El vecino de Guadalupe Este

Francisco Javier de la Rosa, »El ermitaño»

Francisco Javier de la Rosa nació en Santa Fe, al parecer en 1722. Nunca tuvo cargos en la administración de esa Santa Fe Colonial en la que vivió, pero sin embargo, la calle más importante de Guadalupe Este lleva su nombre. 

Su apodo deviene de la vida en claustro que eligió llevar precisamente en la capilla de Guadalupe que levanto con sus manos, por ello Franciso Javier de la Rosa, que vivió la mayor parte de su vida en retiro, es conocido como “El ermitaño”. Si bien la vida de Javier de la Rosa está unida al origen mismo del santuario de la virgen de Guadalupe, también la tarea del Ermitaño dejó huellas en otras partes de la ciudad.

FRANCISCO JAVIER DE LA ROSA

A mediados del siglo XVIII, don Juan Gonzáles de Setúbal abrió su oratorio para que los habitantes de los alrededores puedan ir a misa. Pero luego, cuando Setúbal muere, su viuda le encarga a Francisco Javier de la Rosa que se ocupe del lugar. 

Dicen que, al poco tiempo de arribado al primitivo oratorio de los Setúbal, De la Rosa comenzó a transformarlo en una capilla. Era el año 1779 cuando El Ermitaño trabajó como albañil y carpintero para construir el templo y altar, siempre desde ese ostracismo que lo caracterizó.

Justamente por su manejo en la fundición de campanas, El Ermitaño se hizo conocido, dado que por aquellos años anteriores a la Revolución de Mayo no eran muchos los que sabían del oficio en la región. Con respecto al tema de las campanas, hay una famosa que fundió De la Rosa en el año 1786 conocida como «La Carachosa» porque ser rudimentaria.

De la Rosa también se dedicó a la literatura, y en una vida relacionada a la fe católica, pero creativa en el arte religioso, el Ermitaño también fue pintor. Uno de sus lienzos, que lo caracterizan como artista, se conserva en el Museo Histórico Provincial.

Luego, en el año 1794, Francisco Javier De la Rosa, El Ermitaño, fue convocado desde Curuzú Cuatiá (Corrientes) para que fundiera las campanas de la iglesia de aquel lugar. Fue así que partió de Santa Fe, y de la capilla de Guadalupe, para no volver nunca más y dentro de un halo de misterio que se pierde en el tiempo sin que de “El Ermitaño” se sepa cómo fue destino o sus últimos días y dónde reposan sus restos.

Lo dicho en la historia de la capilla y la basílica, la capilla y el altar que construyó con sus propias manos Javier De la Rosa fue demolida a golpe de martillo y su altar se incendió y pereció bajo las llamas como para terminar más rápido el trabajo de perder sus huellas en Guadalupe. Después se edificó sobre esos cimientos la basílica de Guadalupe. Solo un pequeño serafín tallado y pintado por Javier de la Rosa es lo que queda del altar. A la postre, una pérdida lamentable de no haber conservado el viejo templo como testimonio del pasado en Guadalupe, pese a que se encontraba en malas condiciones edilicias cuando fue finalmente demolido.

Sin embargo, pese al martillo demoledor, pese a las llamas en el altar de madera, Francisco Javier de la Rosa logró sortear el olvido y el tiempo, no sólo en la memoria de los historiadores y en algunos elementos dejados como parte de su obra, sino además con el nombre de la calle neurálgica de Guadalupe Este, frente a la basílica, hasta las orillas de la laguna Setúbal.

CAPILLA DE GUADALUPE

En libro “Santa Fe en Clave” (Colmegna – 1977) del historiador y periodista santafesino Gustavo Vittori, aparece el siguiente escrito sobre Francisco Javier de la Rosa.

 

Las huellas del ermitaño

 Entre los débiles lazos de conocimiento histórico que ligan al santafesino de hoy con nuestro pasado y particularmente con los hechos y figuras del siglo XVIII, cabe rescatar sin embargo a un curioso personaje: Francisco Javier De la Rosa.

Y to extraño del caso es que aquél no desempeño cargos de relevancia como militar, cabildante o funcionarlo real sino que, por el contrario, vivió la mayor parte de su vida en retiro.

Por esa razón, su vigencia actual contrasta una vez más las expresiones de validez permanente con aquellas llamadas «de coyuntura» a las que nos tienen tan acostumbrároslos «figurones» de la economía y de la política.

La actuación de De la Rosa, nacido en 1722 y conocido como «el ermitaño», está inseparablemente unida si origen del santuario de la Virgen de Guadalupe, del que su obra, paradojal y finalmente, serla víctima. 

Aunque su polifacética labor tenga manifestaciones en distintos objetos conservados en la ciudad, el ámbito principal de su vida y su trabajo fue el oratorio consagrado a la Virgen de Guadalupe, transformado sucesivamente en capilla y basílica.

ILUSTRACION REALIZADA POR EL HERMITAÑO - LIBRO BARRIOS MUNICIPALIDAD

Facetas de su labor

De ese modo, al tiempo de Instalarse en el oratorio, empezó la construcción de una nueva capilla (1779) volcando en ella todos sus esfuerzos. Trabajó como albañil y carpintero; talló el altar en madera, pintó una serie de medallones reproduciendo la aparición de María al Indio Juan Diego en el cerro de Tepeyacac, en México (origen de la devoción a la Virgen de Guadalupe) y fundió campanas, campanillas y otros objetos para el culto.

Esta última especialidad, que tenla muy pocos conocedores en la región, hizo que el ermitaño fuera reclamado desde distintos lugares para elaborar campanas. La más famosa de cuantas subsisten es Ia que fundió en 1786 en el Convento de San Francisco y que se conoce, a raíz de la superficie rugosa, como «La Carachosa». En el mismo lugar y mirando hacia el norte, sobre un pitar construido al efecto, se encuentra ubicado un reloj de sol hecho por sus manos.

Pero allí no termina la cosa, Como indica María Betania Calla, también escribió un libro acerca de santos, ermitaños y cenobitas, cuya intención se sintetiza en la portada de la obra. En ella se lee: “Soledades de la vida y retiro penitente por amor a la virtud y menosprecio del mundo. Entretenimientos de Francisco Javier de la Rosa por evitar el ocio, en Santa Fe, año de 1776». Por la escritura y la decoración de las páginas habría que agregar a lo expuesto su condición de calígrafo. Esto es a grandes rasgos lo que conocernos de Francisco Javier de la Rosa, cuya obra sufrió los embates del tiempo. En 1913 un incendio destruyó el altar junto con los lienzos y tallas que lo ornaban. Años antes «su» capilla que a la larga habla sido terminada por otros ante los afanes «monumentales» que cobraron cuerpo con la devoción a la Virgen y las multitudinarias peregrinaciones, fue demolida. En su sitio se levantó la enorme construcción neogótica que todos conocemos…

 Gustavo José Vittori

El vecino de Guadalupe Este

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