Hipódromo Las Flores

Hipódromo Las Flores

            La pista hípica con que cuenta la ciudad de Santa Fe fue inaugurada en 1928 con un gran encuentro de Turf. Pero la historia de las carreras de caballos, incluso la del hipódromo de Santa Fe, tiene raíces y antecedentes que van por otros tiempos y otros espacios de la ciudad. Es más, hubo dos hipódromos, denominados como tales, antes de Las Flores, y varias “canchas” de cuadreras y otros “circuitos” de carrera de caballos.

            Deporte, afición, pasión, apego por los equinos, las carreras de caballos fueron muy populares en Santa Fe, con y sin hipódromo. Este denominado “Deporte de Reyes” en su momento de mayor auge fue fuente de trabajo y sustento para muchos santafesinos que lejos estaban de la realeza, o de las clases patricias y pudientes para solventar la compra de un animal en un haras y para mantener su cuidado y preparación para las carreras. Es cierto que esta pasión llevó a que por ejemplo, un grupo de amigos, que quizá ni poseían un vehículo propio, tenían en “sociedad” un caballo de carrera para verlo galopar por las arenas de Las Flores, pero esta clase de propietarios no deja de ser una excepción a la regla.

           Lo concreto es que para cuidadores, domadores, peones, vareadores y jockeys, además del personal del hipódromo, las reuniones hípicas eran motivo de júbilo cada domingo, o gran premio especial en algún feriado patrio, al mismo tiempo de ser un sustento para sus humildes familias. Afincados no muy lejos de la pista, los “studs” estuvieron diseminados por Piquete y Las Flores, Cabal (Vecinal Sarmiento), San Pantaleón, Schneider, Ciudadela Norte, hasta Barranquitas, y por supuesto, Villa Hipódromo.

Las “cuadreras” de andarivel

            Según enantes se advertía, la historia de las carreras de caballos, y los derroteros y andariveles para medir “la furia de los parejeros”, comenzó con la era de la Colonia en Santa Fe de la Vera Cruz. Así lo refiere en un artículo Rafael López Rosas publicado en su compilado “La perenne memoria”. Dice el historiador al respecto que “En cuanto a las carreras, propiamente dichas, en el siglo pasado (por el siglo XIX) podemos señalar la existencia de varias pistas o chanchas que, con el correr de los años, adquirieron nombradía entre los santafesinos. Desde 1840 hasta 1880 funcionaron numerosas pistas. La primera de ellas, para carreras de largo aliento, era de una enorme distancia, que, comenzando en los Ombúes de Piquete y tomando el viejo camino de Nogueras, terminaba en la famosa Casa de la Pólvora, en las inmediaciones del actual Parque Garay. Otra pista, era la que arrancaba desde la actual plaza de Guadalupe y corría diagonalmente hacia el sur, hasta llegar a la Plaza de las Carretas (hoy Plaza España).

            Pero hubo otras pistas tipo “cuadreras”, incluso a veces en simultáneo, como por ejemplo “En 1865 se construyó otra en el extremo oeste de la calle San Juan (hoy Primera Junta), que se extendía desde los murallones del Ferrocarril Central Argentino hasta las inmediaciones del viejo Mercado de Abasto (en Avda. Freyre). Por su parte, el historiador José Pérez Martín menciona al propietario, un señor de apellido “Ibarra”, y que “se iniciaba al extremo occidental de la calle Primera Junta, llegando hasta la plazoleta del Interior, o sea hasta Avenida Freyre”.

      Dice López Rosas que “También en el barrio del oeste surgió por entonces la renombrada pista de la Chipacera, al oeste de la quinta del Dr. Félix Pujato, bullanguera cancha donde se congregaba la élite de los burreros santafesinos”. En este caso genera un poco de duda la ubicación señalada como al “oeste”, debido a que los ombúes de la Chipacera estaban en el final de calle 9 de julio en la bajada a las barrancas del Quillá, y que conectaba con el viejo camino al Paso de Santo Tomé, mucho antes del Parque del Sur y la Avenida Constitución Nacional.

            Para zanjar esta duda es bueno recurrir a José Pérez Martín y su libro “Itinerario de Santa Fe” cuando detalla las pistas con otras precisiones, y en especial de la Chipacera. Dice Pérez Martín en su capítulo sobre las carreras cuadreras que “Las más antiguas, pues se mencionan desde 1840, eran la que comenzaba en los ombúes de Piquete (Barrio Las Flores aproximadamente) y terminaban cerca de la Casa de Pólvora, en las inmediaciones del actual Hospital Italiano y más o menos seguía el camino Nogueras (Avda. Peñaloza – López y Planes); la segunda venía desde la Plaza de Guadalupe, hasta la actual esquina de Rivadavia y Junín, donde había empotrado un mojón de hierro, llamado mojón del pueblo; y la tercera se abría en los ombúes de la Chipacera (9 de Julio y Jujuy), extendiéndose en tres cuadras hacia el oeste, por lo que hoy es calle Jujuy”.

            Como fuera, la pista de la Chipacera fue famosa en aquellos años de pasados los 1850, no sólo por las carreras, sino en especial por el baile y jolgorio popular que acompañaba la contienda hípica, y al que asistían muchos renombrados prohombres de la sociedad santafesina con sus montados para competir en esos andariveles.

            En el artículo titulado “El deporte de los reyes, de caballos y cuadreras en el siglo pasado”, refiriéndose al siglo XIX, Rafael López Rosas apunta otro lugar más a la lista: “La última de estas pistas fue emplazada al norte de Molino Santa Fe de los señores Boero, Lupotti y Franchino, y se la denominaba cancha ‘Las Penquitas’ (1892)”, en lo que se supone hoy sería barrio Alvear, y que Pérez Martín “…ubica al norte del Boulevard Gálvez, paralela a las vías del ferrocarril”.

           En cuanto a la descripción de las pistas, Pérez Martín dice que “eran rectas como las de los ombúes del Piquete y la de Claudia Chapaco o bien cruzaban en diagonal como la que se iniciaba en Guadalupe. A lo largo de los andariveles había descampados o campeaban los matorrales o las pencas, estas últimas en la cancha situada al norte de Boulevard Gálvez (en barrio Alvear).

          A su turno, López Rosas desgrana los recuerdos para arribar a la primera denominación como “hipódromo” de que se tiene cuenta en la ciudad. Dice al respecto que “Pero, quizá el más importante de estos centros fue el hipódromo instalado en los llamados Bajos del Salado, que corría por atrás del actual Tiro Federal y enderezaba hacia el Baradero Sarsotti (1885). En este circo se desarrollaban ‘carreras de andarivel’, con jueces designados por el gobierno, jinetes profesionales y reglamentos aprobados por la autoridad. En una de estas reglamentaciones se establecía que quedaban prohibidas ‘las palabras chocarreras u obscenas’ por parte del público, debiendo la policía evitarlas. Esta pista se conoció oficialmente como Hipódromo Santafesino. En junio de 1885 se nombra a Ramón Montenegro como juez de carreras para el Hipódromo Santafesino, próximo a inaugurarse”.

            En su relato Pérez Martín ubica también al primer Hipódromo en 1887, y que se encontraba “…en los bajos del Salado, cerca del lugar que se conoce por Baradero Sarsotti”. Vale decir que en los planos viejos de la ciudad no aparece esbozado este solar destinado a las carreras de caballo, lo cual impide determinar con mejor precisión su posición relativa transportada a la ciudad de cien años después. Sin embargo, la mención de esa pista, que se ubicaba en los arenales del barrio Centenario, definen la importancia que este tipo de actividades tenía en la sociedad. Debe encuadrarse el contexto en el que entonces las carreras de caballos, y lo que a esta práctica conllevaba, se desarrollaba. Una ciudad en plena transformación vía el par de estímulo económico entre el ferrocarril y el puerto, junto con la inmigración y la expansión de las actividades primarias, algunas extractivas como la forestal con el quebracho.

         En esa Santa Fe las alternativas populares de esparcimiento eran muy pocas. Devenida de la tradición del gaucho y el islero, las carreras de caballos, del tipo “cuadreras”, un motivo de reunión para la gente humilde. En esas reuniones de competencias de caballos, en canchas improvisadas, habitualmente de dos andariveles, uno por cada equino, con jueces de partida y de llegada, supieron sumarse con sus “parejeros” algunos miembros de la sociedad santafesina mejor acomodada que gustaban también del desafío con sus equinos. Así quedaron en la memoria urbana las carreras entre los caballos de fulano de tal de doble apellido ilustre, contra el caballo de otro prohombre de esa ciudad de fines del siglo XIX. Pero también ingresaban en esa tradición de la jerga otros ignotos vecinos con sus montados, enfrentados a galope tendido en los andariveles de la “Chipacera”. Así lo refiere José Pérez Martín que recuerda a la carrera cuadrera entre “el zaino de Fernando Pajón y el tordillo de Juan Mendoza”.  

Justamente, esa ciudad la caracterizaba Pérez Martín en un pasaje del libro “Itinerario de Santa Fe”, cuando decía que “El Puerto de Ultramar le comunicó con las rutas marítimas y mientras el barrio de San Antonio y Catarranas, la Chacarita y La Calera, la zona de la Casa de la Pólvora, y el pago de las chacras se hundían en el recuerdo absorbidos por el aumento de la edificación, surgía la ciudad del siglo XX con todas sus exigencias y una naciente disciplina municipal buscaba dar solución para sus problemas y sus previsiones para el futuro”. Hay que aclarar, para ubicarse en la actualidad, que “San Antonio” era donde está hoy el Colegio Nacional en Mendoza y Urquiza; que “La Chacarita” era el barrio Candioti Sur; que “La Casa de la Pólvora” era el arsenal de la ciudad y estaba donde hoy se ubicaba el viejo Hospital Iturraspe, el Hospital Italiano y el Parque Garay.

Por ello, en esa ciudad que buscaba iniciar el camino hacia la Modernidad, la institucionalización y ordenamiento de las carreras, tanto con un espacio específico como este primero “hipódromo santafesino”, como con reglamentaciones, vienen a dar cuenta del valor social que tenía esta actividad convocante.

Un aporte final hace el libro “Itinerario de Santa Fe” para describir el variopinto escenario de estos encuentros hípicos de cuadreras en la Santa Fe de fines del siglo XIX. Dice al respecto el autor que “Las tardes domingueras eran bulliciosas en las cercanías de las pistas de andarivel. Mientras los dueños de los caballos concertaban carreras, presentaban los ‘rayeros’ y palmeaban los equinos, los jueces despejaban la raya de largada, cruzándose las apuestas en los instantes de las partidas en medio de gritos, opiniones y alguno que otro alarido. La concurrencia provenía de todas las clases: llegaban gentes del Quiyá, del Campito, del barrio de San Antonio, de los pagos de las quintas y chacras, jinetes paisanos, jóvenes del centro urbano, señores y funcionarios. Cuidaban el orden no sólo policías, sino soldados y oficiales del Regimiento 7 de Abril, en tanto los jueces de carreras, con seriedad y empaque, recorrían a caballo las pistas. A lo largo de éstas se instalaban carpas y carros, a la sombra de los ombúes y paraísos, donde se vendían el carlón, la ginebra, la caña, pasteles, carnes asadas y fritos almibarados. Las pulperías vecinas surtían damajuanas de caña, pipas de vino, tabaco, yerba, géneros como bramante y percales, cielitos y romances impresos y poema de Martín Fierro en cuadernillos de tapas verdosas”.

Como en el mundillo del turf de hipódromo, las cuadreras también tenían sus jinetes destacados, “jockeys” de otro tiempo, pero que por sus hazañas quedaron en la memoria. Así los recuerda Pérez Martín cuando menciona que “Hubo corredores de fama y caballos renombrados, que tuvieron su cortejo de acalorados admiradores. Entre los corredores estaban Dionisio Almará, el más popular, José Quiroga, Vicente Luna, Faustino Santucho, Pedro González, entre otros”. Y en cuanto a los caballos famosos –y sus dueños– el escrito recuerda a “…el alazán de Juan Pablo López, el zaino de Fernando Pajón, el moro del coronel Matías Olmedo, el malacara de Servando Bayo, el colorado del canónigo Manuel María Zavalla, el tostado de Bernardo Gallo, el moro de Telmo López, el picazo de Albino Crespo, el tordillo del coronel José F. Rodríguez y el blanco palomo de Tristán Sánchez (a) el rubio bailarín”.

            Los datos parecen indicar que algunas de las carreras cuadreras convivieron en la ciudad con el primer Hipódromo de Baradero Sarsotti y barrio Centenario, pero luego, con la construcción del Hipódromo Santafesino en barrio Belgrano, las cuadreras comenzaron a refugiarse en los pueblos cercanos, de la costa, del villorrio del naciente Santo Tomé.

A modo de cierre de este tramo de la historia previo a los dos hipódromos de óvalo de la ciudad, y como si fuera un destacado cronista del pasado, Pérez Martín describe una de esas carreras cuadreras, en la que el ganador, no fue precisamente el favorito. “Carreras cuadreras de larga fama contempló la ciudad. Contra lo que era común en algunos lugares, en Santa Fe perdió una vez el caballo del comisario… Fue la carrera que se corrió el año 1845 entre un zaino del general Pascual Echagüe y el malacara de Esteban Gamboa, que se concretó en quinientos pesos bolivianos y a correrse en la pista del camino Nogueras. Congregóse una numerosa concurrencia y el favorito era el zaino de Echagüe, quien atraía todas las apuestas. El zaino había sido adiestrado en la playa de la laguna Guadalupe y su jinete se llamaba Toribio Gálvez. El malacara de Gamboa fue conducido por Dionisio Almará, el corredor crédito en aquellos años. Luego de las partidas, el juez dio la señal de largada: la carrera enardeció a la gente. El zaino volaba, pero malacara cortó el aire como la luz. El caballo del gobernador quedó vencido y muchos le habían jugado hasta el aliento: toso los pesos bolivianos, caballos ensillados, prendas y terrenos… En medio de una baraúnda y los gritos con que celebraban al malacara, el juez dio el fallo. El malacara, su dueño y jinete regresaron a la ciudad en medio de una procesión triunfal”.

El Hipódromo Santafesino

      Rafael López Rosas encuadra en el contexto de la ciudad el surgimiento de Jockey Club y su papel en la construcción del primer hipódromo de óvalo de la ciudad. Dice el historiador que “Como consecuencia de la incesante actividad turística, si tenemos en cuenta que  fines del siglo (XIX) funcionaban cuatro pistas a la vez, un grupo de aficionados a este deporte constituyó la Sociedad Anónima Jockey Club Santa Fe, institución a la cual en agosto de 1888 el gobierno presidido por el Dr. José Gálvez le aprobó su Estatuto y Reglamento de Carreras, y le otorgó la personería jurídica”.

      De este modo, se menciona en “La Perenne Memoria” que “Esta Sociedad, con miras a instalar un hipódromo, compra por entonces, al norte de la ciudad, en la prolongación de la calle 9 de julio, un amplio terreno compuesto de dos fracciones, en donde comenzaron rápidamente los trabajos de amojonamiento y trazado del futuro circo. La compraventa se inscribe en el Registro General en el año 1903. Este hipódromo, para ubicarlo mejor, ocupaba lo que es hoy Barrio Belgrano, estando su entrada en la intersección de las actuales calles Facundo Zuviría y Estanislao Zeballos”.

Hipódromo Santa Fe

       López Rosas puntualiza algunos detalles más de este primer óvalo de carreras, del que no se posee una fecha precisa de inauguración: “Su inauguración debe haberse producido a comienzos del presente siglo (XX). Lo que sabemos con certeza es que, en 1908, la Sociedad Anónima inaugura su local social en el barrio Sur de la ciudad. “Nueva Época” da cuenta el 2 de febrero del año mencionado de los festejos de la inauguración consistentes en un baile de caridad y un espectáculo de carreras”.

        En los diarios de la época se pueden encontrar algunas referencias en las crónicas de carreras y actividades desarrolladas en el viejo Hipódromo Santafesino, que se ubicó en la zona del hoy barrio Belgrano y mantuvo sus actividades desde los primeros años del comienzo del siglo pasado hasta 1928, con la inauguración de Las Flores.

         La pista hípica, y su amplio predio en una zona despoblada de la Santa Fe de 1913 albergó un espectáculo inusual para aquella época. En un festival a beneficio del Hospital de Caridad (hoy Hospital Cullen) se convocó una nutrida concurrencia para ver no sólo caballos al galope tendido, sino también un avión y sus demostraciones de vuelo. Así lo reflejaba el diario Santa Fe, que refería sobre la gran convocatoria “…la fila de autos y coches repletos de damas y señoritas que desfilaban hacia el lugar de la fiesta, nos hacía ya imaginar el éxito halagüeño que obtendría. Los peatones que en hilera interminable ocupaban los caminos adyacentes a la vía férrea que pasa por el hipódromo, semejaba algo que el cronista siente y no sabe expresarlo”.

         Y sí pudo expresarlo el periodista destacado, tanto así que da cuenta de dos cosas, como lo hace la pieza gráfica con la imagen de las tribunas con gente, que el viejo hipódromo de barrio Belgrano tenía amplias instalaciones (desparecidas) y que asimismo contaba con la concurrencia de las familias de mejor posición social en la ciudad: “Los jardines con sus monas mesitas, atendidas por niñas de nuestra sociedad distinguida, y ocupadas por los más granado de nuestra <haufe>, imprimían una tonalidad indefinible que realza el cuadro suntuoso del paddock”.

          Además de los caballos de carrera y el vuelo hubo una competencia ciclística en el óvalo, de la que resultó ganador un señor de apellido Cingolani “…quien dio como sport, pesos 2,85 a ganador y 2,20 a placé, después de recorrer los 1600 metros de la prueba”, o sea, apostaron también en la carrera de bicicletas. Hubo esa tarde del 10 de agosto de 1913 carrera de sulkys, de petizos, y hasta un desfile de carruajes de paseo de las familias acomodadas de la ciudad, con sus respectivos integrantes, en especial, las “señoritas” de la alta sociedad.

         La jornada, que contó con la presencia del gobernador Manuel Menchaca, y parte de su gabinete, tuvo su punto descollante para los “7 u 8.000 almas” presentes los vuelos realizados por Teodoro Fels que “…consagrado como dominador del aire, ocupó su aparato para elevarse magistralmente, seguido de la admiración de todos los espectadoras, que al contemplar sus atrevidas evoluciones sólo atinaban a clamar su nombre con delirante entusiasmo”. (Santa Fe 12/8/1913)

HIPODROMO AVION VOLANDO - SANTA FE 12-8-1913
HIPODROMO AVION DE FELS - SANTA FE 12-8-1913
HIPODROMO SANTAFESINO - SANTA FE 12-8-1913

           Por su lado López Rosas recuerda que “Para concurrir al hipódromo el Jockey contrató un tren expreso para llevar a las familias, comenta el periódico que en la carrera de triunfó el caballo , montado por Iturraspe Rodríguez, saliendo segundo, Néstor de Iriondo”.

            Va de suyo que las carreras conllevaban al juego de dinero. La Sociedad Anónima Jockey Club Santa Fe era el centro de apuestas principal en el mundo de las carreras santafesinas, pero también, con su sede en barrio Sur Colonial, era un centro social de reunión y celebraciones. Sin embargo, hacia febrero de 1912 comenzó una política pública de intervención del Ministerio de Hacienda con el objetivo de terminar con el juego clandestino y gravar el oficial.

         El viernes 2 de febrero el Diario Santa Fe denunció que, aunque “algunas casas de menor cuantía fueron sorprendidas y otras no muy seguras de no serlo, cerraron sus puertas”, pero el Jockey Club continuaba emitiendo “boletas de sport, cayendo en las penas establecidas en las leyes de impuestos” y sin pagar los impuestos correspondientes. Por ello la Dirección General de Rentas intervino “adjuntando los recortes de este diario al ministerio de hacienda para que tomara las medidas del caso”, pero que dicho organismo no se expidió ante los reclamos ni ante la “denuncia expresa presentada por un ciudadano” (Diario Santa Fe 02/02/1912). Más tarde, en abril del mismo año, el Club volvió a las reuniones de las carreras del Hipódromo Santafesino. En este contexto, el Jockey se enfrentaba a la intervención del Ministerio de Hacienda y a la amenaza del cobro de un impuesto por su sucursal en el Saladillo (Diario Santa Fe 25/04/1912).

           El actual Jockey Club Santa Fe, originado en la Sociedad Anónima de 1888, fue fundado como tal el 10 de marzo de 1913. Superada la etapa anterior, a partir de los años ‘20 el Jockey Club adquirió mayor prestigio como centro social de reuniones y como recaudador de las apuestas de las carreras santafesinas. En ese sentido, anunciaba los programas de carreras de la semana y organizaba fiestas y bailes en fechas importantes, como en el 120° aniversario de la Revolución de Mayo cuando se emprendió una celebración en las instalaciones de calle San Martín.

           El corolario para esta etapa del viejo hipódromo de Barrio Belgrano surge de las palabras de López Rosas que cierra su capítulo sobre “El deporte de los reyes, de caballos y cuadreras en el siglo pasado” cuando dice: “Queda así establecido que, durante el primer cuarto de siglo, las carreras oficiales tuvieron lugar en el llamado hipódromo viejo, de 9 de Julio al norte. A fines de la década del ’20, se inauguraron las instalaciones en el actual hipódromo de Las Flores”.

El Hipódromo Las Flores

            El Hipódromo Santafesino de las Flores fue inaugurado el domingo 2 de Diciembre de 1928, en el marco de un encuentro hípico muy concurrido. El Diario El Orden del mismo día publicó que las celebraciones contaron “con un programa de seis carreras y 77 anotaciones”. (El Orden 2/12/1928). Ubicado en el límite norte del entonces “Distrito Las Barranquitas”, ocupaba los bañados del Salado, arenales que según los expertos del turf favorece la carreras de caballos al reducir el impacto del galope sobre las manos y patas de los yeguarizos.

               Los terrenos adquiridos por el Jockey Club Santa Fe figuran en planos antiguos de la ciudad a nombre de “Herederos de Galiano”, allá por 1910. Sin embargo, en un plano posterior, de 1913, el predio ya figura dividido en dos parcelas, la ubicada más hacia el sur a nombre de Pautasso. Un dato particular lo constituye en que el óvalo de la pista no es perfecto en su desarrollo geométrico. La curva en el extremo noreste está rectificada en su radio dada la presencia de las vías del FFCC, que cortan en diagonal ese extremo del terreno. Por el norte, el hipódromo está flanqueado por calle Estado de Israel, al este Blas Parera y al sur Gorostiaga. El oeste se adentraba en los bañados del salado, donde ahora está el campo del golf, y luego la nueva Avenida Circunvalación Oeste (RN 11).

            De regreso al momento de su inauguración, y los primeros años de vida del hipódromo de Las Flores, los diarios del momento daban cuenta de tan importante noticia para la ciudad, y luego sostenían la información sobre las actividades hípicas. En numerosas publicaciones de la primera mitad del siglo pasado se relatan las carreras dominicales. Un típico domingo en el hipódromo consistía en varias pruebas hípicas y las correspondientes apuestas. Por ejemplo, el diario El Orden del lunes 7 de Julio de 1930 relataba la concurrencia al clásico hípico “Independencia”: “el público de las populares se ha acercado a las ventanillas laterales para hacer sus apuestas” y agregaba “el grabado de gentío que ayer se reunió en nuestro circo hípico, que por otra parte, viene sucediendo domingo a domingo, en forma de dar cuenta cabal del impulso que en los últimos tiempos va cobrando el Hipódromo Santafesino”. La recaudación de este encuentro ascendió a “un movimiento de cuarenta mil pesos aproximadamente”, esto último sumado a la “cantidad de animales que intervinieron en cada prueba”, daba cuenta para el medio del “progreso de la institución local que está llamada a ser una de las más importantes del interior del país” (El Orden, 7/7/1930). Y en verdad, así fue con el Hipódromo Las Flores, que comenzó dos tribunas ubicadas en el sector oeste de la recta principal, con dependencias e ingreso también por esa zona, en el final de lo que es hoy calle Gorostiaga, antes del ingreso al campo de Golf.

            Las carreras de caballos constituían un atractivo para los santafesinos, quienes esperaban con ansías el domingo para concurrir al centro hípico. El diario El Litoral remarcaba cómo un “aguacero caído en la madrugada” del domingo 5 de octubre de 1930 había desbaratado “los planes que tendrían hechos los aficionados del deporte, que al cambiar de características el terreno, tuvieron que buscar nuevos candidatos”, pero aun así, “lograron embocar tres y un placé” con “un total de 10.341 boletos” en apuestas (El Litoral 7/10/1930).

       En los años siguientes las reuniones hípicas aglomeraban un público siempre numeroso. Asimismo, el juego de apuestas a los candidatos prometedores también fue en aumento sostenido. El mismo diario citado anteriormente denotaba que en una tarde típica de domingo en el Hipódromo alcanzó “la respetable suma de 5.156 boletos, que importan 16.352 pesos, correspondiendo a la institución organizadora en concepto del doce por ciento 1962.65 pesos” (El Litoral 7/11/1932).

      En cuanto a los encuentros hípicos, los programas eran embellecidos por los llamados clásicos, además de las carreras regulares. Por ejemplo el “Clásico Doctor Tomás E. Estrada”, de dos mil metros, que en su edición del domingo 6 de octubre de 1929 tuvo como ganador a “Capaz” con una victoria de “tres cuerpos” sobre el segundo candidato. (El Orden 8/10/1929)

        La actividad creció con los años, siempre instalada como un espectáculo popular, con sus adeptos, tuvieran o no caballos de carrera. Este crecimiento produjo en 1935 una primera ampliación de un nuevo cuerpo de tribunas de cemento, con visera. Diez años después, bajo proyecto de los arquitectos Giménez Rafuls y Solari Viglieno, la constructora de Hernán Busaniche levantó el último cuerpo de tribunas, ubicada al este de las dos anteriores, casi frente al disco de llegada.

      Es así, para 1945 el turf argentino estaba en su apogeo. El Jockey Club Argentino ocupaba un lugar privilegiado en cuanto a relaciones y acciones sociales y culturales, además la crianza de caballos argentinos llegó a exportar a países como Brasil y Estados Unidos. Tal es así que el centro de carreras del Hipódromo Santafesino, de acuerdo a El Orden, por esos años acumuló obras de ampliación y modificación con el objetivo de “que la afluencia del público pueda sentirse estimulada hasta un grado no logrado hasta el presente” y también de fomentar el crecimiento de la “barriada que lo alberga” y las “quinientas familias” que trabajan en el rubro en torno al Hipódromo.

        Se construyó una verja nueva, una “casa habitación para el encargado de la atención de la cancha y un galpón destinado a depósito de implementos y herramientas” y se rellenó la “calle que da acceso a las instalaciones del hipódromo local, algo sumamente importante, pues permitirá que los rieles del tranvía puedan ser extendidos hasta la puerta de acceso formándose una playa de estacionamiento para automóviles”. Todas estas obras formaban parte de “un vasto plan, encaminado a cambiar fundamentalmente nuestro circo hípico” (El Orden 8/8/1945).

        También la sede social del Jockey Club Santa Fe, de calle San Martín casi Juan de Garay, fue remodelada, ya que era solicitada para eventos sociales y artísticos. 

     En numerosas ocasiones, luego de la reunión hípica, los socios del Jockey y personalidades de la ciudad, y de otras localidades, concurrían a la sede para una “reunión de animadas proporciones”. (El Litoral 28/5/1945).

El Club de Golf

        Si bien la práctica del golf no está relacionada con el turf, desde un punto de vista de la ubicación geográfica por estar en el mismo predio, y por la misma institución madre, es dable repasar brevemente la historia del Campo de Golf del Jockey. La construcción del campo de golf comenzó el 21 de septiembre de 1949, con un presupuesto de 50 mil pesos a cargo de la Subcomisión de Golf, encabezada por Raúl Pujato. De acuerdo al diario El Litoral, los terrenos destinados en Las Flores alcanzaron las “14 hectáreas, con un recorrido de 3.100 yardas en los 9 hoyos, con un par de 35” y que además se plantaron más de 800 árboles. Los trabajos estuvieron “a cargo del profesional, profesor Eduardo Miartus”, quién al mismo tiempo enseñaba el deporte a los asociados del Club. La cancha de golf fue habilitada el sábado 4 de noviembre de 1950, con una ceremonia simbólica que agrupó a los “dirigentes de la C. Directiva del Jockey Club, los integrantes de la subcomisión de golf, jugadores e invitados especiales”. Con este campo, según el vespertino local, el Jockey Club realizó una “contribución valiosa” para la difusión de este deporte. (El Litoral 01/11/1950). Más tarde, en julio de 1951, comenzó el campeonato santafesino de golf organizado por el Jockey Club. (El Litoral 16/07/1951).

Las Flores del siglo XIX

       Ya en el Tercer Milenio, la tragedia evitable de la inundación del Salado en 2003 vino a destruir gran parte de la pista hípica y a afectar las instalaciones. Estos daños pusieron un punto de inflexión también para el hipódromo y la continuidad de las actividades.

       En el año 2012 se inició una etapa de recuperación de las reuniones hípicas con la decidida participación de la Unión de Trabajadores del Turf y Afines. Muchos de los cuidadores y peones, vareadores habían quedado en el camino, pero otros tantos sobrevivieron cuidando y preparando los pura sangre para correr en otros hipódromos activos en el país. Fue el 15 de noviembre, aniversario de la ciudad en 2012, que el Hipódromo de Las Flores reabrió sus puertas con una primera gran reunión hípica con doce importantes premios, incluidos el Clásico Carlos Pellegrini. En esa oportunidad se homenajearon a los jockeys Pablo Falero, Héctor Libré, Elvio «Pili» Bortulé y la legendaria Marina Lezcano.

    Particularmente se destacó el reconocimiento a don Ángel Baratucci, legendario jockey rosarino que comenzó su carrera como aprendiz en las arenas de Las Flores el 16 de septiembre de 1936, con una yegua que no figuró en el marcador, pero que luego llegó a instalarse en el Libro de Récord Guinness al ganar las ocho carreras de un mismo día en el Hipódromo Independencia de Rosario. Don Ángel, que corrió su última carrera a los 59 años en 1980, llegó primero al disco del programa completo del 15 de diciembre de 1957, único jockey en el mundo en ganar todas las carreras de un mismo día.

     En el año 2020 el sitio web del Jockey Club Santa Fe menciona sobre el Hipódromo Las Flores que “Cuenta con tres tribunas en funcionamiento y una pista de arena con una extensión de 1800 metros remodelada en 2014, considerada como una de las mejores pistas del interior del país”. También se publica que “Mensualmente se realizan reuniones hípicas con la participación de ejemplares locales y de toda la zona. Las pruebas más importantes del calendario se disputan en el mes de noviembre con los clásicos juan de Garay y Carlos Pellegrini”.

Hipódromo Las Flores

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll hacia arriba