Barrio San Pantaleón – Vecinos

Atilio Rosso, el cura de los barrios

El padre Atilio Rosso llegó al barrio San Pantaleón de la mano de un vecino, Dávalos, que conocedor del trabajo de la fundación creada por el presbítero acercó a “Los Sin Techo” para cambiar por casitas una treintena de ranchitos, atrás del cementerio, allá a fines de los 80’.

Pero este cura de los barrios, como otros que estuvieron y están cerca de los vecinos más allá de la fe, no sólo caminó por San Pantaleón. Rosso, con la cruz en una mano, y una cuchara de albañil en la otra, hizo que su devoción por Cristo cambiara la vida de los más pobres en la tierra, en sus barrios postergados y olvidados de las políticas públicas, de las acciones privadas, del Mercado.

Atilio Rosso era cordobés, oriundo de Leones, donde nació el 23 de noviembre de 1929. Su vinculación con la ciudad de Santa Fe deviene de haber estudiado en la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad Nacional del Litoral, en la que se recibió de doctor en Química. Ese caminar por los pasillos que desembocan en el “octógono”, y un tiempo de mucha participación política desde el estudiantado, lo llevó a relacionarse con en el movimiento estudiantil de los años ‘50. Así nació en el joven Atilio el compromiso con su tiempo, y su ideal de un mundo más igualitario.

Pero pronto la vocación sacerdotal se encendería con más fuerza que su pasión por la Química. De este modo, en 1959 llegó a las puertas del seminario de Santa Fe para comenzar el camino de la fe como sacerdote. Ese sendero lo llevó a celebrar su primera misa muy lejos de los barrios de Santa Fe, en Alemania, en septiembre de 1965. Luego, en 1966, también un 18 de septiembre, celebró la primera misa en su ciudad natal.

Sin embargo, fe en Dios, compromiso por los humildes, por los estudiantes, y las ansias de un mundo mejor, no se contrapusieron en Rosso. Al contrario, se amalgamaron y lo llevaron en 1965 al rectorado del Colegio Mayor Universitario de Santa Fe, cargo que ejerció hasta su muerte. No por nada, en la sede del Colegio, sita en San Jerónimo 3328, se realizó el Primer Congreso para Sacerdotes del Tercer Mundo, el 2 de mayo de 1970. En ese encuentro de los “curitas villeros”, como despectivamente los llamaban, se buscó llevar el Concilio Vaticano II a una nueva instancia, de renovación de la Iglesia. Fue un congreso que contó con la presencia incluso de algunos obispos, como la de Monseñor Vicente Zaspe, entre los más destacados. El documento, resultado de ese encuentro, fue firmado por todos, y entre las primeras rúbricas estaba la de Rosso.

Su acción pastoral comenzó cerca de la ciudad capital de la provincia, Monte Vera, donde entre 1975 y 1988 estuvo a cargo de la parroquia “María del Carmen”. Esta parroquia tenía bajo su dependencia las capillas de Constituyentes, Arroyo Aguiar y Ángel Gallardo. Y tal vez fue allí, en sus primeros pasos por las calles arenosas entre pobrerío de las quintas de verduras y hortalizas de los patrones que Atilio Rosso cultivó la idea de hacer “algo más” que sólo llevar la biblia y la cruz a los más necesitados.

De este modo se vinculó con la comunidad boliviana de Ángel Gallardo, y logró trabajar con ellos, con un primer paso, documentarlos. Junto a los venidos del norte fundó el Club Tarija, nombre que obedeció a la procedencia de la mayoría de los bolivianos afincados en las quintas. Junto a estos inmigrantes latinoamericanos, en 1983 Atilio viajo a Tarija para traer a Ángel Gallardo la “Virgen de Chaguaya”, que además dio nombre al templo que construyeron con la comunidad.

El sentido de generar oportunidades, de igualar, se expresó en el padre Rosso en la creación de entidades, instituciones, que canalizarán acciones con ese objetivo de dar dignidad a los pobres. Entre esas acciones se cuenta para ese tiempo la creación de la escuela de oficios “Formación Profesional Acelerada”, en la que se dictaban unos catorce cursos de oficios para adultos. Y como sería una marca indeleble para su acción de vida, los cursos comenzaron y se desarrollaron en los centros comunitarios barriales.

Los Sin Techo

Una profunda significancia tiene la vivienda para la dignidad del ser humano. Acaso por ello Atilio Rosso, al ver y compartir el lugar de vida de los más pobres, en condiciones contrastantes para la segunda provincia de la Argentina, en las afueras de su capital, habrá pensado –y sentido– que el primer paso hacia la dignificación del hombre no era correrlos de un lugar a otro, de una villa cercana a una escondida entre bañados o monte, lejos del centro, de lugares apetecibles para el negocio inmobiliario de una Santa Fe en expansión urbana, sino levantar sus casas en el lugar del que se sentían parte. “Los Sin Techo”, a la luz de la obra realizada por el curita de los barrios, adquiere la real dimensión con una vivienda de material, construida entre todos, con un sitio en el mundo, propio, con título del terreno, con una comunidad detrás, sin ser “corridos”, como en la época de la Dictadura Cívico/Militar del 76’.

Lo que terminó siendo una entidad que trascendió las fronteras del continente empezó con algo mucho más humilde, como le gustaba pensar y actuar a Rosso. Todo comenzó en Monte Vera y Ángel Gallardo, en 1985, con el “Plan de Los Sin Techo hacia los 500 años de Evangelización”. El objetivo era desandar los años que faltaban para llegar a 1992, fecha de los 500 años, con acciones para igualar, para dignificar. Lejos de la dádiva.

De todas maneras, incansable en su tarea, motivador con los demás, convocador de colaboradores, Atilio Rosso creó a los tres años, en 1988, el “Movimiento Los Sin Techo”, entidad reconocida –y apoyada– por la Fundación Interamericana de Estados Unidos de América o la Cooperativa NCIV de Holanda, el organismo clerical Advenia de Roma, la Unión Europea, el organismo Miseerior del episcopado Alemán, y su par Sebemo de Holanda.

Como anticipándose a lo que vendría, el Plan del padre de 1985 encontró mayor sentido cuando en 1987 las Naciones Unidas declararon “El Año Internacional de Los Sin Techo”. Justamente, ese año Juan Pablo II redactó un documento bajo el título que es más una pregunta que una sentencia: “Qué has hecho de tu hermano sin techo”. En ese escrito el Papa rescataba como experiencia en Latinoamérica la tarea de “Los Sin Techo” encabezados por el padre Rosso.

Muchos han sido luego los reconocimientos y declaraciones para con el Movimiento que recaló en la sede del Colegio Mayor Universitario, aquel que lo tuviera en su juventud estudiantil a Atilio Rosso como uno de los más encendidos protagonistas y oradores de cuanta asamblea hubiera.

En la publicación que el diario El Litoral realizó el día del fallecimiento se destaca sobre Los Sin Techo, “En el período 1985-2000, desarrolló una estrategia basada en responder al derecho a la vivienda, al desarrollo del hábitat y a la falta de organización del sector marginado. En este período, se beneficiaron 7.000 familias con planes de erradicación de ranchos y 1.500 con provisión de agua potable domiciliaria. Además emprendió un proyecto de desarrollo urbano, capacitación, salud, atención a niños con carencias nutricionales. Desde el año 2000 viene desarrollando una segunda etapa destinada a proteger el derecho a la vida y ayudar a los niños a alcanzar niveles de desarrollo intelectual normales. Cuenta con 11 centros de salud materno infantil y con 16 jardines maternales. Ha instalado la primera red inalámbrica de Internet en los barrios periféricos con más de 120 computadoras destinadas a la estimulación educativa”.

Acaso no muchos organismos del Estado en el territorio de la ciudad de Santa Fe pueden exhibir tales logros en tan breve lapso de tiempo. Es que Rosso y sus seguidores hicieron partícipe a la comunidad beneficiaria de sus mejoras y acciones. Con ese sentido solidario, y el voluntariado social, tan poco valorado muchas veces, Los Sin Techo han logrado que cada apoyo económico gubernamental, privado, institucional, haya tenido un claro, transparente y eficiente destino. Siempre lejos de la política partidaria de turno, Rosso y su gente se hicieron merecedores del más grande reconocimiento, más que el del Rey de España, y es la valoración de la propia comunidad, de los mismos humildes santafesinos con los que caminó, predicó, educó, levantó paredes, techos, y la voz para defenderlos y visibilizarlos.

Sobran entonces los motivos para las palabras sentidas en la despedida que le hiciera Santa Fe en 2010, cuando de viaje a Mendoza con un cura amigo, el padre Raúl Alcorta, a los 80 años falleció de un infarto en un humilde hotel de Villa Mercedes, San Luis. Dijo su compañero de viaje, al relatar al vespertino local los últimos momentos de Atilio, “Murió como ha vivido, realmente en paz”, y agregó para la crónica cuáles fueron las últimas palabras mientras rezaban esperando que llegara la emergencia médica: “Tranquilo, tranquilo, ya me voy con Dios”. (El Litoral 23/4/2010).

Su velatorio, en el Colegio Mayor Universitario, y el paso del cortejo fúnebre por cada uno de los barrios que lo vio caminar, arremangarse la camisa y alcanzar ladrillos, llevar computadoras a los pibes pobres, abrir jardines maternales, comedores comunitarios, construir y dejar huella. Así, en cada barriada, el abrazo cálido y protector del padrecito Atilio arrancó lágrimas y aplausos en su despedida.

El Litoral recogía esos testimonios en cada centro comunitario de Los Sin Techo. “‘Era como que se me había partido el corazón’. Así recordó Mercedes, entre lágrimas, el momento en que se enteró de la muerte del cura. Y recordó como ‘la primera piecita de Los Sin Techo la tuve, por él, de material’. Y afirmó que ‘todo Alto Verde’ comparte el dolor porque ‘el padre era único’. La misma congoja manifestó María, del mismo barrio, quien dejó constancia de que Rosso ‘era una buena persona, un hombre muy solidario que ayudó a todos con sus casitas’. Luego de recorrer Alto Verde, el cortejo desandó el camino para volver a ingresar a la ciudad y llegar hasta el barrio Centenario, donde también fue nutrido el grupo que se formó, unido por la pérdida común de la persona que tanto trabajó junto a ellos. Es ‘una tristeza, porque el barrio ha cambiado’ gracias a él. ‘Éramos pobres y seguimos siendo pobres, pero es una cosa muy distinta porque hizo mucho por Santa Fe’ dijo María Laura, del barrio ubicado en las cercanías de la cancha del Club Atlético Colón. No menos dolorida estaba Isabel, quien recordó en medio de su congoja cómo el padre les enseñó ‘a trabajar en comunidad, a convivir entre nosotros’. ‘De un rancho, nos sacó a una casa de material, él nos enseñó el camino. Es un dolor muy grande que tenemos’ manifestó”.

Y como legado final de su vida, el padre Atilio Rosso, el mismo de atuendo sencillo y vida austera, logró otra de las cosas importantes para los prohombres públicos de Santa Fe, que su obra y su desvelo lo trascienda y siga vivo, presente, con proyectos y trabajo para los más humildes.

Jorge Jourdán, asesor del Movimiento, declaraba al medio citado en aquella despedida: “Hay que ver su muerte desde esas dos ópticas, como él quería. Atilio fue un sacerdote que vivió pensando en la resurrección y murió rezando. Cuando se descompuso, según nos contó el sacerdote que lo acompañaba, le pidió que rezara antes de llamar al médico”. Jorge estuvo vinculado a Los Sin Techo desde 1986. Mencionaba en ese 2010 que “El padre estaba organizando el festejo del bicentenario en el barrio San Pantaleón y estaba muy entusiasmado con eso”.

En primera persona

El sitio web de Los Sin Techo rescata las palabras de Atilio Rosso en una conferencia dictada en la sala “ATE Casa España” realizada en febrero de 2005 en el que el Movimiento recibía la visita de una entidad de bien público de España. En la introducción de ese encuentro el padre decía:

“Queridos amigos: Permítanme que empiece el acto dirigiéndome a aquellos que son el objeto de nuestra presencia aquí que es: El Mundo Marginal. El mundo marginal convocado por el Movimiento Los Sin Techo hoy, representante de los padres de trece guarderías, llegan aquí para escuchar los hombre y las mujeres que les acompañan en este momento tan difícil para asumir la dignidad de la vida, por eso nuestra primera palabra es un homenaje al mundo marginal, a la difícil vida de los marginados asechada diariamente por el peligro de la degradación; vida que requiere un gran esfuerzo moral, que precisa de actitudes valiosas para afrontar la dureza de la vida y superar la crisis que esta dureza provoca.

En el mundo marginal la dignidad humana requiere una vida heroica para poder construir su existencia y contribuir a sostener el rol de la dignidad de la vida, la marginalidad es el resultado final del subdesarrollo donde el niño sufre el mayor impacto, el niño paga las consecuencias de una pobreza extrema sustentada en la falta de la legislación familiar. El analfabetismo, la falta de salud, la ausencia de una inserción digna en el mundo del trabajo, la falta de capacitación, el escaso saneamiento ambiental y la lacerante promiscuidad.

No es un problema solamente de alimento, es un conflicto social más profundo, por eso estas primeras palabras son un sincero homenaje a ellos, al mundo marginal, porque en la vida del mundo marginal hay una verdad y una realidad que merece ser conocida y valorada”.

El ejemplo de Rosso como hombre de fe -y de Dios entre los hombres- caló también en la Iglesia, en muchos sacerdotes que siguen cerca de la pobreza, la marginalidad. Y así lo despedían en una misa desde la parroquia San Francisco Javier, de la ciudad de San Javier, ese templo donde está la imagen de San Francisco Javier de tez morena, tallado por los mocovíes en algarrobo para que se parezcan a su color de piel, y que fuera puesto en versos por Julio Migno.

Decía el padre Sergio Capoccetti en esa celebración del 23 de abril de 2010: “Desde aquí. Muchas veces he tenido la oportunidad de conversar con el padre Atilio, de él he aprendido muchas cosas en referencia al sacerdocio. Siempre fue sacerdote, celebrando al Resucitado y ayudando a otros a que encuentren el camino para encontrar al Salvador.

Nadie podrá reemplazarlo, nadie. Su labor ha sido reconocida mundialmente, pero no ha sido valorada nunca en nuestra Iglesia de Santa Fe de la Vera Cruz. Tenía sus métodos, y para los que nos habían enseñado «otros» métodos nos parecían malos, pero por los frutos sabemos cuál era el ‘método’. Cristo es el método. Pero también hay que darles de comer (como Él nos enseñó en su Evangelio) No solo pan y arroz, sino dignidad y sobre todo, dignidad. Cristo en el mensaje, Cristo es el salvador. Cada enojo, cada logro, cada caricia del ‘padre Rosso’ era del Señor.

En la Iglesia santafesina hoy queda un gran espacio que nadie podrá llenar. Que Dios le muestre su rostro plenamente, aunque él ya lo sabía reconocer en cada hombre, mujer y niño ‘sin techo’. Padre Rosso, el Señor te quiere regalar un descanso en paz, pero no creo que lo logres tener, desde ese lugar seguirás trabajando (y mangueando gracias) por toda tu gente”.

Atilio Rosso dejó huella en cada barrio que caminó, en cada casa que construyó, en cada corazón que cautivó para el amor por el prójimo. Siempre de lentes, alto, fornido y haciendo honor a su apellido itálico, de profunda mirada de ojos claros, su ademán de “gringo bueno”, cambió las juntadas de estudiantes por la parroquia, y el barrio marginado. Y así se despidió de los santafesinos en abril de 2010 para volver a su pueblo de Leones, a descansar en su tierra, tal como fue su voluntad.

 

 

http://sanjavierargentina.blogspot.com/2010/04/pbro-atilio-rosso.html

https://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2010/04/23/informaciongeneral/INFO-01.html

http://sintecho.org.ar/pages/historia-movimiento-los-sin-techo/278-recordando-al-padre-atilio

https://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2010/04/24/metropolitanas/AREA-01.html

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