Barrio Centro – Historia

El extenso barrio del Centro

En aras del desarrollo de la historia de los barrios, la delimitación de cada capítulo de este primer tomo de “Santa Fe, mi barrio” ha seguido lineamientos geográficos en algunos casos, culturales o históricos, en otros, y en ciertos barrios una combinación de todos ellos. Justamente, el Barrio Centro parece seguir este itinerario, entre ser un eje de crecimiento hacia el norte del casco colonial y articular las fuerzas de la modernización de la ciudad en el despertar del siglo pasado.

En términos de crecimiento urbano, el Barrio Centro consolidó la médula de un avance que vinculó a la Plaza de Mayo (y su entorno colonial de poder político patriarcal y eclesiástico) con el nuevo punto comercial cosmopolita surgido alrededor de la Plaza de las Carretas (Plaza España) y la estación del Ferrocarril Francés. En el camino surgió otro punto medular, como lo constituyó la Plaza San Martín, al ser intento de las clases burguesas comerciales por “trasladar” el polo de poder y sacarlo del sur. Ello, junto con el surgimiento de Mercado Central, y el corredor comercial de calle San Martín, iban a dar sentido a la extensión del tejido urbanizado hasta llegar al naciente bulevar Gálvez en el norte.

Ese barrio del Centro, además lindaba en forma lateral con el viejo puerto de cabotaje. Vale aclarar que en sí misma, esta zona portuaria, la antigua y la nueva del 1900 que cambió la fisonomía de la ciudad al este sobre el riacho Santa Fe, será materia específica tratada en el capítulo sobre el Barrio del Puerto. No obstante, como límites arbitrarios, y difusos con superposiciones en algunos sectores, el Barrio Centro tiene su inicio sobre calle Juan de Garay, otrora frontera norte del casco de la trasladada “Santa Fe la Vieja” a la “Santa Fe de la Vera Cruz”. El río, y sus barrancas con muelles estarían dando límite por el este, pero en términos de calles se podría decir que 25 de Mayo representa ese punto para escindir la historia que miraba hacia el puerto, también más al norte desde Rivadavia al este, y hacia el ejido urbano, al oeste. Por el norte el límite se adentra en la “recoleta” santafesina para llegar hasta bulevar Gálvez, por entre Plaza España y el barrio Constituyentes. Por el oeste, la marca inescindible es calle Urquiza. Así delimitado, el Barrio Centro tuvo su propia dinámica de progreso, su historia, casi tan antigua como la ciudad trasladada desde 1660, con numerosas instituciones y con el signo de los inmigrantes y su diversificación de actividades y de prácticas culturales que dejaron su sello por las calles del “centro”.

La calle del Centro

Es profuso y complejo el relato del pasado para este sector de la ciudad. Desde varios puntos, urbanístico, arquitectónico, social, comercial, cultural, el Centro tiene en sí mismo, salvo lo colonial, la alquimia más dinámica de la ciudad. En numerosos documentos, libros, escritos y anécdotas de la tradición oral, dar cuenta del Centro es iniciar la narración de la transición de la ciudad colonial a la ciudad modernizante. Y a modo de andar por el paseo peatonal de los santafesinos, caminar por San Martín hacia el norte es un buen comienzo para desentrañar la historia.

Antes de 1853, cuando las calles tenían sus nombres por la actividad que predominaba, o por un edificio del lugar “la calle del cabildo”, “la de la catedral”, “la de Santo Domingo”, inicialmente San Martín de la conoció durante un tiempo como la “calle de la Merced”, por la iglesia en General López y San Martín, luego de la expulsión de los Jesuitas en 1767 por parte del Rey Carlos III. Como lo menciona Liliana Montenegro de Arévalo en el fascículo cuatro del “Camino de la Constitución”, era el año 1793 cuando “…los padres Mercedarios solicitaron y obtuvieron la posesión de la iglesia y colegio. La iglesia pasó a llamarse de La Merced y el colegio se transformó en Convento de San Agustín. En 1848, extinguida la Orden en Santa Fe, el convento quedó en poder del gobierno de la provincia, que lo cedió al delegado eclesiástico. En 1862, fue restituido a la Compañía de Jesús que volvió a ocuparlo”. Esa iglesia, antes y después de los mercedarios, fue “Nuestra Señora de los Milagros”.

En ese tiempo esa arteria, de tierra, terminaba como un sendero más allá de Juan de Garay.  Luego, por el crecimiento de algunas actividades comerciales, tiendas, venta de comestibles, hasta algunos servicios, comenzó a llamarse “calle Comercio”, o la “Calle del Comercio”. Y ese nombre no estaba demasiado errado a juzgar por el futuro que deparaba a este corredor.

La Calle Comercio presentaba antes de su pavimentación, con adoquines de piedra primero y luego de algarrobo, la misma fisonomía del resto de las arterias de la pequeña ciudad. Luego de los albores de Mayo, en medio de la lucha santafesina por su autonomía federal, la provincia y la ciudad, estaban inmersas en una contienda desigual en lo numérico por sus fuerzas militares y pertrechos, y especialmente en la diferencia de poderío económico al enfrentarse con la fuerte provincia de Buenos Aires. Esta disputa tenía graves consecuencias para el desarrollo del comercio, la economía, el progreso. No fue sino hasta la pacificación devenida con la caída de Rosas que un ciclo medianamente positivo para las arcas santafesinas comenzó a darse, más allá de que ya no existían conflictos bélicos permanentes. El tiempo posterior a la sanción de la Constitución Nacional fue de un pausado adelanto, muy lento, en especial para la zona sur, mientras la llegada de los primeros inmigrantes iba en forma paulatina hacia un cambio de la fisonomía, especialmente de Juan de Garay hacia el norte.

Por lo pronto, al decir de los viajeros y visitantes que plasmaron en sus diarios esas impresiones de una postal provinciana, en la segunda mitad del siglo XIX, las calles eran de arena, cuando no barriales en momentos de copiosas lluvias. Por ejemplo, Estanislao Zeballos en 1883 dejaba su visión al mencionar que era “calles desaliñadas, festoneadas de pastos y malos andes, ausencia completa de acción municipal y falta de sistemas arquitectónicos en toda la edificación: tal es el aspecto de la ciudad”. (Descripción amena de la República Argentina –La región del trigo- Estanislao Zeballos 1883).

El entrerriano Floriano Zapata supo hacer una descripción de la ciudad que pudo ver en la última parte del siglo XIX. Acerca del antiguo poblado de 1889 decía Zapata sobre las arterias que carecían de pavimento y muy pocas con aceras, “…mal alumbradas de noche y tristísima de día, servía de vertedero y albañal abierto a todos los desperdicios e inmundicias del vecindario”. (Santa Fe, sinopsis para la obra del censo nacional 1889, Floriano Zapata). Cabe consignar que seguramente esta situación correspondía a los sectores más “periféricos” de la trama urbana, en tanto ese límite del centro era unas pocas cuadras a cada lado de la plaza central.

Contrasta lo rescatado por Felipe Cervera cuando dice que “el día 15 de marzo de 1887, en la intendencia de Mariano Comas, se inicia la colocación de adoquines a partir de calle General López, extendiéndose sobre San Martín (entonces todavía llamada Comercio), San Jerónimo y 9 de Julio, en un total de 40 cuadras. Esos primeros adoquines de piedra fueron remplazados luego por adoquines de algarrobo a lo largo de 9 cuadras sobre San Martín (de 3 de Febrero a 1° Junta), continuándose con el mismo material hasta mediados de la década de 1920”.

El proceso de cambios y adelantos fue en franco y exponencial crecimiento para el barrio Centro, y la ciudad del casco fundacional. Justamente, Cervera relata que “Para 1902 la ciudad contaba recién con 178 cuadras adoquinadas, de las cuales 11 eran de adoquines de algarrobo, ubicadas 10 en la calle Comercio (San Martín), desde 3 de Febrero a Tucumán, y una en San Jerónimo”. Lo cierto es que para 1916 había 500 cuadras adoquinadas.

Así, poco a poco, calle “Del Comercio”, renombrada San Martín el 4 de julio de 1901, se conformó como el centro comercial y cultural de la ciudad. Cerca del centro político y eclesiástico, trazó un eje hacia el norte, donde tuvo su propia dinámica modernizante. Numerosas fotografías dan cuenta de esos cambios paulatinos y sostenidos. En los registros de los antiguos medios gráficos aparecen referencias también a calle San Martín. Y la actividad principal, el comercio, matizaba el tono de los reclamos, peticiones e inquietudes.

Por ejemplo el diario Santa Fe de 1923 reproducía la solicitud de los comerciantes “establecidos en calle San Martín” presentada al Honorable Concejo Deliberante sobre el perjuicio que les ocasionaba la anulación del tráfico con sentido hacia el norte de los carruajes de tracción a sangre. Al respecto es dable rescatar lo dicho entonces por los comerciantes “No existiendo tráfico tranviario en la referida calle, no vemos señor presidente, las razones para descongestionarlo, máxime si se tiene en cuenta, que es la única calle que puede impresionar al viajero que llega por primera vez a esta ciudad”. (Diario Santa Fe 8/9/1923). La cita deja entrever cómo con la aparición de los tranvías eléctricos a partir de 1914 las vías de los tranways de tracción a sangre fueron retiradas de calle San Martín. Es decir, los únicos tranvías que circularon por la hoy peatonal fueron los tirados por caballos, en tanto que las nuevas líneas propulsadas por electricidad lo hicieron fundamentalmente por San Jerónimo y por 25 de Mayo, más allá de las transversales.

También hablaban de los problemas generados por los recién llegados a las calles santafesinas: los automóviles. En este sentido, en otra misiva a los ediles los comerciantes expresaban sobre el peligro de los conductores más que sobre los carruajes y decían: “Algunos, automovilistas de profesión u ocasionales, tienen a gala el poner en sus vehículos a carrera vertiginosa, como si estuvieran dentro de una pista, celebrando un torneo de rapidez, presidido por hermosas damas”. (Diario Santa Fe 10/9/1923)

El tema de los autos y la velocidad que desarrollaban en una Santa Fe donde circulaban los mateos y volantas, más carros y jardineras, tiradas a caballo, no fue un problema menor. Tanto así fue que en 1931 se inició el control del tránsito con agentes especialmente destinados para la tarea. El Orden, que vale decir estaba con su sede en ese tiempo en San Martín y Crespo, titulaba un 4 de junio de 1931: “La Calistenia Policial y el Pito, Debutaron Con Buen Éxito Anoche en la Calle San Martín” (las mayúsculas son del original). Acto seguido reproducía fotos y textos sobre los nuevos agentes del orden en la vía pública, que tenían por función “dirigir el tráfico de calle San Martín”, y para lo cual, de General López a Suipacha se apostaban en cada esquina. No sólo tenían por misión ordenar la circulación, velar por el respeto de la velocidad y dar el paso, algo parecido a los agentes municipales de hoy ubicados en intersecciones céntricas, sino que aquellos agentes de antaño, seleccionados y capacitados especialmente, debían “…conocer todo el mapa urbano y estarán por consiguiente en condiciones de ayudar a orientarse al que llegue a nuestra ciudad”. (El Orden 4/6/1931)

Los uniformados, pulcramente ataviados, despertaron la curiosidad de los vecinos y paseantes de calle San Martín en su primer día de trabajo. Debían también ayudar y conducir el cruce de personas mayores, mujeres y niños. Justamente, en un escrito de Juan Fernández y González, el apodado “Bachiller” que desgranara crónicas santafesinas en diarios de la ciudad, recordaba a un agente en particular, el que estaba apostado en la dirección del tránsito en San Martín e Irigoyen Freyre, antes Humberto 1°.

“Historias de mi ciudad” se llamaba la publicación, en donde Fernández y González titulaba “La vieja San Martín”, aquella calle tenía sus “peatones sanmartinianos”, para los que era esa calle como un “vicio” cotidiano, entre caminatas, cafés, bares y comercios. En particular sobre la esquina de “Las Delicias”, la confitería de los Gayá, que fuera un “Salón de familias”, hubo un espectáculo digno de guardar en el recuerdo. Apostado en los ventanales de la tradicional confitería, que permanece hasta nuestros días, fue desde dónde “El Bachiller” hizo de la memoria una pincelada en letras de molde que aparece en el “Ser Santafesino” del Barrio Centro. Allí habla de aquella inusual postal, con la presencia del Cabo Pérez, primer vigilante que usó varita para dirigir el tránsito, y que ayudaba a cruzar a las viejecitas. Antecesores de las agentes de policía de tránsito municipal, las popularmente llamadas “naranjitas”, bautizadas así por el color de su trajecito, con sombrero negro, allá por los setenta y los ochenta también.

Sin embargo, si hay algo que distingue a calle San Martín por sobre las demás, no sólo es que esté instalada como centro comercial neurálgico aún hoy de la ciudad, sino más bien, por ser la única calle peatonal. Pero el paso de los caminantes no fue fácil. En las crónicas de antaño surgen las discusiones sobre la peatonalización de la arteria, que como todo cambio ocasionó posiciones encontradas. “El público y los comerciantes aplauden o critican el cierre al tráfico de calle San Martín” titulaba el diario El Litoral en diciembre de 1935. Como resumen la bajada decía “Un comerciante cree que la medida lo perjudica, otro que lo beneficia, y los ciudadanos muestran cierta indiferencia”.  Se trataba de una clausura al tránsito vehicular de sólo seis cuadras, durante dos horas de la tarde, entre Rioja y Juan de Garay.

Tiempo después, la Municipalidad prohibía la circulación de bicicletas por calle San Martín, de 9 a 20, entre General López y Suipacha. Las razones en aquel 1936 eran que “…entorpecen el tráfico y originan accidentes porque los ciclistas, en su mayoría, transitan sin observar las reglamentaciones”. El problema se presentaba con los cadetes y mensajeros de los numerosos comercios, que por su puesto, utilizaban bicicletas y triciclos para desplazarse con sus encomiendas y recados. Era el “intendente comisionado” Giavedoni, que mediante decreto determinaba la medida ante el reclamo de los conductores de automóviles. Como dato de color se puede decir que se les permitía a los residentes frentistas con bicicletas llegar hasta sus casas con el rodado, pero caminando, y de ningún modo estacionarlas en la vereda o el cordón. En la medida se perjudicaban además a los trabajadores que se trasladaban en bicicleta, y quienes vendían distintos tipos de productos. Hasta el Centro Comercial cuestionó la medida. (El Litoral 20/5/1936) Este tipo de restricciones existieron, por ejemplo para el estacionamiento de vehículos, entre las 9 y las 21, entre General López y Suipacha, pero que no todos respetaban, especialmente durante la siesta, en la zona donde no estaba peatonalizada.

Adentrados los años ’40 la ciudad comenzaba a trepar hacia el cielo con la construcción más extendida de edificios de varios pisos. Calle San Martín era epicentro de esos emprendimientos. Eran tiempo donde sólo el Hotel Ritz (San Martín entre Catamarca e Irigoyen Freyre, ex Vera) se alzaba como atalaya. Así lo reflejaba el diario El Orden que daba como pie de foto en una publicación de 1945 el siguiente considerando: “RASCACIELOS.- Diez años, menos tiempo aún, han bastado para que nuestra ciudad se engalane con los primeros y magníficos rascacielos, concediéndole categoría de gran urbe. Edificios de muchos pisos, líneas armoniosas, dotados en su interior de todas las comodidades apetecibles, llaman justamente la atención de los viajeros y asombran aún a sus mismos habitantes que no sospecharon que fuese posible esta transformación”. (El Orden 6/12/1945)

Más adelante en la historia de calle San Martín surge de una publicación el nombre de una calle transversal que hoy se llama Hipólito Irigoyen, y que en 1957 llevaba el nombre Boulogne Sur Mer. Era el momento en que se levantaba el edifico de la central telefónica “Santa Fe”, de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTEL), aquella que fuera privatizada en los años ’90 y pasara a manos de Telecom en nuestra zona, empresa privada que hoy es propietaria del edificio de San Martín, entre Irigoyen Freyre y la calle que recuerda al primer presidente electo con la Ley de Sufragio Universal. En ese momento de 1957 el “cable coaxil” ya estaba tendido desde Buenos Aires hasta Santo Tomé y restaba cruzar el Salado por su lecho para arribar a la ciudad de Santa Fe. Era cuando las comunicaciones no eran vía satélite, o por enlaces de internet y menos la tecnología actual de fibra óptica de alta capacidad de transferencia de datos. En ese entonces se “llamaba al 19”, o lo mismo que decir a la “operadora” para lograr una comunicación de “larga distancia” hacia otra localidad. Hasta había que esperar que ese contacto telefónico se estableciera.

En ese mismo 1957, calle San Martín vivió uno de sus acontecimientos recordados por los vecinos, cuando se inauguró la nueva iluminación, lo que le valió el mote de la “vía blanca” por el tipo de luminarias de vapor de mercurio utilizada. En julio de ese año se daba por habilitado un tramo más de este tipo de iluminación pública urbana, entre Catamarca y Suipacha, en la zona norte del Barrio Centro. (El Litoral 9/7/1957). Esta fue una acción, impulsada por los comerciantes, que prosiguió hacia el sur en los años subsiguientes, hasta su inauguración en diciembre de 1959 cuando alcanzó calle Juan de Garay.

De regreso a las discusiones sobre la veda al tránsito en San Martín, vale decir que se prolongaron por muchos años. En 1970 todavía se discutía la medida por parte de muchos comerciantes que solicitaban el ingreso de los vehículos a la arteria, que en ese momento era solo de 9:30 a 12:30 y de 17 a 23, ya que después de las 20 “…la principal arteria santafesina presenta un aspecto desolador…”, decía un comerciante ante la falta de peatones y de autos. (El Litoral 20/1/1970). Vale decir que la fisonomía era de la calle con sus veredas y cordones pero sin paso de vehículos. Ya para 1973 el tránsito solo circulaba hacia el norte, en una única mano, que los sábados a la noche, fuera del horario de restricción, hacía de San Martín un paseo obligado en auto, para retomar el circuito hacia el sur por San Jerónimo, ya sin las largas filas a paso de hombre que presentaba la antigua Calle Comercio, aquello que algunos bautizaron como “la vuelta al perro”. Y las “galerías”, paseos de comercios hacia el interior de las manzanas, incluso algunas con salidas por calles paralelas o transversales.

La inauguración oficial y definitiva de la peatonal se dio en 1976, en el comienzo de la Dictadura Militar, con la presencia del intendente de facto coronel Miguel Coquet y hasta el gobernador igualmente impuesto por la Junta de Comandantes, vicealmirante retirado Jorge Aníbal Desimoni. Como dato del tiempo que se vivía en aquel 15 de noviembre, es dable repasar los titulares de algunos ministerios y secretarias municipales, entre los que figuraban coroneles, generales, capitanes de navíos. El corte de cintas, fue realizado en San Martín y Juan de Garay. Así quedaba peatonalizada desde esa esquina hasta calle Rioja. (El Litoral 16-11-1976).

Al año, en 1977, en esa arteria lindando con la iglesia del Carmen, la municipalidad comenzaba la construcción de la fuente conocida popularmente como “de los niños cazadores”, que estaba previamente emplazada en bulevar Pellegrini, entre Rivadavia y 25 de Mayo. Esta obra, según Gustavo José Víttori en su libro “Santa Fe en Clave”, se trata de una de las “más bellas de la ciudad”, realizada en níveo mármol, y que “De acuerdo con algunas opiniones la pieza sería reproducción de una de las tantas obras del escultor francés Esteban Lehongre (1628-1690) instaladas en los jardines del Palacio de Versalles y estaría inspirada en los cuentos para niños del escritor Carlos Perrault (1628-1703)”. En 2013, y luego de actos vandálicos y uno en particular de un joven desaprensivo captado por cámaras de seguridad, se trasladó la escultura/fuente al Museo Municipal “Sor Josefa Días y Clucellas”, en San Martín al 2.000.

Más allá de los intentos de hacer peatonal a San Martín, durante muchos años se mantuvo la circulación de automóviles, incluso en doble mano, como por ejemplo hasta 1965, como punto de inflexión de una fisonomía urbana que por su actividad y centralidad haría un recorrido hacia el futuro hasta llegar como peatonal en estos días desde Juan de Garay a Suipacha, y con una incipiente peatonalización en el trayecto hasta General López. Era, y es, en el paso del caminante, el derrotero de la propia historia de la ciudad, desde el sur modificado con su lago artificial, pero que conserva presentes todos los artífices de su pasado colonial y eclesiástico, en el convento de San Francisco, la Plaza de Mayo y la Casa Gris, en la iglesia de Los Milagros. Pero hacia el norte, las huellas de la historia colonial y patricia de la ciudad se desvanecen, pisada a pisada, más allá del Teatro Municipal “1° de Mayo”. Entonces el caminar transita, como ayer, el espacio de la modernidad, de la renovación permanente en aras de un progreso comercial, pero también de un grado de representación del propio santafesino, de aquello de “ir al centro”. Que cuando concentraba bares a pleno, cines, y el paseo nocturno obligado antes del surgimiento de otros focos de interés para noctámbulos, daba con su luz blanca un manto de claridad al último caminar antes de volver al barrio, luego de haber “salido al centro”.

Esa San Martín de los “cubanitos” Teló, que empezó a fabricar en 1942 don Oscar Teló en el subsuelo de “El Cabildo”, la chopería de Bustamante y Salta; y que los pibes de los ’60 y los ’70 ofrecían con sus bandejas de madera pintadas de verde claro, y con la consabida tira de cinta de rollo de cortina, o de cuero, pasada por la nuca para liberar las manos en la venta. La peatonal de los puestos de praliné al paso, en varias esquinas. De los puestos de diarios, donde el del “Beto Pecorari”, en San Martín y Tucumán, se instaló como un mojón ineludible del recorrido. Esa San Martín de los cines, de “Casa Tía”, de los vendedores ambulantes, de los barcitos con ventanales abiertos al paso de las bellezas santafesinas. Justamente, una de esa escenas Santa Fe con la calle San Martín con tránsito quedó inmortalizada en el film “Los Inundados”, de Fernando Birri, cuando al paso del camioncito cargado con las pertenencias de la familia Gaitán, protagonistas de la película, junto a otros evacuados de los ranchitos del Salado, generaba en dos parroquianos de media mañana, café de por medio en la mesa, el gesto descalificador al verlos entrar a la peatonal sin respetar la veda al tránsito.

Esa misma calle fue, y sigue siendo, el paseo de fin de curso para las escuelas secundarias cercanas, muchas de ellas privadas, que encuentran en los uniformes distintivos una marca de identidad y pertenencia a cada exclusiva entidad. Pero también es el lugar de guardapolvos blancos, del Comercial, o del Nacional, o en tiempos pasados, de mamelucos o guardapolvos azules, de alumnos del Industrial. Pero también calle San Martín fue testigo de movilizaciones estudiantiles, en épocas de lucha por la Educación, por la libertad, en momentos de persecuciones de dictaduras de los ‘60 y los ‘70. Y también antes, así lo recuerda Eduardo Bernardi cuando rememora que las revueltas estudiantiles de los ‘30 y los ‘40 eran seguidas por “…encarnizadas y brutales corridas represivas del Escuadrón de Seguridad, la temida policía montada a caballo… la ‘valiente y aguerrida’ tropa policial que, desde el viejo cuartel de calle San Martín al sur (detrás de lo que es hoy la Casa de Gobierno), venía por la calle a todo galope para arremeter a sable y fusta, contra un inerme y desorganizado ‘enemigo’ que solamente tenía para su defensa personal como un escudo simbólico las estrofas inmortales del Himno Nacional… Y aquellas triquiñuelas de los estudiantes que arrojan bolitas de vidrio al paso de las cabalgatas que, al ser pisadas por éstas, resbalaban, provocando más de una rodada a su robustos y crueles jinetes, que, sable o fusta en mano, no mezquinaban sablazos o fustazos sobre las cabezas y lomos de los manifestantes que alcanzaban. La inventiva estudiantil suplantó las bolitas por corchos usados de botellas, pues aquellas rápidamente rodaban hacia los bordes de la calzada en razón de su curvatura perdiendo su eficacia”.  Luego, cuando arreciaba la represión, se dispersaban en pequeños grupos por las calles paralelas, para volver a juntarse y seguir con la protesta. Movilizaciones más recientes, ya en el Tercer Milenio, sin represiones y dentro de la Democracia, se dieron por ejemplo por la lucha del Boleto Estudiantil, donde alumnos de escuelas secundarias marcharon hasta el Concejo Municipal y el municipio para solicitar la medida.

También calle San Martín fue durante muchos años del siglo pasado el lugar convocante de los desfiles cívico-militares en festividades patrias. Los participantes partían de plaza 25 de Mayo hacia el norte, y los asistentes, se parapetaban en balcones y portales, y colmaban las angostas veredas. Bernardi repasa aquellas imágenes “Las escuelas en su totalidad, primarias, secundarias y colegios privados gritaban ‘¡Presente!’ y la calle se poblaba de guardapolvos blancos y uniformes reglamentarios de cada colegio privado. Calvario, Adoratrices, del Huerto, Inmaculada, Jobson… y los secundarios fiscales: Industrial, Comercial, Normal, Nacional, cada uno con su bandera de actos oficiales precediéndolos… Al llegar a calle La Rioja quedaban libres y de allí se desbandaban en múltiples, alegres y bulliciosos corrillos juveniles”. (“La Santa Fe que yo viví” – Eduardo Bernardi – 2009)

San Martín es una postal de varias cuadras a través del tiempo, que con sólo levantar la vista y ver por encima de los carteles de anuncios y marquesinas, asoma como pequeños atalayas de la historia de los viejos edificios. Así se ven las balaustradas de altas puertas, o pequeñas ventanas de pisos superiores de depósito, hasta las inscripciones de los edificios aparecen, como el de la vieja sede de El Litoral, entre Rioja y Catamarca; o el Hotel Ritz, en la cuadra siguiente. Una calle que extendió su peatonal hasta calle Suipacha en septiembre de 2012.

Como dijera Juan Fernández y González, con ese amor santafesino en las entrañas, “No, doña María de las Nieves, San Martín no terminaba en Catamarca. San Martín, para el peatón veterano y caminador, sigue en la esquina de Humberto Primo. El Caruso Negro (que canta en “Las Delicias”). Y el Cabo Pérez. ‘Usted primero, señora’… y la viejecita cruzaba rápidamente la calle, mirando de reojo a los Fords a bigote, y a los Mateos… San Martín continuaba más allá… panadería ‘La Lombarda’… Pan… Aroma, a pan santafesino… al pan nuestro de cada día… Que Tata Dios le conserve el aroma y el sabor”.

Las asociaciones de comerciantes

Como la actividad principal del Barrio Centro fue y es la comercialización, los comerciantes se nuclearon para obtener mejoras. A diferencia de la existencia de una vecinal, estas entidades, de “Comerciantes”, o “Amigos”, seguido del nombre de la calle se destacaron por las acciones puntuales que llevaron adelante. Así, existieron asociaciones para calle Mendoza, para San Jerónimo y especialmente para San Martín.

Eran tradicionales las cenas anuales de la Asociación de Amigos de Calle San Martín, que cambiaban de sede entre el Círculo Italiano, el Español, o el Hotel Ritz. La entidad no sólo buscaba adelantos de infraestructura sino que además proponía actividades para toda la ciudad, como los corsos, o las farándulas estudiantiles, hasta concursos de dibujos de niños. Incluso realizaban sorteos de premios a cupones que dejaban los clientes en los comercios adheridos. A fin de año se realizaba un acto, donde por ejemplo sorteaban un Fiat 600, un auto cero kilómetro, lo que despertaba gran expectativa entre los santafesinos. (El Litoral 5/1/1963)

Similares propuestas llevaron adelante también desde la Asociación de calle San Jerónimo, que por ejemplo en el retorno de la Democracia en 1983, organizó la primera farándula estudiantil luego de la Dictadura Cívico/Militar iniciada en 1976, encuentro de carrozas y estudiantes que tuvo su epicentro en el escenario montado en la Plaza del Soldado. Esta entidad nació en 1961, y su primera sede fue el hotel “La Giralda”.  Por ejemplo, entre las mejoras que sumaron se dio en 1973 el aporte de los comerciantes para tener la entonces famosa “vía blanca”, también en calle San Jerónimo. (El Litoral 23/3/1974)

Hacia atrás en el tiempo, por los sesenta, calle Mendoza también tuvo su asociación de comerciantes, la que adoptó el eslogan “Mendoza, la calle del regalo”. Las crónicas demuestran cómo las distintas arterias del centro buscaban en la asociación de intereses y en la acción conjunta potenciar las ofertas de cada corredor. Hoy sobrevive la entidad de calle San Martín, y en otros barrios, la de Aristóbulo del Valle, la de López y Planes, o la de Facundo Zuviría, como las más destacadas.

Otra entidad nacida tras las estelas de los veleros primero, y barcos a vapor luego  que dieron rumbo al destino comercial de la ciudad con el intercambio de mercancías, fue la Bolsa de Comercio de Santa Fe. Muestra de esta marca de origen es que actualmente funciona como Cámara Arbitral de Cereales. Inicialmente fue llamada «Club Comercial”,  y su nacimiento se origina el 29 de agosto de 1884 con la aprobación de sus estatutos y la obtención de la personería jurídica.

La institución, enclavada en su tradicional edificio de San Martín 2231, menciona en su sitio web que “La ramificación del Club Comercial en la creación, en forma paralelo, de la Bolsa de Comercio de Santa Fe (nacida en el espacio progresista del Club Comercial y a impulsos de sus propios hombres) fue una de ellas. La Bolsa se crea como una entidad con mayor especialización comercial que enfatizaba las actividades de la cadena agroindustrial y la exportación de cereales. En la sesión del 12 de julio de 1912, los estatutos y reglamentos fueron aprobados, se declaró fundada la institución y se procedió a la elección de su máximo organismo: la Cámara Sindical (que luego fue reemplazada por el Directorio), el cuerpo de conducción en el que están representados las diversas cámara gremiales internas. La inauguración oficial, luego de concluirse los trámites relacionados con la obtención de personería jurídica, se produjo el 7 de diciembre de 1912. Tal era la vinculación de ambas, que la Bolsa funcionaría, desde los primeros días, en la sede del Club Comercial (edificio donde actualmente se encuentra la Bolsa, que había sido inaugurado por el Club Comercial el 29 de febrero de 1912)”.

Vale aclarar que el Club Comercial y la Bolsa de Comercio de Santa Fe funcionaron en forma paralela hasta que en 1919 se resolvió la fusión de las dos  entidades. La obra, pergeñada por el arquitecto Domingo Tettamanti en el año 1910, “constituye un referente urbano de alto valor histórico arquitectónico, un destacado ejemplo de la tendencia ecléctica y símbolo de los imaginarios urbanos y sociales del grupo humano que le dio origen”, refiere hoy la Bolsa, en clara alusión a la concepción de clase que la burguesía comercial inmigrante buscaba diferenciar -incluso desde lo físico- con los espacios y lugares patrimonios de las familias patricias tradicionales santafesinas, amén del propio alarde de poderío económico que los nuevos protagonistas obtenían con una sostenible escalada en los escaños del poder de la ciudad y la provincia. (https://www.bcsf.com.ar/)

Cafés, bares, comedores, choperías

El paseo de la memoria por el corredor central de la ciudad quedaría incompleto si no se hurgara en el arcón de los recuerdos en la búsqueda de los sitios convocantes para conversar, tomar un café, fumar un cigarrillo, disfrutar de una cerveza helada tirada del barril. Justamente, hablando de cerveza, símbolo ineludible del ser santafesino, “el Centro” tuvo sus lugares. Así aparece la chopería “Alemana” en calle 25 de Mayo y Rioja, que en realidad se llama “Munich”, propiedad de Gustavo Demke, donde a la par de los “lisos” los parroquianos podían disfrutar de los embutidos alemanes, “…leberbusch, fleischbusch, choucrout y los arenques ahumados o ‘saracas’ (rollmops), importados del norte de Europa…” (Eduardo Bernardi – “La Santa Fe que yo viví…” – 2009). Esta chopería permaneció hasta 1960, cuando al morir don Demke, su viuda cerró el negocio.

Hubo otros de estos sitios dedicados a la rubia espumante, aunque en invierno se podía conseguir también cerveza negra. Por ejemplo surge del pasado el “Gran Chopp” (en la esquina de 9 de Julio y Salta) de Manuel Almirall, “reconocido por la excelencia de su chopp y sus afamados sándwiches”, al decir de Bernardi. La chopería “Modelo”, de Juan Estruch, en Mendoza al 2600, fundada en 1931, que permaneció por más de 50 años como lugar para disfrutar de la cerveza santafesina a la que se podía acompañar con “…su creación o inventiva: rabanitos frescos, pelados, que se sazonaban con sal provista en un pequeño salero y que, por su sabor picante salado, incitaban a beber más”, según recuerda Eduardo Bernardi. En la lista aparece también el “Pilsen”, éste último del español Martín Gutiérrez, en San Martín al 2700.

En la lista aparecen los negocios gastronómicos dedicados a satisfacer la gula del paladar dulce de sus clientes. Si bien la confitería “Los Dos Chinos” estaba en la esquina sureste de San Martín y Juan de Garay vale asimilarla a la dinámica propia de los nuevos tiempos de “el Centro”. Era reconocida por su pastelería, postres y masas finas. Fundada por los hermanos españoles Bueno luego fue adquirida por otros españoles, los hermanos García. Si bien no comenzó en la esquina a funcionar, sí lo hizo a pocos metros, hasta que en la década de 1930 construyeron el edificio que ocuparon por muchos años, pero que de un tiempo a esta parte alberga otras actividades en alquiler. Además de ser el lugar predilecto del patriciado aristocrático santafesino, tenía un salón de fiestas en la planta alta. (Eduardo Bernardi – “La Santa Fe que yo viví…” – 2009)

Por su parte, calle San Martín tuvo muchos comercios en esquinas, pero un cruce de calles en particular reunió una diáspora de bares distintivos, el de calle Mendoza. El Paulista que estaba en la esquina noreste compartía con los otros bares el mismo denuedo de los clientes masculinos por ocupar las mesas junto a las ventanas que daban a la calle para observar las “beldades” santafesinas que deambulaban de vidriera en vidriera por la peatonal. Eran los ’30, y los ’40, y todavía hoy, que esa práctica se evidencia. Por su parte, las féminas peatones de aquel tiempo habían bautizado al Paulista como “el nido de víboras” a raíz de los “…entusiastas y elogiosos comentarios…” que departían los hombres. (Eduardo Bernardi – “La Santa Fe que yo viví…” – 2009)

En la esquina noroeste estaba “La Cosechera”, que al decir de Bernardi, “…era la cara opuesta del Paulista. Aquí imperaba el silencio, la compostura, la conversación apacible, las risas contenidas, los comentarios jugosos y juiciosos…”. Don Eduardo, por lo visto iba a todos estos bares sin distinción, por ello sabía que La Cosechera “…era el reducto de los intelectuales, tanto locales como extranjeros así como devotos del ajedrez y del dominó que requieren ambiente silencioso para lucubrar sus ataques y contraataques, que pasaban horas frente al tablero y sus trebejos, fumando pucho tras pucho incansablemente, por lo que el sector ubicado al fondo sobre calle Mendoza estaba en forma permanente como cubierto por una nebulosa espesa de humo…”. (Eduardo Bernardi – “La Santa Fe que yo viví…” – 2009)

También sobre San Martín, en forma lindera con La Cosechera, estaba el distinguido y por cierto más social y amplio local del “Polo Norte”. Era una confitería y bar fundada por los hermanos Viquieira venidos a Santa Fe del país Vasco. Luego fue propiedad de dos santafesinos de apellido Azzario y Massino que terminaron por imprimir el sello tradicional y propio a la pastelería Polo Norte. El local tenía salida también por calle Mendoza.

No lejos de allí, todavía permanece, aunque con otro nombre, uno de los viejos “Bavieras”, de Mendoza y 25 de Mayo. En realidad eran tres, el mencionado y los de “Santiago del Estero” y de “Bulevar” Gálvez, identificados así popularmente, todos propiedad de Martín Gutiérrez, como la chopería Pilsen. En particular el Baviera de Mendoza tenía unas características mesas pequeñas con unas mayólicas de vivos dibujos y tonos.

Otro de los bares “cerveceros” por excelencia era el “City Bar”, que estaba en San Martín al 2600, a mitad de cuadra, y aunque más pequeño que el Polo Norte, tenía como marca distintiva ser el bar de la Cervecería Schneider. Bernardi lo califica como un “…lugar de encuentro social en un ambiente amable y distinguido, también con orquesta y pequeña pista de baile”. En ese predio danzante hizo alarde de expresiones folklóricas Francisco Luis Parreño con sus chacareras y gatos santiagueños para no olvidar el terruño. Don Eduardo además puntualiza que fue por insistencia de Otto Schneider, y en este bar, donde comenzó a llamarse “liso” al vaso sin filigranas de cerveza fría tirada desde el barril, tradición santafesina que permanece hasta estos días.

El último de los lugares gastronómicos destacados del Centro fue y es la Confitería Las Delicias, ahora adaptada a una calle San Martín también peatonal en su tradicional esquina de Hipólito Irigoyen. Este comercio, uno de los más antiguos en funcionamiento en la ciudad, data de la primera década del siglo pasado, cuando los hermanos españoles Guillermo y Julio Gayá la crearon en 1913 como confitería en su primer local de la esquina sureste de San Martín y Crespo, momento en que otro hermano, Bernardo, también venido de Palma de Mallorca, se incorpora a la sociedad. En 1924 llegan, primero como inquilinos y luego como propietarios, al tradicional y actual inmueble, construido especialmente por Bernabé Vera, un hacendado de Marcelino Escalada. Ese edificio contaba con “…fábrica de confitería y pastelería, y cámaras frigoríficas en el subsuelo, salón de ventas, salón de bar, fábrica de hielo y de helados y administración en la planta baja; cocina y restaurante en el primer piso; y restaurante de verano en la terraza”, según lo menciona el sitio web de la actual empresa. Allí también surgió como producto uno de los dos alfajores santafesinos famosos de la ciudad, en este caso el “Gayalí”. Empresa familiar santafesina, por cuatro generaciones en manos de hijos y nietos de aquellos inmigrantes españoles que aprendieron el oficio en la vieja panadería Cavour. (http://www.gayali.com.ar/historia.html)

De los bares a los cines

Si bien la historia del séptimo arte en la ciudad de Santa Fe no nace con sus primeras proyecciones de orden público precisamente en el Barrio Centro, sino frente a Plaza España en la terraza del Café París, sí varias décadas después, en el apogeo de las salas de exhibición de cintas de celuloide, el “Centro” tuvo especial apego por los cines dentro de sus calles. Desde el sur, cerca de calle Juan de Garay, hasta el extremo norte en la llamada hoy “Recoleta santafesina”, en las inmediaciones de Bulevar Gálvez, los cines formaron parte de la postal del lugar.

En esta recorrida por pantallas, proyectores, butacas, acomodadores y carameleros con sus pequeñas bandejas recorriendo los pasillos, la memoria se adentra tanto en las cintas que eran proyectadas, como en los propios recuerdos de las salas. En el tiempo del cine mudo, sin banda sonora, la música era ejecutada por un pianista con una partitura que seguía con los compases, y las inflexiones sobre las teclas, los avatares de Carlitos Chaplín, o Buster Keaton, en blanco y negro. Luego llegaría el sonido para completar aquello de “audiovisual”, tan común en la era contemporánea. Más tarde sería el Cinemascope, y por último, la tercera dimensión con el “3D”, pero esa es una historia del presente y de otro lugar de la ciudad.

Como fuere, dos caminos se abren en paralelo para recorrer, desde los títulos del comienzo hasta los créditos del final, el mundo de la proyección de películas y de la historia de las salas del Centro que les dieron vida a esos personajes en sus pantallas blancas, entre las penumbras de sus butacas y las luces de la imaginación que despertaba en los espectadores. Otrora único espectáculo audiovisual por excelencia, el Cine como tal, ganó lugares en la ciudad, con el crecimiento de salas de proyección, entre espacios especialmente construidos con ese fin hasta teatros de colectividades y asociaciones que terminaron por imponerse como salas de proyección de películas.

En la geografía urbana eran cerca de veinte salas, en un total que fue cambiando a lo largo del tiempo. Agrupados en el Barrio Centro surgen con notoria claridad la mayoría de los cines. En compañía de Eduardo Bernardi, y de su memoria hecha palabras escritas, entre filas de asientos y media luz destellante del proyector, el recorrido comienza por el Empire de “calle San Martín y Corrientes. Funcionó bajo distintos nombres que cambiaban según fuere quién lo arrendaba: Charmant, San Martín, Luxor y, por último Empire. El único que cambió, a lo largo de su existencia, de nombre”. Esta sala en 1948 se llamaba “Santa Fe”, y fue bajo ese nombre que el 26 de diciembre de ese año un incendio ocasionó importantes daños, con el foco ígneo originado en el escenario propagado al techo de la sala, que gracias a la acción de los bomberos no terminó por consumir todo el edificio. (El Litoral 12/12/1948)

Los había “más populares”, mientras que otros eran un tanto más “exclusivos”. Una de esas salas de colectividad convertida a proyecciones de películas fue el Roma, en San Jerónimo, entre Catamarca (hoy Eva Perón) y Rioja, propiedad de la Asociación Roma Nostra, que se asentó en el predio actual en 1925 con una antigua sala, después demolida. Era “…explotada primeramente por la empresa Samper y, más tarde, por la empresa Dottori y luego por el señor Juan Carlos Burlando”. El Cine Roma, que luego de su cierre como sala de proyección pasó por varios usos, fue inaugurado por Leopoldo Samper en marzo de 1941. Estuvo el cine Belgrano, también llamado Ópera, en la esquina de San Jerónimo y Rosario (hoy Lisandro de la Torre), manejado también por Max Gluksmann, que regenteaba a su vez el Cine Apolo de barrio Constituyentes.

Otro ubicado en calle San Martín, en este caso al 2800, era el Cine Ideal, “Construido y administrado por el Ing. José Colombini. Primera y única –en su momento– que contó con un novedoso sistema de aire refrigerado central. Antes fue sede social del Club Francés”. El Litoral daba cuenta en una publicación del 2 de mayo de 1941 cuando era contratada la instalación de ese sistema de aire acondicionado, donde además participaban en la explotación de la sala el empresario Ricardo Graells y su hijo. Fue el 18 de junio de ese año cuando el diario El Orden titulaba “HOY SE INAUGURA LA ARISTOCRATICA SALA DEL CINE IDEAL”, donde la pieza gráfica mostraba el particular escenario con su forma de circular, y el pie de foto decía “La artística boca del escenario, cuyos arcos concéntricos concuerdan con las sobrias líneas ornamentales de la construcción interna”. Era una sala moderna, con capacidad para 1.000 espectadores, 650 de ellos en la platea y 350 en la planta alta, llamada “pullman”. La primera función fue a beneficio de la Sociedad de la Maternidad del Hospital de Caridad, y tuvo como títulos de proyección a la película en tecnicolor “Amarga dulzura”, con Jeannette Mac Donald y Nelson Eddy; “Gente joven”, con Shirley Temple y “El ayudante de cámara”, que era “…un excelente dibujo del ratoncito Mickey…”. (El Orden 18/6/1941)

El Cine Ideal tuvo un final sorpresivo y trágico, como un si fuera el epílogo en la última escena de un film. El 12 de noviembre de 1964 las llamas consumieron totalmente la sala. El Litoral en esa tarde titulaba “Un incendio destruyó totalmente la sala del cine Ideal”, y daba cuenta además el vespertino que “Los bomberos debieron luchar arduamente para que el fuego no afectase fincas linderas”. El techo de la sala y todo el escenario se quemó, solo se salvó por la heroica acción de los bomberos la parte frontal del edificio, donde se encontraban los proyectores, las películas, y en el subsuelo el equipo de refrigeración. (El Litoral 12/11/1964)

En continuidad por la recorrida, en el extremo norte del Centro, en la considerada hoy Recoleta, estuvo el Cine Moderno, donde se escapaban los alumnos de la Escuela Industrial, en calle Junín, entre Rivadavia y 25 de Mayo. Ahora se conoce al lugar como el Centro Cultural Provincial, pero tuvo un tiempo anterior, luego de dejar de ser el Cine Moderno, era llamada como la “Sala de la Lotería”, donde se realizaban los sorteos, amén de otras actividades culturales. Por lo pronto, la sala del Moderno fue construida y regenteada por Luis Francia. Dice Bernardi que “Contaba con salida de emergencia y, a la vez, entrada de artistas y proveedores, por calle 25 de Mayo. Esta merece una especial mención: se alquilaba para distintas clases de eventos: teatro, bailes, reuniones políticas y hasta actuó ¡UN CIRCO! Para ello, el piso de la platea que, todas las salas era inclinado hacia abajo y al frente, pero fijo, en él era movible, lo que le permitía mediante un ingenioso sistema mecánico, dejarlo en posición horizontal”.

Otro de los cines de la zona norte del Centro fue el Mayo, en calle 25 de Mayo al 3400, operado por la misma empresa de Rodolfo Graells e hijos que manejaban también el Doré. Éste era más antiguo que los demás, junto con el Esperancino, el Doré y el Chartmann. Como lo refiere el trabajo de relevamiento de la Facultad de Arquitectura de la UNL, en la década de 1920 este auge lleva a que Graells construya esta sala, quien la administra hasta 1934. Una característica del Mayo fue que no sólo pasaban películas, sino que además se realizaban obras de teatro y musicales. Así lo mencionaba el diario Santa Fe, que en 1925 decía sobre el Cine Mayo y caracterizaba su visión del momento social y cultural en cuanto a las salas, su oferta y público asistente: “Este espléndido, elegante y cómodo salón para espectáculos públicos, situado al norte de la calle 25 de Mayo No. 33 y que ofrece las mejores condiciones higiénicas, es hoy el favorito del público, debido –ante todo– a las buenas, selectas y morales películas que en él se exhiben y que muy de raro se registran en ciertas salas públicas, por lo común, no atendidas directamente por sus propietarios dueños como lo son los del Cine Mayo señores Lomello, Giorgi y Toretta, que saben imponerse ante el público grosero e irrespetuoso que a veces acuden a los cines para molestar con hacer alarde de su propia ineducación”. El cronista desgranaba luego elogios a los intérpretes de la ópera dramática “I Paglaeci” que esa noche se interpretó en el Mayo. (Santa Fe 15/10/1925)         

Esta sala pasó por variado tipo de usos, incluso como recordado boliche bailable de fines de los ’80 y comienzos de los ’90. En el extremo este, sobre Rivadavia estuvo el Cine Colón, hoy sala ATE Casa España, pero su historia será parte del recorrido por Plaza España.

También cerca, pero 25 de Mayo al 2700, estuvo lo que primero se llamó Casa Social, de propiedad de la iglesia santafesina, hoy ocupado por dependencias de la Universidad Católica de Santa Fe. En su tiempo tenía entradas a muy bajo precio, y que “…proyectaban las entonces famosas películas en ‘series’ o ‘episodios’ los domingos. Estas películas (films, vistas, o cintas, como las llamábamos) estaban programadas de manera que duraban varios episodios -8 o 10- y terminaban siempre en una situación peligrosa para el muchacho o muchacha de la película, de manera que despertaba extraordinario interés en saber cómo se las arreglaba para salvarse. Y este interés y curiosidad aseguraba la asistencia del público infantil que no faltaba el domingo siguiente”, según Bernardi. El lugar fue arrendado por Marcos Bobbio, que construyó el moderno Cine Ocean.

Otro cine cercano al barrio, al suroeste, fue el “Urquiza”, ubicado en esta calle al 1900, construido por la empresa José Rodríguez y Cía., explotado por la empresa Samper. Pero el cine más variopinto y particular, el más popular del Barrio Centro fue sin dudas el Cine Doré. Ubicado muy cerca del Mercado Central, en la esquina suroeste de San Jerónimo y Primera Junta, fue inicialmente en base a los recuerdos de Eduardo Bernardi “…la ‘Cantina Piamontesa’ explotado últimamente por la empresa de Rodolfo Graells. Este cine era llamado ‘de los canillitas’, muy cerca de allí había un centro de distribución de periódicos. Éste gremio estaba constituido por muchachones, díscolos y, algunos, hasta irrespetuosos, por lo que la gente bien o culta, y las familias no concurrían, salvo, algunos a la función ‘noche’, más tranquila porque ya aquellos habían desaparecido”.  Este lugar, hoy reciclado como espacio de la Sala de Loterías de Santa Fe para sus sorteos, y con locales en alquiler, sólo conserva de su fisonomía, la fachada en la ochava, donde ya ni siquiera puede leerse Cine Doré en letras de material empotradas en el frente.

En el listado de cines que completan la nómina de salas de la ciudad se pueden agregar, el Cine Garay  (de la Escuela Inmaculada en su salón de actos), en barrio Sur; el Esperancino, con su patio al aire libre, en Bulevar y San Luis de barrio Candioti, que se sumó a algunas proyecciones realizadas en la sala de la Biblioteca Moreno, en calle Marcial Candioti al 3300; el General Paz, ubicado en la avenida del mismo nombre y Salvador del Carril, en barrio Sargento Cabral; en el norte de la ciudad el Capitol, en Javier de la Rosa y Echagüe, en pleno Guadalupe; el Avenida, en Avenida Freyre, entre Tucumán y Rioja, en barrio Roma; el Apolo de barrio Constituyentes, en Obispo Gelabert entre San Lorenzo y Saavedra, que también tuvo y tiene proyecciones en la sala del gremio Luz y Fuerza, en Junín entre 1° de Mayo y 4 de Enero; y en Barranquitas el Gran Rex, en avenida López y Planes al 4200.

Una pequeña sala de cine infantil funcionó también durante varios años, hasta adentrados los ’80 en la parroquia Sagrado Corazón, en 4 de Enero, entre Primera Junta y Tucumán. Su antecesora, traída desde el pasado por Eduardo Bernardi, fue la que funcionó en los años ’30 y ’40 en el viejo edificio demolido de la esquina de Primera Junta y 1° de Mayo, que perteneció al Consejo General de Educación y a la Escuela Sarmiento. En ese lugar, existió el Cine Escolar, justamente en el salón de actos de la vieja escuela. “Gestor y alma mater de esta iniciativa fue el señor Pedro Búsico (1900-1947), bancario, pero incansable, original y emprendedor santafesino, considerado unos de los primeros empresarios de espectáculos, tanto circenses como cinematográficos en nuestra ciudad”, dice Bernardi. En esta particular sala se proyectaban películas educativas, documentales “…y aventuras ingenuas aptas para la mentalidad infantil y funcionaba de mañana y de tarde…”, donde en la función matutina iban las niñas y en el matiné los varones, con ingreso gratuito. Un dato a destacar es que estas proyecciones también se hacían en el interior de la provincia con un proyector, pantalla, y equipo itinerante, exhibiciones muy esperadas y valoradas por los pueblerinos –chicos y grandes– ante la ausencia de esta posibilidad por aquellos años.

Y otra de las salas recordadas de Barrio Centro fue la que funcionó en la Galería Ross y se llamó Cine Chaplin, en su momento hogar del Cine Club Santa Fe. Justamente, en esta saga por las salas de la ciudad, y del Centro, resta por acomodarse en las butacas, todavía hoy con localidades disponibles, del Cine América, en 25 de Mayo, metros al sur de Suipacha. La sala fue construida en los años setenta en este lugar ocupado por una vieja casa. El promotor fue Olinto Lombardo, distribuidor de películas en la zona. Luego que la sala Chaplin se cerrara, el Cine Club Santa Fe, en 1982, compró el Cine América y acondicionó las 500 butacas para poder ver en su pantalla ese cine “no comercial”, que brinda a los cultores del séptimo arte, el sentido de ser cinéfilos. En el marco de nuevos consumos culturales del cine, de complejos con varias salas y un servicio gastronómico que extrapola el modelo estadounidense a tierras santafesinas, el Cine Club y su sala América, continúan con sostener desde la oferta de títulos en la pantalla, y del ritual del cine de siempre, un espacio que lejos de quedarse en el recuerdo permite al público acceder a películas que de otra manera no podrían ver dado el monopolio actual de una multinacional que con buen tino relaciona en su nombre al cine con el mercado.

Sin embargo, Santa Fe mantiene una especial vinculación con el cine, tanto en su producción como en su exhibición. Justamente, Cine Club Santa Fe es una entidad antecesora del Instituto de Cine de la UNL, en el marco de un contexto cultural local que englobaba otras disciplinas del arte como el teatro, la poesía, la música. Un puñado de estudiantes de la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad Nacional del Litoral fundaron el 24 de Mayo de 1953 Cine Club. Algunos de esos jóvenes luego formarían el referido instituto de cine, encabezado por Fernando Birri.

Cine Club Santa Fe marcó en sus tiempos de oro un hito en toda la América Latina, por la cantidad de socios de la entidad –que en 1985 llegó a tener 2.500 miembros– como también por poseer dos salas propias, una de ellas el Cine América, lo que entonces lo ubicó como el segundo en importancia en el mundo. Con relación a la Sala Chaplin, aquella ubicada en la Galería Ross, fue adquirida en 1972 con apoyo del Fondo Nacional de las Artes. Luego se compró la Sala América, con 450 butacas y todas las comodidades de un cine moderno. Más allá del cierre de la Sala Chaplin, Cine Club también proyecta films en este tiempo en el “Cine Auditorio ATE”, de la Asociación Trabajadores del Estado.

Pero la actividad de la institución del celuloide no sólo se relacionó con proyectar películas por fuera de la oferta de los cines “comerciales”. Cine Club también tuvo sus departamentos destinados al público juvenil e infantil, con un taller y una cinemateca con más de un centenar de títulos. Actualmente, el Taller de cine infantil “El Pibe” es el que funciona y posee una videoteca, “Metrópolis”, con más de mil títulos, disponibles sólo para los socios, además de material de consulta como revistas y libros de cine. También posee un Departamento de Producción, para producir o coproducir filmes de distinto tipo. En término de producciones, entre ficción y documentales, Cine Club ha realizado cinco filmes; varios de ellos premiados en el país y en el exterior.

Ir al cine: un ritual de otro tiempo

Las ofertas de cintas, traídas por las distribuidoras en las llamadas “latas”, una por acto, eran a veces estrenadas en simultáneo por el propietario de más de una sala. El tema radicaba en que por el costo sólo se contaba con una copia, por lo que se proyectaban con media hora de diferencia en su comienzo para que a medida que se avanzaba se pudiera cambiar el “rollo”, rebobinarlo y enviarlo con un pibe en bicicleta al otro cine (por ejemplo el Apolo y el Belgrano) y ser proyectada allí, según repasa Bernardi en su trabajo “La Santa Fe que yo viví”.

Lo cierto es que había tres funciones, la clásica matiné (para los niños), la “Familiar”, un poco más tarde para jóvenes y parejas y grupos familiares, y “Noche”, reservada para los adultos y familias también, según fuera el tenor del título a ver. La preparación para “ir al cine” ya era un acontecimiento en sí misma, y un ritual cultural de “empilcharse” para la ocasión los hombres, y “arreglarse” las mujeres. Los niños con su ropa almidonada, sus zapatos lustrados, en una salida familiar. Acompañaban muchas veces, especialmente en la función continuada entre “matiné” y “familiar”, alguna canasta con comestibles, como por ejemplo maní con cáscara, que al ocupar un palco, daba una atalaya a toda la familia para disfrutar de hasta tres películas.

La clásica postal del chocolatero, recorriendo los pasillos con su bandeja colgada al cuello por una correa de cuero para dejar libre las manos en la operación de venta de golosinas, era parte del cine y su entorno. Así también lo eran los pequeños kioscos que se instalaban en el hall de ingreso, y hasta hubo cines, como el Roma o el Ocean, que tenía una conexión directa con un bar lindero para tomar un café en el intervalo o fumar un cigarrillo a las apuradas.

En la proyección a veces, con viejas máquinas cuya luz era generada por un potente arco voltaico que originaba mucho calor, la película se trababa o el “cineman” se distraía, el celuloide se detenía y se quemaba rápidamente. Con ello, de la película se pasaba a una luz blanca muy fuerte proyectada en la sala que quedaba luego con una oscuridad total, al apagar el proyector. Estos yerros eran seguidos con abucheos e insultos desde la platea que terminaba, en los cines más de barrio, o en matiné, por ser acompañados por el repiquetear de los pies sobre el parquet del piso. Esta protesta duraba “el tiempo que el maquinista empleaba en cortar y empalmar la cinta mediante la acetona…”, rememora Bernardi. Así, esa película, seguramente, quedaba con una escena truncada para la próxima proyección.

Más allá de ser una salida “familiar”, o con una novia para aprovechar la penumbra de las últimas butacas de atrás entre arrumacos y besos, algunas salas, en particular las que estaban cerca de los mercados, eran además de las más populares, las que congregan una platea digna de un tango de Enrique Santos Discépolo, o de un cuento de Fontanarrosa. Eran la “runfla” que se escapaba de sus ocupaciones por un rato, si las tenía, o simplemente encontraba en estos cines y sus compinches, divertimento y refugio de los males que la realidad proyectaba con ellos como actores en la función diaria de la calle, allá fuera de la penumbra de la sala.

Digno de mencionar entonces, precisamente en el Barrio Centro, es la postal del Cine Doré, en la ya citada esquina de Primera Junta y San Jerónimo. Otrora a pasos del Mercado Central (en la actual Plaza del Soldado), el nombre le corresponde a Gustavo Doré, un dibujante y pintor francés que con sus ilustraciones de fines del siglo XIX puso imágenes a clásicos de la literatura.

Un protagonista de los años de oro de esa “vagancia” en el Cine Doré fue Rodolfo Rueda, que en su escrito inédito “El Barrio Sur”, recuerda las incursiones al “Centro”. En la esquina contrapuesta, donde hoy se estacionan autos, estuvo el hotel “La Giralda”, que aportaba hospedantes a la platea del Doré. Dice “Pocho” Rueda: “El Doré no era cine para ir con la novia, o con una chica, o con la familia. No había clases sociales ni discriminación, pero ir a la parte superior era saludable, además significaba estar menos expuesto, ir abajo representaba terminar con la cabeza salivada, y había buenos tiradores”, ironizaba.

Hoy la compañía de las mullidas butacas con un balde de cartón plastificado impreso con publicidades, rebosante de pochoclos, (hoy le dicen “Pop Corn” para estar a tono con los nuevos tiempos), y una conocida bebida cola, forman parte del paisaje de salas con detectores de movimiento. En el Doré de los ’60 el clásico era la fruta del mercado cercano, “Las mandarinas y las naranjas fueron siempre las frutas de la vagancia…”, dice Rueda, “En aquellos tiempos, en la feria y a la entrada de la cancha se vendían a granel por centavos”. Como es de imaginar, estos aromáticos cítricos se consumían dentro del cine, por lo que todo olía a mandarina o naranja, cuando no eran trocadas por revistas, o las revistas cambiadas por tortas negras, o las tortas por churros, en un “club del trueque” propio del Doré.

Según Rueda el público era muy particular: “Al Doré, en su mayoría, concurría toda la vagancia del Mercado Central, me refiero a los que siempre iban y venían observando, pedían cigarrillos o monedas, alternaban el oficio de lustrabotas con la manga, como el malogrado Américo Bonetti que conoció de aplausos y ovaciones sobre el ring. Había canillitas, changarines de la terminal y simplemente vagos. En los momentos de suspenso dejaban caer una moneda, escalón por escalón, hasta que encendían las luces y el acomodador siempre encontraba un chivo expiatorio o cabeza de turco”.

Habitué de títulos que en otras salas no eran proyectados, el Doré fue la marquesina donde Isabel Sarli o Libertad Leblanc encendieron las ilusiones apasionadas masculinas, entre la pubertad y la adultez de sus asistentes. Se colmaban esas funciones para hombres. “Desnuda en la arena”, o “Carne” con Sarli y su desnudez sin cirugías. “Deliciosamente amoral” para título de “la Leblanc” como protagonista. Daban pulso al final de uno de los cines del centro. Pero esa pantalla de tahúres y marginales, de vagancia de otro tiempo, también supo en su esplendor como sala de las películas de Ingrid Bergman, de Gary Cooper, de “las de coboy” con Alan Ladd o el eterno John Wayne; entreveradas con las argentinas de Hugo del Carril o Leopoldo Torres Nilson, o Mario Soficci, o Enrique Carreras, hasta Leonardo Favio.

Tal vez hoy, al doblar la esquina, y pasar frente a la otrora marquesina de afiches, tanto en el Doré, como en las otras fachadas de los viejos cines vueltos supermercados o “todo por dos guitas”, el ángel de la fantasía moviéndose en la pantalla, y la luz de un proyector de tantos sueños de pibes, despertarán y cobrarán vida, en la retina de más de un santafesino caminador de recuerdos.

Alejándose del Centro

La dinámica del Tercer Milenio, con el crecimiento de otros puntos de la ciudad ya no como barrios residenciales sino como sitios aglutinantes de todas las actividades de la vida cotidiana, hizo paulatinamente que el Centro se despoblara. Enfocado más hacia lo comercial, las actividades bancarias, gubernamentales, culturales, esta parte del tejido urbano trasmutó su fisonomía. Justamente, la extensión de la peatonal nodal, llamada más allá de Eva Perón como “San Martín Norte”, hasta Suipacha, vino a dar en 2012,  aprobación del Concejo Municipal mediante, esa fisonomía continuada de caminar por el Centro.

Hoy, en la segunda década del siglo, los edificios de varios pisos crecen en derredor del Centro. Ya pocos se levantan sobre la peatonal, reservada para lo comercial. Encerrado entre rascacielos que crecen, ahora respetando las viejas fachadas, la peatonal y sus antiguas marquesinas, sus balcones, sus carteles y frentes de antaño, van quedando detrás del neón y las luces de LED. Sin embargo, a veces en la noche, escapando a las cámaras de seguridad de locales y del municipio, el aire del recuerdo baja desde los altos desvanes, las terrazas y los anticuados balcones. Se cuela por entre las hendijas de la memoria y despierta la evocación en más de un ojo santafesino que mira el presente desde el espejo del pasado.

Como Bernardi dijera alguna vez, “¿Quién no recuerda la ‘vuelta del perro’, como se decía de todos los concurrentes que daban vueltas y vueltas desde calle Juan de Garay a Catamarca (hoy Eva Perón), tanto de los que lo hacían en automóvil como de aquellos que lo hacían a pie? ¿Quién no se acuerda de las ‘nidadas’ de jóvenes galanes parados –como pirinchos al sol- en las angostas veredas dejando apenas un pequeño sendero para las esbeltas paseantes vestidas con sus mejores galas domingueras que llenaban de color, vida y alegría esa calle tan querida? Y, en carnaval ¿los corsos iluminados en toda su extensión por ondulantes guirnaldas de luces multicolores colocadas por la municipalidad?”.

En compañía de Don Eduardo, con su último andar cansino de bastón y pipa, de café humeante en cualquier esquina del Centro, es posible llegar hasta el presente que se proyecta en el mañana: “Hoy la Peatonal San Martín (como antes lo fue la Calle San Martín) más que una costumbre es una adicción: quien, hombre o mujer, concurra a ella más de dos días seguidos no puede sustraerse ni escapar al dulce y placentero embrujo del extraño y ‘remoto sortilegio’ de sus encantos. Y es por eso que las mesas y sillas de los numerosos bares que hoy al atienden y pueblan su ámbito, están siempre ocupadas por adictos y consuetudinarios concurrentes, desde quién sabe cuándo, aspirando ese vaho imperceptible embriagador, voluptuoso…”.

ENVIANOS TU HISTORIA-03
Barrio Centro – Historia

7 comentarios en «Barrio Centro – Historia»

  1. hola queria comentar que en la esquina de AV. RIVADAVIA Y JUNIN estaba la SASTRERIA LA INTERNACIONAL
    de Tomás LITTERIO fundada en 1917, cuyo edificio actual conserva el cartel en la ochava de esa esquina, esta declarado patrimonio de la Ciudad saludos ricardo litterio (nieto)

    1. ME GUSTARIA SABER DE ALGUNA FOTO DEL LETRERO DE ÑARO EN SAN JERONIMO Y SALTA Y DE PONDS ESE DE LA CIGUEÑA CON EL BEBE EN SAN MARTIN CASI JUAN DE GARAY

  2. También el bar El cabildo, muchos lo recordarán por sus famosos «voladores» esos sandwichs calientes de jamón y queso y los lisos. Mis abuelos Vicente Fernández y Clara eran los dueños de esa chopería emblemática de Santa Fe. Estaba en la esquina de Salta y la cortada Bustamante.

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