Barrio Constituyentes – Historia

Barrio Constituyentes

Uno de los barrios de la ciudad que corresponde a una vecinal, o dos, pero no lleva sus nombres, es Constituyentes. Ubicado en el ámbito de las vecinales República del Oeste y España, el lugar ha desarrollado una idiosincrasia propia, acaso anclada en la vieja quinta de los Clucellas, que fueron los mayoritarios propietarios de los terrenos. En términos de cultura urbana, Constituyentes puede delimitarse por las calles Crespo al sur, San Jerónimo al este, Bulevar Pellegrini al norte y Avenida Freyre al oeste.

Caracterizado por viviendas de diversa pero elaborada arquitectura, la zona fue principalmente ocupada con la compra de terrenos y construcción de viviendas por clases medias/altas y altas, compuestas por profesionales, comerciantes o cuentapropistas. Instalada en el imaginario colectivo de la ciudad como un barrio de “mayor nivel”, progresista, su loteo fue consecuencia del crecimiento desarrollado por las avenidas que la circundan (Suipacha, Freyre y Pellegrini). Contiguo al Hospital Italiano, y cercano a la zona del Hospital de Iturraspe originalmente concebido para infectocontagiosos, limítrofe con los corrales que terminaron por conformar la Sociedad Rural, Constituyentes tuvo su impulso más importante luego de la construcción de la Escuela Industrial, iniciada en 1905, finalizada en 1907 y nacionalizada el 23 de noviembre de 1909.

Calle 4 de Enero, entre Suipacha y Junín, con el adoquinado. Al fondo el Colegio Calvario. | Banco de Imágenes Florían Paucke

Al comienzo no todas fueron casas que denotaban propietarios beneficiarios de una movilidad social ascendente ya consolidada. Sin embargo, la permanencia como espacio de quintas hizo que no se produjeran asentamientos de casas más precarias caracterización de lo acontecido en la zona oeste de Avenida Freyre. Cuando los terrenos comenzaron a lotearse, los poseedores de esas propiedades fueron desde el inicio depositarios de una condición social y económica más pudiente. De todas formas, no de balde, la zona había quedado en cierta forma relegada de la expansión hacia el norte de la ciudad, tanto por su cercanía con los hospitales como con los corrales. 

En vista de la expansión de la ciudad hacia ese sector, la oportunidad de venta de terrenos se presentó más que conveniente. Así, se sumó el loteo de la quinta Clucellas a la urbanización ya iniciada en el lugar con el parcelamiento de las propiedades de Justo del Barco en 1888, que posibilitó la apertura de calle Suipacha (hoy Salvador Caputto), entre Urquiza y Saavedra, y de Urquiza, entre Suipacha y Junín. Luego, en 1910, se lotean las propiedades de Mosset, de Funes y de Juan Crouzeillez. Ello permite abrir nuevas calles para reforzar el trazado incipiente de Barrio Constituyentes, incluso del camino en diagonal para los tranvías a caballo hacia el Matadero Público, y que se iniciaba en Saavedra y Suipacha (donde hoy está la escuela Beleno surgida en 1893) y seguía hasta Bulevar Gálvez (hoy Pellegrini) y San Lorenzo, y desde allí a López y Planes, antiguamente llamado Camino Nogueras. (Dalla Fontana – 2004)

Como lo refiere Dalla Fontana, el Barrio Constituyentes incorporó en su diseño urbanístico mejoras en cuanto a los espacios para veredas y calles, “…más anchas, ventiladas, soleadas y rectas”. Esta diferencia puede apreciarse a simple vista en comparación con las calles norte/sur y su cambio de fisonomía al sur de Suipacha en comparación con el norte (especialmente en San Jerónimo, 9 de Julio, 1° de Mayo y 4 de Enero).

El nombre como rasgo distintivo de Santa Fe

A modo de descripción de aquellos descampados ubicados al norte de calle Rioja, otrora límite norte de la ciudad a fines del Siglo XIX, vale decir que en la manzana comprendida por las calles Suipacha, 4 de Enero, Junín y Urquiza existía una laguna, llamada ya entonces Constituyentes.

Según Miguel Ángel Dalla Fontana, “la denominación Constituyentes fue dada por los vecinos, en homenaje al Congreso instalado en Santa Fe, que sancionara la Constitución Nacional el 1° de mayo de 1853”. (Dalla Fontana – 2004) En honor a la historia de la ciudad, y de la provincia, Constituyentes se ancla en la tradición federal y constitucional forjada por los santafesinos, en especial por el Brigadier Estanislao López. No fue casual que Santa Fe fuera la ciudad convocante de la convención constituyente de 1852, que finalmente sancionara en 1853 la carta magna. El actual “Camino de la Constitución”, conformado por un recorrido que une los lugares de la ciudad relacionados los congresos constituyentes del Siglo XIX y XX, realizados en 1853 y las reformas de 1860, 1866 y 1994, dan cuenta de esa tradición republicana, federal y organizativa de la que Santa Fe formó parte activa.

Tal vez habría que exceptuar de este espíritu democrático, que inspira a una carta magna, la reforma constitucional de 1957 realizada también en Santa Fe, en tanto se desarrolló bajo el gobierno de facto del General Pedro Eugenio Aramburu, con elección de congresales, pero con el peronismo como partido proscripto sin congresales, en una compulsa donde los votos en blanco sumaron poco más de dos millones de sufragios, y con varios partidos que participaron pero en oposición a la reforma en condiciones de un gobierno no elegido en las urnas. Más allá de estos avatares políticos e institucionales de la historia nacional, lo cierto es que la ciudad de Santa Fe fue escenario para las convenciones constituyentes en honor al federalismo de los santafesinos.

La primera escuela del barrio fue la Escuela “Dr. Juan Beleno”, ubicada en Suipacha (Hoy Salvador Caputto) y Saavedra, se creó en 1893. Al comienzo al establecimiento llegaban niños de los barrios Barranquitas, Los Hornos y hasta Piquete.  Asentada en los primero años en el extremo noroeste de la ciudad urbanizada, la escuela fue conocida también como “del Hospital Italiano”, por su cercanía con el nosocomio, del cual el Dr. Beleno fue el primer médico sanitarista. (Barrio Roma y Constituyentes – Miguel Ángel Dalla Fontana – 2004). El edifico actual fue construido en su primera parte en 1923, mientras que en 1951 fue ampliado y modificado para dar respuesta al incremento de matrícula. (Inventario: 200 Obras del Patrimonio Arquitectónico de Santa Fe – Centro de Publicaciones UNL – 1993)

“La plaza del amor”, al decir de Eduardo Bernardi

Corazón del barrio, escenario de innumerables actividades políticas y culturales, agraciado espacio verde en recordación de los diputados congresistas de 1853, la Plaza Constituyentes fue además en un tiempo el lugar donde la clase media –especialmente la juventud- se daba cita para caminar, conversar, socializar, conocerse, y eventualmente, conocerse un poco mejor con intenciones de establecer una “relación amorosa”. En una época donde el club y los bailes podían ser los lugares para entablar un noviazgo, los paseos públicos, unos pocos, eran un ámbito para relacionarse. Justamente, por su belleza, pero en especial por su asistencia juvenil, y la proximidad de muchas residencias estudiantiles, Constituyentes se la conoció como “la plaza del amor”, por los corazones púberes que despertaban sus primeros sentimientos y sueños.

Más allá de este recuerdo, la historia del espacio verde que lleva el nombre del barrio comienza justamente con el loteo de la quinta de Clucellas. Dalla Fontana repasa el origen de la plaza y menciona que “A pesar de que en 1900 la familia Clucellas donaba las calles con la condición de la exención del pago de impuestos por diez años, en 1910, por la Ordenanza 1130, la Sra. Ramona Marrul de Clucellas vendía a la Municipalidad la manzana destinada para una futura ‘Plaza Pública’”.

Hoy para poder subdividir una propiedad en varios lotes, se deben dejar abierta calles y espacios verdes de acuerdo a la superficie total del loteo. En el caso de la plaza Constituyentes, allá por 1910, con buen tino el referido autor puntualiza: “Este insólito negociado (por la venta del espacio para la plaza) muestra los contactos políticos de la época. En mayo de 1911 la plaza es designada ‘de Los Constituyentes’ y queda librada al público. En esa oportunidad los alumnos del Industrial y de las escuelas fiscales hicieron las primeras plantaciones de árboles”. En continuidad con la “venta” de la plaza a la comuna local, Dalla Fontana profundiza: “Al poco tiempo el solar es cercado con postes y alambres con entrada a través de cuatro molinetes. Esto podría haber tenido dos razones: porque la plaza comienza a ser utilizada para el pastoreo de vacas, o bien los Clucellas la cierran hasta tanto el Municipio hiciera efectivo su pago. A partir de la mitad de la década del 20, se retira el cerco y se ejecuta el trazado de la plaza, coincidiendo con el levantamiento de la hipoteca y el embrago que pesaba sobre el Teatro Municipal, y a partir de ese momento los herederos de Clucellas reciben la suma de $58.384 por Ordenanza 2192”. (Dalla Fontana – 2004)

El aspecto actual de la plaza se definió entre los años 1929 y 1937. Por ese entonces se construyó la Caja Armónica, esa especie de anfiteatro que está el centro de la plaza. Y también se instalaron la fuente, los faroles y se pavimentaron las calles del perímetro. Al respecto, vale rescatar lo publicado por el diario El Orden en 1930 cuando un 12 de diciembre mencionaba sobre la caja armónica: “Desde hace tiempo los vecinos reclaman la presencia de una banda de música, para que amenice las reuniones, pero hasta la fecha nada se ha conseguido”. La solicitud radicaba en que las bandas por ese entonces tocaban en otras plazas hasta dos veces por semana, pero especialmente en que “…fueron los vecinos de este paseo público los que costearon con sus dineros la construcción de la caja armónica, y se debe entender que si se les ha permitido tales gastos, debió ser dándoles la esperanza que ella se utilizaría”. (El Orden – 12/12/1930)

La plaza fue en su época de oro, allá por los años 30, 40 y hasta los 50. Sus “retretas” (conciertos al aire libre de bandas musicales) son muy recordadas, y acaso junto con los encuentros de Plaza España, las más concurridas de la ciudad. De hecho, ambas plazas tienen un elemento fundamental para el desarrollo de estas actividades culturales: la caja armónica, especie de escenario sobre elevado, con gradas, para la ubicación de los músicos. Así tocaban en Plaza Constituyentes la Banda de la Policía o la Banda del Regimiento 12, con repertorios de música clásica pero también popular.

Un protagonista de aquellos años, testigo directo y vecino de Constituyentes, es Don Eduardo Bernardi, que en su libro “La Santa Fe que yo viví…” rememora sobre la plaza: “La recuerdo desde mi más tierna infancia, cuando aún tenía un alambrado perimetral tipo campo de cuatro o cinco hilos sostenidos por postes que la circundaba y la defendía de los animales sueltos que merodeaban por sus extensos baldíos aledaños, con un molinete en cada una de sus esquinas para permitir el paso de los transeúntes. A poco, el incesante progreso edilicio de la zona, el pavimento que abrió sus calles al tránsito moderno y, más aún, la construcción del Mercado Norte, hizo que fueran retirados y el barrio se animó de ruido y de vida”.

Plaza Constituyentes desarrolló una particular y diferente fisonomía respecto de los otros espacios verdes de la ciudad. No tanto por su arboleda, sus veredas internas, su cajita armónica, o sus placas en recuerdo a los congresales de 1853, sino más bien, por la concurrencia, especialmente de la juventud. Así también lo dice Bernardi, “…ella tenía ese no sé qué (carisma que le dicen) que le daba la presencia multitudinaria y vocinglera de la juventud santafesina”. Imágenes vuelven al pisar sus senderos de polvo de ladrillo, Don Eduardo describe con nostalgia cotidiana: “…la vida bullía en su interior y en su entorno. Esos mismos bancos que ocuparon parejas de enamorados que con sus manos entrelazadas soñaban un venturoso futuro común y que, amparados en la penumbra cómplice, gozaban de algún recatado, furtivo beso”. (“La Santa Fe que yo viví…” – Eduardo Bernardi – 2004)

El placero de entonces era Don Antonio Vecchioni. Un italiano de baja estatura y trabajador que mantenía el césped a golpe de guadaña. En aquel entonces la plaza ya lucía una gran variedad de flores, con un bello rosedal sobre calle 4 de enero, y árboles como los aguaribay, palmeras, jacarandaes y coníferas. Tres de esas coníferas, que hoy son de los árboles más altos, las plantaron los alumnos de la escuela Beleno cuando la institución cumplió las bodas de plata en 1918.

Militancia y política

Si algo falta por sumar a la idiosincrasia particular de Plaza Constituyentes era su condición convocante para actos políticos. Por un lado, la cercanía con el local de la Confederación General del Trabajo (CGT) Santa Fe, que está sobre calle Junín, por otro, la presencia del estudiantado relacionado a la Escuela Industrial y la Facultad de Ingeniería Química, y la propia Faculta de Ciencias Jurídicas y Sociales, todas instituciones dependientes de la Universidad Nacional del Litoral.

Parapetados en improvisados escenarios de tabla, casi siempre de frente a calle Urquiza, a viva voz, resuenan aún los ecos de los discursos encendidos de Lisando de La Torre, Ítalo Luder, Luciano Molinas, Arturo Frondizi, Ricardo Balbín y hasta Raúl Alfonsín, entre otros. (Dalla Fontana – 2004).

También, cierta vez, hasta un recordado personaje de la ciudad, el “Doctor” Leoni, desgranó un discurso de tinte político. Leoni fue inofensivo y pintoresco señor, ataviado de trajes regalados, sombrero y bastón, que entre el personaje que había construido luego de una tragedia familiar y la locura que ese mismo acontecimiento del destino le había dejado, se metió en el corazón de los santafesinos. De la pluma del mismo Bernardi se recuerda que en ocasión de la proscripción del partido Radical a una elección a diputados, allá por los años 30’, un grupo de militantes propuso como candidato de un partido no existente, a modo de crítica sarcástica a la parodia electoral, en medio de la Década Infame. Así, estos militantes proscriptos hicieron “campaña” por el Leoni, imprimieron votos y “proclamaron” en la Plaza Constituyentes la candidatura del “Doctor”, con discursos fervorosos sobre las bondades del ciudadano propuesto para diputado. La parodia, obligada por las circunstancias, finalizó con el alocución de Víctor Leoni, que entre otras cosas propuso, pavimentar el camino a Rafaela (en ese entonces de tierra y teniendo en cuenta que Leoni era oriundo de Susana cerca de la “Perla del Oeste”) y techarlo para que en días de lluvia no fuera intransitable. Y otra de sus propuestas, calificadas de “disparatadas” por los vecinos de la ciudad, fue unir Santa Fe y Paraná con un túnel. Como dice Bernardi, “Estos proyectos de un loco (¿visionario?) hicieron estallar de risa a todo Santa Fe y hasta en la vecina orilla. Al pasar los años, otros locos ejecutivos concretaron esos proyectos… considerados en su momento esquizofrénicos, hoy son una palpable realidad…”. (Bernardi – 2004)

Sin embargo, no todo fue en la plaza política o amor. Más de una vez, en épocas de dictaduras y represión, el Escuadrón de la Policía, montados a caballo, repartía sablazos y fustazos sobre las cabezas y espaldas de los militantes congregados. De aquellas incursiones represivas, Bernardi recuerda una curiosa anécdota que desnuda la contradictoria educación castrense de las fuerzas de seguridad de otro tiempo donde autoritarismo y nacionalismo se mezclaban en detrimento del verdadero sentimiento patriota, lejos de acciones represivas, como fuera demostrado por hombres de nuestra historia de la talla de San Martín o Belgrano.

“Estos agentes que en forma tan brutal y desmedida acometían al indefenso ciudadano, tenía un respeto patriótico, casi fanático hacia nuestros símbolos patrios. Y ocurrió lo siguiente: cuando se preparaban para cargar sobre la multitud, alguien se le ocurrió comenzar a entonar el Himno Nacional el cual al instante fue coreado por todos. Los escuadrones, en el acto sofrenaron sus pingos y ordenadamente formularon la venia, como habían aprendido. Y así mantuvieron la formación hasta la última sílaba. Claro que de inmediato reanudaron su labor persecutoria y disolvente. Esto se repitió varias veces, hasta que posiblemente habrán recibido la orden de exceptuar en esta circunstancia el consabido y respetuoso saludo a nuestra máxima canción. Los manifestantes, entre tanto, se dispersaban paulatina y disimuladamente y la mayoría escapaba así del inminente ‘apaleo’ y hasta del brutal atropello de sus cabalgaduras”. (Bernardi – 2004)

Escenario del contra discurso hegemónico, la Plaza Constituyentes era el lugar donde los opositores podían expresarse. Unas bombas de estruendo eran el anuncio convocante para los vecinos, y el estudiantado universitario y del Industrial, de las pensiones cercanas. Ideas expresadas desde la palabra, contacto directo entre ciudadanos y políticos, antiguas formas de oratoria, militancia, trabajadores y sindicalistas. Un variopinto complejo y diverso, casi tanto como los asistentes que se daban cita.

Los tranvías a caballo en Constituyentes

Según parece uno de los servicios de transporte público recaló en el Barrio Constituyentes, no como lugar de paso sino como punta de línea. Se trata del primer transporte de personas más importante que los mateos que hasta ese momento, de la década de 1880, daban movilidad a los vecinos. La Santa Fe de aquellos años crecía. Dice López Rosas al respecto, “…la población comenzaba a extenderse hacia barrio Candioti, mientras los ‘gringos’ del norte se acercaban ufanos hacia el futuro bulevar Gálvez. El puerto hervía de velas, transportando nuestras cosechas o trayendo contingentes de europeos hacia las nuevas colonias; mientras las chalanas partían hacia Paraná o rumbeaban para los pueblos de nuestra costa para traernos sus zapallos, sandías o melones”. Era una ciudad que despertaba del letargo colonial, y se incorporaba a fuerza de vapor al modelo Agroexportador, producto de la División Internacional del Trabajo propuesta por el Capitalismo en evolución a escala planetaria, que marcó el destino nacional como productor de materias primas.

En ese marco, bajo el gobierno del Presbítero Dr. Manuel María Zavalla, en abril de 1884, Néstor de Iriondo, en representación de Rómulo Pietranera, presentaba al Concejo Deliberante de la ciudad la propuesta de instalar un tranvía de tracción a sangre, “…sistema Decauville, de 0,75 mts. de trocha, con rieles y durmientes de acero, que partiría su primera etapa (pues se proyectaba otra línea) desde el puerto (actual esquina de calle Rivadavia y 1ª Junta) hasta calle Comercio (hoy, San Martín) y, por ésta, hasta desembocar en 23 de Diciembre (hoy, Avda. Gral. López), finalizando su primer tramo de vías en el Cuartel de Aduana (plaza de la Legislatura)”, según lo relevado por López Rosas. Mediante la firma de un convenio, la idea se materializó, y al poco tiempo comenzaron la colocación de rieles y durmientes sobre ese primer recorrido. Finalmente, un día aciago, amarraba en el puerto el vapor “Pingo”, desde donde se bajaban los primeros coches para iniciar el servicio.

Primer viaje del tranvía de los Señores Lacuevas y Pietranera – Banco de Imágenes Florían Paucke

Con todo, el 9 de mayo de 1885 quedó inaugurado el tranway a caballo, con ceremonia inaugural encabezada por el intendente Mariano Comas. Acto seguido, la comitiva oficial recorre por primera vez las vías en las calles en el tranvía. Acompañaba ese recorrido inaugural chicos, vecinos y jinetes de a caballo. Según recuerda en sus memorias Clementino Paredes “No conocíamos lo que era un tranvía; y cuál no sería nuestro asombro cuando vimos enrialada la jardinera en la vía, tirada por dos hermosos y fuertes caballos…”. (López Rosas – 1993)

Con el tiempo, se ampliaron otras líneas, pero la primera en funcionar en la ciudad se ubicó en la zona de la quinta de los Clucellas, que luego fuera el Barrio Constituyentes.  Dalla Fontana investigó al respecto que “En la manzana que sería el asentamiento del colegio Nuestra Señora del Calvario, hasta 1907 existía el depósito de la Compañía de tranvías a Caballo de Rómulo Pietranera, como así también la primera cancha del Club Atlético Unión” (luego mudado a la manzana que hoy ocupa el Rectorado de la Universidad Nacional del Litoral y la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales). Por la zona del barrio circulaban dos líneas, la mencionada por Dalla Fontana, “Progreso de Santa Fe” por calle San Martín, y por San Jerónimo los tranvías de la empresa “Ciudad de Santa Fe”.

López Rosas, en la Perenne Memoria, recupera de la historia de la ciudad las primeras quejas de los vecinos por la presencia de los tranvías. Lo que por un lado marcaba un signo de progreso para la comunidad, por otro, generaba reclamos, como por ejemplo por los ruidos del “chirriar de los rieles y la corneta de los mayorales (conductores del tranvía) que interrumpían la tradicional y sagrada siesta de los santafesinos”, de vecinos del centro se debería puntualizar. (López Rosas – 1993)

Las anécdotas recuerdan que los mayorales, más de una vez, tocaban su corneta más allá de lo reglamentado, en cada esquina. Más bien ensayaban breves melodías, dicen, para dar cuenta de su paso para alguna “novia” que trabajaba como personal doméstico en una de esas casas de las familias acomodadas de calle Comercio. Incluso, durante la intendencia de Edmundo Rosas, se impusieron las damas de esas mismas viviendas, ya que pretendían, y lo consiguieron, que el tranvía a caballo se detuviera en la puerta de sus casas, a la espera de su salida, y no en la esquina, con la regularidad que el servicio reclamaba. Así, todo el pasaje tuvo que esperar más de la cuenta a alguna señora que terminara de prepararse para “salir”.

Resulta difícil de creer, pero se produjeron algunos choques, por lo cual, el municipio encomendó que un jinete, 50 metros delante del tranvía, hiciera sonar una corneta a modo de advertencia. Otra postal del tranway a caballo eran los descarrilamientos del coche, contratiempo que era subsanado por el propio pasaje que descendía para colocar sobre los rieles a la jardinera y proseguir el viaje. Dice López Rosas que en la celebración de Semana Santa de 1886 se prohibió la circulación de los tranvías “durante el Jueves y el Viernes Santo, con el fin de evitar ruidos molestos frente a las iglesias…”. La medida provocó la protesta de los empresarios, en tanto el servicio era público pero de prestadores privados. Conclusión, acordaron no tocar la corneta los mayorales, y trasponer al tranco de los percherones los templos.

Los tranvías a caballo funcionaron, luego con otras líneas (tres en total según Tomás Furno en una carta a Juan Fernández y González), incluso extendiéndose hasta llegar al matadero público, ubicado hacia el norte de la ciudad, cerca de donde hoy se encuentra Barrio Piquete Las Flores. Este servicio siguió rodando por las calles hasta que fueron reemplazados por los tranvías eléctricos, que comenzaron a funcionar con la primera línea en 1914, pero esa es otra historia. (López Rosas – 1993)

La presencia religiosa

La fe, católica, forma parte de la historia del barrio. A diferencia de otros sectores de la ciudad, acaso por su ubicación como por la condición social y económica de sus habitantes, tanto el Colegio Calvario, y la parroquia San José de los Agustinos Recoletos.

En 1907 un grupo de hermanas de la Congregación del Calvario llega a Santa Fe y ocupan una casa prestada por el Ferrocarril Francés, que se ubicaba en calle Santiago del Estero al 2400. Un año después, en 1908, la curia dona a la congregación la manzana comprendida por las calles Urquiza, Junín, Francia y Suipacha, para la construcción de su propio colegio. Las obras se inician en 1913 y concluyen en su primera etapa un año después. El proyectista del edificio del Colegio Calvario fue el Ingeniero francés José Courau, “administrador general del FFCC francés, con quien las hermanas tenían vinculación, ya que en los comienzos eran las hijas de los franceses del FFCC quienes asistían al colegio”. El constructor fue Orlando Ovidi, titular de una empresa local. Sobre el colegio se producen ampliaciones, por ejemplo en 1932, cuando se completa la esquina de Junín, se construye la planta alta sobre Suipacha y se remodela la Capilla. Luego se anexan el Gimnasio y la casa de las internas novicias. El edifico hoy es considerado patrimonio arquitectónico de la ciudad. (http://nuestra-sra-del-calvario.blogspot.com.ar/)

Existe un recuerdo de los inicios del Colegio Calvario que habla de su historia anclada al propio barrio. Según se relata en un sitio Web conformado por alumnas de la entidad: “Era una mañana primaveral de principios de siglo, la cuadrilla municipal estacionó en la intersección de calle Urquiza y Junín. A pala y pico estos hombres abrirían calle Junín hacia el oeste. El trabajo matutino de la Hermanas del Calvario se vio interrumpido de pronto, por la visita de unos de esos obreros municipales. Venía a ofrecerles un joven palo borracho de no más de 80 cm. de alto, que habían rescatado de entre las malezas”. Ese palo borracho, todavía hoy, florece cada año en el jardín del colegio. (http://nuestra-sra-del-calvario.blogspot.com.ar/)

Por otro lado, los padres Agustinos Recoletos llegan al barrio con la construcción del templo de la parroquia San José, cuya piedra fundamental es colocada frente la plaza el 1° de julio de 1929. En realidad los religiosos ocupan una pequeña construcción sobre la misma calle Santiago del Estero, con una modesta capilla, espacio que hoy ocupa el Salón Parroquial. En el lugar, en 1948 comenzaron las obras de la casa parroquial, inaugurada el 24 de junio de 1950. Pasarían algunos años, hasta que el 16 de diciembre de 1956 el templo adquiriera su actual fisonomía, con la construcción de la cúpula, que es una réplica del domo que corona el templo Sacre Coeur de Montmartre, en París. Luego, en 1962 se fundó el jardín de Infantes «Niño Jesús» que después de ser reconocido como Escuela Parroquial Nº 169 creció hasta llegar al Colegio Parroquial N° 1169 «Niño Jesús – Agustinos Recoletos». (http://www.oar.org.ar/nota.php?id=34)

El Mercado Norte

La historia del mercado empezó en un edificio que estaba en San Martín, entre Hipólito Irigoyen y Crespo. En 1927 empezaron los trámites en el municipio para trasladarlo a su lugar actual, en la esquina de Urquiza y Santiago del Estero. En aquel tiempo esa manzana tenía solo unos pocas casas, el resto era descampado. En el lugar jugaban los chicos del barrio y hacían sus prácticas de tiro los escuadrones del Regimiento 12, que estaba afincado en la Sociedad Rural. El constructor del edifico fue el arquitecto Hipólito Marelli, que convocaba a los niños del vecindario y les hacía conocer la obra.

Ya en 1929 los puesteros comienzan a trasladarse al Mercado Norte y empiezan a trabajar. Las actividades en ese entonces se hacían en doble turno. Los puesteros empezaban la jornada a las tres de la madrugada y terminaban cuando caía la tarde. También se trabajaba los domingos, pero sólo hasta las diez de la mañana. Pese a la mejora que significaba el nuevo Mercado Norte de Constituyentes respecto del antiguo que se encontraba en calle San Martín, al comienzo no fue demasiado aceptado por los vecinos, ni ocupado por tantos puesteros. Da cuenta de ello, en 1930 el diario El Orden, que en una nota gráfica mencionaba “Se anduvo con el paso cambiado, desde el primer momento, en el asunto de la construcción del nuevo Mercado Norte”, y tras referirse a la reciente inauguración, decía que “Una mínima parte de los puestos, se encuentran ocupados. Para los demás no hay interesados”. En realidad el diario argumentaba que en el traslado del mercado hubo “una beneficiosa operación comercial con terrenos, entre la Municipalidad y los llevadores del negocio”, por la venta de las parcelas en calle San Martín. (El Orden – 3/4/1930).

Con el tiempo el Mercado Norte de Constituyentes cobró importancia comercial, por la cantidad de puestos y afluencia de clientes. Según recuerdan los vecinos del Mercado Norte, los puestos de carne y cerdo estaban en el centro del edificio. Alrededor estaban los de verdura y al final los de pollo. Todos los productos llegaban al Mercado por tranvías, que ingresaban por los callejones internos, desde la entrada de calle Urquiza.

Cuando arrancaba el día, los puestos de carne eran los que empezaban más temprano. Como no existían heladeras ni cámaras frigoríficas tenían que empezar picando el hielo para conservar la carne. Por eso las reses se vendían y consumían en el día. Originalmente el Mercado Norte se diseñó para instalar cámaras frigoríficas, por ello se le hicieron grandes subsuelos, los que al final se usaron como maduraderos de bananas o depósito de papas.

Mercado Norte circa 1930 – Banco de Imágenes Florían Paucke

El Mercado Norte fue un gran centro abastecedor durante muchos años. Gente de todos los niveles sociales compraban ahí, en los puestos, que allá por los años 50’ se baldeaban dos veces por día cuando terminaba cada turno. También, por cuestiones de bromatología, era obligación pintar las instalaciones todos los años. Durante muchos años el Mercado Norte fue el lugar donde se conseguía todo, con la clásica «libreta» para fiarles a los clientes más «seguros». Al comienzo de los 70’ había trabajo pleno. Todos los puestos estaban completos y eran más de 80. Recuerdan que en 1978, cuando se demolió el Mercado Central, muchos puesteros se mudaron al Mercado Norte.

Con el tiempo, y las nuevas modalidades de comercialización de alimentos, con las diferentes prácticas de consumo y compra, las actividades en el Mercado Norte fueron decayendo hasta desaparecer los últimos puestos, ya adentrados los 90’. Luego el edificio fue depósito de vehículos retenidos por Policía de Tránsito Municipal, hasta quedar en muy malas condiciones edilicias. Recientemente, y gracias a una iniciativa de la Municipalidad, se logró con financiamiento externo recuperar su parte externa, con el establecimiento de distinto tipo de comercios, con la intención de alcanzar su total refuncionalización orientada hacia el sector comercial y gastronómico.

El “Zorzal criollo” en un cine de barrio

Como dice el tango “Melodías de Arrabal”, el Barrio Constituyentes se habrá poblado de rumores de milongas, mientras la luna plateaba el empedrado de calle Obispo Gelabert, aquel frío agosto de 1933. Llegaba a Santa Fe Carlos Gardel, acaso tal vez la única vez que haya estado en la ciudad, o que se ha documentado su paso. Las actuaciones se realizaron en tres días, 16, 17 y 18 de agosto de 1933. Gardel llegó a Santa Fe acompañado por sus cuatro guitarristas: Horacio Pettorossi, Guillermo Barbieri, Ángel Domingo Riverol y Julio Vivas.

(http://gardelysusmonumentos.blogspot.com.ar/2010/10/en-el-teatro-apolo-santa-fe.html)

No sólo el barrio se revolucionó, sino toda la ciudad. No obstante su fama y popularidad, es para analizar que Gardel actuará en un humilde cine de barrio, no por ejemplo en el coliseo mayor de la ciudad, lo que permite inferir que el Teatro Municipal estaba reservado para otro tipo de expresiones artísticas, en las que el tango como arte popular, todavía no tenía cabida. Como visitante ilustre fue homenajeado con una cena en el Club Regatas, de la que participaron comerciantes, periodistas, y directivos de los diarios Santa Fe y La Provincia, encuentro culinario del que daba cuenta con una particular crónica  el primero de los matutinos el lunes 22 de agosto de 1933

A sala llena, incluso con las puertas abiertas al hall que estaba colmado por santafesinos que no habían podido conseguir una entrada, los recitales se realizaron en  el Cine Teatro Apolo. Esta sala fue proyectada y construida entre 1929 y 1931, en calle Obispo Gelabert, entre San Lorenzo y Saavedra. Tanto el proyecto y como la ejecución de la obra fue encargado al Ing. Arturo Comín. (Inventario: 200 Obras del Patrimonio Arquitectónico de Santa Fe – Centro de Publicaciones UNL – 1993)

Eduardo Bernardi era parte de la vida del barrio en aquellos años. Recordaba en sus memorias sobre Santa Fe, escritas y publicadas, que con su hermano mayor y otros amigos del vecindario, para obtener entradas gratis a las funciones del Cine Apolo, hacían las veces de repartidores de publicidad, folletos, puerta por puerta, en toda la ciudad, sobre la oferta de la pantalla grande de Constituyentes.

Carlos Gardel en la cena homenaje dada en su honor en el Club Regatas en agosto de 1933 –
(Diario Santa Fe – 22/8/1933)

La Escuela Industrial Superior y el barrio

Escuela Industrial Superior en 1910 (Banco de Imágenes Florián Paucke) En el volumen dos de la publicación "Postales del Centenario" por el aniversario de los cien años de la nacionalización de la EIS, en 2009, el tomo con el título "Arquitectura y lugar, pilares de la identidad de la EIS", se menciona con respecto a la colocación de la piedra fundamental del edificio en diciembre de 1905, y a la ubicación en los suburbios de la entidad, que "...en medio de una fiesta popular, en los límites de la ciudad, ubicación que resultó criticada en ese momento, en distintas crónicas de la época, en éstas pareciera entenderse la misma como una desvaloración de la escuela, frente a las de enseñanza tradicional humanitas, que se reflejaría en la asignación de un espacio periférico". Asimismo, Gabriela de Córdoba y Matilde Botteri, encuandran el sitio elegido en las quintas de los Clucellas, al decir: "Efectivamente la escuela se construyó en una manzana comprada a tal fin por el gobierno de la provincia; los terrenos vecinos no estaban vendidos y quedaba fuera de las redes de servicios construidas o proyectadas".

 

 

EL BARRIO AYER Y HOY

Cine Teatro Moderno Ayer
Cine Teatro Moderno Hoy (Centro Cultural Provincial "Paco Urondo")
Mercado Norte Ayer
Mercado Norte hoy
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Barrio Constituyentes – Historia

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