Barrio Villa del Parque – Vecinos

Osvaldo Catena, El Cristo Obrero de los pobres

“Mi barrio pobre, marginado y olvidado, te vio un día, ya lejano, caminar, por primera vez, sus calles polvorientas, como algo extraño, sin comprender lo que querías. Fuiste, sin embargo, una personalidad que despertaba confianza. Y Así tu presencia cotidiana, golpeando puertas para ofrecerte como un alivio, en función de servicio, a tanta pobreza, a tantos problemas, fue ganando amigos que se sumaron a tus fuerzas, a tus deseos inmensos de comunicar tu Fe, tu Esperanza, y tu Amor a una Comunidad olvidada. Y a la par de la Palabra de Dios que proclamaste con profunda convicción y sencillez para que todos la entendieran, fuiste haciendo entregas sucesivas de obras necesarias para el desenvolvimiento digno e integral del barrio, con el sudor de tu frente, nucleando gente a tu alrededor, algunos que se consideraban perdidos, para concretar lo que hoy se manifiesta con legítimo orgullo, Escuela y Templo, con la Luz que iluminó y seguirá iluminando a mucha gente de tu Comunidad querida. Villa del Parque, Cristo Obrero”. (“Padre Osvaldo Catena, el pueblo escribe su historia” – Ediciones UNL – 2006).

Hay personas que dejan huellas al caminar por la vida, y esas marcas del derrotero de la existencia no se borran ni con el tiempo, ni con la opresión. Viven en la memoria de la gente por donde esa persona transitó. Así, Osvaldo Catena, dejó sus huellas en las calles de tierra con cunetas, en los ranchitos de chapa y cartón, en los corazones de los vecinos y en la historia -no sólo de Villa del Parque- sino de la ciudad.

Como lo recordaba Juan Manuel Fernández en el programa “Alma de Barrio” de LT10, “Catena venía desde los pobres, había nacido en Mariano Saavedra, provincia de Santa Fe el 13 de Abril de 1920. Sus padres eran humildes personas de pueblo que tenían una panadería, donde Osvaldo ayudaba de niño. Al concluir la escuela Primaria define su vocación por la fe e ingresó al seminario a los trece años de edad. Gracias a un violín, regalo de don Serafín, su papá, formó la orquesta sinfónica del Seminario de Guadalupe, aprendió a tocar la quena, el armonio y así se transformó en un gran músico, un gran compositor, de la música sagrada y la liturgia”. (“Alma de Barrio” – 2003 – LT10 Radio Universidad AM 1020)

Viejos vecinos lo recuerdan llegar al barrio Villa del Parque un 26 de septiembre de 1956, vestido de sotana y con una valija en la mano. Rápidamente buscó la manera de comunicarse con la gente, fue entonces cuando tomó su acordeón, buscó un baldío, que era de los primeros pobladores de apellido Starder y se puso a tocar. Fue justamente Orfilia Starder la que cedió el terreno para la construcción de la capilla y de la escuela. Tras el llamador de la música y la fe, con su andar y decir campechano, primero se le acercaron los chicos, después algunas señoras y al final los hombres del barrio. Así, con una verdulera, llevando a Cristo a la gente, el padre Osvaldo Catena comenzó la utopía de hacer un mundo más justo e igualitario para los pobres. Y empezó su gran obra por Villa del Parque.

En el documental “El Hombre Nuevo, el hombre que te debo mi país. Padre Osvaldo Catena, producido por la Fundación Padre Osvaldo Catena y realizado por Matecosido Producciones en 2007, hay testimonios de vecinos del barrio que lo recuerdan muy bien. Como Mari Ayala, que decía a las cámaras: “El padre recorría todas las casas, no que venía a mi casa únicamente, a todos, y venía con el ‘bagayito’, porque era un mantel a cuadros que tenía, y venía y a veces no había lugar ni nada, y él decía ‘no importa’, se ponía en el suelo, ponía el mantel, buscaba un tarrito se sentaba a compartir todo lo que tenía, dejaba todo, todo…”.

En ese primer predio, en la casilla que había conseguido prestada el padre, algunos dicen que era del FFCC otros de La Forestal, se oficiaba misa los fines de semana y de lunes a viernes se daban clases en el comienzo de la escuelita. También había un servicio de salud que Catena había conseguido gracias a la colaboración de una enfermera (Zulema) y de los doctores Demarchi y Beltramino. Uno de los colaboradores del cura fue Gucho Díaz, “un hombre simple y trabajador, albañil de profesión”, recuerda la publicación. Ese aparcero trabajaba con Catena, que de a ratos amenizaba la jornada con algunos valsecitos criollos en su acordeona. Dicen que para terminar la escuela, la de material, el padre Catena tuvo que vender su propia moto, una “Papperino”, y hasta el acordeón.

Catena era uno más en el barrio. De ese modo lo recuerda también en el documental “El Hombre Nuevo, el hombre que te debo mi país. Padre Osvaldo Catena Toto Paz: “Y aparece Catena… (con una pausa y una inspiración que añora el recuerdo) aparece Osvaldo… y tenía ese ‘che’ fabuloso donde me dice ‘che… ¿se puede?…’ y le digo ‘pase Osvaldo’. ‘No pase no… pasá decime…’. Bueno pasá, le digo,… agarrá un par de ladrillos y sentate…”. Y continuaba con el relato de aquella conversación: “¿no sé qué vino tomás?… y me dice… ‘yo tomo Rojo Trapal…’ bueno servite le digo… y agarró con ese estilo campechano que tenía y ese sinceramiento se le dibujaba en el rostro, y en esos ojos tan celestes que parecían una nube cuando el cielo está bien limpio…”.

Para 1968 el padre Catena decide vivir las 24 horas en el barrio, es decir, tener su morada en Villa del Parque. El propio clérigo explicaba a la Revista “Pan y Trabajo”, en julio de 1974 sus razones: “Fue en el año 1968. En aquella época parecía una aventura que un cura se fuera a vivir a un barrio, en un ranchito; además esto no era lo que es hoy, no había calles, ni luz casi, tenías que caminar seis, siete cuadras para encontrar una canilla, pero yo me sentí muy cómo de entrada, y los mejores años de mi vida los he pasado aquí, te lo digo sinceramente, porque aquí me encontré a mí mismo… El hecho de estar al servicio de los pobres fue una constante de mi vocación de cura. Pero siempre lo interpreté de un modo que yo llamaría ‘limosna pastoral’ o sea, que lo que sobre de tu tiempo, de tu actividad, eso es lo que se da a los pobres. Empecé a venir al barrio hará unos catorce años, más o menos. Venía los domingos, reunía a los chicos para jugar al fútbol, después les daba catecismo y al final la Misa.

Hasta que un día un viejito del barrio me dijo: ‘Padre, está bien lo que usted hace, que en vez de quedarse en su casa venga aquí a ayudar a la gente, ¿pero podría ser al revés? Que usted viviera acá y los domingos a la tarde fuera a jugar al fútbol y a enseñar catecismo a los chicos de la calle San Martín?, es decir a los chicos del centro de Santa Fe’. Eso me dejó mal, me trabajó mucho por dentro. También me di cuenta de que el viejito tenía razón. Entonces me vine a vivir al barrio.

Al principio tenía grandes ideas, unos proyectos geniales, pero veía que no caminaban, que a la gente no le interesaba eso tan perfecto que yo traía. Y entonces me di cuenta de lo que tenía que hacer era convertirme en discípulo, sin perder lo que yo era, digamos, poniéndolo en remojo, tratando de recrearlo en el diálogo con la gente…

Al principio creamos un grupo juvenil que después desapareció. La intención nuestra fue más bien no crear instituciones paralelas, sino volcar nuestro contenido en las que nacían del mismo barrio. Al principio sólo existía la Unión Vecinal, pero después fueron naciendo Comisiones de loteo, de jóvenes, la escuela, el grupo de madres para Guardería y otras más.

Yo a veces me reprocho que aquí en el barrio con todos estos trabajos pensamos poco en la Iglesia como institución, no tenemos ni capilla siquiera. Pero otras veces me parece al contrario, que una gran intuición fue no convertir esto en algo clerical. Tenemos el terreno para la iglesia, y estamos siempre por empezarla, pero el año pasado (por 1973 con la crecida del Río Salado que derribó el puente de la Autopista) con la inundación no pudimos hacer los cimientos. Así que seguimos funcionando en el aula de la escuela donde además se dan clases, se hacen bailes, asambleas, todo se reúne allí. Y por un lado parecería que la imagen que la gente tiene de la Iglesia es algo muy débil, muy borroso, porque ni siquiera hay edificio. Y sin embargo, yo observo signos muy grandes de crecimiento cristiano en la gente. El compartir a fondo las cosas, por ejemplo, como pasó con el asunto del agua. Aquí había solamente dos canillas para todo el barrio; entonces se peleó para conseguir que la Municipalidad instalara una por manzana. Un poco después les ofrecieron a algunas familias, que podían pagarlo, la posibilidad de instalarles una canilla en su propia casa. Eso se discutió entre todos, y al final, se decidió que no se instalarían canillas individuales hasta que todas las familias, y no solamente algunas, estuvieran en condiciones de hacerlo. Cuando veo estas cosas me consuelo de que no se den muchos frutos en lo institucional, en la actividad estrictamente religiosa. Creo que a lo mejor es así como tiene que ser la Iglesia: hacer el papel de levadura, que no se deja ver, pero que está dentro de la masa”.

Según el libro editado por la fundación que lleva su nombre, Catena compró el 4 de mayo de 1968 a un señor de apellido Bustos el terreno y el ranchito que éste poseía en Villa del Parque. La humilde vivienda tenía tres piezas (una para atender la gente, otra como cocina y la tercera de dormitorio), la primera y principal daba a calle Echeverría (que era la entrada principal del vecindario). “Su fundamental mobililario eran los libros en una estantería… una foto de Evita… ¡Y qué hermosa era la ventana fija hecha sobre barro con botellas multicolores!”, menciona el escrito. Ese ranchito, ámbito de reuniones y de su acción pastoral y social, fue deteriorándose hasta quedar entre ruinas, mientras, Catena con la ayuda de algunos vecinos fue levantando una casita de material, que pese a los ladrillos, perdió su techo de paja en una tormenta. Esa noche del temporal se lo veía al cura rescatar libros entre el viento y la lluvia. En esa precaria morada se compartía todo, y se repartía el guisito criollo con los que vinieran.

Catena no estuvo solo, su obra que dejó marcas indelebles fue una construcción colectiva y movilizadora. Estuvo acompañado por seminaristas, otros sacerdotes, jóvenes, vecinos, hasta la recordada Hermana Teresita, que recorría el barrio también junto al padre. Sobre aquel tiempo de compromiso y trabajo solidario, Bachi Dowzcyk recordaba en el referido documental de 2007: “…había una camada de jóvenes y pibes que laburaban en la vecinal, que laburaban con el cura en la iglesia, es decir que había una movilidad, había una participación”. Es que el padre Catena prestaba mucha atención a los jóvenes. En los veinte años que estuvo en Villa del Parque promovió la creación de varios grupos juveniles que trabajaron por el barrio. Algunas obras fueron la escalera para cruzar las vías o las viviendas que se construyeron para los ancianos y las madres solas.

Como fuera rescatado en “Alma de Barrio”, por los micrófonos de la radio universitaria, Juan Manuel Fernández recordaba: “El padre Catena promovió el trabajo, la responsabilidad y el sacrificio entre los vecinos. Pero también fomentó el acercamiento, el fortalecimiento de los lazos sociales. Se recuerdan entrañablemente los picnics en Guadalupe: en el Seminario o en el Prado Español. Cada uno llevaba su comida para compartirla con los demás vecinos. Y ni hablar de los campamentos que organizaba Catena. Todavía quedan en la memoria los que se hicieron en la isla «Timbó» o la excursión al «peñón del indio enamorado» en las sierras cordobesas. Las enseñanzas de estos campamentos podrían resumirse en una frase que el padre Catena dijo una vez cuando subían el cerro Uritorco en Córdoba: ‘Lo importante es llegar… pero juntos. Lo mismo en la vida… luchar para que nadie se quede atrás’”.

La música, antes y más allá del barrio

Con respecto a la música en la vida de Osvaldo Catena, se puede mencionar que ya egresado del Seminario, en 1948 colaboró con Horacio Caillet Bois en la elaboración del plan de estudios de la Escuela Superior de Música de la Universidad Nacional del Litoral, la que después se transformara luego en el Instituto Superior de Música. También, según el sitio Web SEPA Argentina, “Puso en marcha la primera Escuela de Música Sagrada de Santa Fe y en 1950 organizó el primer Coro Universitario.  Fue designado capellán en el Colegio de Nuestra Sra. del Calvario”. Fue en ese momento cuando Catena se acercó al lugar conocido como barrio “El Triángulo”, allá detrás del Parque Garay y de las vías, contra el Salado y sus bañados. La misma fuente documental agrega que “En los primeros años de la década del ’60, el talentoso músico santafesino Ariel Ramírez ya estaba trabajando en su proyecto de Misa Criolla y solicitó el asesoramiento del Padre Osvaldo Catena que había traducido los textos del latín al castellano, junto a los sacerdotes Alejandro Mayol y Jesús Segade”.

A falta de registros de audio o audiovisuales de las expresiones del padre, la recopilación documental de cartas, notas, y publicaciones, dan cuenta del sentido de la vida y de la fe que tenía Catena. Y para él, la música era el medio para llegar a los corazones, y abrir las mentes. “Los Cantores de Cristo Obrero”, fue un grupo coral formado en 1968 por el padre con gente del barrio, y con jóvenes comprometidos por una fe cristiana que cambiara el mundo de los más desposeídos. Cabe consignar que con el producido de la ventas de las placas discográficas de “Los Cantores de Cristo Obrero”, se pagaban los sueldos de las maestras jardineras que atendían a los niños en la guardería de la escuelita.

Sobre el sentido de la música en su tarea pastoral Catena decía: “Cuando vine al Barrio me di cuenta que la música que hacía era como si hablara en otro idioma, la gente no me entendía. Y pensé que la liturgia podía ser una forma para comprenderse, porque es la expresión de la comunidad que reza cantando. Así empecé a componer las primeras canciones de la Misa, de Navidad, de Pascua”. (www.sepaargentina.com.ar)

Así, el cura de Villa del Parque también organizó el “Primer Festival de Canto Popular Religioso”, del que participaron el coro del barrio, y entre otros el Coro Polifónico de la Provincia.  Con este último orfeón, en coordinación con cultura de la Provincia se grabaron los Salmos en un disco de vinilo de Larga Duración, más los ocho discos de la colección “Cantemos Hermanos”. 

Ya desde el exilio de Villa del Parque, viviendo en Benito Juárez, Catena trabajó en la composición de las canciones que fueron interpretadas en la Misa celebrada en Buenos Aires con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II a la Argentina. Esas últimas canciones no las pudo escuchar porque la visita del sumo pontífice se produjo en abril de 1987, y el “Padre Pucho” falleció en noviembre de 1986.

Trabajo y compromiso

El referido libro editado por la UNL aborda la tirante relación que mantuvo siempre el Padre Catena con el poder por defender y luchar junto a sus vecinos de Villa del Parque. “Por esos primeros meses del año 1968, estaba el país en pleno gobierno militar de Onganía. Fueron intendentes de la ciudad, primero Ureta Cortés y luego, el Dr. Pucci. Con los dos, ¡qué difícil fue luchar por los intereses de todos los vecinos del barrio! Todo era escollo, todo se conseguí a fuerza de mucha lucha, de mucho desgaste comunitario… En 1970 –continúa el escrito– tuvo lugar una fuerte y masiva manifestación a la Municipalidad, en reclamo por la concreción de aspectos legales relacionados con el loteo del barrio. Por su puesto, Catena estaba entre los vecinos. En el ínterin la policía lo busca específicamente a él. Lo llama aparte para arreglar con él a solas acerca de los reclamos colectivos… Y él se niega”.

El relato recuerda los hechos que no aparecen en las crónicas de la época: “El intendente Ureta le pide una vez más que vaya solo a entrevistarse con él, y que le concedería lo que pidiera… el Padre insiste sobre la necesidad de que los problemas sean tratados con todos y no sólo con él. Y para evitar mayor contienda, el Padre se retira en silencio sin ser visto, y toma un colectivo. Ésta era su metodología: nada debía ser conseguido por ser ‘el fulano’ el que lo pedía, sino porque en justicia debía ser resuelto. El valor de lo comunitario, por sobre lo individual, era una consigna de trabajo, entre otras…”.

Vale decir que en los medios impresos de la época no aparecen registros de esa movilización hacia el Palacio Municipal de los vecinos de Villa del Parque por las promesas incumplidas en cuanto a la regularización de los terrenos. Si figura el primer reclamo presentado por los vecinos, en octubre de 1968, es decir dos años antes de la movilización, donde eran atendidos por el entonces intendente. Según el diario El Litoral del 1° de octubre de ese año, unos de cien vecinos de Villa del Parque, “zona en el sector oeste de nuestra ciudad donde existen unos cuatrocientos núcleos familiares”, se llegaron hasta la municipalidad para entregar en mano al intendente Ureta Cortés una misiva “para requerir una definición en lo que respecta a la cesión de lotes”.

Publicaba el vespertino que “Se señala en la misma que no se puede dejar pasar por alto el menosprecio con que se trata a los innumerables trabajos realizados dentro del barrio en todo lo relacionado al loteo de terrenos, ya que desde un primer momento se trató de colaborar con la comuna de la mejor manera posible”. Los vecinos solicitaban que se aplicara el acuerdo previo de 1967 donde se establecía la participación de la Vecinal en el proceso, la sanción de la ordenanza correspondiente, y la utilización de los datos ya censados por la entidad barrial, ante la intención de realizar un nuevo censo de vecinos desde el Municipio en forma unilateral. La respuesta quedó impresa en 1968: “El intendente escuchó el reclamo de los vecinos, prometiendo que antes de finalizar el año se dará una solución definitiva”. Como fue dicho, en 1970 los pobladores se movilizaron hasta el municipio, cuando el padre, bautizado en el barrio como “Tío Pucho”, no claudicó y se mantuvo del lado de sus vecinos.

Los años duros

La llegada de Catena a Villa del Parque coincide con la triste secuencia repetitiva de golpes de Estado por parte de los militares, hasta orillar su partida con el Proceso de 1976, cuando ya la “Triple A” llevaba adelante sus acciones paramilitares dentro del Gobierno de María Estela Martínez de Perón. El padre Osvaldo era uno de los llamados “Curas Tercemundistas”, de los cuales fueron miembros entre otros Angelelli, Mujica, De Nevares; los dos primeros asesinados, Angelelli en un accidente automovilístico provocado, Mujica directamente acribillado.

Como se menciona sobre Catena en el sitio Web Sepa Argentina, “Al concretarse en 1962 el Concilio Vaticano II, el Padre Catena participó como experto en la ‘Comisión de Liturgia’. Tras esa extraordinaria experiencia se movilizaron con mayor intensidad los ánimos de determinados grupos político-religiosos y cinco años después, en septiembre se difundió el Manifiesto de Dieciocho Obispos del Tercer Mundo donde describían la situación social en todos los continentes y proponían una toma de conciencia acerca de la necesidad de obrar solidariamente teniendo en cuenta la Encíclica Populorum Progressio, las dificultades existentes en África, América Latina y Asia… y el rol de la Iglesia Católica”. (www.sepaargentina.com.ar)

El punto culminante del comienzo de las persecuciones a estos “curitas guerrilleros”, como se los denostaba, llegó cuando en 1971 un grupo de estos sacerdotes que entendía a la fe como una forma de cambiar la realidad en la tierra y no en el cielo, mantuvieron un encuentro para abordar temas relacionados con sus trabajos. Al terminar esa reunión en Rosario, Catena, junto con cuarenta y seis compañeros clérigos, fue detenido y llevado en un camión jaula hasta su lugar de detención. Tres días estuvieron “demorados”, también el “Padre Pucho” en el Cuartel de Bomberos rosarino. Al llegar la noticia al barrio gente de Villa del Parque se movilizó hasta Rosario para reclamar la liberación de Catena, y de sus compañeros. La intervención de Monseñor Collino aceleró lo tiempos y el cura retornó al vecindario.

Recuerda el libro editado por la Fundación Padre Catena que “Resuelto el problema, el Padre vuelve al barrio, donde es recibido con grandiosa algarabía… Es llevado en andas por las calles del barrio, cantando la canción ‘Vamos a Vencer’, que tanto acompañó ese tipo de jornadas, mezcla de dolor y alegría. Y así la bandera de la Vecinal y la Argentina flamearon al paso en andas del Padre por las calles del barrio”.

Días después, el 28 de septiembre de 1971, el diario de la Vecinal de Villa del Parque publicaba una carta de Catena: “Queridos amigos: Después de tres días de estar detenido en Rosario, me encuentro otra vez en el barrio con ustedes. Siempre recordaré ese martes 28 de septiembre como uno de los momentos más importantes de mi vida. Mi alegría y emoción venían de dos cosas: Primero: del cariño de ustedes, sentí que a través de ese cariño, era Dios mismo quien me alentaba y sostenía para avanzar por el camino elegido. Segundo: porque vi en ese momento el futuro madurado de tanta siembra de bien realizada por muchas personas a través de los años. Muchas veces, creemos que eso cae en el vacío, pero hay momentos en que vemos que nada se pierde cuando ha sido hecho con amor y verdad”. Y continuaba el padrecito dejando traslucir el sentido transformador que la fe tenía para él: “Yo percibo que en el amor y la adhesión manifestada hacia mí, el barrio expresa su amor y adhesión a todo el pueblo oprimido a todos los pobres de nuestra patria, y del mundo y quiere resueltamente entrar en una lucha unido, por esa causa que es la causa de Dios”.

Ese hombre alto, de manos grandes, sonrisa plena, calvo y de mirada clara, vecino y cura de Villa del Parque, decía sobre el momento histórico que le tocaba vivir: “Yo fui detenido con  compañeros míos, sacerdotes de distintos puntos de la patria, que habíamos acudido a Rosario a denunciar pacíficamente la represión brutal y terrible que hay en nuestra patria contra los pobres y contra aquellos que los defienden y acompañan en su lucha. Nosotros nos sentimos acompañados, defendidos, pero ahí dentro pensamos en tantos detenidos que son torturados, golpeados e incomunicados sin que nadie o muy pocos pudieran ayudarlos. Y pensábamos también en que esos presos sociales (obreros, profesionales, estudiantes) eran como los testigos de todo un pueblo preso por la falta de trabajo, de vivienda, de respeto”.

 Y concluía: “Un pueblo es despojado de su libertad, aunque no esté encerrado en una cárcel. Y allí en la misa que celebramos el domingo por la tarde, yo renové junto con mis compañeros, mi decisión de acompañarlos a ustedes, pueblo en general, por el camino de la justicia y de una verdadera paz. Por eso al terminar estas líneas, quiero agradecerles todo el cariño y aliento que ustedes me brindaron e invitarlos a seguir juntos en la lucha por la causa de los pobres, con amor, valor y fe. Seguros de que ésa es la causa de Dios”.

La presencia policial y militar, el accionar de grupos vestidos de civil en la zona, hacía cada vez más difícil el continuar con la lucha pacífica de mejorar el barrio. En ocasión de 1972, producido el “Manzanazo”, donde un tren cargado de manzanas fue detenido en la zona de Santa Rosa de Lima y de Villa del Parque y del que los vecinos tomaron la carga en protesta por las persecuciones a las movilizaciones, las detenciones y apremios ilegales a los que eran sometidos en “operativos” de “la pesada”.

Al respecto, el periódico del barrio Voz de la Villa señalaba en sus humildes páginas: “El día 24 de Octubre de 1972 se realizó en el barrio un operativo policial-militar, con gran despliegue de personal. Desde muy temprano ocuparon el barrio, rodeando al mismo, y procedieron a efectuar un allanamiento masivo, casa por casa, con armas largas, ametralladoras -a lo que concluía- parecía un verdadero campo de concentración”.

Como un signo de esos tiempos, Humberto Facal decía en el documental producido por Matecosido, “Él hablaba de un Dios de acá… el veía a Dios por todas partes, pero esas partes éramos nosotros, éramos los del barrio, éramos los marginados, éramos los pobres, ahora en la parte social, que muchas veces fue confundida, muchas veces nos ponen etiquetas a todos, y por ahí… se equivocaron…”.

El propio Catena, en una carta enviada a su sobrina Nidia Catena, hablaba sobre el sentido de su compromiso de vida: “Fue en 1968… En aquella época parecía una aventura que un cura se fuera a vivir a un barrio, en un ranchito; no había calles, ni luz casi, tenías que caminar seis, siete cuadras para encontrar una canilla. Pero la verdad, me sentí muy cómodo de entrada, y los mejores años de mi vida los he pasado aquí, te lo digo sinceramente, porque aquí me encontré a mí mismo.

Siempre anhelé vivir fuera del tronco de la sociedad (la clase media, donde nada pasa) y venirme a la raíz donde se forma y transforma la historia, impulsada por el hambre y sed de justicia de los pobres. Desde aquí me es más fácil ver el panorama del devenir social y madurar más mi vocación de entrega a ese plan de liberación total que es el Evangelio… y, pese a la fuerza del conservadurismo y la verticalidad, se mueve el espíritu en nuestra América Latina. Pese a tantas luchas y decepciones, tengo una absoluta confianza en el futuro de la humanidad, porque el deseo de liberación está inscripto en lo más profundo de nuestra esencia, y porque Dios ha respondido a ese anhelo con la Pascua liberadora de Jesús. Les escribo estas líneas a la luz de una lamparita de queroseno, de modo que no sé si será legible”. (www.sanantoniodepadua.org)

El exilio del barrio

El destierro en las civilizaciones antiguas era uno de los peores castigos. Acaso peor que la muerte. En la Argentina y en sus convulsionados tiempos políticos, tanto en el Siglo XIX y XX, el ostracismo fue también una de las peores condenas. En términos generales se piensa al exilio como el alejamiento forzado del propio país. Sin embargo, el exilio interior, es decir aquel que se sufrió dentro de las propias fronteras es difícil de mensurar como más duro. En la Dictadura Militar iniciada en el ’76 muchos argentinos sufrieron el destierro interior. El Padre Osvaldo Catena no fue la excepción.

En la antesala de la peor de las tragedias colectivas de los argentinos, iniciada en marzo de 1976, Catena, ante las persecuciones, apremios, y presiones que involucraban no sólo a su persona sino a sus allegados y vecinos, decidió alejarse de Villa del Parque. Tal vez pensaría más en sus conbarriales que en su propia integridad. Por lo que fuere, su exilio comenzó en 1974, cuando recaló en la Abadía del Niño Dios (Entre Ríos), junto al Padre Mamerto Menapace, donde después de ocho meses de permanencia fue destinado a la diócesis de Azul, a la iglesia de Benito Juárez. En el centro de la provincia de Buenos Aires.

Desde enero del ’76, Monseñor Marengo, también santafesino y amigo de Catena, lo envió a la parroquia de Juárez, donde “…va a estar más protegido que en Azul, ciudad grande con la Catedral, los cuarteles… y porque Juárez es una comunidad abierta y bien dispuesta… y sé que vos lo vas a cuidar’…”, decía Marengo al clérigo a cargo de esa iglesia. (www.sepaargentina.com.ar)

El padrecito de los pobres de Villa del Parque hizo en Benito Juárez lo que sabía hacer, organizó y dirigió cursos sobre Liturgia y Canto, participó en varios retiros y en diversas actividades. Como lo menciona el sitio SEPA Argentina, “En mayo de 1979, la parroquia de Benito Juárez celebraba el centenario y el Padre Catena propuso construir una capilla en el barrio de menores recursos e impulsó un plan de viviendas mientras añoraba la obra inconclusa en su provincia natal”. Pese a su afección de várices ulcerosas y a la prescripción médica continuó con su silenciosa labor pastoral en tres parroquias de zonas pobres en Benito Juárez.

Finalmente, como se recupera en el sitio San Antonio de Padua, llegaría el final, muy lejos de Santa Fe y de su Villa del Parque. En un periódico del lugar se publicaba: “el 29 de noviembre de 1986, a los 66 años y luego de una vida fecunda en ideales y logros, Osvaldo Catena muere en Benito Juárez. En los dos días que duró el velatorio, músicos y cantores le brindaron su homenaje musical. Con una procesión de a pie y en medio de un profundo silencio, miles de pañuelos se levantaron para dar su último adiós a este ser tan amado. Y en el Cementerio, hasta el atardecer, flautas y guitarras tocaron su música, la que él compuso con tanto amor”. (www.sanantoniodepadua.org)

En una de sus cartas desde la lejanía de la pampa bonaerense, luego de una visita fugaz al barrio, Catena decía como síntesis de su sentido pastoral y de hombre, de vecino de Villa del Parque: “Hoy pienso en escribirle a Zazpe diciéndole que no creo que todavía pueda volver al barrio, pero que creo que no es conveniente que renuncie desde afuera, sino que debo seguir siendo cura ‘en el exilio’ por una razón pastoral de respeto y amor a la gente… Así están en mi corazón las cosas, a la vuelta de mi Santa Fe”.

Y en verdad nunca se fue del barrio. Para el que mira con el corazón, y con el compromiso, todavía hoy se lo puede ver recorriendo las calles de tierra que tienen denominaciones como “Liberación”, “Justicia”, “Del Trabajo”, “De la Patria”, “Soberanía”, “Solidaridad”, “Vecinal Villa del Parque” y la que lleva su nombre.  Puede vérselo en el rostro y las manos callosas de sus vecinos, luchando por las mismas cosas que hace tantos años, igualdad y dignidad, con “amor y verdad”, según su decir. Allí está, con su acordeona, el pie derecho sobre la valijita de cuero, tocando y cantando “El hombre nuevo”, parado en la esquina de “Catena” y “Liberación”.

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