Barrio Plaza España – Historia

HISTORIA PLAZA ESPAÑA

El crecimiento hacia el norte de la trama urbana, la gravitación del viejo puerto de la ciudad, y la aparición del primer ferrocarril, la llegada de los inmigrantes, fueron factores concomitantes para hacer de Plaza España, el “Barrio del Norte”, el del “Progreso”. Como tal, puede encuadrarse al espacio con límites difusos, al oeste en calle 25 de Mayo, al sur calle Eva Perón (ex Catamarca), al este Las Heras (para dejar dentro el antiguo predio del ferrocarril) y al norte el propio Bulevar Gálvez.

Esta zona formaba parte originalmente del sector denominado como “Pagos de Arriba”, ello al traslado de la ciudad. Toda el área que se extendía desde el noreste del casco colonial hasta la desembocadura de la “Laguna Grande de los Saladillos” (Laguna Setúbal), fue conocida como “La Chacarita”, de propiedad de los jesuitas, donde luego de varias sucesiones y compras se llegó hasta el último propietario, en 1867, Marcial Candioti, que loteó la zona y generó por un lado el barrio que lleva su nombre, y bien al norte del viejo puerto de cabotaje, el caserío y la plaza que terminó por transformarse en la “Plaza España”.

Como bien lo refiere en su libro “El Barrio del Puerto” Lilia Valentinuzzi de Pussetto, hacia atrás en el pasado de la ciudad “…en tiempos de la Colonia, antes de loteos y urbanizaciones, estos parajes eran considerados sitios de ‘extramuros’, es decir, fuera de los límites del trazado fundacional”, y ello -como lo menciona- a pesar que Santa Fe nunca tuvo murallas. Esas tierras de jesuitas, hasta antes de su expulsión de América por el Rey de España Carlos III en 1767, tenían como delimitación geográfica actual a las calles Rivadavia, Alem, el río al este y Bulevar Gálvez al norte. Justamente, el Barrio Plaza España, que aquí se profundiza en su desarrollo en forma autónoma, se ubica en el oeste de esa estanzuela y chacras de los Jesuitas.

En ese extremo del poniente se estableció primeramente, en 1866, la “Plaza del Progreso”, con dos manzanas de extensión, en la que la parcela oeste luego de la apertura de calle San Luis se consolidó como la “Plaza de las Carretas”, para arribar a recordar en su nombre a la madre patria.

Lilia Valentinuzzi de Pussetto caracteriza que “El aumento de la actividad socioeconómica regional en la segunda mitad del siglo XIX, repercutió en el norte ciudadano, transformando un área que hasta pocos años antes había disfrutado del sosiego característico de las zonas de quintas”.

En el proceso de conformación del lugar se señala en el trabajo de la referida autora que en los finales del siglo XIX se expropiaron los terrenos lindantes con la plaza hacia el este, y ello para construir allí la estación terminal, plata de maniobras, edificios y demás dependencias del Ferrocarril a las Colonias, que “en su primer tramo hasta Esperanza, fue inaugurado el 1º de enero de 1885”.

Esta zona formaba parte originalmente del sector denominado como “Pagos de Arriba”, ello al traslado de la ciudad. Toda el área que se extendía desde el noreste del casco colonial hasta la desembocadura de la “Laguna Grande de los Saladillos” (Laguna Setúbal), fue conocida como “La Chacarita”, de propiedad de los jesuitas, donde luego de varias sucesiones y compras se llegó hasta el último propietario, en 1867, Marcial Candioti, que loteó la zona y generó por un lado el barrio que lleva su nombre, y bien al norte del viejo puerto de cabotaje, el caserío y la plaza que terminó por transformarse en la “Plaza España”.

Como bien lo refiere en su libro “El Barrio del Puerto” Lilia Valentinuzzi de Pussetto, hacia atrás en el pasado de la ciudad “…en tiempos de la Colonia, antes de loteos y urbanizaciones, estos parajes eran considerados sitios de ‘extramuros’, es decir, fuera de los límites del trazado fundacional”, y ello -como lo menciona- a pesar que Santa Fe nunca tuvo murallas. Esas tierras de jesuitas, hasta antes de su expulsión de América por el Rey de España Carlos III en 1767, tenían como delimitación geográfica actual a las calles Rivadavia, Alem, el río al este y Bulevar Gálvez al norte. Justamente, el Barrio Plaza España, que aquí se profundiza en su desarrollo en forma autónoma, se ubica en el oeste de esa estanzuela y chacras de los Jesuitas.

La Plaza

Centro neurálgico, convocante, público, abierto, los espacios urbanos como tales se definen y limitan, se auto referencian con respecto a una plaza. Calles, casas, veredas, edificios, siempre encuentran en una plaza el punto nodal de convergencia. Es raro encontrar una ciudad que no tenga una plaza al menos, en realidad, varias. En ese plano, la apropiación de actividades del espacio público gana terreno en la cultura y el uso social de las plazas. En Santa Fe, herederas del modelo Español de la colonia, de define la plaza central como articulación del poder, político, divino, patriarcal.

“En el año 1887 fue inaugurada en el sector norte del predio de la Plaza del Congreso la Primera Exposición Agrícola. Ganadera e Industrial de Santa Fe. Impulsada por Dr. José Gálvez, Gobernador de la Provincia, tuvo carácter interprovincial y en ella pudo admirarse una variada gama de productos regionales. Fueron exhibidas además, maquinarias, destinadas especialmente a las tareas agrícolas. La Exposición tuvo gran éxito tanto en el número de expositores como en el público asistente, el cual llegó desde las colonias santafesinas y desde provincias vecinas”. (“El Barrio del Puerto” Lilia Valentinuzzi de Pussetto) – Foto Banco de Imágenes Florián Paucke

El intento de desmembrar ese poder con la creación de la Plaza San Martín trajo a Santa Fe otro espacio público de convocatoria hacia nuevos objetivos de actividades y de poder relacionado a la incipiente burguesía comercial, portuaria y mercantil. Otras plazas formaron parte del escenario urbano en expansión de mediados del siglo XIX en adelante. La “Plaza Santa Coloma”, allá en el borde del barrio Roma, espacio donde hoy se ubica el Hospital Cullen. La “Plaza del Interior”, en el oeste de la calle 23 de Diciembre (hoy General López), más allá de la Aduana (hoy Legislatura), marcaban para 1887 los espacios públicos de la ciudad.

Entre esas ágoras se destacaba por su impronta netamente comercial, mercantilista, la “Plaza Progreso”, denominación que en sí misma denota el destino que se buscaba. Al igual que en las calles de la ciudad, como lo denota Juan Pascual, donde en el centro sus nombres denotan Dios, Patria y Federalismo, en las plazas sus iniciales denominaciones en el proceso de expansión de la ciudad dan cuenta de las definiciones territoriales para cada sector. Por ello, la denominación de “Progreso”, ubica el destino que entre ferrocarril y puerto se proyectaba para esa zona de Santa Fe.

Este espacio de la ciudad fue demarcada el 19 de mayo de 1866 gracias a un decreto de Nicasio Oroño que dispuso que tuviera “dos cuadras de largo por una de ancho”, donde la manzana donde está Plaza España fuera la del oeste y la otra se ubicaba al este. Cabe consignar que en mayo de 1876, ante reclamos de Marcial Candioti por lo erróneo de su demarcación, según sus argumentos como propietario de la zona, la plaza quedó reducida a una sola manzana, tal como se la conoce hoy. Vale decir que en los documentos Candioti argumentaba que el antiguo propietario de “La Characarita”, Pascual Echagüe, había donado un espacio de “una cuadra cuadrada” para establecer una plaza “…para mercado del frutos del país…”, según se documenta en el libro “El Barrio del Puerto”.

En aquel tiempo algunas de las calles tenían otro nombre, y así quedaban delimitadas según los escritos: al norte Gobernador Crespo, al sur Estanislao López (hoy Hipólito Irigoyen), al este San Luis y al oeste Jujuy (ahora Rivadavia). El lugar estaba destinado al estacionamiento de las carretas que cargadas de maderas y carbón se acercaban para descargar en las inmediaciones del viejo puerto, y luego a partir de 1885 en el Ferrocarril a las Colonias cercano. Por este motivo también, se la conoció como la “Plaza de las Carretas”, aunque no como nombre oficial, y con una versión parecida del historiador José María Rosa como “Hueco de las Carretas”.

Dice Lilia Valentinuzzi, en cita a otros autores, con respecto a este lugar de la ciudad: “Este campito del norte ciudadano era el punto final de camino Real y del camino de Guadalupe (que de allí nacían hacia el norte). El camino Real pasaba por el caserío de Ascochingas, continuaba por la actual Avenida Aristóbulo del Valle y a la altura del Boulevard Gálvez ingresaba a la ciudad, siguiendo el recorrido de la actual calle Rivadavia. El Camino de Guadalupe desembocaba en calle Belgrano y llegaba al descampado que nos ocupa. Hasta esta Plaza de las Carretas, además de carros y carretas, llegaban diligencias y galeras con pasajeros, encomiendas y cargas. EN el lugar también terminaba una famosa pista de cuadreras que partía de Guadalupe. El punto final era un mojón de hierro empotrado en la actual intersección de Rivadavia y Junín, llamdo ‘mojón del pueblo’”.

Ferrocarril, puerto y plaza dieron impulso a una acelerada subdivisión, ocupación y construcción en los terrenos circundantes. En su momento, junto con el asentamiento cercano de edificios relevantes de colectividades, la zona se constituyó como un punto de desarrollo y crecimiento de la ciudad, donde los inmigrantes y los que continuaban llegando, daban el variopinto característico de mezcla de culturas, idiomas, colores de ojos, de pelo, y de piel.

Como lo dicho, la plaza del Progreso fue mutando de nombre oficial en sus primeros años. Por un lado, Pérez Martín dice en “Latitud Sur 31º” que en 1892, en relación al cuatro centenario del “descubrimiento” de América, ese lejano 12 de octubre “…se efectuó a las 15 una procesión cívica y se dio a la Plaza del  Progreso el nombre de Colón…”. Pero ese nombre del navegante genovés duró como tiempo, dado que el 24 de abril de 1900, mediante la Ordenanza Nº 264, el espacio verde se denominó “Plaza España”.

El mismo José Pérez Martín, pero en su otro libro “Itinerario de Santa Fe”, describe que la plaza tenía “…su caja armónica, en el centro de su círculo de jacarandaes y sus gigantes gomeros, hoy (por 1965) apuntalados para sobrellevar la espesura de sus ramas. Aquel círculo de jacarandaes en torno a la plaza, se transformaba en el mes de noviembre en un cinturón florido que se prolongaba en las paralelas hacia las calles del norte de la ciudad”.

Entre esas ágoras se destacaba por su impronta netamente comercial, mercantilista, la “Plaza Progreso”, denominación que en sí misma denota el destino que se buscaba. Al igual que en las calles de la ciudad, como lo denota Juan Pascual, donde en el centro sus nombres denotan Dios, Patria y Federalismo, en las plazas sus iniciales denominaciones en el proceso de expansión de la ciudad dan cuenta de las definiciones territoriales para cada sector. Por ello, la denominación de “Progreso”, ubica el destino que entre ferrocarril y puerto se proyectaba para esa zona de Santa Fe.

La Plaza de Las Carretas

Como lo cita la referida autora: “Los cueros, maderas, yerba, carbón, etc. descargados en la ‘Plaza de las Carretas’ eran almacenados en barracas o en amplias viviendas con galpones e ingreso para carros. Allí se clasificaban o fraccionaban para su posterior embarque. Varios de estos depósitos estaban ubicados en los alrededores del Puerto de Cabotaje” (que estaba en las barrancas del río que corría por donde hoy están las avenidas Alem y 27 de Febrero).

Lo que hoy es Plaza España era una especie de “mercado concentrador de frutos y productos”, que arribana al lugar en “tropas de carros y carretas”. Se acopiaban desde maderas, yerba, carbón, hasta frutas secas y encomiendas. “Arribaban desde sitios lejanos –recuerda Lilia Valentinuzzi– después de muchos días de viaje en convoyes tirados bueyes. Recorrían seis o siete leguas por día (30/35 Km), si el barro no dificultaba su marcha. En su retorno al interior llevaban productos importados y manufacturas”

Por mediados del siglo XIX había como servicio de transporte de personas y encomiendas una serie de galeras, diligencias y volantas, algunas capaces de llevar hasta doce pasajeros, siempre tiradas por caballos. Estas pequeñas compañías de transporte tenían sus postas, con su personal y hasta oficinas de atención, todas ellas concentradas en la zona de Plaza España. Los recorridos tenían preferencia por las nacientes colonias del interior, que hasta la llegada del ferrocarril, dependían del transporte en diligencia, como por ejemplo en la década del 1860 a Esperanza o la Colonia San Carlos. Más adelante, por 1874 se llegaba hasta Colonia Emilia, a San Justo. Incluso se combinaban, en la zona de la costa, diligencias y barcos. Tal fue el caso en 1875, citado por Valentinuzzi sobre los cuarenta pesos mensuales con que el Estado subsidiaba a “D. Tomás Moore por establecer un servicio de ‘Mensagería (sic) de San Javier a el Rey’, haciendo dos viajes mensuales en combinación con el vapor ‘Quinto’. Este servicio tocaba en su recorrido las colonias California, Galense, Eloísa, Alejandra, Mal Abrigo e Independencia”.

Un poco más avanzado el siglo 19, aparecieron una serie de transportes fluviales, en pequeños barcos a vapor, que hacían el recorrido costero, por lo que las diligencias y carretas vieron mermado su número en aquellos caminos que iban por la costa santafesina. Todo este creciente movimiento del viejo Puerto de Cabotaje hizo que en la zona cercana, y en especial dentro del ámbito de Plaza España, se desarrollara un aumento del número de viviendas tipo conventillo, de pequeños hoteles, comercios, comedores. Este movimiento aumentaría más con la instalación de la Estación del Ferrocarril a las Colonias.

Con el tiempo la fisonomía de la plaza tuvo sus cambios. Entre que llevó el nombre de Plaza de las Carretas, y el actual Plaza España, se la llamó en un período a fines del siglo XIX como Plaza Colón. Justamente, con esa denominación fue escenario central de la Revolución Radical de 1893. Luego de la más importante inundación conocida de 1905, donde quedó totalmente anegada, la plaza tuvo varias obras de remodelación, con intervenciones en 1911, cuando se trazaron las diagonales, se plantaron árboles, y se incorporaron obras de arte escultóricas, como la estatua “El baño” y una fuente artística. Luego de esas remodelaciones una nueva inundación, pero más breve y puntual, se dio en 1914, pero en este caso por las grandes lluvias que ocasionaron la crecida impetuosa del río Salado con el Paraná en bajos, lo que se ubica como antecedente de 1973 y la trágica de 2003. Después, en 1922 se construyó la caja armónica, y la siguiente intervención significativa se dio en 1992 cuando se trasladó al centro de la Plaza España el obelisco conmemorativo del Descubrimiento de América, que se encontraba emplazado en Alem y Avellaneda.

La presencia de los inmigrantes

Un dato de las características de los edificios del entorno de Plaza España queda descripto como hoteles de poca monta, y los conocidos “conventillos”, de piezas pequeñas y precarias, baño compartido al fondo, hacinamiento y falta de salubridad. Contrastaban otras construcciones en el espacio, como la Casa Hume, el edificio Casanello, o la propia Farmacia “Las Colonias”. Pero más allá de este collage arquitectónico, se asentaron en el lugar las instituciones representativas de las diferentes colectividades que llegaban al puerto de cabotaje cercano.

El edificio de la Droguería y Farmacia «Las Colonias» fue demolido y se ubicaba en la esquina sudeste de San Luis e Humberto I° (actual Hipólito Irigoyen). Fundada en 1901 por Juan B. Ambrosio con los años, ya convertida en Sociedad Anónima, «…se la dotó de secciones como ser la óptica, montada con todos los elementos que la técnica de aquella época exigía; también un laboratorio químico donde se realizaban análisis completos. De esta manera se servía a la medicina y a la industria». (http://www.paraconocernos.com.ar/?p=207)

El impulso comercial, la necesidad de agruparse frente a una anquilosada y cerrada sociedad patricia santafesina, el requerimiento de conservar las costumbre, el idioma, la idiosincrasia de la tierra lejana, trajo como consecuencia el surgimiento de entidades, algunas de las cuales, con mutaciones lógicas a lo largo del tiempo.

En el propio libro “El Barrio del Puerto” Valentinuzzi rescata al respecto que “Desde el lejano 1º de mayo de 1875 cuando se colocó la piedra fundamental de la Unione e Benevolenza en 25 de mayo 2569, continuando con la English Assembly Rooms frente a ‘la Francesa’, el Círculo Italiano en Hipólito Irigoyen 2451, el Círculo Israelita Macabi en Junín y Belgrano, el Club Social Sirio Libanés en 25 de mayo 2740. Un monolito erigido en la Plaza Cristóbal Colón (más conocida como “plaza de las palomas”), sobre calle San Luis, testimonia, desde el 14 de agosto de 1953, el homenaje del ‘Superior Gobierno y la Municipalidad de Santa Fe a la Colectividad Siria’. Durante décadas el entorno de la Plaza España convocó a Asociaciones Españolas que en varias oportunidades pretendieron levantar, en la antigua Plaza de las Carretas, un monumento a Don Juan de Garay”.

En otros tiempos cuando las actividades artísticas públicas no abundaban, cuando las posibilidades de diversión y esparcimiento estaban reservadas a pocos espacios, y con una oferta de actividades lúdicas mínimas, las plazas cobraban relevancia especial para los vecinos, especialmente los menos pudientes. Era en especial en las plazas de la ciudad donde había cajas armónicas, que son una construcción particular, en semicírculo, con gradas y sobre elevada, con frente habitualmente hacia el centro del espacio verde.

En la ciudad tenían “caja armónica” las plazas de Mayo, la de barrio Constituyentes, la San Martín y también, Plaza España. Al respecto, era noticia que esta caja armónica se construiría en el lugar en 1923 para albergar a las orquestas que ya desde hacía años actuaban allí. Decía el diario Santa Fe, sobre lo que había sido una promesa electoral de los concejales triunfantes en la recientes elecciones: “Los planos de referencia han sido confeccionados con prolijidad, pudiendo, asegurarse que la caja armónica de la plaza España no adolecerá de falla alguna. Los ‘habitués’ a las audiciones musicales, agradecerían al ingeniero Marelli (Jefe de Obras Públicas Municipal) que tal construcción se efectúe a la brevedad posible, por cuanto entonces sería factible la interpretación de partituras de renombrados autores, que como ‘La Feria de Leipzig’, no es posible realizar, por la poca acústica de la plaza”. (Santa Fe 27/2/1923). Finalmente la caja armónica se construyó recostada sobre el este, es decir sobre calle San Luis, donde todavía hoy está, aunque ya sin orquestas que toquen para solaz de los vecinos.

La estación del Ferrocarril Santa Fe

Recuerda Andrés Andreis en su libro “El Ferrocarril, lo que el tiempo no borró”, sobre la vieja estación del Ferrocarril Santa Fe, o Provincial como se lo conoció, que este monumental edificio fue demolido en 1960 para erigir en su lugar la actual Estación Terminal de Colectivos. Ubicada en calle Belgrano y Humberto I° (hoy Hipólito Irigoyen), cuando fue culminada la obra de la estación de trenes en 1885 y por su magnitud, durante muchos años, hasta la construcción de la estación de Ferrocarril Belgrano, era considerada la primera en importancia dentro de la ciudad de Santa Fe. Dice Andreis que “Su frente daba sobre Belgrano y presentan amplias verjas fabricadas en Escocia. Constaba de dos plantas con una torre central y un gran reloj, amplias galerías interiores que cobijaban la gran cubierta metálica de sus andenes y oficinas operativas: Jefe de Estación, Boletería, Encomienda, Telégrafo, Despacho de equipajes, etc. Los trenes de pasajeros de y hacia el sur de la provincia (Rosario), y el noroeste, cubrían provincias limítrofes como Córdoba y Chaco. En la parte posterior de su frente y en el extremo sur, se erigían amplios galpones que almacenaban todo tipo de mercaderías, donde además se arrimaban vagones para su carga y descarga”.

Aunque la zona de los talleres del Ferrocarril Santa Fe, actual Predio Ferial Municipal, podría ubicarse dentro el oeste de barrio Candioti, por una cuestión de pertenencia de actividades, es dable incluir este sector dentro del desarrollo de la historia del Barrio Plaza España. Andrés Andreis detalla en su trabajo al respecto que “Los talleres de reparaciones de locomotoras a vapor, coches y vagones de la Compañía Francesa del Ferrocarril Santa Fe (es decir cuando ya había sido transferido a capitales extranjeros) se encontraban en el predio ubicado entre calle Junín, callejón Caseros, paralelo a Marcial Candioti, Avenida Alem y Belgrano. Se inauguraron en 1886. El galpón más antiguo fue construido por el Ferrocarril de Santa Fe a Las Colonias (anterior a la compañía francesa) se utilizaba para el alistamiento de las locomotoras, llamado ‘Salón Blanco’. Se encontraba en el sector oeste del taller, a la altura de calle Catamarca”.

Más adelante describe puntualmente cada sector: “Los talleres estaban divididos por dos sectores. Hacia el norte los galpones en los cuales se reparaban los coches y vagones del Ferrocarril Santa Fe. El otro sector, de mayor extensión, era para la reparación de locomotoras y se extendía desde Hipólito Irigoyen hasta Avenida Alem en línea recta. Poseían en general trece secciones restantes, siendo las más importantes carpintería, alzado de coches y herrería. Se extendía aproximadamente a la altura de las calles Suipacha hasta Hipólito Irigoyen”. Como era entonces, los trabajos se hacían todos en el lugar, con artesanos y mano de obra calificada, que mantenían y reparaban las formaciones, sin terciarizaciones de las tareas.

“Hacia el lado este se encontraban los sectores de playa y transporte, y en el oeste el taller eléctrico, almacén general y un galpón de reparación de locomotoras, cuyas instalaciones fueron preparadas con un puente grúa destinado para una futura reparaciones de bogies de locomotoras diesel eléctricas”.

Los galpones mencionados, incluso con su tanque elevado sobre calle Las Heras, fueron construidos con fondos estatales de la provincia, entre 1884 y 1888, tuvieron un destino ferroviario incluso luego de su estatización como Ferrocarril Belgrano en 1947. Con la demolición de la estación del ferrocarril en 1960 sobre calle Belgrano, el resto de las dependencias cayeron en un sostenido declive de uso y posterior abandono. Para 1978, con la decadencia de la actividad portuaria en Santa Fe, y su correlato en los ramales ferroviarios, más la competencia del transporte de pasajeros de media y larga distancia por colectivos, estos talleres son clausurados y sus elementos trasladados en su mayoría a Laguna Paiva. “De todas estas instalaciones, lo único que se conserva en la actualidad, son los galpones de la sección montaje convertido en Predio Ferial de Exposiciones de la Municipalidad de Santa Fe”, refiere Andreis. Finalmente, la intervención de la Municipalidad, bajo un gobierno de facto, en 1981, permitió rescatar de la demolición y pérdida total los galpones que hoy forman parte del patrimonio público de la ciudad.

Los edificios alrededor de la plaza

En las calles circundantes del ágora del norte se establecieron varios edificios, algunos de los cuales todavía sobreviven con dispar condición de conservación. Por un lado, aparece la Casa Hume. Los hermanos Alejandro y Washington Hume fueron con su empresa los subcontratistas de la empresa londinense “John G. Meiggs, Son and Co.” que mediante un leonino contrato se acordó con el gobierno de la Provincia para construir el ferrocarril que uniera Santa Fe con las recién nacidas colonias al oeste, en enero de 1883.

Por su lado, los dos hermanos escoses, construyeron no sólo el ferrocarril mencionado, con puentes, estaciones y talleres, sino que además dejaron en la esquina de Hipólito Irigoyen y San Luis (en ese momento Juárez Celman) el edificio que hoy permanece en pie y que ocupa el Museo Ferroviario de Santa Fe.  Esa construcción, que también alquiló un tiempo el municipio para funcionar entre 1893 y los primeros años del siglo XX, se la conoció popularmente como la “Casa Hume”.

Justamente, fueron sus constructores los que no pudieron utilizarla como lo habían previsto para albergar las oficinas de su empresa. Ocurrió que en 1888, poco antes de finalizar en 1889 los hermanos Hume la construcción del ferrocarril, el gobierno de la Provincia deshizo el contrato que daba a la citada empresa londinense la explotación de los ramales. En octubre de 1888 la Provincia rubricó un nuevo acuerdo, no menos expoliador que el anterior, pero en este caso con la compañía europea “Fives Lille”, la que a su vez cedió el contrato y la concesión a la “Compañía Francesa de los Ferrocarriles de la Provincia de Santa Fe”. Con ello, los Hume debieron cambiar sus planes, retirarse de Santa Fe, no antes sin dejar concluido el referido edificio frente a Plaza España.

Dice Valentinuzzi que “La Casa Hume constituyó una novedad para Santa Fe, por sus dimensiones y por su estilo. Su presencia en el norte de la ciudad fue un signo de distinción para la empresa de los Hermanos Hume, quienes no la pudieron disfrutar”.

El edificio contiguo sobre San Luis, correspondiente a la Administración del Ferrocarril y que se utiliza ahora para dependencias del Registro Civil de la Provincia, trajo también la extensión de una serie de túneles que existen en la Casa Hume hacia la construcción contigua, a sus semisótanos y salas de máquina en el subsuelo. Estos túneles y sótanos estaban ocupados por personas que trabajaban allí. En el más extenso de ellos funcionaba la caja de caudales y los empleados debían descender hasta este subsuelo para cobrar sus haberes. También los prestadores de servicios cobraban sus trabajos o insumos.

Valentinuzzi describe aquel pasadizo cuando era utilizado: “Es un túnel amplio y con instalación eléctrica. Antes de su obstrucción continuaba paralelo a Hipólito Irigoyen y llegaba por debajo de calle Belgrano, hasta la Estación Francesa”. Ese túnel era la ruta por la que se llevaba o traía el dinero de la estación y de los trenes que arribaban o partían.

Justamente, el edificio que hoy ocupa el Registro Civil de la Provincia de Santa Fe fue otrora el local construido integrado a la Casa Hume como dependencias administrativas del Ferrocarril Santa Fe, con sus patios al este vinculados hacia la estación de trenes de calle Belgrano. Fue en 1913 cuando la creciente actividad del ferrocarril ameritó la decisión de construir este edificio de dos plantas, con patios internos y disposición de las oficinas en galerías hacia ese interior. Ubicado sobre calle San Luis, frente a Plaza España, esta construcción realzó la jerarquía de la compañía ferrocarrilera.

Andrés Andreis en su libro “El Ferrocarril, lo que el tiempo no borró”, menciona que este lugar estaba destinado a la Jefatura de Vía y Obras como oficinas técnicas, la liquidación y pago de sueldos, y hasta un departamento de servicio médico para el personal ferroviario. También funcionaron allí las divisiones de Comercial y Movimiento. También por calle Gobernador Crespo hubo un edificio que tuvo dependencias la administración del Ferrocarril Santa Fe, con oficinas del material de tracción, de vías y obras, de abastecimiento y hasta asuntos legales. Para 1960, con la restructuración de los ramales, estuvo allí la jefatura regional que abarcaba varias provincias limítrofes.

En el lado oeste aparece la Escuela Bernardino Rivadavia, la escuela número tres de la ciudad, inaugurada como tal el 30 de agosto de 1888. Desde siempre frente a Plaza España, sobre la Avenida Rivadavia, antes llamada Plaza Progreso. Hoy el mismo edificio es utilizado también por la Escuela de Enseñanza Media Nº 256 “General Juan Bautista Bustos”, que se creó en 1971 pero recién en 1974 tomó el actual nombre. En la placa original del edificio de la entidad primaria figura la leyenda: “Agosto 30 de 1888 – Inauguración de la Escuela Superior de Niños de esta capital – Directora: Petrona Fontanilla – profesoras: Otilia Ereñú – Estela Mendez”.

En su génesis, la Escuela Rivadavia tuvo como base institucional a la Escuela Graduada de Niñas del Norte, original institución que ocupó el primer edificio, en el otrora límite norte de la ciudad. A la primera entidad educativa para niñas se le anexó luego la escuela “Superior de Varones”. Esa construcción ocupaba todo el frente con las aulas dispuestas en los laterales del terreno que se extendía hacia el oeste sobre la manzana.

El crecimiento del barrio, y de la matrícula, impuso la necesidad de contar con un nuevo local, más adecuado y amplio. Así, en 1906 el Gobierno provincial llamó a licitación para reformar el edificio, con aulas en una planta alta. Luego en 1913 se compra el terreno aledaño al sur, con la consigna de ampliar el edificio, obras que se inician en 1914 y concluyen un año después, con la misma fachada que hoy puede verse frente a la avenida del mismo nombre del establecimiento, que resulta ser la misma del edificio original en tanto se duplica su fisonomía. Puestos así, el local permanece casi inalterable hasta estos días.

También permanece en la esquina noreste de San Luis y Crespo queda una construcción particular, no estatal, baluarte de aquellos tiempos del apogeo del puerto de ultramar de Santa Fe. Es el “edificio Cassanello”, que según detalla el trabajo de la Facultad de Arquitectura de la UNL sobre el relevamiento del patrimonio arquitectónico histórico de la ciudad “Como tipología funcional Don Ángel Cassanello elige para inversión inmobiliaria la ‘Casa de Rentas’ con oficinas en planta baja y tres pisos de departamentos”. Su construcción se inició en 1926 y ya contaba con la previsión de un ascensor, lo que ubica al edificio en la época como uno de los primeros de la ciudad en contar con este servicio.

Espacio de encuentro y personajes

La plaza conoció también de los tranvías a caballo. En la ciudad de Santa Fe hubo tres empresas de tranway de tracción a sangre: Pietranera, Velarde y La Cueva. Los tranvías a caballo fueron los únicos que circularon por calle San Martín, y justamente la línea que pasara por “la calle del Centro”, era la que llegaba hasta Plaza España, la estación del ferrocarril en calle Belgrano, antes de alcanzar su punta de línea en el extremo de bulevar Gálvez. Como lo recuerda Juan Fernández y González, “Cuando un coche pasaba frente a la estación del Ferrocarril Santa Fe, ‘la francesa’, se detenía en el desvío a esperar el paso del coche que avanzaba en dirección contraria  pues existía una sola mano de rieles. Mientras aguardaban el cambio, el mayoral y el guardia se bajaban a tomar una chinchibira o una chufa seca en cualquier fonda de calle Belgrano”. Y como para completar la postal urbana y social de ese tiempo antes del 1900, “El Bachiller” decía: “Y, de paso cañazo, piropeaban a las pardas que esperaban a su colimba, enrolado en el Regimiento 12, para ir a ‘afilar’ (noviar) a la plaza España. Si habrá visto ‘filos’ (besos y arrumacos) la estatua de Diana la Cazadora…”.

“En la plaza España”, mencionaba el título del diario Santa Fe del 6 de enero de 1919 desgranaba una crónica de vida cotidiana de la plaza al decir: “En ese lugar de reunión se congregan todas las noches, y especialmente los jueves y domingos, numerosas familias. El público acude espontáneamente cuando hay banda en la plaza”. Sin embargo detallaba las necesidades del lugar. “Pero resulta que los bancos escasean mucho. Por el lado de calle San Luis, en toda la cuadra, que abarca la plaza no hay donde sentarse. En los demás costados tampoco abunda, y en el centro de la plaza son ocupados todos los bancos por los hombres que rodean la orquesta. Las familias no hallan donde reposar un momento”. (Santa Fe 6/1/1919)

Por su ubicación y diversidad de actividades cercanas tenía una particular predilección por cobijar a recordados personajes urbanos. Eduardo Bernardi menciona por ejemplo a “Turín”, un piamontés de baja estatura adicto al alcohol que se distinguía por usar siempre, fuera invierno o verano, un viejo sobretodo. Este enemigo de los muchachones que lo azuzaban tenía parada habitual en el “Almacén de la Luna” que estaba en Rivadavia y Vera.

Un signo que distingue a la Plaza España estaba ya marcado para el año de la “Gran Depresión”. A modo descripción de ese momento se puede abrevar en la crónica de El Orden de inicios de 1929 cuando decía que “La plaza España no es una plaza melancólica como otras. Ni siquiera una plaza con alma de paseo público, despreocupadamente y pueril. La plaza España es una plaza de actividad.  Hasta los charlatanes que en ella venden grase de víbora para curar el reumatismo son distintos de los charlatanes de otras plazas. Los charlatanes de la plaza España son serios y emprendedores industriales. No rodean a la plaza España ni colegios, ni palacios oficiales, ni casas solariegas, ni iglesias. La rodean zapaterías, tiendas, restaurants, oficinas, bars… La plaza España es el salto grande que hay desde la plaza 25 de Mayo, paseo elegante del Sur, hermano del Convento de San Francisco, hasta el Norte de la ciudad, cuyos edificios se arrojan hacia el cielo como una ambición”. (El Orden 6/1/1929)

Incluso allá por 1937 se proyectó tener la estación de ómnibus frente a la plaza, sobre calle Crespo, un proyecto que finalmente se concretó en mayo de ese año gracias al apoyo de los comerciantes y vecinos de la zona. (El Litoral 31-5-1937)

En particular, la gran crisis internacional financiera del capitalismo a escala global de 1929 y 1930, conocida como la “Gran Depresión”, no sólo azotó a los trabajadores y clases bajas de Estados Unidos, sino que tuvo sus consecuencias también en el resto del planeta relacionado a la economía de mercado. Así, también en Argentina se hizo sentir, y  Santa Fe, anclada en su desarrollo al Modelo Agroexportador, fue afectada notablemente por aquellos años.

Muchas veces una postal urbana, cotidiana, puede ilustrar más que un tratado de análisis económico, especialmente si se piensa desde el lugar de los más débiles en términos de recursos. Plaza España, por estar inserta entre el Puerto y el Ferrocarril fue escenario de esas personas alienadas, sin trabajo, en situación de calle, indigentes, sin cobertura social de ningún tipo, fundamentalmente las personas de la Tercera Edad.

Testigo de ese tiempo fue el ya citado Eduardo Bernardi, quien en su trabajo de rescate de la memoria urbana tituló a uno de sus relato “Los juntapuchos. La crisis de 1930”. Todo el lugar estaba poblado de bares y fondas, “Mandolini Hnos., por calle San Luis casi Crespo (los 20 billares), los tres de japoneses (Osaka, Tokio Norte, etc.) que funcionaban toda la noche en gran concurrencia de noctámbulos parroquianos jugadores de billar, casín, billa, dados, naipes… y en general, grandes fumadores. En todos los tiempos, de bonanza o de sequía, este sector siempre tiene algún peso para sus vicios… de ahí que quedaban muchísimos puchos en el piso…”. A ellos se sumaba la estación de ómnibus suburbanos que estaba sobre calle Crespo frente a la plaza, y donde algunos pasajeros que debían abordar el colectivo que ya partía arrojaban algún cigarrillo con solo un par de pitadas realizadas.

En esta escenografía aparecieron los “juntapuchos”. Dice Bernardi: “Esa fue una ocupación de los viejos empobrecidos y empecinados fumadores que inventaron un ingeniosos método de recolección: discreto, disimulado y elegante. En la punta de su bastón –necesario o no- le clavaban un largo clavo que luego afilaban en una punta aguda con la que pinchaban cuanto pucho encontraban y así sin agacharse y denunciar su miserable ocupación, hacían su cosecha que luego, disimuladamente, sacaban y colocaban en una bolsita que ex profeso llevaban colgando de su hombro. Como los cigarrillos de esos tiempos no tenían filtro, toda colilla era tabaco. Al llegar a su casa los desarmaban, juntaban el tabaco y con él armaban sus cigarrillos, no interesaba si eran negros o rubios”. De esta manera los juntapuchos, en la plaza o en las veredas, incluso temprano en los salones de los bares donde se ofrecían a barrerlos gratis, hacían su “cosecha” para atemperar los malos tiempos distrayendo su ansiedad y carencia con el vicio de fumar.

Otro rasgo distintivo para el espacio verde es su arboleda, y en el diario El Litoral de enero de 1977 ya se hacía referencia a los añosos y grandes gomeros de Plaza España: “En aquel sitio tan activo del incipiente municipio fueron plantados dos gomeros traídos de las selvas amazónicas, y que se constituyeron con el pasar del tiempo en la admiración de quienes por allí transitan. Sus ramas debieron ser luego apuntaladas, dada su inusitada extensión, estimándose que su sombra cubre 200 metros cuadrados de superficie”. Y confirma además un dato destacado que une al nombre del espacio verde con la Madre Patria y su trágica historia de la Guerra Civil: “Quizás para homenajear a la colectividad vasca, sobre la actual calle Hipólito Irigoyen fue plantado un ‘Roble de Guernica’. Según la tradición sobre sus frondosas ramas era anunciada la ‘Catzarra’ (Junta Nacional Vasca). El árbol de Guernica que simboliza la justicia, inspiró al poeta Iparraguirre su célebre Himno y a la sombra de ejemplares como el citado juraron los señores de Vizcaya, muchos de ellos, ex reyes de Castilla”. (El Litoral 8/1/1977)

Bastante antes en el tiempo era una especie de mito urbano justamente uno de esos gomeros, en tanto se lo había utilizado en algunas oportunidades por infortunados que decidieron quitarse la vida. Ya por 1930 la “plaza de los suicidas” era una leyenda, mezcal de creencias con algo de realidad. El Orden lo reflejaba: “Tiene un gigantesco árbol, a cuya sombra se ha ubicado un banco, en el cual ayer descansaban los que daban el adiós, después de haber escrito con sangre la última hora de su existencia. Esta es la leyenda traída de generación en generación, corrida de labios en labios. La realidad es la vida. A sus sombra propicia se pasean los enamorados y en sus bancos se mata el cansancio cotidiano. Es una de las mejores plazas de Santa Fe y la que más habla de su pasado, de su tradición. La leyenda está obscura y lejanos los sucesos que presenta como reales”. Pero corte a la zaga del mito, el diario concluía “Si entonces fue el sitio predilecto de los suicidas, hoy es el lugar en donde Cupido se ensaña…”. (El Orden 12/10/1930) Vale decir lo premonitorio de esta afirmación dado que con la existencia del Registro Civil sobre calle San Luis, frente al espacio verde, Plaza España hoy es el escenario de los saludos de familiares y fotografías para las parejas recién casadas.

Es parte de la historia de Plaza España la existencia de punguistas, timadores, tahúres, aquellos del “cuento del tío”, para aprovecharse especialmente de los recién llegados del interior de la provincia a la cercana estación de trenes. Una historia que muchas veces permanece vigente, ya no con trenes sino con colectivos de media y larga distancia, tal vez hoy marcado con más presencia policial y con cámaras de seguridad de vigilancia permanente.

Pero también es parte de la memoria de Plaza España el dar marco a actividades políticas, estudiantiles, vecinales. Centro neurálgico de los inmigrantes, la plaza fue escenario de numerosas proclamaciones de fórmulas partidarias, de peticiones y movilizaciones de estudiantes secundarios y universitarios, de comisiones o grupos, de manifestaciones. No siempre fueron pacíficas, en especial cuando comunistas o anarquistas se exponían y eran reprimidos o sufrían atentados. No es casual además que los dos partidos políticos mayoritarios estén muy cercanos con sus sedes centrales provinciales. Por un lado el Partido Justicialista, con su gran edificio frente a Plaza España sobre calle Crespo que data de 1950 la compra del terreno y un año más tarde su construcción; y por otro, a metros sobre Avenida Rivadavia al 2600, el comité del Radicalismo.

Alguien que recaló con su actividad en la Plaza España fue don Oscar Ruscitti, el mismo que con su negocio gastronómico al paso se hizo famoso en Santa Fe por su especial naranjada en la esquina de Falucho y San Martín. Allá en el Centro, como en Plaza España, seguramente, se caracterizó a este emprendedor por ese jugo fresco, exprimido a la vista, con una máquina muy ingeniosa de su propia invención que permitía extraer todo el valioso contenido de las naranjas, y dejar solo las cáscaras sin líquidos, como si fuera un “expeller”, al decir de Eduardo Bernardi, quien además recordaba que el jugo de don Ruscitti “…unía el sabor aromático y oleoso de las cáscara al natural de la pulpa…”. Además, esa naranjada, sana y fresca, sin conservantes ni aditivos, era vertido directamente del exprimidor en un particular envase de cartón, que era colocado para ser servido en un doble cono de hojalata, unido por el vértice, donde se depositaba este bien pensado “vaso descartable” con igual forma cónica.

FRANCISCO ANTONIO LITTERIO, dueño del carribar pintado amarillo y azul (hijo del Sastre TOMAS LITTERIO, de la Sastrería LA INTERNACIONAL DE 1917 calle RIVADAVIA Y JUNIN. «el vehículo era un WIPPE (motor) vendíamos helados, panchos, pastelitos, empanadas y los mejores jugos. En esa esquina estaba Héctor Pérez PICARO, vendía artículos del hogar, al lado óptica Santa Lucía y tienda RIFF, excelentes personas…»  Ricardo Litterio (mensaje a Santa Fe mi Barrio)

Dos confiterías, un cine y un bar

Uno de los edificios más antiguos, todavía en pie, de Plaza España es el actual local del tradicional bar Tokio Norte. Edificio siempre relacionado a la actividad gastronómica, tiene su origen en 1908, cuando fue construido por Carlos Cerana, propietario además de varios inmuebles en la ciudad por esos años, quien lo vendió a la firma Samitier & Cia que montaron allí la “Confitería París”. Pero en realidad no se puede abordar la historia del actual edificio del Tokio sin hablar también del local que estaba al lado, hacia el sur, que fuera demolido para ampliar la Escuela Rivadavia. En esta otra construcción funcionó la Confitería “Siglo XX”, y si bien las historias de los dos comercios se iniciaron en forma paralela, y con distintos propietarios, en determinado momento un inmigrante de Asturias las unió al ser el dueño de ambos negocios. 

Así, la confitería y pastelería Siglo XX y el Cine París son “dos nostalgias santafesinas” al decir de Rafael López Rosas en “La perenne memoria”, donde destaca todo un artículo a estos negocios tradicionales de Plaza España. Una plaza que el autor caracterizó como “…ágora cosmopolita y bulliciente que, a contrario de la tradicional Plaza de Mayo, acogía no sólo a los moradores del barrio norte sino también a todos los que llegaban por la Estación Francesa desde las colonias y demás pueblos aledaños”. Un barrio que era un “pequeño mundo donde los <> habían levantado sus casas e instalado sus negocios, reminiscencia de la España o la Italia lejana, hervidero sonante, acuciado a veces por la nostalgia, pero con ansias de vivir”.

Frente a esa plaza, en Rivadavia 258, bien a mitad de cuadra don José Utset había instalado la confitería “Siglo XX”. Era un negocio próspero, codiciado por aquel asturiano que había llegado a Santa Fe en 1888 con 13 años, Antonio de la Mata, que luego de aprender el oficio gastronómico se embarcó en la empresa de comprar este comercio, objetivo que concretó al hacerse cargo y ofrecer a la variopinta clientela “… sus exquisiteces gastronómicas siendo su especialidad los pasteles, las masas y las empanadas”.

Al parecer don Antonio era ambicioso y arriesgado, por lo que al poco tiempo de regentear la confitería compró el negocio que funcionaba contiguo en 1914, un comercio que antes de ser de Samitier & Cia fue de Antonio Bartolomé, según López Rosas. De este modo, mientras de la Mata publicitaba en los diarios “Siglo XX”, “confitería, pastelería, bar y billares”, con servicios para “lunch, ambigú, bautismos y casamientos”, inició en el cine París una oferta de mesas de billar, naipes y dominó en el amplio salón. Pero además de las mesas para beber café, vermouth, “… o los tradicionales refrescos, como la horchata y la chufa”, completó la propuesta comercial con proyecciones de películas, por ello lo de “Cine París”. López Rosas dice al respecto que se realizaban tres sesiones diarias “…café, familiar y noche, y los días feriados y domingos, la infaltable matinée. Según algunos carteles la sesión familiar era para las señoritas; noche, para los hombres, y matinée, para los niños. La sesión café comenzaba a las 12:45. Se cobraba 0,20 centavos la entrada con opción a un café (de ahí el nombre)”.

Las proyecciones también se realizaron en la terraza del local en épocas de verano, donde además don Antonio hizo actuar orquestas y hasta organizó jornadas pugilísticas con los pioneros del boxeo en Santa Fe como el negro Roldán y Dante Piga.

Con el tiempo, ya demolida la confitería Siglo XX, el café y cine París fue comprado por los inmigrantes japoneses que ya poseían los famosos bares Tokio del centro. Guillermo Quiroga, en su blog “Barrios Santafecinos”, recuerda que en realidad el primer Tokio Norte estaba sobre Rivadavia en la esquina con Crespo, allá por 1915. “En realidad el Tokio estaba en esa esquina, luego se mudó a su lugar actual, donde existía la confitería ‘París’. En su momento había tres bares con el mismo nombre. El Tokio Norte, el Central y el Sur. Su primer dueño fue un japonés de apellido Hirai y a fines de los años ’30 la familia Higa (tal el apellido de Amelia) lo compró”. Amelia es la propietaria actual del Tokio Norte y quién junto a su familia aún conserva la fisonomía del viejo bar, con sus pequeñas mesas de madera, sus mesas de casín y sus ventanales de persianas siempre abiertas hacía Plaza España.

En palabras de López Rosas: “Nos parece que calificar a la confitería Siglo XX y al Cine París como dos nostalgias santafecinas, no está mal. Los que vivieron en ese mundillo alegre de la plaza España, con humareda de ferrocarril y de barcos cercanos, entre gringos rubicundos y soñadores, creemos, no podrán olvidar a don Antonio de la Mata, a sus buenos aperitivos, sus empanadas o sus tardes plagadas de cowboys, ni aquellos interminables suspiros que resbalaban al compás de la música <<adaptada>>…”.

Un poco más allá de la plaza

La experiencia del Cine París tuvo luego su correlato con una sala de proyección con todas las letras. El cine de Plaza España quedaba a pocos metros del espacio verde. Era el cine Colón de Rivadavia al 2800. Originalmente propiedad de la Sociedad Española, fue regenteado por la entidad hasta que se transfirió su explotación a la empresa Samper, para luego pasar a manos de don Marcos Bobbio, quien continuó con la saga de proyectar películas. Mucho después, con la decadencia del consumo del séptimo arte en las grandes pantallas, el cine Colón pasó a ser un boliche bailable de música Pop hasta terminar como lugar de baile de música Tropical. Ya a fines del siglo pasado, la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) lo recuperó como sala cultural, como teatro, como cine. Hoy se llama Centro Cultural ATE Casa España y fue inaugurado como tal por la entidad gremial el 18 de julio de 2007.

También, en una barriada tan dinámica, diversa y activa, no podía faltar una agrupación vecinal que nucleara las acciones de los habitantes del lugar y canalizara sus necesidades. Así, el 17 de agosto de 1956, ya bien adentrado el siglo pasado. Fue justamente en el local de la Escuela Rivadavia donde en ese invierno se reunieron los “vecinos de Plaza España”, como se autodenominaban en el acta fundacional. Decían entonces que la finalidad de la vecinal era bregar por “…el mejoramiento cultural, edilicio y sanitario de su zona de influencia”. Promediando la mitad de la segunda década del Tercer Milenio, la vecinal de Plaza España se encuentra sin funcionar como institución, está acéfala y sin actividades.

De regreso a las zonas cercanas a la plaza, en una recorrida por calles de la memoria, surgen bares, fondas, pequeños comedores, un sinnúmero de comercios vinculados al gran movimiento de gente que proponía la estación de trenes, la de colectivos frente a la plaza también durante un tiempo, al puerto no tan lejano.

Uno de los restoranes afamados del lugar fue el de don Amador Verde llamado “Colón”, de calle Humberto I° (hoy Hipólito Irigoyen), entre San Luis y Belgrano, equidistante de la plaza y la estación. En su tiempo fue un precursor del conocido “diente libre” de hoy. Bernardi recuerda que por cinco pesos por persona se podía repetir todas las veces que quisiera cualquier plato o el menú del día completo. “Eso sí, sin bebidas ni postre” que se cobraban aparte. El paladar de don Eduardo recomendaba el filet de dorado a la anchoa “con este plato usted no se olvidará jamás del Colón ni de nosotros”.

Un lugar recordado por los santafesinos, que todavía funciona como bar, es el Baviera de Santiago del Estero y 25 de Mayo. Inicialmente, “cuando aún se expendía solamente cerveza importada”, el primer propietario fue un inmigrante alemán, don Otto, “…alto, gordo rubicundo, pelado, dicharachero, jocundo, gran bebedor de chopps…”. En sus memorias Bernardi repasa que este Baviera funcionó en una vieja casona ubicada en la misma esquina donde luego se levantó el moderno edificio cuando al bar lo adquirió Martin Gutiérrez. Este nuevo local tenía “…una gran glorieta o enramada de glicinas, con piso de tierra apisonada, donde en verano se instalaban varias mesitas”.

Humilde, único, diferente, familiar, este otro bar era tan angosto como la ochava de Santiago del Estero y San Luis cercenada por las vías le habían dejado por lugar. Parada obligada de otro tiempo, para un “liso” al pasar, muchos santafesinos se acodaron en sus pequeñas mesas. Hasta su nombre denotaba su condición de pequeño bar.  Era “La Cuevita”, con su forma triangular donde la oferta bebible era cerveza tirada de barriles en el vaso liso o en jarrita. Al principio sólo cerveza había, adentrados los 80’ se conseguía también naranja o cola “12”. Dice Bernardi, “Su propietario, el ucraniano don Ignacio Rosicky, atendía personalmente junto a su pequeña familia: su esposa y su hija. Solamente los sábados y domingos apelaban a algún mozo. Allí se aspiraba el vaho húmedo e invitante de la espuma de cerveza. Todo el ambiente era cervecero. Y allí se congregaban los que se consideraban verdaderos devotos del culto, del placer de saborear el rubio y burbujeante brebaje”. Tal vez por eso se lo conoció como “el pequeño templo del chopp” más todavía porque su dueño había sido trabajador de la cervecería Santa Fe apenas arribó a la ciudad y siempre se mantuvo fiel a servir en sus mesas sólo cerveza de esa marca. “La Cuevita” sobrevivió hasta 1990, cuando don Ignacio no pudo mantenerla tal como la había imaginado y sostenido durante tantos años.

De diarios y periódicos

La zona de Plaza España supo de canillitas y su diario voceo, pero también de la presencia física de diarios y periódicos entre sus calles. Alejandro Damianovich en su publicación de 2014 “El Periodismo en Santa Fe” menciona que el diario “La Provincia” estuvo en las calles santafesinas entre 1925 y 1933. Dice el historiador local que “Este matutino fue creado el 16 de junio de 1925 y circuló hasta el 31 de marzo de 1933. Respondía al sector radical del personalismo que llevó a la gobernación al Dr. Pedro Gómez Cello en 1928, mientras sus opositores dentro del radicalismo se expresaban por medio del diario Santa Fe”.  Más adelante, quien llegó a ser miembro de la Junta de Estudios Históricos de la Provincia, y director del Instituto Superior N°12 “Gastón Gori”, detalla que “La dirección del diario estaba a cargo de José Torralvo asistido por un calificado grupo de redactores que llenaban las 16 páginas con que aparecía diariamente y que llegaban a 24 los domingos”.

La cita respecto de este medio impreso deviene a que estuvo físicamente ubicado con sus oficinas, redacción y talleres de impresión, sobre calle Rivadavia, frente a Plaza España, presumiblemente entre la Escuela Rivadavia y el Bar Tokio Norte. Es más, Juan Fernández y González, conocido popularmente a mediados del siglo pasado como “El Bachiller”, menciona en una de sus crónicas de “Historias de mi ciudad”, que como periodista que era trabajó en la redacción de La Provincia vivió una particular “Bohemia Periodística”, en la que recalaba en recuerdos de la vieja Plaza España, “…que conocíamos hasta en sus matas de césped, ya que había sido escenario de infatigables correrías de infancia y adolescencia, con abundancia de trenzadas futbolísticas con pelota de goma y entusiastas trompeaduras en las sombras de calle Belgrano, frente a ‘la francesa’… (por la estación del ferrocarril demolida ya)”.

Recordaba que en la redacción de La Provincia se escuchaba… “‘Muchachos: yo tengo unas chirolas. ¿Vamos a comer pizza a Yusepín?’ (Era la misma pizzería que está aún en calle H. Yrigoyen)”, y que a mediados de la segunda década del Tercer Milenio permanece con su horno de leña y mostrador de mármol blanco para comer de pie. Y con aroma a antaño decía El Bachiller “Como si oyéramos el saludo itálico de Franchi: ‘Bona note…” Diez centavos el triángulo de pizza. O un ‘cinco y cinco’, Cinco centavos de faina y cinco de fugazza. Un vaso de vino y lista la cena de los periodistas”. Era un tiempo donde el liso en el “Tokio” costaba veinte centavos, “…con maní y aceitunas…”.

De ese mismo barrio de la plaza se publicó durante algún tiempo un diario de los llamados “amarillista”. Vale recuperar el origen de este mote de “Prensa Amarilla” por lo sensacionalista de sus titulares, noticias, y fotos. En la ciudad de Nueva York en los comienzo del siglo pasado hubo un diario que para diferenciarse de los demás se imprimía en papel de color amarillo. Ello, sumado a su contenido temático, su léxico, sus gráficos, de neto corte policial, de gánster, de asesinatos, sobornos y corrupción, le valieron que el público pidiera a los vendedores de diarios “dame un amarillo” (one yellow). De allí deviene entonces aquello de diario amarillista.

Bien, Santa Fe tuvo algunos de esos diarios, y uno en especial es recordado por Eduardo Bernardi en su trabajo “La Santa Fe que yo viví”. Aquí se llamó “La Calle”, y era editado por un periodista de apellido Valeri. “Se imprimía en una imprenta de calle Belgrano al 2.700, donde también tenía su redacción y administración. Había agregado a su información cierta o fraguada o, por lo menos, magnificada, el chantaje, extorsión o presión económica sobre comerciantes, industriales, políticos, etc.: quien se negaba a suscribir avisos se veía expuesto a la vergüenza pública mediante la publicación de artículos denigratorios y denunciantes que, por supuesto, lo difamaban. ¡Y lo notable era que en algunos casos era cierto! Quien tenía la ‘cola de paja’ se cuidaba de ser noticia en ‘La Calle’… ¡y suscribía su aviso!”.

Menciona don Eduardo además que el único vendedor, canillita exclusivo, era un “…morocho grandote, con voz estruendosa que no necesitaba bocina ni amplificador y pregonaba el diario con la descripción de la nota sensacionalista recorriendo la vieja calle San Martín en toda su extensión o parado en la esquina con Tucumán…”. El vendedor además recorría la zona del Mercado Central, por calle Mendoza, o más precisamente para completar la extorsión “…frente al negocio del candidato de turno, voceando a ‘voz en cuello’ los pormenores del caso, con nombre y apellido del imputado…”.

Vale la pena aquí abrir un apartado sobre este tipo de “publicaciones” impresas de otro tiempo que se dedicaban a transitar bien del otro lado de la orilla de las buenas prácticas de una prensa democrática y seria. En este caso se trata de un par de pasquines impresos vaya a saber en qué taller de la ciudad. Ambos eran muy consultados dado que ventilaban “chimentos” amorosos y comentarios de chismosas de barrio. Uno más anónimo que otro, a falta de redes sociales del siglo XXI, eran en esas páginas donde en forma anónima en uno y con al menos una dirección de una imprenta en otro, los fines de semana se podían leer comentarios sobre amoríos, infidelidades conyugales, temática predilecta. El primero de llamó “El Caburé”, el segundo “La Cotorra”, allá por la década de 1940.

Respecto a “El Caburé” Eduardo Bernardi menciona que “…era más recatado que ‘La Cotorra’…”. Que si bien no se sabía quién lo escribía y lo imprimía, en su barrio Constituyentes la sospecha era que lo hacían unos estudiantes de Derecho de la Facultad de la UNL, que alojados en alguna pensión, se hacían de unos pesos con este pasquín, a la par de mofarse de los infortunados que eran mencionados. Caían bajo la pluma de “El Caburé”, desde maridos o esposas en relaciones clandestinas, y hasta noviazgos en secreto, no aprobados por los padres de las mujeres, tan comunes en la época. Lector de aquellas páginas, Bernardi repasa que “Muchas veces no daban el nombre completo pero describían sus características personales, ocupación, domicilio aproximado, etc. y era fácil individualizarlos, sobre todo para la vecindad de su barrio y en una ciudad chica, pueblerina, como la nuestra, donde todo el mundo se conocía”.

“La Cotorra” tenía los mismos contenidos y modos de redacción, pero en este caso ya no era tan anónimo su origen, en tanto era publicado por una imprenta llamada “Dante”, de calle Saavedra al 2300, y en el que se publicaban hasta avisos. El semanario solicitaba “corresponsales” en los barrios, y llegaba con su distribución desde el Centenario hasta Guadalupe. Bernardi conservaba un ejemplar regalado por un amigo, que fue publicado en abril de 1941. A modo de cierre de este apartado abierto en Barrio Plaza España, en tanto el recorrido abordó la prensa amarilla de otro tiempo, vale citar como lo hace Don Eduardo, a ese ejemplar de “La Cotorra” para ilustrar el tipo de publicación que era: “En la lista de la semana figura Rosita R. una simpática viudita prematura que por lo visto, no pierde el tiempo pues la hemos visto muy acaramelada con el flaco Juan E. Rosa ha comenzado a sacarse los trapos negros, se ha acortado las polleras y ‘puertea’ de sol a sol… ¡quién iba a creer que tan pronto le picara el bichito y se olvidara del finadito. (Boca del Tigre, pág. 10)”.

Otros espacios cercanos

La zona caracterizada como correspondiente a la influencia de Plaza España comprende además otros sectores en lugares de transición, tal vez no definidos en sí mismos como barrios. Así aparece por ejemplo otra tradicional entidad educativa cercana.

De la época de la Escuela Belgrano, aquella del barrio Sur Colonial, es el edificio de la Escuela Juan José Passo, ubicada en calle San Martín, entre Bulevar Gálvez y Obispo Gelabert. Sobre esta zona de la ciudad cabe reflexionar acerca de los espacios intermedios que fueron poblándose y creciendo pero con centros sociales y referenciales cercanos. Así, esta parte de la ciudad, que se la conoce ya en el final del siglo pasado como “la Recoleta santafesina”, acaso por analogía con el barrio porteño, este espacio urbano quedó entre el desarrollo de barrio Constituyentes y su plaza y la Escuela Industrial al oeste, al norte el Bulevar y la Universidad Nacional del Litoral, al este Plaza España y el Molino Franchino, y al sur el Centro. En función de dar cuenta de su crecimiento, ubicar entonces a la Escuela N°9 “Juan José Passo” como punto neurálgico del lugar viene a dar un eje vertebrador entre Plaza España y la plaza de Constituyentes, no sin desconocer a calle Suipacha como camino entre ambas zonas.

Escuela Juan José Passo
Formó parte de un plan de obras de edificaciones escolares del Consejo General de Educación de 1915, que incluía también, para el sur de la ciudad, a la Escuela Belgrano. La construcción correspondió a la empresa de Justiniano Allende Posse de Córdoba.
Los trabajos comenzaron efectivamente para el final de 1915. Según el trabajo de la Facultad de Arquitectura, Vivienda y Urbanismo de la UNL (FADU), junto al Colegio de Arquitectos sobres las obras principales del patrimonio arquitectónico de la ciudad, se especifican las razones del emplazamiento, en San Martín, casi Bulevar, «…responde a las necesidades educativas de un barrio de baja densidad poblacional pero de latente desarrollo».
El edificio original, con forma de «L» preveía la construcción de nuevas etapas de ampliaciones. Como era de práctica para esos tiempos, se construía a la par la vivienda para el director del establecimiento.
En cuanto a la institucion, al momento de la celebración de los 110 años, en septiembre de 2010, El Litoral reflejaba brevemente la historia: «La escuela tiene su origen en la Elemental por Secciones Pueblo Nuevo, creada por ley de Presupuesto promulgada en 1899. En 1913, la escuela cambia de estructura y pasa a ser Elemental Alterna de 1ra. Categoría, conservando el nombre de Pueblo Nuevo. Recién en 1914 se asigna el nombre de J. J. Paso»
(Inventario: 200 obras del Patrimonio Arquitectónico de Santa Fe – U.N.L. – F.A.D.U. – Colegio de Arquitectos de Santa Fe – Fundación Centro Comercial. Santa Fe, 1993) | https://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2010/09/13/educacion/EDUC-01.html

De la época de la Escuela Belgrano, aquella del barrio Sur Colonial, es el edificio de la Escuela Juan José Passo, ubicada en calle San Martín, entre Bulevar Gálvez y Obispo Gelabert. Sobre esta zona de la ciudad cabe reflexionar acerca de los espacios intermedios que fueron poblándose y creciendo pero con centros sociales y referenciales cercanos. Así, esta parte de la ciudad, que se la conoce ya en el final del siglo pasado como “la Recoleta santafesina”, acaso por analogía con el barrio porteño, este espacio urbano quedó entre el desarrollo de barrio Constituyentes y su plaza y la Escuela Industrial al oeste, al norte el Bulevar y la Universidad Nacional del Litoral, al este Plaza España y el Molino Franchino, y al sur el Centro. En función de dar cuenta de su crecimiento, ubicar entonces a la Escuela N°9 “Juan José Passo” como punto neurálgico del lugar viene a dar un eje vertebrador entre Plaza España y la plaza de Constituyentes, no sin desconocer a calle Suipacha como camino entre ambas zonas.

De regreso con la escuela, el emplazamiento, en el “barrio del norte” como se lo conocía a comienzo del siglo pasado, deviene de las “…necesidades educativas de un barrio de baja densidad poblacional pero de latente desarrollo”, según el trabajo ya citado de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UNL. Clásica edificación de ese tiempo, se comenzó por levantar un edificio en forma de “L” para dar lugar a ampliaciones, las que se hicieron antes de terminar el proyecto original, por lo que se incorporaron dos aulas y la vivienda del director.

Como lo rescatara el Diario El Litoral en 2010 cuando la entidad educativa celebró sus 110 años de vida, “La escuela tiene su origen en la Elemental por Secciones Pueblo Nuevo, creada por ley de Presupuesto promulgada en 1899. En 1913, la escuela cambia de estructura y pasa a ser Elemental Alterna de 1ra. Categoría, conservando el nombre de Pueblo Nuevo. Recién en 1914 se asigna el nombre de J. J. Paso. En 1993 se realiza una readaptación del edificio tomando cuatro ambientes de la casa del director para sala de video, club de niños pintores, computación y baño e incorporando un patio posterior como playón deportivo”. (El Litoral 13/9/2010)

Otro ámbito de esta zona de transición a considerar corresponde al complejo de viviendas construido en calle 25 de Mayo, entre Santiago del Estero y Junín. Este grupo de viviendas para ser rentadas en alquiler surgen, al igual que otros emprendimientos inmobiliarios de la época, con el sentido de obtener ganancias a partir de la inversión en este tipo de construcciones. La novedad es la fisonomía de complejo, que en este caso corresponde a 1934 la primera etapa con doce unidades habitacionales, y la segunda entre 1938 y 1941, con dos plantas y dieciséis departamentos en total. La disposición es de un patio central con viviendas levantadas en su derredor. Como lo menciona el Inventario del Patrimonio Histórico Arquitectónico Santafesino “El lenguaje racionalista desprovisto de toda ornamentación concuerda con el ‘nuevo tipo’ utilizado por los técnicos constructores egresados de la Escuela Industrial Superior”. Un aspecto distintivo y diferenciador en la concepción constructiva y de diseño queda marcado por la superación del típico “conventillo” de departamentos, en especial por la disponibilidad del espacio común central.

El progreso del comercio

Un espacio especial de la ciudad para abordar el aspecto del desarrollo económico devenido de la preeminencia del puerto de Santa Fe es Plaza España. Estratégica, mediante entre la estación de ferrocarril más cercana al viejo y luego nuevo puerto de la ciudad, límite norte de la trama urbana consolidada, esta parte del tejido ciudadano da en su nombre inicial el sentido de un análisis más profundo: “Plaza del Progreso”.

Con el alto impacto positivo del puerto Colastiné, justamente con el ferrocarril como nexo entre la laguna Setúbal y los bajos hasta el albardón del este arroyo llamado hoy río. En paralelo con el puerto de cabotaje y transporte de mercancías de intercambio regional, como frutas y verduras, entre otros productos. Al final potenciado por el nuevo Puerto de Ultramar en los primeros escaños del siglo pasado y su formidable inyección de recursos por el intercambio importación y exportación. La estación terminal del ferrocarril y su playa de maniobras, de transferencias de cargas. Toda el área del barrio de Plaza España se estableció como el espacio de ese concepto cargado de tinte económico sintetizado en la palabra “Progreso”. Acaso por ello el nombre primigenio del espacio verde que da nombre hoy al barrio se halla llamado así.

Para dar cuenta de este contexto de transformación de la ciudad, del crecimiento de una burguesía comercial portuaria, de especulación inmobiliaria y financista, es dable recalar en la tarea de análisis de esos años que realizara Felipe Cervera en su trabajo “La Modernidad en la ciudad de Santa Fe”. Con respecto a la formidable inyección de recursos en manos de las capas más altas y concentradas de la ciudad vale citar que “Se visualiza como a partir de 1897 los excedentes financieros generados por el Comercio Exterior a través del puerto, medidos en pesos oro, se incrementaron hasta llegar a un máximo en 1912. Si consideramos que el presupuesto real del municipio (el efectivamente recaudado) fue, en 1900 y 1901, de $ 433.447 y $ 437.659, respectivamente, y que, comparativamente, el excedente 1902 del Comercio Exterior fue de más de 2 millones de pesos oro […]; es decir, 12 veces superior al presupuesto municipal resulta evidente su extrema importancia y el notable impacto que ello debía tener en las actividades locales”.

Luego, la comparación entre los excedentes del Comercio Exterior, fundamentalmente relacionados al puerto, son comparados por Cervera con el presupuesto provincial,  y en este contraste adquieren mayor relevancia: “En 1911 el Presupuesto Provincial alcanzó los 12.784.910 $ m/n, inferior en 15.000.000 de pesos al producido del comercio exterior en 1912”, el que fue de más de 23 millones de $ m/n. Como lo hace Cervera surge el interrogante de qué sector de la sociedad santafesina acumulaba tamaña cantidad de recursos que en algunos años llegó a ser el doble de lo manejado por el gobierno de la provincia y hasta diez veces más que el presupuesto del municipio. La respuesta aparece páginas adelante cuando el historiador menciona a los grandes propietarios de esa estructura económica “…fincada en un pequeño número de empresarios exportadores-importadores, y los comercios ligados a ellos, que mantuvieron el control del comercio exterior a lo largo de 90 años (Sarsotti, Norman, Casanello, Parma, Bunge y Born, Dreyfus, etc., entre los más importantes) y organizaron una sociedad mercantil que manejó la ciudad a través del tiempo y se mantiene en el presente”.

Un dato para no soslayar es que este ingreso de fondos no eran genuina generación de riqueza, con desarrollo industrial, sino producto del intercambio de mercancías. Una especie de economía local mercantil, atada a los vaivenes de la variabilidad de los precios y demandas internacionales, y por ende, no autosustentable ni demasiado redistributiva en cuanto a la riqueza obtenida. Como subsidiara de una División Internacional del trabajo, y de la generación de productos específicos, sin intervenciones en las decisiones finales, lo cuestionable en todo caso es que salvo honrosas excepciones la clase dirigente –política y social– que se benefició con esta gran cantidad de recursos que produjo esta economía de expoliación, al menos en Santa Fe, no reinvirtió o desarrolló en forma paralela una economía industrial, con valor agregado y alta demanda de mano de obra, ni siquiera en el apogeo de la simbiosis extractiva ferrocarril-puerto. Así, pese a la disponibilidad de capital, la base económica no se diversificó entre los santafesinos y tampoco se enfocó hacia el crecimiento industrialista, salvo contados emprendimientos autónomos, y otros en su mayoría como procesamiento con escasa incorporación de valor agregado sobre las materias primas generadas en el interior provincial.

Entre los guarismos de la época que dimensionan el perfil comercial de la ciudad se destaca que en 1907, según datos de Anuarios Estadísticos Municipales expuestos por Felipe Cervera, en el rubro de “Comercios e Industrias” había un total de 1149 locales, de los cuales 1089 estaban relacionados a comercios y 60 a industrias, con la salvedad que la mayoría de esos pequeños establecimientos fabriles correspondían a bienes de uso (herrerías – carruajes – hornos de ladrillos). Para 1914, desagregados los rubros solo en industrias de la ciudad, se destacan como verdaderas plantas fabriles solamente la cervecería y un molino harinero, más cuatro de tejas y baldosas, es decir unas cinco sobre un total de 51 “industrias”, que incluían rubros como fideos, jabón y velas, escobas, muebles, colchones, como puede ver todos bienes de uso.

Así acuerda Felipe Cervera quien puntualiza que esta economía capitalista de base comercial “…se caracteriza porque organiza sociedad terciarias (basadas en actividades de servicios), creadoras de una estratificación social carente de movilidad social. Es decir, el comercio es una forma económica que crea fundamentalmente, solo propietarios y dependientes, y genera sociedades vegetativas poseedoras de muy débiles mecanismos de movilidad, y esta característica es la que va a condicionar la realidad de la sociedad santafesina durante esos años (al comienzo del siglo XX) y aún su futuro”. Más adelante en su trabajo el historiador detalla en una traspolación hasta la actualidad de la ciudad esa condición social y económica al decir “Si hoy, con un acentuado desarrollo social y de los estratos medios, la clase alta y media alta suma entre un 12 y 15 % de la población, difícilmente en aquel entonces un 5-6 %. El resto, salvo un minúsculo grupo de una naciente pequeña clase media, era sector popular”.

Se trataba de una base económica de la ciudad que tiene todavía su permanencia, incluso luego de la desaparición del puerto y del ferrocarril. Por aquellos años iniciales del siglo pasado “La base económica <<directa>> de la ciudad (entendiendo por tal la que estaba estructurada, específicamente, en la misma, no en la región)  descansaba en el Comercio Exterior, en el Transporte (marítimo, ferroviario, de cabotaje), carácter que mantuvo hasta 1930”.

No obstante este análisis válido y fundamentado, el mismo autor expone que las fuerzas modernizantes de la ciudad tuvieron su expresión en el ámbito de la política, vinculada y surgida de la burguesía comercial portuaria. Esos gobiernos municipales se dieron en la primera década del siglo XX y dieron como base las grandes realizaciones edilicias como la construcción del Puerto de Ultramar que cambió la fisonomía de la ciudad, la Casa de Gobierno Provincial, el Teatro Municipal, la Escuela Industrial, entre las más trascendentales. Y además, comenzaron la modernización de la ciudad con los primeros proyectos de planificación urbana, el inicio de la extensión de los servicios sanitarios. Si bien en lo colectivo las mejoras se expresaron incluso en el transporte, como al final de este período el remplazo de los tranvías a caballo por los modernos tranvías eléctricos, que además representaron el acercamiento del servicio eléctrico al centro. Es decir, el proceso de transformación y crecimiento de la ciudad se inició y evidenció en este período, no obstante, la base económica de sustento de la sociedad santafesina permaneció siendo la misma, sin procesos de industrialización.

A modo de muestra Felipe Cervera analiza sobre la clase dirigente de la ciudad entre 1900 y 1930, que pivotaba entre su pertenencia a las familias patricias y a la nueva burguesía comercial portuaria, que la mitad de los concejales de ese período fueron miembros del Club del Orden, y que el 35 % de ellos eran socios de la Bolsa de Comercio. Asimismo, en los enroques del poder local, un tercio de los concejales a su vez fueron funcionarios del ejecutivo. Otro dato dice que en ese período no hubo intendente santafesino que previamente no fuera miembro del Club de Orden o de la Bolsa de Comercio.

Vale recordar que en ese tiempo el titular del ejecutivo municipal era designado por el gobernador de la provincia, y que recién en 1934 mediante el voto secreto y directo de los vecinos, fue Manuel Menchaca electo intendente, el mismo que antes, en 1912, había sido electo gobernador de la provincia, por el mismo sistema de voto secreto y universal, por primera vez gracias a una ley provincial antes de la aplicación en el país de la Ley de Sufragio Universal de Sáenz Peña, lo que ubica a Santa Fe como pionera en este aspecto de la construcción de una sociedad más democrática y republicana.

El ya citado Cervera profundiza su observación y desentraña el entramado de poder tejido entre las clases dirigentes de la ciudad, con correlato en la provincia. Así, describe que en una sociedad santafesina que fue hasta la llegada del peronismo en 1946 “…que rompió las estructuras sociales vigentes…” fue una sociedad jerárquica donde “…la estratificación existente, las categorías de clase, se vivían como naturales. No existían tensiones suficientemente profundas como para romper la estructura. Los enfrentamientos, aún los más fuertes (como los de 1917) se arreglaban por el mecanismo funcional propio del sistema capitalista: las concesiones de mejoras del régimen laboral”.

Para Cervera los componentes tangibles de los procesos de modernización iniciados incluso a fines del siglo XIX pueden evaluarse como cambios de progreso para restar poder al ámbito eclesiástico y al patriciado. Esos cambios fueron los intentos de instalar el Registro Civil; la secularización de los cementerios; la creación de escuelas públicas, laicas y gratuitas; la creación de la Universidad Provincial primero, y sobre la base también de la Escuela Industrial, su heredera la Universidad Nacional del Litoral; la realización de reformas constitucionales con mejoras jurídicas y la expansión del ferrocarril hacia el interior.

“En ese momento en Santa Fe se tenían tres grandes grupos principalmente de fuerza –dice Cervera– la sociedad tradicional; los empresario exitosos; los jóvenes universitarios, docentes positivistas, libre pensadores y masones”, de éstos últimos, vale decir que la masonería en Santa Fe tuvo una vital importancia en la conformación y acción de los grupos modernizantes de la ciudad y la provincia, y que sus miembros eran los incluidos en el último grupo de fuerza.

En la misma línea de pensamiento, el autor detalla que esos grupos de fuerza, como los define, llegaron una especie de “acuerdo” tácito, de no imposición de uno sobre el otro sino de coexistencia. Por un lado la sociedad tradicional, conservadora y patricia, tenía un grupo de jóvenes dirigentes partidarios del crecimiento económico mediante formas de modernización capitalista por intermedio de la ciencia y el conocimiento, pero eran a su vez en lo político no aceptaban “…el liberalismo reformista y democratizador que doctrinariamente acompañaba al sistema”. Otro grupo era el de los empresarios exitosos que su único objetivo era el crecimiento económico y el libre mercado, sin cuestiones ideológicas que los hostigaran en tanto no complicaran sus ganancias. Y el tercer grupo, el único sin poder real, era más heterogéneo, cuyas “…banderas se orientaban, exclusivamente, a la modernización social e institucional, no a lo económico”, de este cónclave se destacó Luis Bonaparte, quien fue funcionario de la UNL, pero al igual que Alcides Greca nunca abordaron la dimensión económica de la modernización que propugnaban.

En lo concreto, y como excusa la amalgama que en lo urbano propone el barrio de Plaza España, esa alquimia de intereses, poderes y aspiraciones, tuvo su particular acuerdo, un pacto en el que los libre pensadores y activistas por la modernidad quedaron en la periferia, aunque no sin logros importantes, en tanto no lograron modificar las bases de la estructura real de poder político y económico de la ciudad. Mientras uno detentaba el poder carecía del conocimiento y el empuje para el progreso que el otro sí tenía, y a la inversa. Así, “La solución fue unirse a través del consenso en torno al objetivo común. Y entonces surgió una situación singular: la dirigencia política acordó con el empresariado inmigrante para llevar adelante la modificación de la estructura material de la sociedad; pero la estructura social, la simbólica, la relación con la Iglesia Católica, y la estructura electoral, debían mantenerse intactas”. En las formas concretas, los empresarios tuvieron su accionar como ministros o secretarios del Poder Ejecutivo provincial, o como concejales en la ciudad. A su vez, los escaños electivos ejecutivos quedaban reservados para la clase política patricia de Santa Fe. La integración de uno con otros se dio de manera particular, y fue mediante los casamientos entre empresarios e hijas de esas familias tradicionales. Dan cuenta de estas uniones familiares las profusas y cotidianas páginas de Sociales de los diarios de la época, que reforzaban ese valor simbólico de preeminencia por sobre el restos de las clases sociales más bajas de la ciudad. 

A modo de conclusión, y dentro de una mirada historiográfica poco habitual en el análisis de la ciudad, Felipe Cervera en “La Modernidad en la Ciudad de Santa Fe – 1886-1930 – Historia de un desarrollo incompleto” sustenta que la estructura económica resultante de las condiciones políticas, sociales, y de estructuras de poder, “…constituyó la principal fuerza gestora de una modernidad brillante en manifestaciones, pero incompleta: débil en su base de sustentación. El problema histórico subsecuente es que la estructura ideológica de la misma sigue constituyendo el encuadre mental predominante en la ciudad en el presente, con derivación creciente, ahora, hacia lo mercantil de recreación, esparcimiento, y diversión. No hacia la producción de bienes; no hacia una estructura industrial”.

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Barrio Plaza España – Historia

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