La Gran China

La “Gran China” del barrio

Muchos habrán pensado que el nombre con el que se conoció popularmente desde mediados del siglo XX a la zona del barrio del matadero, “La Gran China”, habrá tenido que ver con cierta característica fisonómica de las viviendas relacionadas a pagodas orientales, o casas de madera y paneles, con tabiques de papel de arroz. Nada más alejado de la realidad.

El mote del barrio surgió del argot de la paisanada en relación con una particular vecina del lugar, de su rancho de paja y adobe, de su comida, pero en especial de sus rasgos fisonómicos. Vale decir que en coincidencia, o no tanta sino más bien herencia antiquísima, los rasgos de los pueblos originarios mucho tienen que ver con los ojos rasgados orientales, narices poco prominentes, amplias frentes. Acaso devenidos de la “asiática migración milenaria”, al decir de Julio Migno en la prosa “Las raíces del canto”, grabada por Orlando Vera Cruz en 1985. Como sea, el término “china” del gaucho en relación con la mujer paisana tiene en cierto modo esa relación semántica entre rasgos del rostro y la palabra, pero también una vinculación con el quechua, en la cual una deformación del vocablo original llevó a ese vocablo de uso popular.

Y en el barrio del matadero hubo efectivamente una mujer que a esa pertenencia étnica aborigen sumó las dimensiones físicas de su cuerpo para resumirse en la expresión de los trabajadores rurales del matadero en: “El rancho de la Gran China”, o simplemente lo de “La Gran China”.  Esa construcción existió cerca del matadero antiguo, luego municipal, en el corazón propio del barrio, donde finalmente se ubicó la Escuela N° 1000 “Marcos Sastre”, por lo que se presume que el rancho mencionado se ubicaba más al oeste.

No se conoce su nombre real, tal vez nunca se la llamó por su nombre. Obesa, de largas trenzas negras y ojos achinados, así la recordaban los viejos vecinos, como Rosa Irma «Porota» Bogado, hija de doña Casimira, una curandera del barrio que vivió sobre lo que luego fue calle Caferatta, y que rescataba como testimonio para su libro “Piquete Las Flores y sus barrios”, Miguel Ángel Dalla Fontana en 2022.

Luego, las migraciones internas forzadas dentro de la ciudad que se dieron aportaron más población criolla a la zona del barrio de “La Gran China”. Corridos de Monte Chañar, donde luego se ubicó el inicio de la Avenida Almirante Brown y el Parque de la Locomotora en Siete Jefes. Gente de algunas de los traslados compulsivos de “El Campito”, el arenal de la zona de los elevadores de granos en calle 3 de Febrero y la Avenida Mar Argentino. Y otros, llegados del norte, del Chaco, que recalaron en la zona de Coronel Dorrego, en el barrrio Chaqueño, pero también en “La Gran China”. Todos conformaron a lo largo de los años esa fisonomía de barriada con características iniciales de poblado semirural, más que de villa de emergencia. Al menos en sus comienzos.

Si bien hay otras versiones de la tradición oral sobre el mote de “La Gran China” para el barrio, en relación con los reiterados hechos de sangre por disputas y duelos criollos, más que por hechos delictivos, y que por esa “fama” de barrio violento se lo habría llamado. Sin embargo, según Dalla Fontana, la mujer conocida como la Gran China existió efectivamente en el lugar antes que la barriada trascendiera con esa denominación compartida en otros ámbitos fuera del propio vecindario.

LA GRAN CHINA - JORGE BASABE - Miguel Ángel Dalla Fontana "Ciudad invisible. Piquete Las Flores y sus barrios" – 2022

Justamente, en su libro «Ciudad invisible. Piquete Las Flores y sus barrios», Miguel Ángel Dalla Fontana recuerda en primera persona su memoria sobre las historias de “La Gran China”.

De niño, había oído mencionar a mi padre que si uno quería cruzar el sector de La Gran China necesitaba tres cosas: una brújula, un mapa y mucho coraje, porque ningún «milico» se atrevía a ingresar.

Es cierto que a menudo se hablaba de ello y que nadie en su sano juicio caminaría de noche so pena de ser sometido a insultos cuando no a agresiones físicas. A pesar de lo que pronosticaba mi padre, él aclaraba que estos rumores podían ser uno de los tantos peligros irracionales que engendramos con la imaginación y las habladurías de los demás.

 Algunas veces hay disparidad entre el nombre oficial estampado por las autoridades municipales: Brig. Estanislao López, y el otro, el popular como se lo conoce todavía: La Gran China. 

Según la historia más cercana, el nombre de La Gran China deriva de una mujer de gran contextura, ojos achinados, largas trenzas, mórbida entre suaves hondonadas, pliegues y kilos que le había dado la vida. Se afirma también que esta señora tenía una especie de posada lindera a los corrales del matadero. En realidad, era un rancho grande de poca altura y precario, construido con la economía del criollo, paredes de paja embarradas, pintadas a la cal y con piso de tierra bien barridito.

Doña China, desde su pequeña ventana, podía divisar a los paisanos cuando iban llegando después de la dura tarea. Sabido es que el gran ausente en el rancho era el confort, pero, difícil de comparar por ser el templo y el cobijo de la peonada donde la vibración humana era contagiosa. Su gente, sumamente divertida, celebraba volver a encontrarse con la buena comida y el buen vino, entre risas, dichos y cuentos se nutrían del oportunismo y la picardía criolla, acompañada con la música chamamecera.

Así se explica cómo el ambiente era cubierto en su totalidad, pero también hacían presencia algunos cabecillas de la peonada, que a menudo discutían el pago diario, el maltrato de los capataces y el descanso dominical. Para entonces, el lugar era visitado por José Cantora, Antonio Sabattig, Feliciano López, Rodolfo Altamirano, Eligio Hernández, Eustaquio Sueldo y los Orioli. Al respecto, algunos miembros de esta paisanada fueron partícipes de las fuerzas revolucionarias de la U.C.R de 1893, y en algún que otro entuerto, se habrían «quedado» con algunos novillos para el consumo de la gente del barrio, burlando el férreo control del «Comisario de Tablada», Don Reynaldo Cullen,

Lo interesante del predio era que doña China a la vista de los clientes y con las acciones preparatorias de la comida, amasaba, condimentaba y fritaba con pella, las jugosas empanadas gigantes de carne (recomendadas, que pasaban de boca en boca), único menú de circunstancia, pero colosal alimento que estaba asegurado para quienes la saboreaban y la disfrutaban junto con un buen vaso de vino tinto o una grapa.

Miguel Ángel Dalla Fontana

«Ciudad invisible. Piquete Las Flores y sus barrios» – 2022

La Gran China

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll hacia arriba