Barrio Puerto – Vecinos

La casa, el arte, una mujer

En su libro “Itinerario de Santa Fe”, Pérez Martín menciona sobre el movimiento del entonces puerto de cabotaje que “Se encuentra en los libros del Concejo Deliberante de 1884 el registro de la actividad portuaria y la mención de los derechos de sirga que se cobraban desde el Puerto a la Boca del Riacho y desde Santa Fe al Puerto y como anotaciones de otros años, vemos allí que en el Puerto Viejo entraron al pailebot “La Angelita”, la goleta de Gandulo, el barco del Apurado, El Republicano, el Santafesino de Repetto, el barco del Petiso, la ballenera de Bianchi, las balandras de Parma, Cánepa, Pache y Gambain, el San José y La Asunta. Ello revela al mismo tiempo que la actividad comercial aumentaba…”.

En este mismo trabajo también Pérez Martín menciona sobre el dueño de una casa muy particular, que todavía con sus muros exteriores detrás de carteles de propaganda y promesas de restauración sobrevive hasta el inicio del Tercer Milenio. Dice el autor: “…junto a la ribera del río que entonces avanzaba en una curva sobre las calles de San Luis, Rioja y Rivadavia hasta Garay, Diego Díaz miraba su flotilla de chalanas y barcos, inmóviles sobre el agua turbia de la orilla, donde dos o tres mulatillos movían empaques de cuero y apilaban resmas de tabaco. Con los pies enterrados en la arena, Diego Díaz enviaba al cielo de humo de su pipa, vigilando la descarga. Diego Díaz no era un lobo de mar; pero si un lobo de río, armador fluvial que con su flotilla a vela, navegaba a veces hasta Buenos Aires y otras veces hasta el Paraguay. Como él otros anduvieron y andaban por el Puerto Viejo en una constante tradición santafesina: la del cabotaje. La antigua ciudad, rincón de islas, bañados y riachos, había forjado una característica en sus hombres. Amaban el agua de sus arroyos, calafateaban sus botes en las tardes asoleadas de invierno, espiaban dorados y amarillos en los recodos de las barrancas, se hundían en el pastizal islero y seguían con los ojos en las primeras sombras del anochecer, las bandadas de patos siriríes…”.

Ese empresario mercante construyó su casa en la esquina cercana al borde de la ciudad en el riacho Santa Fe. Era la esquina noroeste de San Luis y Rioja, allí, frente al movimiento de barcos, en la parte alta del albardón, la terraza de su vivienda fue el atalaya creativo donde se parapetó su hija, Josefa, nacida del vientre de Mercedes Clucellas. Esa niña, púber en su libertad creativa, en un tiempo donde las mujeres tenían mucho terreno por ganar fuera de los quehaceres domésticos y familiares, fue Josefa Díaz y Clucellas, la primera artista plástica santafesina. Nacida en 1852, y fallecida en 1917, Josefa se parapetó en esa terraza privilegiada por años, hasta que en 1894 se trasladó a vivir en la ciudad de Córdoba, al ingresar como religiosa en la Orden de las Hermanas Adoratrices. Recuerda la historia que Josefa se formó artísticamente y brindo sentido creativo a su sensibilidad junto al maestro Héctor Facino, radicado en Santa Fe. El Museo Municipal de Artes Visuales, ubicado en calle San Martín en la misma cuadra del Teatro Municipal, lleva el nombre de Josefa Díaz y Clucellas desde el 9 de septiembre de 1957. Por su lado, la casa fue declarada de interés municipal en 1993, pero las obras para la conservación de su fachada, único aspecto original que se conserva, no se realizaron.

De aquellos lienzos de la terraza mirando al puerto de Cabotaje no quedó ninguno, como sí otras obras de Josefa, entre retratos y naturalezas muertas, más motivos religiosos luego que fuera Sor Josefa por devoción. Ése signo fluvial y costero, de agua, de isla, de barcas y brazos sudorosos cargando en hombros la estiba del muelle a la bodega, o la cubierta. Esa ciudad de los ríos es la que describió a trazo sobre lienzo Josefa, y es el símbolo lentamente perdido en una ciudad que nació a orillas del Quiloazas y se trasladó a la desembocadura de la laguna del Saladillo y el Salado. Ese destino de agua, de río al mar, fluvial, yace en la propia esencia del Puerto. En la transfiguración y mutación de una ciudad que cambió su fisonomía abriendo cicatrices en la isla y ganó para sí y su gente el designio de su futuro. Federal, autónomo, y fluvial. Rasgos distintivos del recorrido histórico santafesino que en el  Barrio del Puerto se hizo casa, arte y mujer en Josefa.

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