Barrio Cabal – Vecinos

Vecino y trabajador del Hipódromo

La cercanía del Hipódromo Las Flores con Barrio Cabal, al igual que con Piquete y Las Flores, Villa Hipódromo y San Pantaléon, hizo que muchas personas se asentaran en estos vecindarios como trabajadores del derby local. Va de suyo que el “Deporte de Reyes”, como se denomina a las carreras de caballos, es para los dueños de los “pura sangre”, o de los que los crían en las “haras”. Sin embargo, la gran mayoría de los que se relacionan laboralmente con los caballos son personas de una condición social baja, que encuentran en el trabajo en los studs, o en el hipódromo, un sustento de vida, a la par de la pasión que despiertan los yeguarizos y la suerte echada a su desempeño en las canchas.

Así, allá por 2004, el programa “Alma de Barrio” emitido por LT10 se acercaba a conocer la historia de Juan Moreira, trabajador del hipódromo, encargado de la pista. Y en un vecino, tal vez, la historia de muchos de los vecinos de Cabal, y los otros barrios que se relacionaron con el pista de arena en los bañados del Salado.

A fines de los años 20’ se habilitó el nuevo hipódromo de la ciudad de Santa Fe, trasladado se su primera ubicación en barrio Belgrano. El campo hípico de Las Flores brindó trabajo, y así Juan Moreira, allá por 2004, cuando era entrevistado, contaba para los micrófonos de la universitaria sus comienzos en el barrio, y en el hipódromo: “En el hipódromo hace 25 o 26 años que estoy y bueno ahí fui aprendiendo como se hacía el trabajo, cómo se sacaban los pozos, cuando llovía mucho y se ponía en parte gredosa, sectores de la cancha, porque hay greda (por la tierra), filtra el agua y entonces se hacen los pozos y los caballos pueden rodar”.  

En las buenas épocas del hipódromo, en las que había carreras todos los domingos y “vareos” y “aprontes” durante la semana, los trabajos de mantenimiento se sostenían según Moreira “tres veces, cuatro veces a la semana venimos pasando la rastra y el rolo, y cuando la cancha está bastante oreada, que le falta agua, le pasamos la rastra de ramas, que se hace con ramas de aromito, entonces con eso aguanta un poco más la humedad y la empareja bastante bien”.

La cancha del Hipódromo de Las Flores es una cancha de arena natural, lo que la hace menos “rompedora” de caballos, por las lesiones que suelen producirse en los animales en sus patas y manos (como se denominan a las patas delanteras en la jerga). Sumado al peso del caballo, y la fuerza que desarrollan para alcanzar velocidades de hasta 65 Km/H, se agrega muchas veces que cada vez más jóvenes (potrillos y potrancas) son puestos a correr, hace que la falta de desarrollo del físico de los equinos produzca lesiones en sus extremidades, en especial, en las manos. Por ello, la cancha de Las Flores parece más propicia que otras del país para los pura sangre. Según dicen, la proximidad del Salado y sus bañados hace que el golpe del baso del caballo contra el piso se amortigüe más que en otras pistas compactadas.

Así lo atestiguaba Juan Moreira con sus comentarios a la radio, “es una de las mejores canchas”, decía, “he escuchado decir muchos años que tiene un suelo natural, bien afirmado, y en términos generales es una cancha muy muy buena,  toda la gente que viene de afuera dice que es una de las mejores canchas del país”. Pero como la nota fue hecha para “Alma de Barrio” al año siguiente de la tragedia evitable de 2003 con la entrada del Salado a la ciudad de Santa Fe, Moreira se refirió a los daños que en la cancha del hipódromo produjo la inundación: “el problema que tuvimos cuando la creciente que nos arruinó la parte del ‘derecho’, porque el agua nos tomó toda la parte del 600 (la marca de los 600 metros), que está pegado al golf, y luego abarcando todo el medio del óvalo donde están las canchas de fútbol, todo eso quedó bajo el agua”. Para más detalles, mencionaba el canchero de Las Flores que el Salado llegó “hasta la altura de la baranda así que el que conoce el hipódromo sabe que la baranda está a un metro treinta de altura…” y que el río “nos hizo canales… grietas en toda la parte del derecho, se llevó toda la arena y la amontonó en los patios frente a las tribunas, más la que se llevó a la calle, así que nos peló la cancha y nos rompió todo el piso, en una de las partes principales, porque era la recta principal”.

Con su nombre anclado al gaucho bonaerense, Juan Moreira vivía por esos años de la entrevista en el Barrio Cabal junto a su esposa Rosa y sus hijos. Como en Villa Hipódromo, en San Pantaleón, muchos vecinos han vivido en gran medida al pulso de las carreras de caballos. Jockeys, cuidadores, peones, vareadores, cadeneros, herreros y veterinarios trabajaron con los animales.

En esa emisión de “Alma de Barrio”, se rescataba de la memoria de otro vecino del lugar, don Héctor Rubio, algunos de los cuidadores sólo de Barrio Cabal, “Márquez, padre e hijo; Marcelo Roldán, Franco, Almirón, Machena y Tavella, Arigoni, padre e hijo, Marcelo Carrizo”, mencionaba Rubio que también era cuidador y que bien sabía junto a sus colegas lo que era varear a la mañana temprano, con monta o de tiro del cadenero. De paseos en la tarde para reducir el estrés del animal en el box, de avena y maíz aventado para limpiarlos, del alfalfa verde que se compra.

En la “jerga burrera” se conocen todas las estrategias para saber cómo está preparado el caballo y qué tiempo hace para saber la “furia” que tiene, y con ello, las posibilidades de ganar una carrera. Era todo un arte por aquellos días de reuniones hípicas todos los domingos, el preparar los animales en la semana, pero en especial cómo hacer para “medir” los tiempos sin que los otros entrenadores, jockeys, peones, o mirones para ser “dateros de fijas”, pudieran saber qué estado real tenía el caballo. Dicen en barrio Cabal los viejos vecinos “burreros” que en las mañanas de los viernes se los pasaban a los caballos, pero para que los otros no supieran cuál era el tiempo del caballo rival, se medía en otras partes de la pista, nunca tomando como llegada el disco. Así, la carrera se corría entre otros mojones de la pista sin que lo sepan más que el cuidador, el jinete, y acaso el dueño del caballo.

Moreira, como muchos santafesinos, vecinos del hipódromo, encontraron una fuente de trabajo en el campo hípico. Un esplendor de otros años que luego de un tiempo con muchas dificultades, el cierre producto de la inundación, luego la reapertura en 2012, con algunas reuniones hípicas esporádicas pero sostenidas, buscan un lugar para dar sustento a sus familias en el “Deporte de Reyes”, del cual, pueden vivir como simples trabajadores de las carreras de caballos.

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