Barrio Puerto – El modelo agroexportador

El puerto de Santa Fe y el Modelo Agroexportador

La etapa más floreciente del puerto santafesino está ligada a las necesidades emergentes del modelo agroexportador vigente en Argentina hasta 1930. En efecto, el nuevo puerto fue vital para transportar los productos (cosechas,  explotación forestal del norte) transportados por los ferrocarriles Chaco-Santa Fe y del Oeste.

Era el tiempo en que la “oligarquía con olor a bosta de vaca” –en palabras de Sarmiento– regía firmemente los destinos nacionales. La hegemonía política y económica giraba claramente en torno a los intereses asentados en el modelo agroexportador. El círculo social exclusivo que regía los destinos argentinos  debatía en las sobremesas de la Sociedad Rural, del Club del Progreso y del Club de Armas. Las dos terceras partes de los miembros del Congreso Nacional pertenecían a las clases altas.

El Estado nacional era el principal ámbito de poder político de las clases dominantes (léase la burguesía pampeana). Ese sector terminaría arrasando con las oligarquías regionales no vinculadas directamente al mercado mundial.

El modelo agroexportador consolidó una estructura económica dual dividida entre una pujante región pampeana integrada a la división internacional del comercio y por atrasadas economías regionales. El sistema troncal de ferrocarriles en forma de abanico –con centro en Buenos Aires- fue funcional a la consolidación de este modelo y a la decadencia de las articulaciones económicas coloniales forjadas históricamente en torno a la minería altoperuana. Las localidades del norte argentino sufrieron severamente esta reorganización del espacio económico y terminaron añorando su antiguo rol de proveedoras de insumos para la minería potosina.

Los indicadores sociales reflejaron claramente esas asimetrías territoriales. La esperanza de vida de un habitante del norte argentino era once años inferior al promedio nacional en 1914. En algunos casos, las economías provinciales se transformaron en verdaderas economías de monoproducción a partir de la aplicación de políticas públicas específicas tales como exenciones impositivas y/o créditos. Eso es lo que ocurrió con el azúcar tucumano, la yerba mate misionera, la vitivinicultura cuyana, la caña de azúcar en el noreste argentino (Tucumán, Santiago del Estero, Salta, Jujuy y Catamarca), la producción algodonera chaqueña, la producción de manzanas y peras en el Alto Valle rionegrino y la explotación forestal en la zona del Gran Chaco.

Por su parte, la reducida producción industrial quedó reducida a aquellas actividades vinculadas estrechamente con el modelo agroexportador (compañías metalmecánicas que acompañaban las necesidades asociadas a la construcción de los ferrocarriles, fabricación de bolsas de arpillera para el traslado de la cosecha, frigoríficos, etc).

La estructura económica-social resultante de ese esquema fue muy injusta. Los conflictos sindicales, el grito de Alcorta e incluso un informe (Bialet Massé) surgido desde las mismas entrañas del régimen conservador dominante  dan cuenta de una sociedad muy alejada de cierta imagen mítica asociada al rol de “granero del mundo”. La distribución desigual de los frutos del progreso no eran el único problema sino que además el modelo era extremamente dependiente del endeudamiento externo. Esas debilidades salieron a la luz a raíz de las consecuencias derivadas del denominado jueves negro de octubre de 1929. En efecto, el crack de la Bolsa de Nueva York desató una intensa crisis económica internacional. El pánico financiero provocó que treinta y ocho millones de títulos fueran ofrecidos a la venta en la bolsa neoyorkina en tan sólo tres días.

El índice bursátil industrial Time se derrumbó -entre septiembre y noviembre de 1929 – un 50 por ciento. Las desesperadas medidas implementadas por las autoridades norteamericanas no pudieron revertir el pesimismo reinante y la debacle se trasladó rápidamente al sistema bancario. Así, la cantidad de entidades bancarias se redujeron a la mitad en apenas cuatro años. La crisis se extendió rápidamente al sistema productivo a través de la caída de la producción, el consumo y del empleo. Las quiebras de firmas comerciales e industriales se multiplicaron exponencialmente.

La debacle norteamericana produjo una severa retracción de los volúmenes y precios del comercio internacional. El descenso de las exportaciones y el empeoramiento de los términos de intercambio – en el período 1929-1932 – provocaron una caída del poder de compra de los países latinoamericanos cercano a un 50 por ciento. La restricción a las importaciones se convirtió en una práctica mundial.

La economía argentina no permaneció ajena a las consecuencias de esta crisis económica internacional debido a que ese modelo mirando “hacia fuera” lo convertía en fácil presa de las vicisitudes de la demanda externa.

Las consecuencias más inmediatas fue una fuerte caída de sus exportaciones (tanto en volumen como en precio) y de sus ingresos fiscales (dado que la estructura tributaria se encontraba fuertemente asentada sobre los tributos al comercio exterior).

Era el final del modelo agroexportador y el comienzo de un nuevo esquema económico.

Diego Rubinzal

Bibliografía consultada

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Rubinzal, Diego Leandro (2010), Historia económica argentina (1880-2009) Desde los tiempos de Julio Argentino Roca hasta Cristina Fernández de Kirchner, Editorial Centro Cultural de la Cooperación, Buenos Aires.

Barrio Puerto – El modelo agroexportador

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