Barrio Varadero Sarsotti – Vecinos

Periodista y albañil

Carlos Muzio vive en Varadero Sarsotti desde 1995, cuando llegó al lugar a trabajar, en el recordado CEBISA, Centro de Bicicross Santafesino. Afincado en el lugar, pero porteño de origen, Carlos llevó su condición de libre pensador, y en cierta forma autodidacta a su vida cotidiana. No hace falta ser filósofo de la Borbona, semiólogo de Bolonia, o máster de Harvard para tener en la vida inquietudes que trascienden a la propia existencia, que buscan ver “más allá”. Y si esa condición de inquisidor de lo dado, de cuestionar la realidad, de “ver y mirar” al mismo tiempo el entorno, se hace desde un ámbito social y económico signado por el plano inclinado de la desigualdad, ciertamente que es más valorable la superación de aquel que osa levantar la cabeza por encima de lo diario para hallar las raíces y accionar sobre lo situacional. Se trata nada más que hacer para cambiar, tal vez en el barrio, en la manzana o en la propia cuadra, pero hacer es el desafío y la tarea al fin y al cabo.

Así lo entiende Carlos Muzio, que como frustrado arquitecto es un gran albañil, y como formado periodista, es un desarticulador del discurso hegemónico, al decir de Umberto Eco en su proposición de la “Guerrilla Semiológica”, en la deconstrucción del discurso dominante, en todas su formas, y en su autolegitimación redundante.

Conversar con Carlos es acercarse a su particular casa situada en el corazón geográfico de Varadero Sarsotti.  Recuerda bajo los sauces, que seguramente él mismo plantó porque están hace menos que su existencia en el lugar: “En el ‘95 el barrio era más despoblado, más tranquilo que en este tiempo, con muchos más espacios abiertos, hoy se ha ocupado bastante el barrio”. En una rápida caracterización de los primeros pobladores “nuevos” de Sarsotti, más allá de los originales relacionados al astillero y el río, aparece “la gente que trabajó en el club de bicicrós era del barrio, como lo era también la gente que trabajaba y trabaja en CILSA”, según palabras de Muzio.

Sin ser poblador original del barrio, es más sin ser santafesino de origen, conoce la historia menuda del lugar. “Hoy es una arenera –dice– , pero antes había prácticamente un puerto ahí, todavía quedan algunos barcos viejos. Ahí en la zona cercana al río fueron ocupándolo algunos pescadores, pero también los terrenos se fueron rellenado y ocupándolos”.

La militancia por lo social, sin indagar en filiaciones partidarias, lleva a pensarlo interesado por su contexto. Con un ojo puesto en lo cercano, sin querer cambiar el mundo sin antes haber cambiado su barrio, Carlos habla con particular compromiso: “Cuando yo llegué al barrio ‘Los sin Techo’ estaban construyendo con el sistema de ellos de auto ayuda, y a medida que fue pasando el tiempo se fue construyendo mucho más. Y hoy por hoy ‘Los sin Techo’ tienen acá en el predio del club un comedor, de lo que era CE.BI.SA., es decir, el Centro de Bicicross Santafesino”.

Por otro lado, como vecino afincado con varios años de antigüedad, Carlos repasa que en Sarsotti “hay también una inmigración golondrina”, en cuanto a los pobladores que se radican en el barrio. “Acá hay gente que viene desde otros lugares buscando perspectivas laborales, y el movimiento de personas es permanente en el barrio”, asegura, “gente que viene y gente que se va, pero obviamente hay una población estable que yo calculo hoy debe estar por arriba de los dos mil… fácil”. En cuanto a los vecinos, Muzio analizaba que en el lugar muchos se dedican a la recolección de residuos, al “cirujeo”. Muzio vive en la esquina de Tacuaritas y Gallareta. Su casa se ubica debajo de la rampa de largada de las bicicletas, y desde su lugar puede ver cómo en la noche entran cargados de basura los carritos de los recolectores, que vuelcan los residuos en la margen del Salado para seleccionarlos.

En la mitad del 2012 Sarsotti fue noticia -no por temas de inseguridad con esa estigmatización que las secciones de los diarios o de los noticieros radiales o televisivos terminan por marcar para algunos vecindarios con publicaciones únicamente sobre hechos delictivos- sino más bien porque pudieron asignarle nombres a las calles del lugar. Muzio decía al respecto que “a propuesta de los pibes, se reglamentó a través del Concejo Municipal que tuvieran nombres de pajaritos que ellos ven acá”. Y a renglón siguiente aparece el tema del aislamiento del barrio respecto de la ciudad. “Varadero no parece ser Santa Fe, porque gente que yo conozco… uno le dice Varadero Sarsotti, y no sabe dónde queda, y una de las cosas que favorecía eso era la falta de identidad de las calles”.

La percepción de los niños es palpable, detrás de las palabras de Muzio, en su patio bajo los árboles, había un coro de pájaros cantores, una musicalidad de la costa, del bañado, de la propia identidad santafesina y fluvial del barrio. “La vida acá en el sentido del contacto con la naturaleza, del canto de los pájaros, es muy tranquila, pero en ese sentido es tranquila –remarca– en cuanto a la inseguridad es otra cosa, porque es un tema que a medida que fueron pasando los años se volvió más grave”.

Esa condición de aislamiento del barrio deviene de su ubicación periférica, aunque muy cerca del centro de la ciudad, pero especialmente por los terraplenes de las Rutas Nacionales N° 11 (Puente Carretero) y por la Ruta Nacional N° A007 (más conocida como Avenida Mar Argentino). Carlos acuerda que esos terraplenes por un lado “es una desgracia pero paradójicamente también es una ventaja porque gracias a esos terraplenes, que son las rutas en realidad, este barrio fue el único del oeste y el sur que en 2003 no se inundó”.

Invariablemente, la marca del Salado, y la tragedia evitable sufrida por los santafesinos en 2003 por la desidia concatenada de los ‘90, aparece en la historia reciente de la ciudad. “Varadero quedó como una isla –recuerda– acá no había manera de entrar ni salir si no era en bote, y como estábamos rodeados el agua brotaba de abajo, por las napas, pero así y todo no se inundó”. Sin embargo, en condiciones de lluvias fuertes, el barrio se inunda en las zonas más bajas, en la parte central, con acumulación de agua porque “es como un resumidero a dónde va toda el agua”, decía Muzio con conocimiento de causa.

Pero ese aislamiento también se expresa, según Muzio, en la carencia de servicios, pero también muchas veces con la problemática que la propia gente genera, por ejemplo con lo que pasa con los chicos y los nombres de las calles. Decía Carlos: “yo tengo una lucha permanente con los chicos que anda con la gomera, porque no me gusta que maten pájaros, y sin embargo hay una disposición municipal donde los mismos chicos proponen los nombres de las calles, entonces me digo a mí mismo, por qué los chicos que andan con la gomera no toman ese ejemplo y tiran la gomera”.

Y el problema de los chicos con la honda es que además rompen las luces, y eso acarrea más inseguridad. Y como decía Muzio, puede ser un tema menor, “pero no lo es” en tanto a la par de no generar condiciones para el accionar delictivo en las noches, en realidad se trata de cambiar conductas que se relacionan con el cuidado de los bienes públicos, de las cosas de todos. “Es como un círculo vicioso, acá estamos sin luz, es una boca de lobo, y los amigos de lo ajeno andan, pero yo he visto que han cambiado luces –por el trabajo del municipio– y no han durado más de dos o tres días…, por eso –concluye Muzio– está la responsabilidad de los chicos y de los padres que no cuidan a sus hijos…”.

Por cercanía, el barrio tiene mayoría de habitantes colonistas, “pero los hay de Unión también como yo”, reía Carlos reconociendo que no son la todos, mientras recordaba que cuando el sabalero juega de local se escucha desde el vecindario cómo va el partido, con la ovación cuando Colón hace un gol. Mientras, detrás el tejido, cruzando la calle, en el campito, los pibes jugaban y jugaban a la pelota, tal vez soñando con llegar al Brigadier López, como el “Bichi” Fuertes, a marcar el gol ganador de un clásico.

Carlos Muzio estudió Comunicación Social en el Instituto N°12, hoy renombrado “Gastón Gori”. Como Técnico Superior luego estudió en la Universidad Nacional del Litoral, en licenciatura de Comunicación y Periodismo, carrera en la que no pudo completar su tesina. Justamente, como hecho relevante del barrio, Muzio quería abordar en su tesis el tema de la Inundación de 2003, pero vista desde Sarsotti, donde no se inundaron “paradójicamente por ese aislamiento”, mencionaba.

Carlos es empleado de la construcción. Trabaja todo el día, aunque su aspiración inicial fue llegar a ser arquitecto, más allá que luego cambió por el periodismo. Nacido en la ciudad de Buenos Aires, los caminos de la vida lo trajeron a Santa Fe, y luego a Sarsotti. Sobre esos anhelos Muzio recordaba: “Originalmente había empezado a estudiar arquitectura, pero no me colmaba, terminar haciendo casas me parecía una cosa linda, hoy por hoy estoy en la construcción, pero no era mi intención morirme haciendo casas, y entonces me dediqué al periodismo porque siempre me interesó el tema comunicacional”. Un poco autodidacta, interesado por el mundo de las palabras, dichas o escritas, en la charla desgranaba: “Siempre me interesó lo que es el Análisis del Discurso, fundamentalmente, el tema de la opinión, no lo tengo muy claro bien por qué, a lo mejor por mis aspiraciones más humanísticas, que si bien la arquitectura la tiene, creo que en el periodismo está más asentado”.

Como comunicador, como constructor de casas, como militante de ideas por una realidad mejor, Carlos Muzio mira el futuro del mundo desde su Barrio Varadero Sarsotti. “Yo quisiera que este barrio se transforme, porque tengo una visión bastante crítica del barrio donde estoy. Me gustaría que se rompa el aislamiento, me gustaría buscar la forma para que este barrio se integre a la ciudad de alguna manera. Una de las alternativas que se estaba haciendo, hace bastante tiempo te diría yo, es un puente peatonal (por el cruce para peatones sobre Avenida Mar Argentino entre Sarsotti y Centenario que en 2012 se construye), pero es sólo eso, un puente peatonal, nada más. ¿Y por qué digo esto? –se preguntaba retóricamente–, porque creo que a nivel urbano es lo que sucede en Varadero, que se transforma por su aislamiento en una ‘zona liberada’, ya que si estuviera mejor integrado a la ciudad tal vez no ocurrirían las cosas que ocurren con la inseguridad”. Y prosigue en su prosapia, “Si esto estuviera iluminado, con lo cual hay que poner focos y enseñarle a los chicos que no hay que romper los focos, tal vez iríamos en el camino de integrarnos a Santa Fe, que nos conozcan un poco más. Si más gente de los medios vinieran al barrio, y no sólo por casos policiales, tal vez este barrio no tendría la fama que tiene, porque esa es una forma que a su vez alimenta la delincuencia, así inconscientemente desde los medios se está fomentando que Varadero es ‘el lejano oeste’, que acá todo el mundo se ca… a tiros, que acá nos matamos entre todos, y no es así, existe, pero no somos todos, y eso es lo que quisiera cambiar”. Se trata de un aislamiento urbano, social, económico, pero también identitario y cultural. Muzio habla de vencer los muros de los terraplenes y los autos y camiones que pasan de largo, pero más que nada, habla de derribar los muros de la estigmatización generalizada, de los miedos colectivos acicateados por titulares de páginas policiales.

Y en medio de la dificultad, de la marginación y la pobreza, del aislamiento y la falta de visibilidad social, siempre cabe preguntarse por qué es justificable en ese lugar, más allá de las limitaciones para poder elegir. Por qué es entrañable algún aspecto del lugar donde se vive. Muzio tiene respuesta para ello, y dice con seguridad de quién habla con experiencia, y no porque le contaron: “Lo mejor de Varadero es la vida de la naturaleza que tenemos a 10 minutos del centro de la ciudad. Los pájaros, el sol, los árboles, los chicos jugando a la pelota ahí enfrente… eso es lo más lindo del barrio”. A veces no hace falta más justificativo para anclarse a un lugar en el mundo, para comprometerse en cambiar la realidad negativa del barrio, para vivir dejando huellas mientras se camina, como forma de hacer verdad la verdadera esencia del caminar por el vecindario, y por la vida. A veces no hace falta mucho más.

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