados, con alguna representación y capacidad de negociación por mejoras, derechos, protecciones.
Otro sector de los vecinos hombres de Alto Verde orillaba la “changa” diaria alrededor de la formalidad portuaria. Esas mismas personas alternaban como pescadores cuando no había trabajo en el puerto, o en la construcción, es decir en una economía de subsistencia. Otros eran boteros, los característicos remeros que cruzaban todo, TODO, de un lado al otro de los diques y el riacho, porque por años, hasta la década de 1960 con el “Puente Palito” operativo, Alto Verde estaba aislado de la ciudad, rodeado de agua, aunque no hubiera crecientes.
Y las mujeres, las madres y las hijas, muchas de ellas, la mayoría, abocadas al cuidado de la familia y el rancho, de la huerta y la economía familiar de subsistencia. Pero también, más allá de la tarea doméstica, eran empleadas en casas del centro, al otro lado del rio. Sirvientas, lavanderas, planchadoras, cuidadoras de niños ajenos, costureras, una serie de tareas en las casas de los vecinos de la ciudad. El cruce era en los mismos botes, entre los vapores que entraban y salían de los diques, para llegar a “puerto piojo”, o las otras bajadas del lado de Santa Fe.
Alto Verde no ocupó con sus vecinos espacios de poder dentro de la sociedad. Es decir, no había, ni hubo, ni hay, dentro de Alto Verde burguesía comercial, patriciado santafesino, sectores vinculados a la iglesia, profesionales cuentrapropistas, académicos ilustrados, en definitiva, miembros de las estructuras formales o informales de poder, al decir de Felipe Cervera.
De este modo, es lógico que los datos del barrio, de su gente, su génesis e historia, no fueran abordados hasta la aparición de trabajos a fines del siglo pasado o principios del Tercer Milenio. Pero en especial, se carecen de mayores descripciones de cómo era Alto Verde en sus inicios. Esa historia cotidiana se encuentra de la memoria colectiva, en la tradición oral, que poco a poco se perdió en parte con el paso de las generaciones y la “incomunicación” del pasado y la experiencia de vida que abuelos no pudieron hacer con sus nietos, o con sus hijos.
Ese continuado de despersonalización en la construcción de la subjetividad individual, y colectiva en un barrio, pudo sostenerse en Alto Verde por muchos años, pero su trascendencia hacia el afuera del propio distrito es lo que tal vez carece de visibilización. Es el estigma de la mayoría de los barrios pobres y populares, que sin embargo guardan en la memoria de su gente muchos de aquellos recuerdos y detalles del pasado.
La mirada académica tiene su grado de acercamiento, en especial cuando la vista se posa de la cátedra hacia el entorno cercano, al otro lado de la calle, y no tanto tal vez en lejanas tierras y ajenas realidades.
Pero como un testimonio de lo perenne en la memoria, parafraseando a Rafael López Rosas, desde la aparición de la prensa escrita local, es decir de los diarios de Santa Fe de la primera parte del siglo XX, con su profesionalización en la actividad periodística, se encuentran en las páginas sábanas de antaño las referencias de estos barrios populares que hasta el momento no abordaron los grandes estudios historiográficos de la ciudad, de la provincia, de la academia.
El periodismo, con el retrato de aquellos tiempos, se ubica como un relato tangible, casi siempre contrastable y verificable con la tradición oral y otras fuentes indirectas, de cómo eran esas barriadas pobres, populares, orilleras.
Santa Fe mi Barrio abreva en aquellas páginas resguardadas como patrimonio vital de la memoria en la Hemeroteca Provincial y Archivo Histórico, en el centro documental de la Municipalidad. Es la posibilidad de reconstruir en las palabras, y a veces en las fotografías publicadas, ese pasado que quedó en el olvido, sólo en el recuerdo transmitido entre generaciones en el mejor de los casos, o resguardado por alguna institución del barrio, como la parroquia, la escuelita. Y algunas veces, en memoriosos y obstinados vecinos que pusieron en papel, o en un blog de Internet, esos recuerdos para que no se pierdan del todo.
Por ello es recurrente para esta tarea investigativa buscar en los artículos los datos y las descripciones de las barriadas. Alto Verde, como los demás, no es la excepción, con la salvedad particular y distintiva que tiene el distrito costero. Esta particularidad radica en haber generado varios artistas, poetas, músicos, que en su producción creativa salvaron gran parte de esa idiosincrasia. Como en el decir de Horacio Guarany, aparece un “Pancho Díaz” con su pañuelito celeste al cuello, que seguramente se hubiera perdido con la correntada del olvido sin la zamba del niño que fue Eraclio Catalín Rodríguez Cereijo en el paraje.
De este modo, a los años del conformado Distrito Alto Verde, el diario Santa Fe de 1915 decía sobre el ese paraje en la isla en el que la mayoría de las casas era de “construcción muy tosca”, donde “Sus habitantes, son obreros del puerto la mayor parte y pescadores otros, los que con solo plantar su rancho en cualquier parte de la isla quedan hecho propietarios del terreno, hasta el día en que el gobierno disponga otra cosa”. (Santa Fe – 24/9/1915)
Luego mencionaba el artículo: “Nada falta en este pequeño arrabal, salvo la farmacia, que después de todo poco se nota su ausencia que con creces está reemplazada por boliches con más o menos botellas”. La nota pintoresca, pero descriptiva, se enfocaba luego en el “rancho de don Manuel”, que era el “mejorcito del pago”, con las “comodidades que cualquier almacenero retirado envidiaría”.
El rancho consignado era de techo a dos aguas, típico, con fuertes horcones, era de Manuel Aicardi, “conocido por los vecinos con el apodo de <<Paché>>, nos recibió cariñosamente haciéndonos pasar al comedor, pieza amueblada con delicado gusto y donde no faltaba desde el aparador, hasta la guitarra y la cotelera”.
Cebaba unos mates Selano Rubí, “con más agallas que un moncholo, a quien todo el vecindario admira por sus hazañas”.
Con esta premisa de encontrar descripciones, detalles, la nota decía que Aicardi tenía unas 300 aves en su gallinero, pero que sin embargo no vendía ni un solo huevo. Y lo enriquecedor se encuentra en estas palabras, como otras tantas que corporizan a los habitantes del Alto Verde a cinco años de su nacimiento: “Recostado contra un viejo sauce, don Viviano, prototipo del criollo marca tres cepas, trenzaba un lazo de lonjas con la parsimonia nativa del hijo de la grande pampa”. (Santa Fe – 24/9/1915)
“En el rancho, ninguna mujer: Rubí y don Viviano son viudos y Paché enemigo acérrimo en grado ultra superlativo de las mujeres y por ende del matrimonio”, decía el cronista, del que se retiraron sin aceptar las tres gallinas que a modo de regalo ofrecía el anfitrión.
En un subtítulo habla del boliche de don Protasio, sin especificar el apellido, pero como refiere a un vecino querido del lugar, es de suponer que se trata de Protasio Luis Servín, aquel que le pusiera el nombre al distrito. Dice el diario Santa Fe: “Lo conocíamos ya hace algún tiempo. Su dueño, se aloja en la penitenciaría, por un error judicial, según voz corriente en el vecindario; fue condenado a seis meses de prisión por disparo de armas y desde entonces, el alegre boliche conocido por el de Protasio quedó triste y sombrío, las enredaderas del emparrado diz (el error de tipeo es del original) que secáronse de tristeza y hasta los sauces lloraron más que nunca. Saldrá de su claustro don Protasio para fines del venidero mes y volverán a reanudarse los ininterrumpidos bailes domingueros y entones, no dudamos que florecerán de nuevo las flores que su ausencia lloraron”. (Santa Fe – 24/9/1915)
El mismo artículo aporta datos menos pintorescos y más ilustrativos. Por ejemplo, la escuela fiscal ya funcionaba, bajo el nombre de “Alto Verde”, con el director Aristóbulo Quiroz a cargo y la colaboración como ayudante de Manuel Gallegos. En ese 1915 asistían “20 varones y 24 mujeres en primer grado, y 8 y 4, respectivamente al segundo”. De estas palabras se desprende que la escuela tenía dos años de actividad. “El local que ocupa este establecimiento es de dos pisos y de construcción de madera. En días de lluvia, podría compararse con un paraguas agujereado; pues, por todos lados caen goteras y en invierno resulta un frigorífico”. Y concluía sobre la escuelita: “Las clases se dictan simultáneamente a varones y niñas, por falta de habitaciones. El ayudante de la mencionada escuela, hace las veces de portero, pues el presupuesto no acuerda para más floreos. Es sensible, que el consejo de educación eche en olvido a un establecimiento como este, que presta servicios tan importantes a un caserío que ya es un pequeño pueblo”.
A dos cuadras estaba el destacamento policial, dependiente de la segunda seccional de la ciudad. La publicación anunciaba el próximo paseo a realizarse en el remolcador “Ildur”, de la sucesión Aicardi, para llevar a las familias santafesinas a recorrer la zona de islas y el paraje.
Otro aporte respecto de las condiciones de vida ubica la situación de aislamiento del paraje. Por ejemplo, en 1920 no había una estafeta en el barrio y los vecinos debían retirar su correspondencia en el edificio de la administración del puerto. Una cuestión que intentaba subsanarse por parte de las autoridades portuarias y que gestionaban con el director del 5° distrito municipal, al que pertenecía Alto Verde, frente a la “Dirección General de Correos la creación de una estafeta en Alto Verde para lo cual hoy mismo se dirigirá a la Dirección General”. (Santa Fe – 12/8/1920)
Pero fuera de las notas de recorrida del barrio, muchas veces, como los otros arrabales de la ciudad, Alto Verde ocupaba espacio asiduamente en la página de policiales. Más allá de los hechos, casi siempre duelos a cuchillo entre criollos, una nota de 1930 en El Litoral describe un “batifondo” que se produjo en un comercio de la lonja costera. Y en ese camino describía el café de Leguizamón, escenario del hecho que por suerte, esa vez, terminó sin víctimas: “En Alto Verde, existe un café propiedad de Gabino Leguizamón. Por supuesto, se juega al billar, a las cartas y se bebe”. (El Litoral – 25/3/1930)
El Orden, en 1932, aseguraba que según los datos que obtuvo en una recorrida por Alto Verde el paraje ya contaba con 3.500 habitantes. En ese tiempo había ya tres escuelas fiscales, la 28, la 95 y la 103. El diario mencionaba que había “cerca de 42” los almacenes que había, en los que “algunos tienen de todo y los otros solamente bebidas”. La estación sanitaria contaba con una especie de “enfermero”, Juan Alliendro, y asistía tres veces por semana un médico de la Asistencia Pública.
En esa misma nota el medio reiteraba la falta de servicios y de urbanización del barrio. Dentro de esos servicios, pese a estar rodeado de agua, el líquido elemento pero potable era una necesidad básica. Al respecto, la publicación puntualizaba: “Es sabido que en Alto Verde no se consume otra agua que la del río que se saca en baldes. Está tan cerca, que la tarea no demanda mayor molestia. Pero es hasta increíble lo se nos ha dicho. Esa agua del río es nociva. Y lo afirmamos en mérito a que al río se arrojan las basuras y esa agua no está fiscalizada por nadie ni menos filtrada. Se explica así que en Alto Verde abunden los niños enfermos como una consecuencia del agua. Hay familia que la traen desde la ciudad evitándose así sufrir malestar. Pero eso no lo hacen todos”. (El Orden – 15/3/1932)
Sobre el tema de la calidad del agua del riacho y de los diques cercanos se puede sumar que los desechos de los barcos, combustible, agua de lastre (normalmente de mar) fluidos, y en especial, los depósitos de combustibles que estaban instalados en el albardón, generaban efluentes tóxicos sobre las aguas circundantes.
Respecto de los tanques de petróleo y de combustible que proveían a los barcos, y a su vez acopiaban para distribuir en la ciudad en la región para vehículos y otros usos industriales y hogareños, hubo un tiempo en el que la administración portuaria, en respuesta a los intereses de los empresarios, decidió trasladar esos tanques a la zona de Alto Verde, al sur del riacho y antes de los propios diques.
En 1929 se anunciaba la reubicación de los tanques al declarar “zona portuaria” a Alto Verde, que eran en verdad tierras fiscales del Puerto de Santa Fe. Una gran nota del diario Santa Fe se puntualizaba por qué se quería sacar los tanques de YPF y de otras empresas extranjeras de la zona ubicada al noreste de los diques, como la Anglo Mexican Petroleum y la West India Oil: “¿a qué quedaría reducida (por la ciudad) en el caso de un siniestro, en el supuesto de que los enormes tanques de petróleo se incendiaran?”, a lo que respondía “Y por otra parte, el lugar que actualmente ocupan será destinado a ampliación de las actividades portuarias, a ubicación de líneas férreas, de casas de importación y exportación, etc.”. (Santa Fe – 20/10/1929)
Bajo la excusa de un siniestro incendiario se podría extender al casco urbano, en verdad, la misma nota del administrador dejaba entrever la verdadera razón, la necesidad de ampliar las áreas para aumentar galpones, acopios, pero en especial, proteger las mercaderías que se almacenaban ya en ese momento: “El gobierno de la Provincia, velando por la seguridad de todas las casas instaladas en el puerto, las cuales poseen grandes depósitos de mercaderías susceptibles de ser pasto del fuego, y teniendo en cuenta que razonable que cada una de ellas, viendo en sus instalaciones un peligro constante para su existencia, formulen su desconfianza, ha resuelto que se tomen estas medidas al respecto”. (citado de la nota enviada por la administración del puerto a la Anglo Mexican Petroleum)
Es decir, había que proteger las mercancías y construcciones antes que las vidas y los ranchos de los que vivían en Alto Verde, más allá del foco de contaminación de la isla, dado que las aguas del riacho ya estaban contaminadas. Es más, se especificaba en la nota publicada por Santa Fe que con el traslado de los tanques a Alto Verde se evitarían posibles pérdidas por las consecuencias de un incendio en las casas portuarias y sus depósitos de mercaderías. La cita da cuenta de la mirada y apreciación sobre la zona de Alto Verde, y de su gente, que se tenía desde el poder económico y político, con sus propios intereses, inmersos en el manejo del puerto de ultramar de la ciudad, en su mejor momento de movimiento de cargas.
La nota, publicada por el diario, finalizaba: “subsistente e el contrato de arrendamiento, esta Dirección se dirige a Uds. Haciéndole presente, que, dentro del plazo de seis meses, contados desde la fecha (18/10/1929), deberán proceder al desalojo de sus instalaciones del terreno que ocupan actualmente y trasladarlas al terraplén de Alto Verde, a cuyo efecto se les facilitará la superficie necesaria”.
Vale mencionar que para ese momento la Mexican ya tenía unos tanques ubicados en Alto Verde, en la zona en la que se pretendía trasladar el resto de los depósitos. (El Orden – 30/4/1929) Es decir, el problema de la contaminación del albardón y el peligro para viviendas ya existía. Además, los tanques se ubicaban en lo que luego se conformó como “camino” hacia el puente Colgante, en la boca de riacho Santa Fe y la desembocadura de la Setúbal, con lo cual, complicaba la conexión física de Alto Verde con la ciudad.
Queda claro que la ubicación de los depósitos de combustibles y petróleo no era la adecuada dado el crecimiento del puerto, pero tampoco se consideró otra alternativa más que llevarlos al barrio costero al otro lado del río.
Va de suyo que las empresas petroleras no acordaban con cambiar de lugar los tanques, por los costos que debían absorber y la afectación a las operaciones normales que el traslado acarreaba. Sin embargo, lejos del pensamiento de las autoridades, empresarios portuarios o petroleros estaban los vecinos del albardón.
Frente a ello, en enero de 1930, cuestionaba la nueva intimación del gobierno a las petroleras y sobre el tema de la nueva ubicación de los tanques con buen tino exponía: “El gobierno no puede ignorar que la isla de Alto Verde no es el lugar apropiado para la instalación de los tanques. Al respecto se ha pronunciado la Dirección de Navegación de Puertos, la cual después de estudiar debidamente el problema, manifestó que los taques deben ser trasladados a una isla de las muchas que hay en el sud de la ciudad, y donde en caso de siniestros no podría ocurrir desgracia alguna”. (El Litoral – 11/1/1930)
Por su parte, Miguel Ángel Dalla Fontana en su libro sobre la historia del barrio detalla la presencia de esos tanques y de la iniciativa del traslado de toda la operación de combustibles, que finalmente no se concretó. Dice el autor que “Para 1927 la empresa Anglo Mexican Company instala sus tanques de combustible en las cercanías de las manzanas 1 y 2 del terraplén. Para 1929, el Superior Gobierno de la Provincia conjuntamente con el director del Puerto, inflamables”, lo que habilito a otras compañías a instalar sus depósitos de combustibles. La explicación que se daba se refería a que existía la amenaza latente de un siniestro, en este caso de incendio y explosión de los tanques, que lo que traería un enorme perjuicio para las instalaciones del puerto y la propia ciudad. Las notas elevadas por el Gobierno de Santa Fe a cada compañía para que a la brevedad traslade sus depósitos de gasolina a la isla, evidenciaba un claro propósito por cuidar la seguridad de las mismas, y evidenciando desinterés y apatía por las consecuencias sobre la población de la isla”. (“Distrito Alto Verde” – Miguel Ángel Dalla Fontana – 2019)
Laburantes del puerto y vida cotidiana
El origen de Alto Verde tuvo al puerto como fuente principal de trabajo. Sin embargo, en 1932 una nota de El Orden planteaba un problema propio de la época, la modernización en el manejo de las cargas en el puerto y la desocupación que generaba. Con su estilo habitual decía la nota: “Vamos embebidos en la contemplación. Nos encanta el paisaje que tras lejanas reminiscencias a nuestro espíritu, -porque somos también criollos y ‘tirando pa viejos’ desde hace un rato que todavía no nos parece largo- cuando un viraje de la embarcación nos pone frente al contraste de la orilla opuesta (por la vista hacia el puerto y sus diques). Grandes galpones, elevadores terminados y en construcción, edificios que son moles enormes: chimeneas, murallones, torres, palacios, paquetes de ultramar, muelles, cintas, canaletas, por donde suben y se deslizan las bolsas de cereales que se tragan los grandes vientres de los ultramarinos, humo de las fábricas, máquinas, actividad y muchas otras cosas que nos llaman al presente y nos invitan a la comparación. Cuanto se ha hecho por economizar brazos, para que se nos presente el inquietante fantasma de la desocupación, de la pobreza, de la miseria, del hambre…”. (El Orden – 1/11/1932)
Esta nota aporta un dato importante, que el 22 de octubre de 1932 llegó la electricidad al barrio, con la colocación del primer alumbrado público y la expectativa de poder dar energía primero a las dependencias como las escuelas, la comisaría y el dispensario, para luego llegar a los humildes hogares. Una referencia más para apuntar al respecto se puede encontrar en otra publicación, pero de 1940, en la que se reclamaba por la falta de servicio eléctrico para Alto Verde, de la que se desprende que la conexión con la red eléctrica de la ciudad era mediante un cable “subfluvial”, que cruzaba desde la zona portuaria hacia el albardón por el lecho del riacho. En esa ocasión desde la Administración del Puerto, desde donde se proveía el fluido eléctrico a partir de la usina del puerto, se buscaba un cable de reemplazo en Buenos Aires ante la falta de uno de repuesto. (El Litoral – 29/5/1940)
Vale aportar que para 1958 la conexión eléctrica del barrio continuaba mediante el mencionado cable subfluvial. En otra publicación se refería que más allá de subsistir el problema de ese cable bajo el agua por el lecho del río, las interrupciones del servicio en Alto Verde obedecían a la “carencia de motores adecuados para la producción de electricidad en grado suficiente”, cuestión según el diario, no atribuible a la administración portuaria, en tanto que esa usina nunca se proyectó como dar luz a un barrio.
En realidad, se determina por la nota que la provisión de este servicio debería haber estado a cargo de la empresa Agua y Energía que lo hacía para la ciudad, y que cerca, en Barrio Candioti, tenía su usina. (El Litoral – 13/6/1958)
De regreso en la citada nota de 1932 en relación con las empresas captadoras de mano de obra para tareas básicas, a las que podían acceder los altovedrinos, es dable regresar a las páginas de Dalla Fontana: “El canal de derivación desemboca en la zona de maniobras la que mide más de 65.000 m2 a la entrada a los diques Nºs 1 y 2. En esa gran explanada (hoy Casino, Hotel y Shopping La Ribera) estaban ubicados los depósitos de cereales de: Bunge y Born, Dreyfus Louis y Cía., Wells Hnos. y De Ridder Luis Lta., Bonazzola, Muzzio, entre otros. Por otra parte, descansaban las compañías petroleras: Anglo Mexican, West India Oil y Drysdale y se sumaban los vagones cargueros de Central Norte y la procesadora de huesos “Santa Fe” y fábrica de colorantes”.
Dentro de este esquema, “Con respecto a los trabajos de los vecinos del barrio costero, una buena proporción eran obreros no manuales que vivían del puerto como estibadores, bolseros, costureros, malacateros y guincheros, todos de distintas empresas. Hay que mencionar que algunos altoverdenses ascendieron en jerarquía como capataces. En otra categoría lograron emplearse en la Administración Portuaria; compañías petroleras como ESSO, Shell Mex e YPF; Molino Marconetti y el Emporio de materiales de construcción de José B. Rodríguez como así también en los distintos astilleros que tuvo Alto Verde como el de Ángel Cassanello, (1928), entre otros”.
Y en tal sentido, el investigador aporta otros datos importantes a la luz de contemplar la relación vital entre puerto y Alto Verde: “El puerto fue generador de miles de empleos (en la década del 30, se estimaba que trabajaban alrededor de 2000 obreros) con el modelo exportador, donde los granos eran su principal partida hacia los puertos del mundo, alcanzando cifras cercanas a los 3.000.000 de toneladas de granos. Además, se exportaba e importaba, principalmente maderas (primariamente quebracho y algarrobo), extracto de quebracho como así también mineral de plomo y antimonio, carbón de piedra, cemento, hierro, acero, lubricantes, asfalto, sal, materiales de ferrocarril y tranvías, materiales de construcción, entre otros”.
No obstante, no había trabajo para todos los de Alto Verde en el puerto. Muchos solo sobrevivían en otros oficios o tareas conexas, como lo refiere Dalla Fontana, en una proyección que llega a la actualidad del barrio: “En este contexto, muchos de ellos no podrán integrarse al mercado de trabajo y se dedicarán al cuentapropismo, la informalidad y la precariedad laboral, una constante entre la población con oficios dispares, fuertemente vinculados a la explotación de los recursos naturales que brindaba el río como: boteros, pescadores, cazadores, hacheros, calafateadores de canoas, artesanos, cortadores y techadores de ranchos.
Hasta el día de hoy viven de eso porque algunos siguen haciendo estos trabajos ya que es lo que saben hacer”. (“Distrito Alto Verde” – Miguel Ángel Dalla Fontana – 2019)
En la continuidad del tiempo, para 1936, la situación en cuanto a esos servicios necesarios no progresaba demasiado para Alto Verde, solo la iluminación en un sector y la incipiente extensión del tendido eléctrico. El Litoral, en una nota acerca de un petitorio de los vecinos sobre las necesidades, reiteradas, de agua potable, calles mejoradas, sanidad, mencionaba en una curiosa oración el sentido que encontraba para la barriada en relación con la mirada de la ciudad: “La ciudad vio crecer a Alto Verde como una verruga. Y como si fuera una verruga, que ni embellece ni molesta, Santa Fe no se preocupó de él, ni para extirparlo ni para mejorarlo. Así está ahora, padeciendo todas las molestias de las zonas pobladas no urbanizadas y soportando los inconvenientes que crea la existencia de cientos de personas que viven en común y que carecen de ciertas instalaciones elementales de higienización”. (El Litoral – 26/6/1936)
Entre las preocupaciones de los vecinos estaba el contagio de la tuberculosis entre la gente del barrio, y en la escuela, la ausencia de asistencia sanitaria las 24 horas, la falta de canillas de agua potable distribuidas en el distrito, la falta de provisión de alimentos de buena calidad y salubridad en los comercios, dada la falta de energía eléctrica, entre otros reclamos.
Como en otros espacios de la ciudad marginales, “El barrio de la quema” (Santa Rosa de Lima), “El barrio de los bravos” (Villa del Parque), “La Lona” (Barrio San Roque), y los desaparecidos “El Chilcal” (Barrio Candioti Sur), “El Campito” (Barrio Sur Colonial), por nombrar los principales más antiguos, también sobre Alto Verde se generaron desde su inicio miradas desde el “centro civilizado” de la ciudad.
Esas miradas sociales generaron, como en los otros, estigmas y motes para los espacios barriales como para con sus habitantes.
La proximidad con el puerto, su cariz criollo y mestizo, de migrantes internos de provincias litoraleñas, hicieron mella en algunos de los discursos sociales instaurados en distintos ámbitos de poder de la ciudad al otro lado del riacho. Esos preconceptos permeaban a veces en algunos de los medios de comunicación, de los cuales se puede rastrear algunos escritos con este sentido. Por ello, de la “verruga” con la que se lo nombraba para dar cuenta de las necesidades de Alto Verde, otras notas lo ubicaban como un espacio a extirpar.
Por ejemplo, la siguiente nota de El Litoral en la que se reproduce sin demasiadas sutilezas que “La vecindad de Alto Verde es algo más que una vergüenza para Santa Fe, es un peligro. Y un peligro que afecta no sólo a la salud moral de la urbe, sino también a la salud física de sus habitantes. Un foco que constituye un problema social de magnitud si es que el Estado no se empeña en cerrar los ojos para no ver. Más que la policía ha de intervenir allí la docencia pero ésta no hará nada si no le acompaña el médico”. (El Litoral – 10/9/1932)
Luego refería el particular artículo que “Aquello es un mundo aparte donde se vive a la mala de Dios, donde la familia es un rudimento de tal cosa, donde se vive de acuerdo con normas ingratas. Todo eso, claro está, es fruto de la miseria, indecorosa floración de la ignorancia y el abandono. Aquella pequeña zona vecina es una especie de republiqueta que aún no ha sido incorporada a la geografía de la civilidad nacional”. En el marco de concepciones higienistas la nota aseveraba que pese a la presencia de maestros y médicos, que daban cuenta de las situaciones del barrio, el vespertino solicitaba a las autoridades tomar medidas e intervención para que “La higiene de un hogar no se concibe sin la higiene del hogar lindante, porque tarde o temprano los males del vecino nos alcanzan y contagian. Así, es en todos ordenes de la vida social. No hay murallas capaces de aislarnos absolutamente”.
Y concluía la nota con un deber ser, un deber hacer: “¿La miseria colectiva de Alto Verde es, acaso, irredimible? Semejante hipótesis es inadmisible en la República Argentina, inadmisible también para una ciudad como Santa Fe. El de Alto Verde es un problema urgente de salud pública; un foco que es menester extirpar. Cuanta iniciativa oficial o privada se oriente en tal sentido, enérgicamente, será bien recibida en la opinión pública y estimulada en la medida en que ésta perciba la magnitud del asunto”. (El Litoral – 10/9/1936)
Sin descontextualizar la publicación, lo cierto es que la estigmatización en la mirada desde los ámbitos, y realidades, ajenas a los barrios marginales, sus oportunidades y posibilidades, forman parte de la construcción de esos discursos sociales que a lo largo del tiempo, con otros tópicos, continuaron con las marcas peyorativas sobre amplias barriadas empobrecidas, como Alto Verde.
Igualmente, la mayoría de las veces las publicaciones sobre el albardón verde abordaban las necesidades, atrasos y olvidos de las autoridades para con el distrito. El diario El Orden, de una línea más “popular” en sus contenidos, era reiterativo en cuanto a esos aspectos pendientes. Por ejemplo, cuando en 1937 publicaba “No vacilamos en
afirmar que Alto Verde podría transformarse, si las autoridades respectivas realizarán las obras edilicias que allí hacen falta, como por ejemplo el arreglo de sus calles”. (El Orden – 12/3/1937)
Al año siguiente, cuando en la barriada se estimaban unos 5.000 habitantes, El Litoral hacía una nota en la que denunciaba que probablemente debido al aislamiento había un olvido de las autoridades, para que “los despachos oficiales nunca saliese una iniciativa destinada a que el progreso llegara hasta Alto Verde”, más allá de lo que ya existía, destacamento policial, un dispensario, las escuelas.
La recorrida del vespertino destacaba el crecimiento de la “Escuela Simón de Iriondo”, que tenía once maestros, trescientos alumnos y proyectaba en 1939 sumar el cursado del sexto grado. El director, Adolfo Tonani, había conseguido donaciones y aportes para dar con la copa de leche pan a los alumnos, también que el proyecto móvil del Colegio Inmaculada diera funciones en la escuela. Como acto de acercamiento de los bienes de la comunidad tenía la escuelita una agencia de la Caja de Ahorro Postal, junto con actividades artísticas como teatro infantil, y la biblioteca “Pablo Pizzurno”. En rescate de la tarea de la escuela como institución en el barrio, el diario refería cómo “Desde ella se hace verdadera obra social”, mientras que en un párrafo previo cuestionaba el accionar de los políticos que se acercaban a Alto Verde, como a otras barriadas, en épocas de elecciones con promesas y que “Pasadas las elecciones, nada se hace en favor del distrito”. (El Litoral – 2/1/1938)
Al día siguiente el medio completaba la nota anterior con una recorrida por la escuela conocida entonces popularmente como “Rompeolas” (533), cercana a la escuela donde la directora María Esther Echagüe de Gaydou, había sido docente en 1925 y que se denominaba “Rodolfo Freyre” con el número 28. La publicación recuperaba que eran 470 alumnos escolarizados en las entidades educativas de 1938, y que según un relevamiento de la Inspección Médica del Consejo de Educación, “se observa el mismo fenómeno de desnutrición orgánica que en el resto de los barrios pobres”. (El Litoral – 25/1/1938)
En ese marco se desarrollaba la experiencia, la primera en la provincia, de una “colonia de vacaciones” en las mismas escuelas, y gracias a las cuales, no sólo había mayor presencia del Estado en el barrio sino además una mejora en el peso de los chicos, de un kilo y medio cada chico, con prácticas de hábitos de higiene y cultura. Es decir, el acercamiento hacia el barrio de políticas de acción concreta, como la colonia o las escuelas, mejoraban la situación, que sin embargo se perdían “cuando vuelve al ambiente de pobreza y antihigiene de los hogares pobres”, por lo que
reclamaba el medio “la necesidad de que la acción oficial se encamine en el sentido de elevar el nivel de vida de los trabajadores y cree el clima necesario para cambiar la modalidad de los mismos”. (El Litoral – 25/1/1938)
La nota concluía con las propuestas de crear, con aprovechamiento del entorno natural y del conocimiento y cultura de los vecinos, industrias, fuentes de trabajo en el lugar con apoyo y promoción de las condiciones de desarrollo desde el gobierno provincial, o municipal.
Hubo una iniciativa de conformar una “Sociedad de Fomento Edilicio y Cultural”, allá por 1943, pero según una nota de El Litoral de 1944, esta entidad no había logrado avanzar por la falta de participación de los vecinos de aquel tiempo. La misma nota sobre las condiciones, malas, de habitabilidad del distrito, mencionaba el tema de la falta de agua potable y la contaminación del agua del riacho, de la que se proveían del líquido elemento los altovedrinos: “Digamos ahora, que el agua que ocupan actualmente, es barrosa, con un asiento de arena y tierra rojiza, que además posee un fuerte olor a nafta y kerosene de lanchas y remolcadores que se efectúa a diario”. Pese a estar a mediados de los ’40, en general, el barrio seguía con la misma fisonomía, instituciones, capilla, posta sanitaria, estafeta y escuelas, sin mucho progreso en sus primeros más de treinta y cuatro años de existencia. (El Litoral – 10/8/1944)
Ese mismo año el otro diario de la ciudad, El Orden, recibía la visita de un grupo de vecinos que pedía para Alto Verde, las “Aguas Corrientes”, pero también una “Lancha Sanitaria”, en tanto que el barrio permanecía aislado físicamente de la ciudad. Eran, “Cipriano Leiva, Juan Rodríguez, Nino Coletta, Agustín Sabater, Juan Taborda, y la señora Honoria P. de Lucero”.
El agua potable la buscaban en algunas canillas en la zona del puerto, por lo que cruzaban en canoas para proveerse. La nota del diario refería que vivían en Alto Verde unas 6.000 personas. (El Orden – 1/8/1944)
Unos años antes, a propuesta del concejal Raúl Copes, en 1942 se instaba a concretar el proyecto del arquitecto Leopoldo Van Lacke, del municipio, que proponía, con plano incluido, tomar el líquido elemento desde “la boca de incendio de la cual se puede efectuar la toma, la cañería de cruce junto al oleoducto de la Cía. Shell Mex y la cañería de distribución en la cresta de la barranca, de una extensión de mil metros, con grifos cada cien y con escurrimiento del agua volcada al este, para no perjudicar el terraplén”. (El Litoral – 22/1/1942)
Para el ’45 el interventor de la provincia firmaba un decreto que permitía asignar fondos en calidad de préstamo a la administración del puerto para iniciar las obras definitivas de provisión de agua. Vale recordar que dada la contaminación de las napas por las aguas del río con metales y combustibles, lo que las hacía no plausibles de potabilizar, invalidaba la alternativa de realizar perforaciones y extraer agua de ese modo para al menos las escuelas de Alto Verde. Nuevamente una nota periodística explicaba esta situación de insalubridad para los pobladores como el justificativo. (El Litoral – 9/2/1945)
Como casi todo en los barrios postergados y pobres, más en Alto Verde aislado físicamente de la ciudad, los adelantos y progresos de urbanización y servicios se demora, habitualmente, en el tiempo. Pasaron cuatro años más hasta que el agua potable llegó al barrio. Por supuesto, el acontecimiento era noticia.
“AYER FUE HABILITADO EL SERVICIO DE AGUAS CORRIENTES EN ALTO VERDE”, titulaba El Orden, y luego describía que con el acto oficial “Cuenta, desde ahora, aquella población con tan indispensable servicio con el que no tan solamente se llena una sentida necesidad, sino que se incorpora un valioso elemento de defensa para la salud del vecindario”. El acto fue presidido por el gobernador, Ing. Juan Caesar, con la inauguración “del grifo existente” que “fue bendecido por el Cura Párroco del distrito y al salir el primer chorro de agua, el Gobernador tomó entre sus manos y, a modo de simbólico bautizo, lo esparció entre los que se hallaban presentes”. (El Orden – 24/7/1949)
No queda claro si fue un solo grifo, o había más, como se planeaba años antes, unos diez, uno cada cien metros en una cañería. Pero al menos, el agua potable había cruzado el riacho, y sólo habían pasado casi 39 años desde el nacimiento de Alto Verde. En una nota posterior se reproducía en una pieza gráfica una especie de cisterna como parte de esas instalaciones.
Como antecedente de la organización civil y vecinal por mejoras en el barrio se puede citar a la constitución del comité en Alto Verde de la Unión Comunal como partido local con candidatos a concejales en los barrios. Respecto de la barriada, en varias notas del diario Santa Fe se informaba durante 1932 la constitución del comité en el barrio de la isla, más la elección de los representantes. En una de las nutridas reuniones, movilizantes y donde los propios vecinos eran los protagonistas, la pieza gráfica daba cuenta de Antonino Díaz: “Obrero modesto, luchador infatigable por la causa del pueblo y vecino desde hace más de 20 años de Alto Verde, integra la lista de la Unión Comunal, juntamente con D. Julio Parera en representación del electorado de aquel distrito”. (Santa Fe – 12/12/1932)
Como en otros barrios, en Alto Verde la agrupación de vecinos por la búsqueda de progreso para su lugar se expresó de distintas maneras, hasta plasmarse en las clásicas entidades vecinales, que en 2025 se dividen en dos instituciones la geografía del distrito.
En el pasado aparecen, más allá de los datos de la historia, algunos registros de lo que fueron esos inicios para las vecinales, en particular la de Pro Adelanto Alto Verde. En 1959 esa incipiente entidad, encabezada por Demetrio Gómez, trabajaba con su gente en extender la cañería de agua potable, y reparar donde había quedado expuesta por derrumbes de la barranca.
En una nota de El Litoral repasaba que la “Comisión Vecinal Pro Mejoras de Alto Verde”, había sido fundada el 25 de mayo de 1957, “…compuesta por hombres y mujeres que se siente arraigados en ese lugar pintoresco, tan pintoresco como está abandonado a su suerte en muchos aspectos vitales, esta sociedad empieza a dar los pasos para su crecimiento definitivo”. (El Litoral 31/7/1959)
En tren, o corriente para mejor decir, de continuar con esta parte referida a las postergaciones de sus necesidades en el albardón verde, las mismas necesidades se expresaban y sostenían a lo largo del tiempo, más allá de las promesas y anuncios de las autoridades, democráticas o de facto, de turno.
En 1958 los mismos reclamos persistían: agua potable, sanidad, conectividad con la ciudad, servicio sanitario, tendido eléctrico, alumbrado, y, la conservación del talud de la barranca, que entre crecidas, bajantes, y paso de barcos con el oleaje, producían socavones y desmoronamientos.
La solución no era muy complicada, dado que la draga que mantenía la profundidad del canal de acceso depositaba la arena del refulado en zonas no pobladas, cuando podía mediante cañerías, reconducirse a los taludes del albardón, como así también a levantar la cota de las zonas bajas de la isla lindantes al este de la lonja costera, donde ya se asentaban ranchos y gente. (El Litoral – 4/6/1958)
No obstante, la extensión por el albardón verde del agua potable llevaría más tiempo. Por ejemplo, el rastreo de la historia a partir de las notas periodísticas permite arribar a 1962, cuando a iniciativa de la Vecinal Pro Mejoras Alto Verde, con mano de obra de los vecinos, se colocaban 1500 metros de cañería cedida por la “intervención federal” de la provincia. De este modo, el agua potable se lograba extender hasta la Escuela N° 533 “Victorino Montes”, según la nota del vespertino. En solo dos días los pobladores, de manera colaborativa, habían extendido la mitad de la cañería, “Esto da una idea del ritmo impuesta a la actividad y de la responsabilidad que la población del distrito ha asumido ante esta nueva conquista de la vecinal”. (El Litoral – 10/11/1962)
No era una extensión de servicio domiciliario, se trataba de llegar hasta la escuela, y al mismo tiempo, reponer y mejorar el servicio en las canillas públicas existentes por parte de la vecinal con el aporte de los vecinos para la compra de los grifos.
Años después, en 1965, el agua no había llegado a las casas, seguían las canillas públicas como punto de provisión para una población que ya superaba las 10.000 almas en el albardón costero. Las malas condiciones, y uso muchas veces, de esas canillas formaba parte de una publicación en la que lo más relevante, a la luz de reconstruir la historia, es la larga fila de mujeres, hombres y niños, con tachos, ollas y baldes, a la espera de su turno para proveerse de agua potable. Era un tiempo en el que “mientras en el sector sur existe una canilla cada treinta metros en el sector norte se espacian hasta llegar a una separación de cieno ochenta metros. Pero quizá esto no sería nada si no fuera porque en el sector norte los vecinos suelen hacer uso indebido del agua, utilizando las canillas para riego durante largas horas o lavando la ropa..”. (El Litoral – 29/1/1965)
Finalmente, el agua de red comenzó a llegar a las primeras casas de Alto Verde en 1974.
La noticia destacaba, como años antes, que los propios vecinos aportaban el trabajo de cavar zanjas para extender el servicio que había sido mejorado previamente en cuanto al caudal y presión que arribaba al barrio.
Decía El Litoral: “Una larga espera del vecindario de Alto Verde está llegando a su término. Ya hay 17 viviendas (el resaltado es nuestro) que cuentan con agua corriente y las tareas siguen con ritmo intenso, con vistas a satisfacer los requerimientos de 319 solicitantes en el más breve plazo posible”.
La cuadrilla de vecinos estaba encabezada por personal municipal y algunos obreros, pero como lo destaca el vespertino, para dar cuenta del compromiso de los pobladores por mejorar su lugar: “Hay quienes a las 4 y 30 de la mañana, pala en mano, aportan su granito de arena, cavando frente a su casa para posibilitar la conexión domiciliaria.
Con eso se ahorra tiempo a los equipos de la Municipalidad y más rápidamente estará el anhelado líquido en la vivienda. La satisfacción de los vecinos de Alto Verde es evidente, mientras se trabaja abundan las chanzas y no falta quien se gaste una fracesita: ‘Ahora no necesitaremos bañarnos en el canal, donde el petróleo nos dejaría a la miseria’”. (El Litoral – 1/12/1974)
El inicio del tendido de red con conexiones domiciliarias no creció en función de la demanda, y de hecho, tardó años en cubrir la mayor porción del barrio.
En 1978 el vespertino realizaba una simple cuenta con los datos brindados por Obras Sanitarias de la Nación, que proveía el servicio.
En ese marco se decía que unos 30.000 litros diarios eran bombeados a las canillas públicas, que con una población de 10.000 personas, daba solo tres litros de agua potable por día para vivir. La misma nota aporta un dato sustancial: “Ya se sabe que la filosofía imperante en el Estado argentino, actualmente, es de que los servicios públicos deben pagarse. Y a su justo precio. La gente de Alto Verde no se amilana por ello, aunque muchos vecinos sean de condición humilde están dispuestos lo mismo a abonar lo que corresponde. En ese sentido se está moviendo la Asociación Vecinal que ha sostenido consultas en alto nivel municipal: hay un memorial en circulación, que serán elevado al señor secretario de Gobierno, teniente coronel (R) Juan Carlos Bellatti, haciéndole conocer el pensamiento de los pobladores”. (El Litoral – 26/12/1978)
Es decir, para ese entonces, todavía había largas colas en las canillas públicas, tratando de conseguir agua antes que baje la presión y no se consiga nada, o que cuando hubiera lluvia, se pudiera almacenar algo de líquido, al menos para el lavado de la ropa, mientras el riacho seguía tan contaminado como desde el comienzo del barrio.
La salud de los altovedrinos
En Alto Verde la necesidad de una atención y servicio sanitario fue más notoria que en otros barrios de la ciudad. La situación de aislamiento, inclusive con el “puente palito” desde los ’60 en servicio, siempre fue un problema dada la lejanía en términos de accesibilidad, pese a la cercanía geográfica con el núcleo central de Santa Fe.
Las notas aparecen en los diarios de época de forma repetitiva, y se entremezclan con los reclamos de otras necesidades. No obstante, para puntualizar lo que era esa “posta sanitaria”, precaria, de funcionamiento parcial y con limitaciones, pese al compromiso del personal médico o de enfermería según la época, es dable repasar algunas de aquellas notas en los medios impresos de la ciudad. Ámbito de las fuentes históricas en las que se puede abrevar para dar cuenta de la realidad de aquellos años.
Una nota del diario Santa Fe de 1917 decía al respecto que “Cuando la enfermedad no impide que el enfermo use de sus remos, ni hay peligro en ello, lo mismo da pasar el río que tener médico en ese lugar; pero no siempre sucede así, y a lo mejor, el que se pobre y no tiene quien la asista con tarifa módica, se muere sin remedio”. Lo que se reclamaba era que “la asistencia pública ordene la visita bisemanal de uno de sus médicos al lugar citado, o, cuando menos, la instalación en él de una sala de primeros auxilios”. (Santa Fe – 27/7/1917)
El primer avance real en la atención sanitaria en el barrio se evidenció en 1918, cuando el Concejo Deliberante sancionó que se instalara una sala de primeros auxilios en Alto Verde. El diario Santa Fe recordaba en la ocasión que “Este diario se complace en ello, pues siempre propició con ahínco tan humanitaria medida, (fueron reiteradas las notas al respecto en el medio entre 1917 y 1918), y los señores Salvador Vigo y Pro. Alfonso Durán, que han luchado por ver el triunfo de esa idea, merecen felicitaciones”. (Santa Fe – 22/9/1918)
Ahora bien, la sanción de la medida de lo ediles de 1918 no tuvo una rápida resolución. La sala de primeros auxilios de Alto Verde recién se inauguró y comenzó a dar servicio básico de salud a los vecinos el 29 de junio de 1922, casi cuatro años después. Las dilaciones, decía el matutino Santa Fe, se debieron a “Ciertas dificultades económicas y de otro orden”, que “mantenían interrumpidos desde hace bastante tiempo, los trabajos relacionados con esa instalación”. (Santa Fe – 27/6/1922)
Dalla Fontana en su libro sobre el barrio aporta además que ese centro de salud era “…una casilla de madera con la presencia de un enfermero permanente, teniendo una lancha que trasladaba de urgencia los casos por accidentes o enfermedades. El médico tenía una visita diaria, siempre que se lo permitiera su trabajo de la ciudad. Además, se destaca la guardia rápida y permanente que hacía un practicante que se movilizaba por toda la isla a caballo.
De aquí que su figura fuera muy valorada y respetada, por ser el primer enfermero del lugar: Ramón Rivero”. (“Distrito Alto Verde” – Miguel Ángel Dalla Fontana – 2019)
Como dato de relevancia que demuestra las necesidades del distrito en materia de salud en sus primeros años se destacan los guarismos de atención del puesto sanitario. En diciembre de 1923 pasaron por el elemental dispensario “Enfermos nuevos inscriptos, 66; consultas médicas en consultorio, 141; curaciones efectuadas, 98; visitas de practicantes o primeros auxilios, 24; visitas médicas a domicilio, 9; heridos atendidos, 12; quemaduras, 4. Total: 355”. (Santa Fe – 3/1/1923)
Un editorial de El Litoral de muchos años después, en 1952, cuando todavía no estaba Alto Verde conectado con la ciudad físicamente, el medio planteaba con fundamentos irrefutables la conducente alternativa de construir un hospital en el lugar. La necesidad era incontrastable, gran cantidad de vecinos, precaria asistencia médica en el dispensario, pobreza y finalmente, la principal, falta de acceso rápido a los servicios de efectores públicos de salud de la ciudad. Una vez más, las iniciativas o propuestas loables para Alto Verde quedaron en ideas de los vecinos, fundadas iniciativas, pero sin concreciones. (El Litoral – 11/8/1952)
Al año siguiente un nuevo editorial del medio daba opinión de la necesidad de un hospital en Alto Verde, al mismo tiempo de recoger las inquietudes de los habitantes y la vecinal al respecto. Aportaba el escrito que “En reiteradas oportunidades la sociedad vecinal del distrito se ha dirigido a las autoridades insistiendo sobre este problema. Para el traslado a esta ciudad de los enfermos se tropieza con la seria dificultad de no contarse con una embarcación apropiada para el cruce del río. La lancha que hace ya algunos años había destinado el Ministerio de Salud Pública para cumplir esa finalidad hace tiempo que quedó fuera de uso. Los enfermos deben ser cruzados en canoas, con los graves inconvenientes que ello supone, sobre todo cuando se trata de casos graves o que reclaman atención de urgencia, en que se pone en peligro su vida”. (El Litoral – 15/12/1953)
Escuelas de Alto Verde
En el barrio la necesidad de educar los niños y niñas surgen al comienzo del poblamiento del albardón. Por ello, como lo trata Dalla Fontana en su libro sobre Alto Verde, la primera entidad surge en 1914, con el número 31, como elemental mixta, “creada el 20 de junio de 1914. Fue designado como director, Aristóbulo Quiroz con un sueldo de $120. Más tarde, el 15 de septiembre del mismo año fue nombraba a Manuela Velasco, en el puesto de ayudante. Al respecto, el diario Santa Fe de 1915 nos decía: ‘Funciona aquí la escuela fiscal Alto Verde, bajo la dirección del señor Aristóbulo Quiroz, a quien secunda en su tarea el ayudante Manuel Gallegos. Asisten a las clases 26 varones y 24 mujeres en primer grado, y 8 y 4 respectivamente en al segundo. El local que ocupa este establecimiento es de dos pisos y de construcción de madera. En días de lluvia, podría compararse con un paraguas agujereado; pues, por todos lados caen goteras y en invierno resulta un frigorífico. Las clases se dictan simultáneamente a varones y niñas por falta de habitaciones. El ayudante de la mencionada escuela, hace las veces de portero, pues el presupuesto no acuerda para más gastos. Es sensible, que el consejo de educación eche en olvido a un establecimiento como este, que presta servicios tan importantes a un caserío que ya es un pequeño pueblo’”. (“Distrito Alto Verde” – Miguel Ángel Dalla Fontana – 2019)
En el mismo apartado del trabajo de este historiador de los barrios santafesinos, se describe la efímera vida de otro establecimiento educativo del albardón: “En 1926 se crea un segundo establecimiento educativo N°: 28, “Dr. Rodolfo Freyre”, instalado en una casilla lacustre de dos pisos, elevada del suelo porque se inundaba. En 1932 un fuerte temporal destruyó sus instalaciones que no volvieron a reconstruirse”.
La Nº 28, que tenía desde 1925 como directora a “la maestra normal señora M. Faldine de Stillo”, junto con las maestras María Echagüe de Gaydoy, Rosa de Ortolachipe y Clara Arias, con una matrícula escolar de 99 alumnos. Se ubicaba en una casilla, con dos aulas en planta baja y dos en el piso alto, y también poseía una biblioteca infantil con 350 volúmenes, gracias a la iniciativa de las docentes.
La escuela fiscal “Alto Verde”, como se la conocía popularmente a la Esc. Nº 28 y su casilla de madera de dos pisos, fue degradándose ediliciamente a lo largo del uso, del tiempo, y de la falta de mantenimiento.
Así lo reflejaba El Orden, con fotos y una nota en la que decía que “…las pequeñas habitaciones en que se divide y que sirven de aulas, se hallan con los pisos completamente destruidos en una forma tal que significan un verdadero peligro para las criaturas y para el personal docente. Y como la casilla está levantada a más de dos metros de altura sobre el terreno, una caída puede ser de gravísimas consecuencias…”. La construcción de madera no solo tenía sus pisos rotos, sino que además no tenía vidrios en las ventanas por lo que en invierno, más la lluvia, educarse y educar era una proeza. Sobre todo, para docentes abnegadas, pero en especial niños sumidos en la pobreza: “De los 80 alumnos con que cuenta, solamente unos pocos van provistos de lo indispensable; hemos podido comprobar que la mayoría utiliza para trabajar libretas de almacén o papel de envolver mercaderías”. (El Orden 28/6/1934)
Para suplir esa escuela cuyo edificio precario sucumbió a una gran tormenta, a los años, se creó la Escuela N° 533, “Victoriano Montes”, que por su ubicación al borde del canal de acceso, en la manzana 7 del distrito, fue conocida popularmente como “la rompeolas”. A partir de este establecimiento, en especial, se concretó en Alto Verde una propuesta de una “colonia escolar”, durante el receso de vacaciones.
Como lo señala Dalla Fontana, en el marco de “La educación tendrá un ‘giro’ con la Escuela Nueva teniendo como máximo referente, en Argentina, a Juan Mantovani (como lo fue en Brasil, Alex Freyre). En agosto de 1928, éste profesor había sido designado Inspector General del Consejo de Educación. Apenas iniciaba su labor, propone una reforma en el vínculo del niño con la escuela, basado en el pensamiento de Claparede (1873-1940) que planteaba ‘el niño para la escuela y no la escuela para el niño’. Mantovani desde el Ministerio promovía llevar a cabo una ambiciosa reforma en la tradicional educación, con treinta ensayos pedagógicos experimentales y con la anuencia de sus colegas. En palabras suyas: ‘Así se habrá generalizado una gran reforma escolar en toda la provincia, no por la obra impositiva de las autoridades escolares, sino por el esfuerzo espontáneo de los maestros, que son siempre los únicos realizadores posibles de reformas educativas’”.
Luego de algunas situaciones de enfrentamiento político Mantovani regresa a la función pública y como ministro de instrucción pública impulsa varias reformas pedagógicas. Una de ellas tuvo que ver con Alto Verde.
La referida experiencia de la “colonia” de vacaciones para algunos de los chicos y las chicas de Alto Verde tuvo su novedosa propuesta a fines de la década de 1930. Eran utilizadas las escuelas “Simón de Iriondo” y la “Rompe Olas”, con 75 niños y niñas en la primera y 40 en la segunda, en las que sus aulas se convertían en dormitorios para los “colonitos”, como los bautizaba la gente y los diarios. La colonia estaba destinada a los infantes que vivían en la zona de isla, cerca de Alto Verde, y se alojaban en ella, con las actividades típicas de un tiempo de esparcimiento, durante unos cuarenta días. (El Litoral – 4/1/1938)
No solo tenían clases de gimnasia, actividades lúdicas y artísticas, sino que además eran visitados por profesionales de la salud que daban cuenta de la situación sanitaria de cada niño y niña. Lo interesante era que estos chicos vivían en sus ranchos en condiciones muy precarias, más allá de esta o no escolarizados, por lo que la colonia era una alternativa de desarrollarse en un mejor ambiente, con comidas diarias y desayuno, una experiencia que se repitió por algunos años.
Crecidas, camino, defensas, refulado
Una cuestión recurrente en Alto Verde, por su ubicación geográfica insular, es la afectación periódica. Una de tantas, por ejemplo, la crecida de 1928, dejaba al albardón varios desmoronamientos y además con sectores socavados transversalmente, es decir, “cortes”, en la lonja costera. Ante esa condición se hablaba en 1930 de concretar el proyecto de utilizar el refulado del canal de acceso para reforzar el talud y la zona habitada de Alto Verde. Se trataba de una “defensa” del propio talud, cuestión que por muchos años fue reclamada como protección para la barriada costera. (El Litoral – 29/8/1930)
Por su condición de lonja costera, el alteo verde tuvo como característica medular, a modo de columna vertebral o hilo conector, a la calle principal en forma paralela a la orilla. Pese a no contar por muchos años, hasta los ’60, con una conexión física con la ciudad de Santa Fe, esa calle era de suma importancia para la movilidad interna del barrio.
En 1940, el sostenido reclamo de los habitantes de Alto Verde, empezaba a ser atendido para contar “…EN BREVE CON UNA IMPORTANTE CARRETERA DE 6 KILOMETROS”, anunciaba parte del título de El Orden. Según la nota, el gobierno provincial construía una carretera que “…tendrá una longitud de 6 kilómetros y un ancho de veinte metros, partiendo del solar que ocupa la escuela No. 95 y terminando en el paraje denominado Rompe Olas. Los trabajos que se realizan están bajo las órdenes del señor Antonio Radesca y momentáneamente emplean cuarenta hombres, número que aumentará una vez que se formen las cuatro cuadrillas que se tienen proyectadas”. (El Orden – 7/3/1940)
Este camino, que se planificaba terminar en seis meses, incluía alcantarillas, terraplenes, alambrados y la plantación de árboles. En tren de calificar lo que la obra representaba para el diario decía que “La situación de sus escuelas han mejorado notablemente, y ahora, con la carretera en construcción, los diversos núcleos poblados tendrán un medio de vinculación y comunicación directo y cómodo, lo que importa una inapreciable ventaja”.
Las consecuencias lógicas de las crecidas eran las erosiones que el propio borde costero del albardón sufría. Las reiteradas inundaciones sumaban afectaciones hasta alcanzar, sin el mantenimiento adecuado, desmoronamientos en un talud sobre el que se ubicaban las casas, casillas, ranchos, por lo cual, estas erosiones comprometían a las propias viviendas,
En 1941, la crecida de ese año afectaba Alto Verde, en especial el lugar conocido como “Rompe Olas”, donde el edificio de la Escuela Nº 533 se encontraba al borde de los socavones y por ello había sucumbido con el pobre edificio que poseía. Decía El Orden al respecto: “Ahora, de esa escuela solo quedan los árboles y las señales de los cimientos de la única habitación de material que tenía, pues ha sido necesario demolerla, y trasladarla, pues de otra manera se hubiera derrumbado sobre el canal”. La nota además advertía que “si las autoridades no tratan de poner remedio a los males existentes, no sería difícil que pronto gran cantidad de viviendas tengan que ser derruidas pues frente a ellas sólo quedan pocos centímetros de barranca firme”. (El Orden – 4/5/1941)
Otra muestra de la erosión provocada, era que las dependencias del nuevo destacamento policial levantado en la desembocadura del canal, frente al puerto, estaba al borde de la barranca, cuando había sido levantada “a muchos metros de la orilla, acaso cerca de veinticinco”.
Un dato más en relación con la Escuela 28, luego 533, la “Rompe Olas” era que su traslado se preveía a la zona del Club de Pescadores, por lo que la “nueva ubicación dada a la escuela, aleja la misma más o menos una legua (5 kilómetros) del primitivo lugar donde se hallaba, lo que supone que sus alumnos tienen que realizar ese recorrido…”. Al año siguiente la misma noticia de repetía, en este caso en El Litoral, aunque sin crecida, los socavones anteriores no habían sido reparados ni los daños sufridos en el terraplén de origen y base de Alto Verde, en especial en el destacamento policial que seguía al borde de la barranca derrumbada en la zona de La Boca.
Fuera del momento de las crecientes el problema era el paso de los barcos y embarcaciones: “Una de las principales causas de este fenómeno es el oleaje que levantan las embarcaciones que atraviesan el canal de acceso. Este oleaje socava la barranca a la altura del nivel del agua, formando grandes cavas que van minando el terraplén, en un momento dado, ceden grandes bloques que caen al río, arrasando árboles y ranchos”. (El Litoral – 20/5/1942)
En ese contexto se mencionaba que el “camino costanero, que es el que utilizan los vecinos para recorrer el terraplén de un extremo a otro, prácticamente ha desaparecido”, mientras que el otro “camino” que había sido construido dos años antes estaba abandonado y por su traza sin uso por el mal criterio de su diseño.
Distintas autoridades visitaron Alto Verde a lo largo de su historia. Muchos en campaña, con promesas de mejoras y obras que pocas veces se concretaron.
Pero hubo un gobernador democrático, dos veces primer mandatario y dos veces depuesto por golpes de estado cívicos-militares nacionales, que tuvo mayo compromiso por el distrito, y ello pese a no ser de la ciudad de Santa Fe.
Carlos Sylvestre Begnis fue quien finalmente concretó, con el recordado “puente palito” la conexión física de Alto Verde con la capital provincial. Sin embargo, antes de ese logro, el mandatario del Partido Radical primero, luego de la Unión Cívica Radical Intransigente y por último como parte del Movimiento de Integración y Desarrollo, tuvo una recorrida por Alto Verde durante el segundo año de su primera gobernación.
Acompañado por parte de su gabinete Sylvestre Begnis realizaba una visita “acompañados por los directivos de la Sociedad Vecinal, visitando en primer término el local de la citada entidad y luego las obras de ampliación de las instalaciones que se están efectuando, para una mayor provisión de agua corriente en las zonas sur y norte, inspeccionado asimismo las obras de ampliación para el servicio de energía eléctrica para el distrito”. En esa nota aparece la propuesta de conectar por sobre el riacho Santa Fe en la Vuelta del Paraguayo al barrio con la ciudad: “Por último, el gobernador fue interesado en la construcción en la zona norte de un puente que empalme con el camino que conduce al puente colgante”. De la cita se desprende que la idea, que finalmente concreto el mandatario, surgió de los propios vecinos y que fue tomada por su gobierno. (El Litoral – 3/10/1959)
Lejos que solucionarse con los años la situación de la barranca de Alto Verde cobraba relevancia en los diarios. Ejemplo de ello fue por ejemplo una nota de El Litoral, con pieza gráfica incluida, en la que en 1964 se volvía sobre la escuela al borde de los socavones: “El edificio de la Esc. ‘Mariano Montes’ –ex ‘Rompe Olas’- ha quedado al borde de la barranca y condenada a caer en la primera creciente pronunciada; el destacamento está a solo seis metros del borde, y, andando por el canal, pueden verse algunos ranchos casi sin el apoyo de su base”.
En la misma nota se recordaba que en 1955 el Ejército había consolidado una defensa con bolsas de arena y cemento para la escuela, pero que la crecida de 1961, con 6.15 metros de altura, la había destruido. (El Litoral – 20/7/1964)
En la antesala de la gran inundación de 1966 ya se hacía notar la crecida del Paraná en Alto Verde. De este modo, entre lluvias y nivel del río se producían anegamientos en la zona este del barrio, la que da hacia la isla. En este sector se ubicaban casas pobres, viviendas precarias que en general estaban cerca del talud consolidado del camino de acceso, ese que venía del “Puente Palito”, y que pasaba antes de llegar a la parte más poblada por los tanques de combustible que seguían instalados, en 1965 en manos de la compañía Shell. Así daba cuenta El Litoral en una nota gráfica en la que un tractor y un “carancho” de Vialidad Provincial, movía tierra para reforzar el talud del camino y constituir una defensa, trabajos coordinados por el presidente de la vecinal, Demetrio Gómez. (El Litoral – 22/3/1965)
Justamente, la creciente de 1966 planteó los peores escenarios de erosiones, anegamientos, afectaciones de viviendas, en tanto el barrio carecía de defensas para ese entonces. “Alternativa para Alto Verde: su desaparición o el rellenamiento gradual de toda su superficie”, titulaba El Litoral, a lo que agregaba en el primer párrafo: “Un destino de agua se cierne sobre Alto Verde. La tierra que forma sus elevaciones costaneras vino del fondo de río y a él vuelve con lentitud, pero inexorablemente, como cumpliendo un mandato inexcusable que marcan las fuerzas de la naturaleza”. Lo que seguía era la descripción de cómo el albardón de arena poblado por unas 5.000 almas podía sucumbir frente al embate de las aguas con la consecuente necesidad de reubicar a esas personas, más allá del costo social que representaba perder no solo la vivienda sino la posibilidad de una fuente de trabajo cerca.
En enero de 1966 la situación de Alto Verde era angustiante, en tanto que “la situación más grave –no obstante– es la de los pobladores que ocupan el sector comprendido entre el recodo del riacho Santa Fe y la Asociación Vuelta del Paraguayo, sector en el cual la mayoría de los habitantes han evacuado sus fincas, en tanto los restantes tiene ya el agua a la altura de los dinteles”. Es de imaginar que el resto de los ranchos en las zonas bajas al este del albardón estaban en peor situación. (El Litoral – 19/1/1966)
El diario, en síntesis, proponía lo que era un proyecto de los vecinos, y más de un funcionario, que se rellenara y levantara la cota del piso en la zona este de Alto Verde, con el recupero de unas 2000 hectáreas de zonas anegadas, algunas de ellas ya pobladas en cercanías del albardón. La propuesta estaba entonces motorizada por el Ing. Segundo Cabral, jefe de la División Paraná Medio de la Dirección Nacional de Construcciones Portuarias y Vías Navegables, que detallaba rellenar con refulado y dragas el área comprendida por “al norte por el riacho Santa Fe; al sur por el canal de acceso; al este por el río Colastiné y al oeste por el canal de derivación que la separa de la zona portuaria”. (El Litoral 29/3/1966)
Para semejante idea, se necesitarían unos 80 millones de metros cúbicos, tarea que una draga normal tardaría, según los cálculos del ingeniero “133 meses, es decir once años y un mes de trabajo”. Por supuesto que el facultativo lo planteaba en etapas, comenzando por la zona contigua al terraplén ya poblado, con avance hacia el interior de la isla “Silgadero”.
Vale recordar que tiempo después el mismo ingeniero Segundo Cabral fue en la crecida del Salado de 1973 el que aseguraba que el ancho de 157 metros del puente de la autopista a Rosario era correcto y no tendría problemas, justo unos días antes de caerse. (“Agua de Nadie” – 2008 – 2023 – Fernando Pais – Ediciones UNL)
En la primera parte de la creciente de 1966, mientras el terraplén en el borde de la escuela N° 533 era reforzado por los vecinos con bolsas de arpillera llenas con arena para defender el edificio del establecimiento, en el extremo del camino que vinculaba la zona poblaba de Alto Verde con el puente “Palito”, el camino se cortaba por la erosión de las aguas, cerca del riacho Santa Fe y del propio puente de madera. (El Litoral – 1/2/1966)
Pasada la emergencia hídrica, en 1967, las dos dragas de gran porte que mantenían el canal de acceso al puerto, la 311-C y la 326-C de la Secretaría de Obras Públicas de la Nación ya habían refulado y elevado gran parte del este del sector más poblado de Alto Verde. En ese momento el reclamo era que continuarán con el bombeo de agua con arena hacia la parte del camino de acceso, donde se encontraban los tanques de combustible, en un sector ya poblado del extenso camino, en el que se confiaba un recinto, entre el camino de acceso y el terraplén construido por Vialidad Provincial, que comenzaba al este de los tanques hasta la cancha de Central Alto Verde. La nota entonces permite ver cómo el avance del alteo del barrio avanzaba de manera progresiva, aunque incompleta. (El Litoral 23/7/1967)
Lejos de quedar resguardada la población de Alto Verde, en reiteradas oportunidades se volvían a vivir tiempos de preocupación y zozobra para los vecinos. En 1972 el vespertino local exponía como título de una elocuente foto: “Alto Verde: angustia renovada”. Durante ese año todavía las dragas trabajaban en el canal de acceso, pero con cañerías de un largo insuficiente, no lograban alcanzar con el material retirado del canal el lugar a rellenar más próximo a la zona poblada, es decir, frente al puerto. (El Litoral – 23/10/1972)
Las condiciones de 1973 en sus primeros meses combinaban el río alto más copiosas lluvias. Esta amalgama afectaba al barrio, en el que la gente de las zonas bajas se auto evacuaba a los sectores más altos, y cuando, por ejemplo los vecinos de la manzana 2, totalmente anegada, habían sido reubicados “en la iglesia del lugar”, aunque sin embargo, “la mayoría de los habitantes de ese lugar permanece en sus viviendas, aunque patios, baños y buena parte de las endebles habitaciones tienen agua en su interior”. (El Litoral 13/2/1973)
Otras familias de Alto Verde terminaron evacuadas por las autoridades y trasladadas a los “vagones estacionados en el ramal de la ex Cervecería Quilmes”, es decir en los vagones en el sur del barrio Barranquitas Este, a la altura de calle 4 de Enero y las vías. (El Litoral – 14/2/1973)
En marzo de ese difícil año más lluvias complicaban la situación con la destrucción del terraplén del camino de acceso al barrio, “se vio cortado a unos 200 metros antes de llegar al local del destacamento policial”, mientras que el panorama era desolador hacia el este donde solo se veían los techos de los pocos ranchos que habían quedado en pie. (El Litoral – 2/3/1973)
Luego de las crecidas de 1972 y 1973 el barrio había quedado afectado, en su costa frente al puerto y el canal de acceso, en sus bajíos detrás de las casas y en el camino de acceso desde el puente de madera que lo vinculaba físicamente con la ciudad. En una nota de 1974 el ocasional cronista renovaba las deficiencias del barrio y enumeraba en el final las principales necesidades: “expropiación de tierras, el relleno de las zonas bajas e inundables, la construcción de la defensa de la costa, la urbanización y la puesta en práctica de un plan de viviendas populares”. Y agregaba la palabra de uno de los sacerdotes emblemáticos en la historia de Alto Verde: “En definitiva –según acotó el P. Aldo Buntig, que nos acompañó en el recorrido-, la población que tantas esperanzas puso en el arribo del gobierno del pueblo, y que todavía está firme en su de soluciones, puede llegar también a un tremendo desencanto y desconfianza en aquellos que mucho les prometieron y nada les realizaron”. (El Litoral – 20/1/1974)
Ese mismo año llegaba el momento de la licitación de la pavimentación del camino de acceso y consolidación de la defensa. El anuncio lo daban autoridades nacionales del área de puertos en las que con 600 millones para una primera etapa a licitar el 2 de agosto de 1974.
El terraplén se extenderá desde el antiguo varadero Cassanello, aproximadamente a la altura de calle Catamarca, hasta 3 de Febrero. De esta manera podrán Esas obras preveían “la construcción de un terraplén defensivo a una altura de 6,50 metros, con taludes de hormigón y pavimento en su parte superior, algo así como un esbozo de una nueva avenida costanera. encararse luego las obras de rellenamiento en el sector”. (El Litoral – 29/6/1974)
Un punto de inflexión en la historia de Alto Verde lo constituyó cuando finalmente los terrenos fiscales del puerto en el distrito fueron transferidos a la municipalidad de Santa Fe. Era nota del vespertino aquel acontecimiento, que se publicaba así: “Por resolución Nº 462 del 20 del corriente, al Administración General de Puertos ha cedido a la Municipalidad de Santa Fe, las tierras de su propiedad situadas en el distrito Alto Verde”, de manera gratuita aclaraba el medio. La intención del municipio era urbanizar y mejorar esos espacios que estaban comprendidos por “la franja o albardón que se extiende desde el ex varadero Cassanello, sobre el canal de derivación, hasta la boca exterior del canal de acceso al puerto con un largo de 10 kilómetros y un ancho de 50 metros”, es decir, todo Alto Verde. (El Litoral – 25/8/1975)
Según la nota, en 1975 Alto Verde tenía unos 10.000 habitantes. En ese marco, la transferencia a la municipalidad de los terrenos fiscales del puerto abría expectativas de mejoras para el barrio: “Al tomar posesión la Municipalidad del sector a cubierto de las inundaciones, cabe esperar que la instrumentación de los planes de urbanización se encaren con la decisión que corresponde y que, a partir de allí, con una acción más ambiciosa, se proceda a la ampliación de esa franja con obras de rellenamiento”. Sin embargo, a la luz de los años que siguieron, continuaron los reclamos y la espera de mejoras que a cuenta gotas fueron decantando con algunos adelantos parciales para el vecindario.
No eran expectativas infundadas, o solo sostenidas en una esperanza sin sustento, en realidad, como lo señala otra nota del diario tiempo después, desde 1970 la municipalidad había elaborado un “Plan Director” para la ciudad, bajo el eslogan “Creando hoy la ciudad del mañana”, en el que Alto Verde aparecía como un espacio para erradicar viviendas precarias con un plan de reemplazo por construcciones de material promovidas por el Estado local. Del mismo modo, ese plan preveía que la zona interior de la isla, paralela al albardón, fuera extendida mediante el refulado para conformar espacios verdes y extender los servicios a los
sectores a urbanizar con asentamientos ya vigentes. Proyecto que finalmente no se concretó. (El Litoral – 7/9/1975)
Al mes siguiente se formalizaba la firma del traspaso de los terrenos portuarios a la municipalidad, bajo la intendencia democrática de Noé Campagnolo y con Jorge Corti como administrador del Puerto Santa Fe. (El Litoral – 28/10/1975)
En 1978 otra nota del tradicional diario de la tarde santafesina, con entrevista al presidente de la entonces Asociación Vecinal de Alto Verde, Elbio Monzón, las promesas y proyectos eran en realidad postergaciones que el barrio todavía tenía, y ya habían pasado 68 años de aquel comienzo de ranchitos en el alteo de arena y árboles. Un tiempo en el que el “puente palito” daba frutos en el tiempo, con nuevas casas de material levantadas por los dueños de los ranchos, con su esfuerzo y trabajo.
Otra creciente más, en 1977, las aguas volvieron a afectar a Alto Verde, al camino de acceso, en el que uno de los socavones provocó la rotura del caño principal del acueducto, por lo que el barrio quedó sin ese servicio en algunos sectores hasta que fue reparado. (El Litoral – 22/4/1977)
Para junio de ese año, en pleno gobierno de facto, el intendente impuesto por la Dictadura Cívico-Militar, coronel Miguel Alfredo Coquet, se adjudicaba las gestiones para que la gran draga 326-C que todavía funcionaba en el canal de acceso utilizara el material refulado para depositarlo en la reparación de los socavones producidos por la última creciente. (El Litoral – 18/7/1977)
A los pocos días la draga comenzaba su tarea y parte de ella la dedicaba a la manzana N° 3 donde se acopiaba la arena bombeada con agua para luego con otra maquinaria depositarla en los socavones y en la reparación del consabido camino de acceso. (El Litoral – 25/6/1977)
Siempre con la necesidad de arreglar el camino que vinculaba el puente de madera y la zona poblada, más hacia el sur, frente al puerto. El que cuando más se necesitaba no se podía usar, dado que los pedidos de la vecinal al secretario de gobierno municipal, un coronel puesto por el gobierno de facto, no habían tenido respuesta positiva para el barrio.
Así lo refería el vecinalista y lo destaca el diario cuando la situación de incomunicación se hacía presente para Alto Verde: “Se pide la construcción de una superficie mejorada en el camino de acceso, a fin de que los días de lluvia puedan entrar los ómnibus. Recuerda que cuando hay mal tiempo los pobladores de la zona deben realizar largas caminatas ya que si hay viento tampoco pueden cruzar el canal las canoas, que hacen el tradicional servicio. Entonces hay que hacer un trayecto muy extenso para concurrir al trabajo, estudios, hospitales u otros lugares”. (El Litoral – 23/1/1978)
Así lo refería el vecinalista y lo destaca el diario cuando la situación de incomunicación se hacía presente para Alto Verde: “Se pide la construcción de una superficie mejorada en el camino de acceso, a fin de que los días de lluvia puedan entrar los ómnibus. Recuerda que cuando hay mal tiempo los pobladores de la zona deben realizar largas caminatas ya que si hay viento tampoco pueden cruzar el canal las canoas, que hacen el tradicional servicio. Entonces hay que hacer un trayecto muy extenso para concurrir al trabajo, estudios, hospitales u otros lugares”. (El Litoral – 23/1/1978)
En su libro Dalla Fontana cierra el tema del camino de acceso, de la calle principal Demetrio Gómez, cuando refiere que “Finalmente, en 1996 bajo la intendencia del Dr. Horacio Rosatti se logra pavimentar una parte de este camino, dividida en dos tramos con dos referentes del distrito: Aníbal Bustamante (hasta la cancha de Central Alto Verde) y Demetrio Gómez, en su continuidad. Para marzo de 2017 se logra consolidar y mejorar dicha pavimentación con cordón cuneta y desagües, desde el puente “Héroes de Malvinas” hasta Aristóbulo Quiroz, en la manzana 5”. (“Distrito Alto Verde” – Miguel Ángel Dalla Fontana – 2019)
Los últimos años
Existen a partir de la década de 1990 en adelante algunos progresos sustanciales para Alto Verde. No en toda su extensa y particular geografía, pero con adelantos algunos de ellos para destacar en la historia más reciente.
Por ejemplo, la protección hídrica del albardón. Dalla Fontana detalla en su tarea de historiador del barrio en cuanto a las defensas que “La intervención planificada desde el Estado Provincial, bajo la gobernación de Carlos Alberto Reutemann (1991-1995) resolvió el problema de las inundaciones que habían afectado a la isla, a lo largo de los años. En 1995 se construye una obra de contención o defensas con un crédito de $ 4.550.592 (el dólar estadounidense promedio, oscilaba entre $ 0,90 a 1,25) otorgado por el Banco Mundial. Los terraplenes de cierre están delimitados desde el puente “Palito” sobre el riacho Santa Fe, hasta el denominado “Corte Grande”, sobre la isla Sirgadero quedando fuera del proyecto de ejecución el paraje La Boca. El anillo tiene una longitud aproximada de 10 kilómetros pero al mismo tiempo quedaron excluidas las manzanas nºs: 1 y 2 porque, según estudios técnicos, era inviable y antieconómico proteger esa zona costera. De igual modo, los vecinos no quisieron trasladarse cuando se hicieron las obras de defensa, pero en 1998, se intentó reubicar ambas manzanas con 180 familias. Para eso, se proyectó la construcción de sus casas con el Plan de Prevención de Inundaciones y con el movimiento “Los sin Techo”22 con su proyecto “Santa Fe sin ranchos”, realizado el 13 de julio de 1999, con varias familias de Alto Verde y La Boca, que cambiaron sus ranchos por casas económicas bajo la intendencia de Jorge Obeid. La modalidad de trabajo de esta ONG -focalizada en los más necesitados- comenzó con el asesoramiento del Padre Damián Astigueta y la construcción de 20 viviendas, en 1987, y con 25 casas, en 1988”.
En otro pasaje de su trabajo Miguel Ángel expone sobre las reubicaciones internas al barrio que hubo, en especial, luego de la gran inundación de 1983 que derrumbó el Puente Colgante: “Además con el aporte del Sub-Unidad Provincial de Coordinación para la Emergencia de la Provincia de Santa Fe (SUPCE), se construyó sobre el margen izquierdo del camino Demetrio Gómez (fracción sobre la isla Las Crucecitas), un plan de viviendas para quiénes habían padecido la inundación de 1983, y para los afectados en riesgo que habían sufrido desmoronamiento de su terreno y desaparición de sus casas, en las manzanas 1 y 2”. (“Distrito Alto Verde” – Miguel Ángel Dalla Fontana – 2019)
Otro de los aspectos que distinguen a la barriada costera, por idiosincrasia, pero por memoria hacia sus vecinos, es el nombre de sus calles. A propuesta de los propios moradores de Alto Verde, por intermedio de la Red Interinstitucional Alto Verde, en 2013 el Concejo Municipal de Santa Fe aprobaba la iniciativa legislativa que “fue presentada por los Concejales del Bloque oficialista y contó con el acompañamiento de todos los integrantes del Cuerpo”, según la comunicación oficial del cuerpo deliberativo.
En el mismo parte de prensa se detallaba que “una de las vecinas, María del Carmen Romero agradeció a todo el Cuerpo y confesó que ‘ha sido algo muy emocionante. Es por eso que hoy han venido los vecinos y los descendientes de las personas que hemos investigado para poder elaborar este proyecto. Entre todos nos pusimos a trabajar, hemos visitado familias de vecinos y de personajes que hoy ya no están con nosotros’. Y reflexionó: ‘Para saber quiénes somos tenemos que buscar y conocer nuestros antepasados, es por eso que entre todos hemos vuelto atrás para conocer la historia de Alto Verde’”. (https://www.concejosantafe.gov.ar/noticias/3428-las-calles-y-pasajes-de-alto-verde-ya-cuentan-con-nombres-propios/)
Para mejor ubicación el Concejo Municipal determinó en la norma que “…se incorporará un identificador numérico tomando como Norte al Riacho Santa Fe y como referencia Oeste al Canal de Acceso. Los criterios son los siguientes: las calles con orientación cardinal Norte-Sur con números pares; las calles con orientación Oeste-Este con números impares; los pasajes y pasillos con orientación cardinal Norte-Sur con el número par menor correspondiente a su altura y el subíndice correspondiente; y los pasajes y pasillos con orientación Oeste-Este, con el número impar menor correspondiente a su altura y el subíndice correspondiente”.
En la medida se estableció que las calles, que debía nombrar con cartelería el municipio, llevarían las siguientes denominaciones: “Aníbal Pedro Bustamante; Genaro Gregorio Loza; Rosa Verón de Astrada; Fortunato Herrera; Cosme Sosa; Santiago Aicardi; Blas Piedrabuena; Roberto Galarza; Lucio Oscar Suárez; Alberto Sabater; Demetrio Gómez; Ricardo Centurión; Lola Aguilar; Pedro Ignacio Paredes; Florencio García; Ángel Martínez; Jorge M. Ifrán; Sebastián Oliva; Ignacio Monzón; Lucio Clovi Villaverde; Carlos Mansilla; Protasio Luis Servin; Padre Aldo Bunting; Candelario Machemelle; Aristóbulo Quiroz; Nencuha Zabala; Padre Grenon; Ramón Benítez; Eduardo González Paz; Ana María de Gómez; Dolores Blanco de Monzón; Juan Cantero; Silvestre Begnis; Serapio Pérez; Héctor Rodríguez; Sara de Nuñez; Ramón Rivero; Ramón Daniel Lucero; Justo Durán; Libran Verón; Terraplén de Defensa Oeste; Terraplén de Defensa Este; Directora Gaidu; y Padre Carlos Acosta.
En tanto, los pasajes y pasillos llevarán como denominación a fechas conmemorativas del Distrito. Estas son: 11 de Febrero; 14 de Abril; 15 de Marzo; 18 de Enero; 22 de Agosto; 24 de Junio; 12 de Julio; 12 de Junio; 28 de Junio; 11 de Mayo; 6 de Junio; 5 de Mayo; 15 de Mayo; 26 de Junio; 10 de Agosto; 10 de Septiembre; 12 de Noviembre; 21 de Diciembre; 17 de Agosto; 10 de Octubre; 15 de Septiembre; 14 de Abril; 26 de Julio; 17 de Septiembre; 20 de Junio; 6 de Marzo; 23 de Septiembre; 15 de Abril; 23 de Abril; y 20 de Septiembre”.
Una postal de antaño
A modo de cierre de la historia del lugar es dable regresar a una antigua publicación del 1928 del diario Santa Fe que volvía a dar cuenta de Alto Verde en una extensa y detallada nota. Con la verba de un tiempo en el que los medios impresos eran referentes, el ocasional cronista se dejaba llevar por el misterio y la magua que inspiraba el barrio isleño, cuando todavía el arroyo El Quillá no había sido segado y transformado en el lago del Parque del Sur.
La publicación describía: “Allá enfrente, recortando el horizonte, se levanta el verde de un sauzal exuberante. Por entre su follaje se dejan ver una casilla pintada de rojo y el blanco de algunos ranchos, como alas de palomitas de la virgen. El paisaje, ya el sol inclinado hacia el Oeste, pone una nota de color a esa hora de claridad”. (Santa Fe – 23/12/1928)
Tal vez en congruencia con este pasaje de la historia de Alto Verde el siguiente fragmento de la nota debería leerse, a la distancia de casi cien años, como un relato, un breve cuento realista de lo que era el albardón en aquel tiempo. “El canoero atraca su canoita frente a la casa roja, una especie de galpón para cereales y la amarra en el tronco de un árbol seco. No es fácil la bajada. Piedras, terrones barrosos, resaca, pedazos sueltos de madera isleña llena la orilla. Hay que andar a saltos hasta subir a la barranca de suave pendiente. Un airecito fresco juguetea entre el ramaje de la arboleda, plena de sombra y de verdor. Desde allí, hacia el norte y hacia el sureste se contempla una larga avenida, emparedada de árboles y de enredaderas a los costados. Es la calle única de Alto Verde. Averiguamos. La casa roja es la capilla. Allí concurre un sacerdote los domingos a rezar los oficios cristianos a todo ese pueblo, que un escritor lo llamó hace poco ‘de infieles’”. (Santa Fe – 23/12/1928)
La recorrida lleva en las palabras a ese Alto Verde en formación, cuando el puerto de ultramar se encontraba en su apogeo, poco antes de la gran depresión del ’30. “Marchamos entre la fronda. De uno y otro lado asoman chiquillos. Las aves. Los perros que nos miran sin ladrarnos. Las mujeres, hacendosas, trajinan en sus casitas humildes activamente. Alguno que otro criollo, junto al brasero, coronado con la pava clásica, toma su mate, silenciosa y filosóficamente. Desde la orilla opuesta del canal de derivación llegan los rumores del trabajo en los buques, en los guinches, en las locomotoras que andan de uno a otro lado llevando y trayendo vagones, hipando (gimiendo), como enormes animales de vapor. Las casitas, unas juntas a otras, hermanas cariñosas, se apiñan, se alinean en aquella altura de la isla. Casitas de embarrado, blanqueadas unas, al natural muchas, no pocas de quincho pajizo.
Sus dueñas (¿dueñas) les han puesto algo de coquetería femenina, tapizándolas de enredaderas de campanillas multicolores. No faltan los jazmines, tampoco escasean las margaritas. Todo eso pone paletadas de color y alegría. Pero el barrio… el barrio no tiene si no lo que sus vecinos han hecho. Y han hecho lo que han podido”. (Santa Fe – 23/12/1928)
Pero lejos de quedar en una mera descripción casi literaria del caserío, el cronista enmarcaba el atraso del barrio y lo ponía en contexto con la riqueza y crecimiento económico que se generaba al otro lado de las aguas. “Esa lonja, tan cercana a la ciudad, habitada por centenares de familias trabajadoras, ha podido, puede ser un barrio de los más pintorescos de la ciudad. Bastaba que lo hubiera querido el gobierno. Con tantos millones como se han manejado en los últimos años, aquello ha debido convertirse en un jardín, edificando casitas para obreros, limpias, higiénicas y vendérselas en pequeñas cuotas. En cambio se tiene como una factoría del puerto. La gente habita allí porque en alguna parte ha de estar. En un país de gran extensión territorial esas familias obreras se ven reducidas a un dedal de tierra. La suficiente para el rancho y algunos metros más.
– Ah, si esta parcelita fuera mía, nos decía un vecino, yo la haría un jardincito. Y mi casita sería un nido.
Un amigo ingeniero, nos contaba que en sus andanzas por Estados Unidos, había visto muchos barrios de obreros en las riberas de los ríos, pero ¡qué barrios! Blancos, urbanizados, bonitos. A nosotros estas cosas no nos ocupan. Que el pobre se vaya hacia el Salado, hacia el bañado arisco, como decía El Judío. Ese barrio está junto al río por un lado y a los pantanos por el otro. Sólo el albardón, arbolado, es habitable, cuando no hay mosquitos”.
En ese 1928 había una oficina del teléfono, a cargo de Antonio Bullón, que expresaba al redactor de la nota las principales dificultades del barrio, “Sin luz de noche. Escasa vigilancia. Incómoda la comunicación con la ciudad. Sin una sola medida de salubridad pública”. Aunque destacaba que la estación sanitaria que existía, por empeño del doctor Tiscornia, era el único médico que el pobre de Alto Verde podía tener.
Pero luego don Bullón daba a saber que “…el vecindario tiene buen espíritu y es tranquilo. Tan tranquilo que no tiene siquiera un edificio para escuela, ya que no puede llamarse tal el rancho semiderruido donde función, y no protesta. Calla. Espera, hasta que las autoridades les dé el gusto de venir a ver estas cosas”. (Santa Fe – 23/12/1928)
Como una postal del regreso de los vecinos trabajadores de Alto Verde, el final de la jornada marcaba esa peregrinación fluvial cotidiana hasta el paraje: “Mientras platicábamos por el barrio, los pitos del puerto, del molino, de la fábrica de colorantes y de otros talleres habían anunciado la terminación del trabajo del otro lado. Los obreros, criollos todos, con el saco al hombro, con el chiripacito a manera de culero, empezaban a llegar a sus hogares. En sus rostros morenos, flácidos, sudorosos, no se notaba la tristeza de los flojos. Ta bajo la enredadera, humeaban las pavas para el amargo, y el olorcito del churrasco se dejaba sentir incitante, poniendo algo de ese bienestar que siente el alma ante la esperanza del descanso y de las dulzuras de la vida en paz”.
Llegaba el final de ese recorrido por Alto Verde en 1928, tal vez no tan diferente a lo que siempre ha sido, y tal vez lo que será, sin boteros, con puente de madera, o de hormigón, pero siempre al otro lado de la orilla de la ciudad: “La hora de retornar a la canoa del criollito había llegado y nos pusimos en viaje, en tanto el silencio de la tarde se quebraba con el canto de los marineros de los trasatlánticos y el gangoseo de alguna acordeón que gimoteaba a borde de un patacho de cabotaje”. (Santa Fe – 23/12/1928)