Barrio Candioti – Historia

Historia de Barrio Candioti

Gustavo José Víttori en su libro “Santa Fe en clave” titula a uno de sus capítulos “Barrio Candioti, hito de la modernidad”. Y con buen tino quizás éste sea el signo distintivo de una barriada que creció asida a la columna vertebral que representó el bulevar que le dio origen. Pero además de ser un barrio con tintes residenciales, de grandes mansiones y señoriales casonas, y de albergar a industrias como las molineras o cervecera, también fue el espacio donde los servicios esenciales de la transformación de la ciudad colonial hacia la modernidad se establecieron. La luz eléctrica y el agua potable corriente, y las cloacas. Sin embargo, el complejo mosaico quedaría incompleto sin sumar a este collage al ferrocarril, primero el “Santa Fe”, o “Francés” como se lo conoció, y al Central Norte, que dejó la magnífica estación del luego Ferrocarril Belgrano.

Y en la raíz de su composición social, el mismo Barrio Candioti fue la muestra de una heterogénea presencia de inmigrantes, con prevalencia de la colectividad francesa. Pero también, como si fuera un plano inclinado hacia el sur, hacia las cotas más bajas que llegaban a los anegadizos y barrancas del riacho Santa Fe, en aquel marginal borde la barriada era orillera, de pequeños astilleros, de criollos y mestizos, de inmigrantes pobres, concentrados en lo que fue “El Chilcal”. En medio de este mosaico, aparecían los empleados del puerto, pero en especial del ferrocarril francés. Alquimia de razas, lenguas, creencias y saberes. Mixtura de culturas, algunas ya perdidas, la mayoría poco recordadas.

Desde aquella Chacarita de los Jesuitas, hasta el Barrio Candioti de hoy, sobrevive entre las calles más sureñas del bulevar la vieja historia de aquellos que formaron parte del sueño de su fundador, Don Marcial Candioti. Vecino del lugar, propietario mayoritario de las tierras. En su nombre expresa el sentido de la estirpe santafesina de sus ancestros y del barrio que terminó por dar fisonomía provinciana y esencia de modernidad a sus calles.

La Chacarita de los jesuitas

Dice Víttori “Si hay un barrio en nuestra ciudad que ilustra de manera emblemática la transformación social y económica producida como consecuencia del proceso de organización nacional iniciado en 1853, ése es el que lleva el nombre de don Pablo Marcial Candioti. Verdadero hito de desarrollo urbano, Pueblo Candioti, como se lo denominara a principios del siglo, constituye el primero y más caracterizado fruto de las políticas de apertura al mundo promovidas por nuestra Ley Fundamental”.

En el marco del traslado de la ciudad desde Cayastá, en 1653 se realizó además de la entrega de un terreno dentro de planta urbana un solar importante de “entre dos y cuatro cuerdas de 100 varas castellanas”, dice Víttori en su trabajo, donde cien varas equivale a 86,60 metros.

Pero puestos en la zona del hoy Barrio Candioti, la mayor parte de los terrenos forman parte de lo que fuera la “Chacarita de los Jesuitas”, una “…tierra labrantía que perteneció a la orden ignaciana y, a partir de su expulsión de los dominios españoles por orden de Carlos III en 1767, se transfirió siempre en bloque a sus propietarios sucesivos”. Vale decir que en continuos agregados de terrenos –adquiridos o donados- la superficie original de la “Chacarita” fue creciendo y su explotación tuvo como objetivo proveer de bienes a la Procuraduría de Misiones que la operaba. Según Luis María Calvo y Guillermo Furlong, citados por Víttori, en el lugar se realizaron trabajos de labranza y además funcionaron hornos de tejas y ladrillos, siempre antes de la expulsión de América de la Compañía de Jesús.

Otro dato rescatado de la historia en “Santa Fe en clave” es que en el lugar el “…cacique Aletín acampó con sus mocovíes, en 1743, a la espera de que su solicitud de integrarse a la Reducción de San Javier, fuese atendida”.

Luego de la expulsión de los Jesuitas, según Calvo, la Chacarita fue arrendada completamente a don Juan Bautista Martirenia. Inventarios del patrimonio jesuita luego de su forzada retirada de Santa Fe permiten aseverar que había en el lugar de Barrio Candioti hornos y hasta un galpón con techo de paja para almacenar el producido de los hornos de tejas y ladrillos.

Luego de la Revolución de Mayo la zona albergó a una de las baterías de cañones y acantonados soldados que tenían por fin la defensa de la ciudad y el puerto de Santa Fe. Federico Guillermo Cervera, en su libro “Las baterías de Santa Fe”, estudió el plano de 1811 de la ciudad realizado por Bentallol donde ubica “…casi al borde de la laguna de Guadalupe…” un campamento de unos 200 hombres con caballos pero sin armas de fuego y un “…hexágono con cuatro cañones de tren a barbotes de ladrillos crudos y barro”. El nombre que se adjudicaba a esa batería de artillería era el de “la Chacarita”, y según Cervera, se ubicaba en el mismo sitio donde hoy se encuentra el Club Regatas. Pero en memorias de Urbano de Iriondo se puede completar que en realidad esa batería no fue utilizada y que poco duró, ya que la crecida de 1814 la destruyó por completo. Luego fue reconstruida como defensa a un posible ataque del caudillo Francisco Ramírez en 1821, distanciado de los santafesinos y del Brigadier López en ese tiempo, pero nuevamente una crecida la destruyó.

En cuanto a los límites  de “La Chacarita”, sobre la que asentará el Barrio Candioti, en palabras de Víttori “…al este, la laguna; al oeste, la calle de Jujuí y el camino del Medio que va para el pago de Ascochingas (hoy, avenidas Rivadavia y Vittori); al sur, la actual calle Hipólito Yrigoyen (antes, Estanislao López) y, al norte, la vereda sur de lo que ahora es calle Balcarce”. Se trataba de unas 100 hectáreas, de las que una pequeña parte fueron vendidas a dos propietarios.

En ese tiempo el solar pertenecía a Echagüe, que aparece donando un terreno al gobierno provincial para la construcción de la Plaza Progreso (hoy Plaza España) en la zona más cercana a la trama urbana entonces constituida. Queda claro que en la primigenia constitución de las tierras de “La Chacarita” la zona abarcaba hasta lo que actualmente es Plaza España, pero que en este trabajo ha sido tratado en forma separada debido a su diferente destino de uso y ocupación, a su conformación social e idiosincrasia diferente del residencial e industrial Barrio Candioti “sud”.

Calvo detalla la serie de traspasos, primeras compras y subdivisiones en grandes superficies realizadas en los terrenos, donde aparecen apellidos del patriciado santafesino como Crespo, Ezpeleta, Puig,  Basaldúa,  entre otros pocos. Pero recién en 1889 es cuando el Barrio Candioti como tal comienza a definir sus límites más específicos con los predios adquiridos por Celestino Rosas, y en especial por Marcial Candioti.

El Bulevar

En los primeros años, sólo el bulevar era la calle que vertebraba al barrio, es más era la única establecida como tal, y a partir de ella se urbanizaron el resto. Por un lado Castellanos, sólo una cuadra al norte, por otro Balcarce al sur. Como lo menciona Miguel Ángel Dalla Fontana en su libro “Memorias del Barrio Candioti Sur”, “se urbanizan las manzanas a ambos lados del reciente bulevar, en 1887”. Más hacia los bajos cercanos al riacho Santa Fe el límite lo establecía “el callejón Caseros junto a la vía del ferrocarril Francés que conducía al puerto Colastiné”. Esta “medialuna”, descripta sobre el terreno por la vieja vía del ferrocarril que desembocaba hacia el primer puente que cruzó la salida de la laguna Setúbal, terminaba su parábola aproximadamente en la prolongación de hoy Calle Ituzaingó, en su cruce con Laprida. Es decir, ese primer puente estribaba en la costa este, aguas abajo del actual Viaducto Oroño (Ruta Nacional Nº 168). Con todo, allá por 1889, el trazado urbano, con su damero de manzanas, tenía mucho por transformarse para ser una realidad tangible, más allá de figurar en un plano de agosto de 1889 presentado por la “Concesionaria de Aguas Corrientes”, tal como lo publica Dalla Fontana.

Dice José Vittori en “Santa Fe en clave” sobre el bulevar que “El 12 de junio de 1889, bajo la intendencia de Juan Arzeno y con Urbano de Iriondo como presidente del Concejo Deliberante, se aprobó la traza ‘del boulevard denominado Gálvez’, presentada por el ingeniero Schnoor como así también la subdivisión de los terrenos situados en sus lados sur y norte. El bulevar tendría 40 varas de ancho (34,64 metros) en tanto que, a sus costados, las manzanas tendrían 100 varas (86,60 metros) por lado y estarían separadas por calles de 20 vara de ancho (17,32 metros)”. El autor señala aquí que a diferencia del casco histórico de la ciudad, donde las cuadras tenían 120 varas, y las calles eran más angostas (12 varas), el nuevo barrio quedaría así con una fisonomía diferente del manzanero del casco histórico colonial. Las manzanas frentistas al bulevar, las primeras trazadas en el barrio, fueron identificadas con letras. Así fue que la manzanas del sur llevaban una sola letra (A), mientras que las ubicadas al norte la duplicaban (Aa). A modo de ejemplo, se puede decir que la manzana “H” fue determinada como espacio público, donde ya existía un bajo, lugar que primero ocupó la Plaza del Lago, y que luego de su relleno se transformó en la Plaza Pueyrredón.

Hubo para el bulevar, y por ello la participación del ingeniero Schnoor a pedido de Crespo, la propuesta de instalar un tranvía “a tracción animada o a vapor”, que se proponía llegar a Guadalupe. Esas vías fueron aprobadas de ser ubicadas en el cantero central, pero finalmente se ubicaron en la calzada norte del bulevar, y mucho tiempo después de su aprobación. Un dato no menor surge de la misma ordenanza de 1889, dado que establecía que ese bulevar debía continuar su derrotero hacia el oeste, “hasta dar con los bañados del Salado”, rescata Vittori, con lo que se daba traza al hoy Bulevar Pellegrini, que ubicó en ese extremo del poniente a la Sociedad Rural como punto de referencia destacado.

Si bien desde esta iniciativa privada se comenzaba a pensar la ciudad moderna con un esquema impregnado por los nuevos tiempos, su correlato en la primera acción de planificación urbana no tardaría en replicarse. En el mismo año en que el Concejo Deliberante aprobaba la propuesta del Bulevar Gálvez surgida del ingeniero Emilio Schnoor, el intendente Juan Arzeno, quien ocupó la titularidad del Ejecutivo Municipal en 1889 y 1990, planteó el primer proyecto oficial urbanístico de la ciudad.

En su trabajo “La Modernidad en la ciudad de Santa Fe”, Felipe Cervera menciona al respecto que “El diseño del primer proyecto de urbanización de la ciudad en 1889 intendencia de Juan Arzeno, que significó pensar, por primera vez, la organización de la sociedad en términos de futuro. Que significó la idea de planificar, con décadas de anticipación. En relación a ello es importante establecer que la sociedad tradicional piensa en términos de destino que se vive, mientras que la moderna piensa y actúa en el horizonte de un mañana a construir. Y estas posiciones constituyen, no sólo alternativas filosóficas contrapuestas sino también antagónicas en cuanto a cómo debe organizarse la sociedad: si como tradición o como modernidad. Ese proyecto de Arzeno, lamentablemente rechazado –que, creemos, provenía en gran medida de Daniel Gollán anterior intendente de la ciudad, fallecido en el cargo–, constituyó un hecho mentalmente revolucionario que la historiografía no ha recogido, salvo por urbanistas”.

En otro pasaje el mismo autor cita a la arquitecta Adriana Collado, quien en su trabajo “Santa Fe: proyectos urbanísticos para la ciudad 1887-1927”, trata la propuesta enviada como mensaje por Arzeno al Concejo Municipal donde se establecía la construcción de “Un boulevard con el nombre de Caferatta, sobre la calle 9 de Julio, desde Suipacha (donde terminaba formalmente la ciudad) hasta el Hipódromo, ubicado entonces en la intersección de las actuales avenidas Facundo Zuviría y Estanislao Zeballos, área casi vacía entonces. Otro gran boulevard central, sur-norte, que atravesaba el centro de la manzana entre San Jerónimo y San Martín, desde Gral. López hasta boulevard Gálvez, tomando 25 mts. del centro de la misma. El proyecto significaba un auténtico golpe <cívico> contra la mentalidad tradicional de la época y contra el sentido de propiedad privada. Precisamente dice la arquitecta Collado que la propuesta implicaba <una intervención de cirugía urbana> que afectaba al grupo de manzanas más consolidadas de la ciudad. Es obvio que el proyecto recibió el fuerte rechazo de los propietarios afectados y, lamentablemente, no prosperó”.

En el mismo tenor, Felipe Cervera agrega además que los proyectos de Arzeno “lamentablemente” no pudieron concretarse ninguno de ellos. Es más, el autor destaca que “evidentemente el problema de Juan Arzeno era que se adelantaba un siglo en la vida de la ciudad. Proponía, además, crear otros cuatro bulevares, ubicados sobre las actuales calles: Dr. Zavalla desde Gral. López hasta Boulevard Gálvez. Avenida Peñaloza, desde el actual Boulevard Pellegrini hasta la altura de Regimiento 12 de Infantería. Avenida Aristóbulo del Valle: hasta Regimiento 12 de Infantería. Avenida Gral. Paz: hasta Regimiento 12 de Infantería. Además, prolongar la calle Regimiento 12 de Infantería, desde el lugar en que terminaba para así unir, en sentido este-oeste, las cuatro Avenidas precedentes”.

De regreso al bulevar característico y medular de Barrio Candioti, se puede iniciar el derrotero de su ocupación. Al respecto, la Compañía Francesa Fives Lille presentó en enero de 1889 el proyecto para comprar la manzana frente al bulevar enmarcada por las calles Las Heras, Balcarce y Belgrano. Allí proponía construir viviendas para los empleados del ferrocarril “…y aun los trabajadores” (sic). Por lo visto se diferenciaba no sólo semánticamente a los empleados administrativos y directivos de los obreros del vapor y el riel. Justamente, en la esquina de Gálvez y Las Heras se construyó la casa del director de la compañía, hoy Alianza Francesa. Gustavo Vittori expone que “La casa, cuyo terreno y dependencias ocupaban media manzana o 3.968 m2, es descripta por Coureau (director del FFCC) en su época de mayor esplendor como ‘una especie de palacio Galliéra a la italiana: mármoles, columnas acanaladas con capiteles corintios, escalinata ceñida por barandas curvadas, con dependencias, piscina, caballeriza, picadero, todo en un jardín a la inglesa’. Entre otras particularidades, presenta una gran planta subterránea de igual superficie que la principal y con apenas un tercio de nivel sobre el terreno para el ingreso de aire y luz”. Concluye el autor que “Hasta donde sabemos, ésa fue la primera casa en ser construida a lo largo del flamante bulevar que, progresivamente, iría poblándose de edificaciones no menos significativas”

Para fines de 1905, el intendente Manuel Irigoyen llevó adelante la “macadamización” del bulevar, que se realizó sólo en la mano sur, donde estaban inicialmente las principales construcciones. En el mismo año el titular del Ejecutivo municipal anticipó su propuesta de reconstruir y ampliar el Paseo Oroño, que su ubicaba sobre el riacho Santa Fe, aguas debajo de la terminación del bulevar. Ese parque, cuyo nombre recordaba a Nicasio Oroño, gobernador de la provincia entre 1865 y 1868, que impulsó entre otras acciones progresistas la creación del Registro Civil, fue destruido por la creciente de 1905. Vale decir que fue otra crecida, también extraordinaria, la de 1966, la que sentenció a la desaparición al mismo tradicional paseo contiguo al Puente Colgante.

El bulevar fue cambiando su fisonomía poco a poco. Se construyeron veredas, primero sobre el lado sur únicamente. Sobre el cantero central se colocaron variadas especies arbóreas, con pérgolas y macetones, con bancos y columnas de alumbrado, gracias a la provisión energética de corriente continua de la nueva usina del propio barrio. Todo ello, hacía del bulevar un paseo obligado de las clases más pudientes santafesinas allá en los inicios del siglo pasado.

Con respecto a los primeros arreglos sobre el bulevar, cita Vittori en su libro al intendente Manuel Irigoyen: “El boulevard Gálvez, que hoy constituye el paseo principal, más frecuentado, requiere la ‘macadamización’ (tipo de empedrado) de una de sus avenidas (la sur) con el objeto de eliminar los serios inconvenientes que produce la falta de un buen pavimento”. El costo de la obra fue afrontado por los propietarios frentistas y linderos, que incluyó la piedra calcárea extraída de las barrancas del Paraná, los cordones y “dos máquinas, una trituradora con su electromotor y una apisonadora a vapor”.

“La punta del bulevar”

Este título puede sonar a lugar común, o dicho popular para reemplazar un improperio, pero lo cierto es que el extremo este del Bulevar Gálvez, a fines del siglo XIX y principios del XX, tenía una fisonomía que daba una abertura hacia la desembocadura de la laguna. En el referido plano de 1889 se describe que en las dos cuadras sobre la costa, al norte y al sur del bulevar, había baños públicos para “señoras” y “hombres”, respectivamente. Antes de la existencia del Parque Oroño, en aquel lugar se planeaba ubicar por el lado sur la estación del “tranway” a caballo, ese mismo que impulsado por Crespo buscaba extender sus rieles hasta la villa de Guadalupe por lo que hoy es la calle Dorrego, es decir por donde finalmente se establecieron las vías del Ferrocarril Belgrano. Y en la manzana norte del fin del bulevar aparece en ese plano descripto un “Jardín de Recreo”.

Años después ese lugar fue desarrollado de manera diferente. Por un lado, los primeros puentes de madera para cruzar la desembocadura y llegar por tierra a Colastiné. Esta zona luego se modificaría sustancialmente con la construcción del Puente Colgante, que definitivamente cambió la fisonomía del paisaje. Paralelamente, aunque algunos años después, el Parque Oroño, y la Avenida República (hoy 7 Jefes) daría una postal de la costanera santafesina que permaneció hasta el año 1966, cuando la gran crecida del Paraná destruyó buena parte del parque, el que fue después demolido y su espacio fue ocupado por las ramas de giro, accesos y egresos del Viaducto Oroño.

Sobre José Gálvez, quien da nombre al bulevar, Felipe Cervera menciona como hechos destacables modernizantes de su paso por el gobierno de la provincia la instalación del FF.CC. y el crecimiento de la agricultura comercial. En lo urbano el primer proyecto de planificación de la ciudad y la creación de la Universidad “que significó privilegiar el conocimiento como factor propulsor del progreso”.

Asimismo, Cervera enmarca estos acontecimientos en los cambios generacionales “orientado a la renovación de la sociedad”, una modificación que “operó en dos dimensiones”. En lo político, el movimiento revolucionario de 1893, que se tradujo en la creación de la Unión Cívica Radical. En lo educacional, “el surgimiento de un activo grupo de docentes modernizante, intelectualmente muy ligado a la UCR y al Libre Pensamiento. También influyó, para la formación de un nuevo clima mental, el desarrollo de la masonería local después de 1895”.

Aire de barrio

Una de las características del bulevar es su arboleda. Dalla Fontana destaca en su trabajo el especial énfasis en la forestación que se colocó. “Durante varios años el bulevar fue forestado en todo su recorrido con especies americanas, de África e islas Canarias. La dirección de plazas y paseo comenzó, en 1903, con la prolongación del arbolado desde bulevar hacia el oeste (bulevar Pellegrini)…”. Dice además sobre el bulevar Gálvez que era “… el más interesante desde el punto de vista paisajístico, porque su recorrido conectaba al río con una continuidad de diversos elementos verdes: el parque Nicasio Oroño con los jardines franceses, la arboleda de la Avenida República (hoy Siete Jefes) recorrida por bosques de álamos, sauces y ceibos. Además el parque francés contaba con desniveles y la Avenida con la barranca de la laguna”. Su ubicación, sus primeras mansiones, hicieron que el bulevar fuera el “elegido para el ritual del paseo dominical por la ‘gente selecta’. Tiempo elegido para la exhibición de la vestimenta y especialmente la presentación de las jóvenes a la escena pública”, reflexiona el citado autor.

Lo dicho, el bulevar fue “pavimentado” mediante el sistema de “macadamizado”, con el triturado y compactación de piedra calcárea, pero únicamente de la mano que daba a la vereda sur. Es decir, sólo la que hoy es la mano hacia el este estaba mejorada en su calzada. Esta situación hacía que hacia el norte del bulevar proliferaban los grandes espacios y quintas al comienzo. Decía sobre esta particularidad del aristocrático barrio el diario Santa Fe del 15 de febrero de 1912 decía que “Uno de los lados el del norte, esta sin macadamizar, sin veredas y lleno de yuyos, mientras que el otro está perfectamente cuidado”. Por allí comenzaron a circular los primeros automóviles de la ciudad, que se sumaron a los vehículos de tracción a sangre. Como lo rescata Dalla Fontana, el bulevar contaba para 1901 con alumbrado de arco voltaico, que se extendía incluso a algunas cuadras cercanas, con un servicio hasta las cuatro de la mañana. También era espacio para la congregación de personas en fiestas populares cívicas, “se organizaban almuerzos campestres con corridas de sortija y la presencia de la banda de música”. Entre esas retretas se destacaban, pero de un carácter más exclusivo y cerrado, las reuniones en la casa del Director del Ferrocarril Francés, de mayores contornos en los festejos del día de la Revolución Francesa.

El bulevar tuvo, como fue citado, la iniciativa de contar con un transporte público, el correspondiente al tranvía a caballo. En 1905, la intendencia propuso extender la línea del recorrido de la empresa “Progreso”. Como dice Dalla Fontana “La propuesta presentada por el concejal Bouchard tenía el objetivo de salvar la distancia del barrio con respecto al centro; con 6 coches, la extensión llegaría hasta calle Dorrego, justo donde se asentaría más tarde el FF.CC. Norte (donde está hoy la Estación del Ferrocarril Belgrano). Finalmente, en mayo de 1906, se inauguró la primera sección de la línea de tranvía del bulevar”.

Dentro del proceso de urbanización el autor de “Memorias del Barrio Candioti Sur” menciona que “La nomenclatura de las calles del barrio fue, a partir de 1901, nombres estampados de próceres y expresidentes; y en 1903 queda terminada la nueva numeración de calles y edificios públicos. En ese mismo año se colocan más de 6000 números en las casas y 400 placas nominadoras de calles de la ciudad. Finalmente, en junio de 1914, se definieron 100 números en cada cuadra y una sola numeración”.  Sobre el trazado de las arterias, recupera también que “En enero de 1903, el intendente Manuel Irigoyen encargó al Ing. Arturo Lomello –dependiente del Municipio– la apertura de las calles transversales al bulevar, y exigió a los propietarios a cercar sus terrenos. Estas obras adquirieron relevancia en el contexto ya que fue el primer paso de progreso interior del barrio”. También Dalla Fontana puntualiza sobre la conformación de las calles y su perfilado que “Cuando en 1904 se pone en marcha la construcción de las piletas de aguas corrientes, el suelo extraído sirvió para nivelar y ensanchar las calles transversales al bulevar”.

La ocupación del espacio

En página 33 Dalla Fontana hace una breve descripción de cómo era el barrio al inicio de su historia: “Sin duda, en los primeros años, cuando la extensa ‘Chacarita’ todavía, no había sido totalmente delineada, sus calles, nombradas como públicas, no contaban con árboles, ni cunetas trazadas. El lugar parecía inhóspito y alejado de la ciudad. En un primer período las tierras se vendieron en forma directa entre vendedores y compradores que acordaron su precio en función de intereses comunes: el que necesitaba poblar la zona y radicarse definitivamente en la ciudad; y el vendedor, que incentivaba la antigua ‘chacra’ como nuevo lugar de asentamiento y como inversión a largo plazo con bajo precio y en cómodas cuotas”.

Esa fisonomía inicial tenía sus particularidades por zonas. “Al norte, en la zona del bulevar un sector de viviendas residenciales y palacetes inspirados en el neoclásico francés, además de las primeras obras de infraestructura: macadam, agua, tranvía, luz voltaica, y servicios: educativo y religioso con el Colegio Adoratrices y capilla”. Distinto era el espacio más al sur, central del barrio. “Al centro lo conforma la tipología edilicia predominante del barrio: la casa ‘chorizo’ en sus diferentes versiones y con influencia italianizante. El predio de Obras Sanitarias de la Nación (hoy Aguas Provinciales) delimitado por las calles Sgto. Cabral, al sur, Gdor. Candioti al norte, Lavalle, al este y Sarmiento, al oeste, que abarca tres manzanas pegadas, (amuralladas a partir de 1912 y que rompen la continuidad de la traza urbana”. Más al sur la situación se degradaba todavía más en cuanto a la calidad de vida por los descampados: “Al sur, sobre la actual Avenida Alem, una zona en la que predominan las fuentes de trabajo y servicios: el enclave ferroportuario con trascendencia nacional, la cervecería Santa Fe, y más tarde la Usina de Tranvías”.

Sobre la expropiación de terrenos para servicios o infraestructura, el Barrio Candioti tuvo varios, entre los principales, Dalla Fontana determina: “En julio de 1900 la Legislatura Provincial con Ley 1024, sanciona la expropiación de los terrenos y edificios que no hubiesen sido donados por la Nación, comprendido entre la Laguna Setúbal y el muelle del ferrocarril Provincial, con fondo de 100 m de la costa del río Santa Fe. Además con Ley 1037, en agosto de 1900, se determina la expropiación de los terrenos de Marcial Candioti e hijos también para el puerto”. También habla sobre lo que hoy ocupa la empresa estatal Agua Provinciales: “En abril de 1903 la legislatura sanciona con Ley 1140 la expropiación de las manzanas para la construcción de aguas corrientes y en 1906 con Ley 1308 otra manzana para extender el área destinada a la construcción de aguas corrientes”. A ello debe sumarse que en 1910 fueron vendidas otras tres manzanas, en este caso para ser ocupadas por la cervecería Santa Fe.

Toda la zona central fue uniéndose cada vez más a la ciudad, especialmente luego de 1915 con la llegada del tranvía eléctrico. Hasta el Colegio Jobson tenía un colectivo, que hacía las veces de transporte escolar, y que recorría distintas zonas de la ciudad para acercar a los alumnos alejados del barrio.

Los terrenos fueron loteándose, con ventas incluso en cuotas, mayoritariamente a inmigrantes ya asentados, con trabajo seguro, que veían en la compra no una inversión inmobiliaria especulativa, sino una necesidad de contar con la vivienda propia, con un progreso material que terminó por conformar sus familias y afincarlos definitivamente en Santa Fe. Marcial Candioti, pionero del barrio, fue uno de esos vendedores de sus grandes terrenos heredados de su madre. Entre 1892 y 1905, al decir de Dalla Fontana, se realizaban estas operaciones en forma directa, donde “El propio Marcial Candioti, que había vendido gran parte de los solares, era un viejo vecino que recorría casa por casa cobrando las cuotas financiadas”

Justamente, el investigador menciona que en esa “fiebre de subastar”, “A partir de 1906 y hasta 1910, se puede considerar el período de la ‘fiebre’ por lotear las grandes extensiones, y subdividir la manzanas. Especuladores y rentistas hacían sus negocios adquiriendo manzanas que luego revendían con precios dos o tres veces mayor del valor inicial”. Más adelante también describe que “En ese momento no existían inmobiliarias, los rematadores procedían a vender los lotes in situ, con la colocación de la bandera roja y a la señal de dos bombas de estruendo, o bien en locales de cines. La subasta se hacía con una base o sin ella, al mejor postor”. Como es de pensar, y como continúa, los lotes más cercanos al bulevar, o sobre él, eran los más caros, mientras que el valor decrecía al alejarse del eje medular del vecindario.

En el poblamiento del barrio se sostiene que el censo municipal de 1907 daba que Candioti contaba con el 38% del total de habitantes de la ciudad. Miguel Ángel Dalla Fontana recupera las cifras de los años anteriores, donde en 1887 había sólo 391 vecinos, en 1901 ya eran 1983 y para 1907 subía a 4838 habitantes en Barrio Candioti. Pero del lado oeste, cerca del Ferrocarril Francés, los pobladores correspondían mayormente a empleados u obreros del riel. Dice el autor que “Lo cierto es que el espacio que comprendían San Luis y Sarmiento, entre Balcarce y Caseros, reunía un gran porcentaje de la población que a principios de siglo se ubicó por la cercanía del Ferrocarril Francés. Los lotes que circundaban a los talleres tenían una puerta que comunicaba al patio trasero -lugar más corto para el ingreso- con el sitio de playas de maniobras y de depósito de los vagones o máquinas a reparar. Por calles Las Heras y Caseros se ingresaba a los talleres del ferrocarril ante el llamado del ‘pito’ de las 5,30, 5,45 y 6,00 cuando se recordaba el pronto ingreso a los talleres”.

Por el lado de la construcción de las viviendas, previa compra de los terrenos, su mayor desarrollo se evidenció a partir de 1902, con el pedido de demarcación de la línea de edificación de numerosas calles, ya fuera del bulevar. El citado investigador detalla al respecto que “El propio Marcial Candioti fue el propulsor de viviendas económicas, compuesta de dos piezas, cocina y baño, costo que ofreció a los nuevos inmigrantes que llegaban al barrio a radicarse”.

Asimismo, “…el núcleo poblacional se estructuró muy cerca de los talleres y junto a un número importante de negocios –dice Dalla Fontana–  (del estilo de los de ramos generales). Un ejemplo lo marca el cordón de almacenes, que en 1904, existían sobre calle Las Heras: Budino Hnos., Francisco Focchi, Alejandro Corti, Pedro Delfino, Carlos Belinggieri y Conrado C. Gimbernat, Pedro Bertona, Antonio De Petre. Esta arteria, como dijimos anteriormente, fue el lugar de paso para los que trabajaban en el ferrocarril e ingresaban por una puerta ubicada al final del callejón Caseros. Esto explica que algunos almacenes tuvieran un pequeño bar de paso con sillas en la vereda, y muchos de los empleados del ferrocarril, a su salida, aprovecharan el descanso para disfrutar el vermú o la grapa, el juego de cartas y la charla amena. Es cierto también que muchos de los negocios de extranjeros que tenían residencia en el casco sur, se trasladaron al barrio, considerándolo una nueva fuente de recursos. Por ejemplo Santiago Gatti, Juan Almeida, Joaquín Cutchet y Manuel Iglesias”.

Paralelamente, en marcado contraste, aparece como un signo de diferenciación social, de “status”, también en el ámbito urbano y material, aunque con significancia simbólica, lo que constituyen las grandes construcciones edilicias, de las que el Bulevar en particular, y Barrio Candioti en general, concentró y sigue concentrando. Felipe Cervera dice al respecto, con un sentido siempre más amplio al incluir además el reconocimiento a las tradicionales familias santafesinas, “Los sectores populares, así como la muy incipiente clase media, y aún los inmigrantes exitosos, respetaban las categorías establecidas por la tradición, en particular las referidas al status de las familias que se autoasignaban el rol de <<patricias>>. Y el hecho, repetido durante décadas y, aún, siglos, había terminado por naturalizarse. Así una representación social vigente en la sociedad estaba dada por ese rol jerárquico que se le asignaba a este grupo. En ello pesaba también (como imagen) el nivel de las viviendas de clase alta, el tamaño y fastuosidad de las mismas, la capacidad de viajar, la posesión de riqueza e, igualmente, el nivel educativo de dicho grupo. Todo constituía parte de la imagen que la mayoría de la sociedad tenía de la existencia de una <<clase superior>> cuyos derechos, prestigio y poder, se aceptaban y respetaban naturalmente”.

En la misma línea de pensamiento, Felipe Cervera profundiza su análisis sobre la diferenciación social a partir del espacio urbano, una cuestión que con similitudes y diferencias puede trasladarse a otros ámbitos y momentos de la ciudad, incluso hasta la actualidad. Dice el autor al respecto que “Dentro de este relato totalizador –por la autolegitimación de las estructuras de poder dentro de la ciudad– juega la construcción y manejo del espacio público y privado. En toda sociedad existen espacios públicos donde el ciudadano puede estar sin necesidad de autorización (la plaza, la calle central, el mercado, el cinematógrafo, la cancha, el <<boliche>>, el bar). En esos años del 1900-1915 se crean asociaciones (el Jockey Club, el Lawnn Tennis, Gimnasia y Esgrima, Regatas, Club de Cazadores) que van a representar a los que <<son>> en la sociedad. Y esas asociaciones van a constituir, también, el ideario de la Bella Época (como lo hacen hoy los Barrios Privados y Country); constituyen espacios público-privados (espacios colectivos de un estrato), donde para ingresar es menester ser <<invitado>>”.

Las calles del progreso

Por el lado del mejoramiento de las calles vale decir que para 1912, además de la mano sur del bulevar pavimentada, sólo San Luis, Belgrano y una parte de Ituzaingó tenían adoquinado. La demora en adoquinar las calles, pese a las intenciones oficiales de llevar la mejora al barrio, se originó en que los costos debían ser afrontados por los vecinos, y muchos de ellos se opusieron a esa forma de ejecución. Recién para 1915 comenzaron las primeras obras de colocación de adoquines, previamente en 1914 se había realizado la nivelación de 53 cuadras, como lo señala Dalla Fontana.

La iluminación originalmente se hacía con farolas a kerosene, pero a partir de mayo de 1912, con la instalación de la usina en el propio barrio, se comenzó a extender el alumbrado con arco voltaico a las calles “…Las Heras, Gdor. Candioti, Sargento Cabral, Alvear, Marcial Candioti, Sarmiento y la zona del parque Oroño y la Av. República”.

“Pero el adelanto más importante –continúa el mismo autor– se dio con el adoquinado, porque este no sólo se mejoró la transitabilidad de sus calles, sino que invitó a la Compañía Argentina a Tranvías y Fuerza, Limitada, Sta. Fe para que se radicara la Usina y los talleres en Calchines y Avellaneda. La electrificación de la red de tranvías, significó también el punto de partida para todo el sistema de alumbrado, tanto público como particular en los alrededores del barrio. El 13 de octubre de 1931, la Cía. se hacía cargo de la Empresa Eléctrica Municipal de Sta. Fe, y tomaba bajo su responsabilidad el suministro del servicio de toda la zona de la ciudad desde el sur de la calle Hipólito Irigoyen. Hasta 1910, la Usina Municipal constituía la principal fuente de energía de la ciudad, además de la producción energética propia generada en el puerto y el FF.CC”.

Otro de los temas importantes para la integración hacia Alem y la zona sur del Barrio Candioti fue la apertura de las calles con ese sentido. Hubo al respecto pertinaces reclamos de los vecinos eliminar esta “frontera” insalvable, ya mismo desde 1912. Como dice Dalla Fontana, “…la construcción de pasos a nivel en calles Necochea y Marcial Candioti (con sentido N-S) era la solución, ya que el Ferrocarril Francés obstruía dichas arterias con las vías que cruzaban de este a oeste pegada al callejón Caseros. La finalidad principal era conseguir un acceso lo más rápido posible a las instalaciones portuarias y al barrio del puerto. Por otro lado se hizo mucho hincapié para que el Ferrocarril abriera las calles que terminaban en la avenida del Puerto (hoy Avenida Alem) e impedían la comunicación con la otra parte de la ciudad y del puerto por el alambrado que cerraba la zona…”

Esta condición de aislamiento del sector sur fue lo que propendió al surgimiento y crecimiento de “El Chical”, encerrado entre las vías y la avenida del Puerto. Pero en términos de integración y acciones Dalla Fontana destaca en su trabajo las determinaciones del Concejo Deliberante y el Ejecutivo Municipal en 1913 para que la Legislatura sancione una ley de expropiación de los terrenos que permitieran dar continuidad a las calles Marcial Candioti, Necochea, Sarmiento y Alberdi. “El proyecto generó posiciones encontradas entre las fuerzas vivas, el ferrocarril y particulares que ya habían arrendado las tierras que ocupaba el Chilcal. Por eso, la calle Marcial Candioti fue abierta en forma natural, empujado por intereses económicos y por una especial necesidad de conectarse con la Avenida Alem y la zona del puerto”.

Así, un poco “de hecho”, el intendente José Urbano Aguirre y el vecindario, con acuerdo del ferrocarril, Marcial Candioti quedó precariamente abierta en febrero de 1926. El tema de la apertura de calles no terminó allí, siguió, por ejemplo en 1933, “…mediante Ordenanza 3279 se concretó la definitiva adquisición de las tierras para poder delinear y darle forma definitiva a la principal arteria de conexión con la otra parte sur de la ciudad. Con respecto a la apertura de calle Sarmiento, esta se concretó en 1935 cuando la Sociedad de Crédito Territorial de Santa Fe dividió el condominio con los herederos de Cullen, y escrituró a favor de la Municipalidad. En cambio, la calle Alberdi, a pesar de que su apertura al tránsito se remite a 1933, recién a fines del 40 se logró su definitiva conexión con la Avenida Alem”.

El zanjón Caseros

Primer paso de entubamiento del zanjón Caseros por parte de la empresa de FF.CC. se hizo desde Junín y Belgrano hasta calle Las Heras. Pasarían muchos años, hasta casi los fines de los 60’ cuando en 1968 se continuaron las obras de entubamiento hasta Marcial Candioti. Finalmente, en 1999 se hizo el soterrado total del desagüe, desde Alvear y Caseros hasta el Dique 2 de puerto, con la colocación de dos caños de 1,70 metros de diámetro cada uno.

Sobre el callejón Caseros, y su profundo canal de desagüe a cielo abierto lateral, Dalla Fontana detalla que para el período 1890-1910 “…el barrio estaba cerrado al sur por la Avenida diagonal del puerto con un extenso alambrado que recorría desde Belgrano hasta calle Alberdi; por el oeste el bloque del taller de ferrocarril y sus respectivos pasos a nivel que obstruían esencialmente el paso para peatones”. Como fue dicho, la presencia del ferrocarril y sus vías dieron marcas indelebles al barrio. Dice el autor “Es indudable que la Compañía Francesa quería mantener el vínculo con el antiguo puerto de Colastiné, fuerte elemento económico que se utilizó para la entrada del material ferroviario y la salida hacia el mundo, de rollizos de quebracho colorado y tanino extraído de los bosques chaqueños. Por eso, se mantuvo una relación con ese desembarcadero -a pesar de que el puerto Ultramar funcionaba a partir de 1910- ya que el cincuenta por ciento del embarque de madera al exterior se hacía vía puerto de Colastiné. Una de las razones del inconveniente que tenía el Puerto de Ultramar, era la falta de vías al costado de los diques, hecho que imposibilitaba la carga directa de los rollizos a los buques, ya que se hacía de vagón a la bodega. Además, las vías del Ferrocarril Santa Fe que corrían de este a oeste, paralelas al ‘zanjón Caseros’, provocaban la incomunicación física y social entre los dos sectores: El urbanizado, y el no delineado conocido como ‘El Chilcal’”.

Más adelante expone que “Este canal recibía el afluente de los líquidos de los talleres del ferrocarril, que más tarde sirvió de desagüe a la Cervecería Santa Fe y a la Compañía de Electricidad, como también a las aguas pluviales que confluían de distintos lugares de la ciudad. El zanjón, había sido construido por la administración del puerto bajo la autorización de la Municipalidad para que el afluente pluvial del barrio desembocara en el canal y no llegara hasta los diques del puerto. Las calles que corrían de norte a sur eran caídas naturales que indefectiblemente desaguaban en el río Santa Fe. Es indudable que el drenaje inadecuado y el lento escurrimiento formaban verdadera lagunas, después de cada lluvia, ya que el barrio no contaba con desagües pluviales según el plano del Anuario Estadístico Municipal de 1907”. Fue un tema medular solucionar los problemas de anegamientos y desagües, y en ello el zanjón, no contribuía, por el contrario complicaba el escurrimiento hacia el río, a la par de plantear otro escollo difícil de cruzar al sumarlo al terraplén paralelo y las vías. Así, proliferaron una serie de precarias pasarelas de madera, como por ejemplo en Marcial Candioti, Necochea y Sarmiento, para una sola persona, por donde los vecinos podían cruzar de un lado al otro sobre las aguas del canal. Es más esos elementales puentes sobrevivieron incluso en algunos sectores del barrio hasta 1985, como en Caseros al 1900.

Más de un barrio en Candioti

Dalla Fontana, en su investigación, orilla la desigual realidad que diferenció notablemente al Barrio Candioti, en especial hasta la desaparición de “El Chilcal”, pero que bien puede también marcar como una diferencia de lo que eran las petit mansions del Bulevar con las casas de obreros, empleados, cuentapropistas y más recientemente profesionales, que se distanciaban en lo económico y social de las encumbradas posiciones de los ocupantes de esas casonas señoriales. En tal sentido, el trabajo de este vecino del propio Barrio Candioti, expone en sus páginas que esos dos sectores “bien diferenciados” se daban por su disímil identidad, prácticas culturales y trabajos. Por un lado, dice Dalla Fontana, “describimos un sector urbanizado del barrio, consolidado con obras de infraestructura: el trazado de calles, la construcción de la planta potabilizadora de aguas corrientes, el tendido de cloacas, y las primeras instituciones como escuelas públicas y privadas, bibliotecas, clubes, parroquia y comités, entre otras- Su población, a principios de siglo (por el XX), albergó a un alto porcentaje de extranjeros, o “gringos”, en su mayoría italianos, franceses y españoles”.

Por otra parte, el mismo autor describe que “el otro sector (…) nació a la vera de la Av. Alem, junto al Puerto de Ultramar, con un área sin urbanización, carente de todo equipamiento y con una construcción de viviendas de barro y casillas de madera que respondían a la idiosincrasia de sus pobladores, en su mayoría duros criollos, trabajadores de la carga y descarga del puerto. El espacio creció naturalmente, sin orden, ni planificación sobre tierras ganadas al río, lugar que se llamó ‘El Chilcal’”, y que se encontraba encerrado entre esa “medialuna” que marcaban la vía y la costa del río.

Vale la pena reflexionar sobre los profundos contrastes de la sociedad santafesina de principios del siglo pasado, en lo cultural, lo económico, lo educativo, donde Barrio Candioti era una muestra de ello. Felipe Cervera menciona a modo de pregunta retórica “¿Reconocer, al mismo tiempo, una sociedad donde las familias tradicionales publicaban por los periódicos el día de la semana, y hora, en que recibían visitas? ¿Reconocer una sociedad tan pueblerina donde, sin embargo, en los apenas 15 días de octubre de 1905 en que funcionó el recién inaugurado Teatro Municipal, se representaron ocho óperas del repertorio mundial…”.

En términos más específicos también el historiador local ahonda en las razones de esta brecha social: “El Estado no intervenía para regular la distribución de esta riqueza; tampoco existía un sistema gremial que pudieran oponerse a una distribución exageradamente inequitativa; por tanto, la consecuencia negativa propia de un sistema capitalista desregulado es inevitable. Y es importante tener en cuenta, como elemental cuestión metodológica, que no es sólo la ley de inercia la que juega permanentemente en la sociedad (y ello es parte de la propensión y fuerza de las estructuras a permanecer estáticas) sino también la entropía. En un sistema cuando menos regulación hay mayor es la tendencia a la entropía dentro de él; es decir, al predominio de las negatividades. Y eso se daba plenamente en Santa Fe en los inicios del siglo XX: desregulación y entropía en la relación producción, trabajadores, consumidores. Entropía en la distribución de la riqueza”.

Un dato más sobre esta despareja redistribución de la riqueza generada en Santa Fe en aquel tiempo fue descripta por Juan Bialet Massé en su informe de 1904 para la comisión organizada por el presidente Julio Argentino Roca denominado “El estado de las Clases Obreras Argentinas”. Felipe Cervera cita este trascendental trabajo y desgrana que Bialet Massé “Aclara que el FF.CC. recauda <<cerca de 60.000 pesos diarios>>. Eso significa un ingreso de 1.800.000 por mes. Si sabemos que el <<salario del estibador>> es de <<3,50 pesos>> (80-90 pesos al mes) podemos ubicarnos en la diferencia de ganancia de los distintos grupos y estratos. Todo el movimiento de peones –en este caso referido al puerto de Colastiné– era manejado por contratistas que ganaban, dice, entre 50 a 200 pesos por día (1.000 a 5.000 pesos mensuales), una verdadera fortuna…”.

En este marco, es dable concluir como lo hace el referido historiador que “De no haber algún mecanismo de derrame de esa riqueza hacia los sectores del trabajo (mecanismo que sabemos no existía, dado que el trabajador no contaba, siquiera, con jubilación, que sería lo mínimo en materia de distribución de riqueza) es indudable, desde la más elemental deducción lógica, que se estaba frente a una enorme concentración de riqueza”.

Otro aspecto desentrañado por Felipe Cervera sobre aquella sociedad de antaño de mayor poder adquisitivo, y del patriciado santafesino, se evidencia cuando manifiesta que “En Santa Fe la clase alta y media alta adscribe a la Bella Época en lo que hace a las dimensiones sociales del ocio, de las diversiones, de la suntuosidad, de la moda, de la creación de asociaciones. No lo hacen, en cambio, en relación a los valores adquisitivos (con excepción de un grupo de dirigentes políticos que concretan un acuerdo informal con el cuerpo empresarial de origen inmigratorio), mucho menos en cuanto a los derechos de individuo, la democracia, y la sindicalización”.

Frente a esta descripción el mismo autor contrapone la actitud de las clases más bajas, trabajadoras, pero con una diferenciación por su origen: “En cuanto al espacio de los sectores populares criollos de la ciudad no mostraba signos asociativos. Si lo hacían, en cambio, los grupos inmigratorios que creaban espacios públicos-privados propios; es decir, públicos a nivel interno, no abiertos para quien no perteneciera a la etnia”. Se refiere justamente a las asociaciones española, italiana, y otras tantas, más las sociedades, clubes, bibliotecas.

Concentrado en una misma barriada, esta condición de marcados contrastes se evidenció en Barrio Candioti con particular característica de convivencia. Por ejemplo el historiador Dalla Fontana detalla sobre cierta fisonomía poco conocida de Barrio Candioti como lugar de conventillos. Dice este vecino al recuperar el pasado que “El barrio contó con varios conventillos ubicados en Balcarce 98, con nueve piezas; otro en Marcial Candioti y Balcarce de la empresa Delcanto & Antola Cía.; otro en Alvear y Balcarce de Miguel Pucinelli y además en Necochea 101, entre algunos”.

También aparecen las entidades deportivas como reflejo de esa convivencia en un mismo espacio de tan marcadas diferencias. La lista de surgimiento de los primeros clubes es repasada por Dalla Fontana: El Club Centro Argentine Foot Ball ya existente en 1907, en Bv. Gálvez y Mitre. También en 1912 el “Gimnasiun”, para niños en «Santa Fe Lawn Tenis Club», sito en Bv. Gálvez y Marcial Candioti. La sede de fútbol “Centro Santa Fe” ubicado en Ituzaingó esq. Marcial Candioti. El Club Regatas en 1917. El Club Sportivo Candioti en 1930, en Marcial Candioti 3048, que hoy está en Gdor. Candioti 1949. El Club de Bochas “Chanta Cuatro”, en 1936 (hoy Club Argentino).

En el orden de lo educativo, la primera escuela fiscal del barrio fue la Elemental de Varones “Bulevar Gálvez”, luego renombrada como “Mariano Moreno”. Otra fue la Escuela Pasteur, de 1909, llamada ahora IV Centenario. Dice Gustavo Vittori que en 1975 el Ministerio de Educación fusionó la escuela Pasteur con la entonces Nº 576 “Alfonso Grilli”, que funcionaba en calle Castellanos al 1500. Primero se llamó IV Centenario de Santa Fe, por la fundación de la ciudad, pero al poco tiempo el mismo nombre del maestro de la década de 1870 Alfonso Grilli reaparecería en la Escuela de Enseñanza Media Nº 263, esta vez en calle Balcarce al 1200.

Sobre otras instituciones, por ejemplo la parroquia San Juan Bautista, tiene su origen en 1909 gracias a un decreto de Monseñor Boneo, y comenzó a funcionar el 1º de abril de 1910 en la capilla del Colegio La Salle Jobson. Tiempo después se adquiere el terreno actual, no muy lejos del colegio, “con el objeto de construir un templo que albergue a la creciente feligresía del barrio”, como lo expresan en un blog desde la citada parroquia. Dicen además en este sitio web que el primer párroco fue el Pbro. Antonio Biagioni, luego el Pbro. Miguel Murchio Vergara, y que “Bajo su pastoreo y a pesar de las dificultades, sobre todo económicas, en 1917 se inaugura el templo parroquial bajo el patronazgo de San Juan Bautista, con la presencia del obispo Juan A. Boneo y una gran concurrencia de fieles”. Luego de una serie de obras de ampliación realizadas en la década de 1930, recién se terminan en los años ‘50 las mejoras en el templo y dependencias “…gracias a la generosa ayuda de los vecinos y de la Junta Parroquial”, construcciones que luego continuaron con ampliaciones en tiempos más recientes.

En un barrio de contrastes, donde la presencia religiosa es marcada por parroquias y colegios religiosos, aparecen no sólo las escuelas públicas, laicas y gratuitas sino además las bibliotecas populares, Mariano Moreno, en 1912, que “funcionó en una pieza de la vivienda ubicada en Gob. Candioti 2039; y la Juan Bautista Alberdi, en 1917, en Marcial Candioti 157 (entre ltuzaingó y Gob. Candioti), luego en Gdor. Candioti 1835”, como lo refiere Dalla Fontana; y la reconocida Biblioteca Popular “Emilio Zola”.

Por el lado de las fuerzas del orden público aparece inicialmente la Comisaría 6ta., que estuvo primero en calle Necochea 3298, pero que luego fue trasladada con un nuevo número, la 5ta., a Lavalle y Balcarce, donde hoy se asienta pero como Comisaría 3ra.

La acción civil de los vecinos agrupados surge el 17 de mayo de 1946 con la vecinal de Barrio Candioti Sur que comenzó a funcionar en un local ubicado en Sarmiento 2899. Al principio se llamaba Sociedad Vecinal Zona Sud Barrio Candioti y tuvo como primer presidente a Cástulo Aguirre.

Una de las postales del barrio Candioti, que estaba en su extremo oeste, y que justamente ilustra la tapa de citado libro de Dalla Fontana, era la “pasarella”, o puente peatonal metálico. Ubicaba en calle Junín y Caseros, daba paso a los vecinos con el “barrio del Colegio Industrial”, hoy Constituyentes. Es que las vías hacia el norte, más la playa de maniobras, depósitos y talleres hacia el sur, daban una frontera infranqueable para los pobladores. Ante ello, y el movimiento de las formaciones por los rieles, en 1912 “se solicitó a las autoridades municipales que intercedieran ante la Compañía de ferrocarril Francés para que se construyera un paso a nivel peatonal a la altura de calle Junín, de manera que los peatones pudieran trasladarse con seguridad al otro lado de la ciudad”. El resultado de los pedidos, no sin varias reiteraciones y discusiones, fue la construcción de un puente de hierro de unos 40 metros de largo, sin apoyos intermedios, por sobre las vías. Popularmente la pasarela fue conocida como “de los suspiros”.

Por su parte, el historiador local de los ferrocarriles, y presidente del Museo Ferroviario Santa Fe, Andrés Andreis, publicó en 2005 una nota en el vespertino de la ciudad donde mencionaba sobre este puente peatonal sobre las vías que “Por muchos años, constituyó el paso obligado de los peatones de este a oeste, con el antiguo barrio Candioti Sur, el cual creció al ritmo del ferrocarril. De estructuras metálicas y losa, esta última reemplazada en 1931 con madera dura de curupay utilizada para pisos y escaleras, a fin de cubrir sus peldaños. Tenía por objeto evitar el cruce directo de las vías, en un lugar de constantes maniobras para retirar o ingresar los coches o locomotoras sometidos a reparación, así como vagones para carga o descarga y los infaltables trenes de pasajeros que entraban y salían de la estación”. El Litoral del 3 de junio de ese año dejaba en letras de molde las palabras de Andreis: “Esta pasarela, que fuera desmontada en la década de 1960 -muy recordada, por cierto, porque también cayó ante la piqueta demoledora la emblemática estación del Ferrocarril Francés-, tenía un halo de fantasía y nostalgia cuando una locomotora a vapor lanzaba su bocanada de grisácea humareda, que se filtraba entre la pasarela y su entorno de muros y viejas casonas, creando figuras fantasmagóricas. Tampoco olvidan los viejos vecinos el aroma de la leña y del carbón en combustión de las máquinas, cuyas cenizas volaban a los cuatro vientos como pequeñas lavas de un volcán”.

El carnaval

Como en otros barrios también Candioti tuvo sus carnavales. Sin embargo fue bastante lejos en el tiempo cuando se realizaron, y por fuerza y empeño de los propios vecinos, dado que no contaron con el apoyo y beneplácito de las autoridades de la ciudad de ese momento por entender que iban en detrimento de los Carnavales Oficiales del “Centro”.

Esta parte de la historia de Candioti la sitúa Miguel Ángel Dalla Fontana entre 1921 a 1924, “Fue entonces la Biblioteca Mariano Moreno (1912) el lugar para la reflexión colectiva y el órgano de difusión y propaganda de la época; y también representó el punto de encuentro para que vecinos y comerciantes se aglutinaran para aunar esfuerzos en pos de un solo objetivo: organiza el corso. Se tomó para la época la calle Gobernador Candioti como paseo central de comparsas y ubicación de los palcos. El recorrido abarcaba, desde la calle Belgrano hasta Marcial Candioti, para girar por ltuzaingó y retomar por Belgrano cerrando el circuito”. Más allá de estos carnavales del ’20, “Hubo un primer antecedente en el barrio, en 1900, cuando se tomó al incipiente bulevar Gálvez -paseo de principio de siglo- para los festejos del corso, arteria que fue iluminada con sus arcos voltaicos para recibir el nuevo siglo”.

El mismo autor marca algunas particularidades de estos corsos de Barrio Candioti, “A diferencia del realizado en calle San Martín, las comparsas y murgas estaban formadas exclusivamente por vecinos del barrio”. Sobre la falta de “apoyo oficial”, Dalla Fontana menciona en su trabajo que “…el primer corso realizado en el barrio (1921) marcó un ejemplo del esfuerzo compartido por todo un vecindario y la comisión organizadora para hacer del lugar la fiesta única, impronta de un lenguaje común. Cuando desde la Intendencia llegaba la negativa de colaborar con el evento, por el escaso número de personal y la negativa de suministrar energía desde la Usina Municipal por el peligro de sobrecargar los conductores eléctricos, los vecinos, ignorando el inconveniente, solicitaron el servicio de iluminación a la Compañía Central Argentina de Electricidad, que hasta allí, explotaba los servicios públicos de tranvías. Esta empresa ubicaba en las calles Avellaneda y Calchines, a partir de 1929 fue transformada como Usina Calchines, y pasó a colaborar con la Municipalidad en el suministro de energía de la toda la ciudad”.

El palco principal se instaló frente a la primera sede de la biblioteca Moreno, en Gobernador Candioti, entre Alvear y Las Heras. Parapetados allí el jurado determinaba los premios, galardones que eran entregados luego en el recreo “Esperancino”, en Marcial Candioti y Bulevar, aquél que luego se transformara en el cine Esperancino. Todo terminaba con un baile de carnaval, en el mismo lugar, como festejo de una pequeña comunidad barrial que hasta donaba los premios entre sus comerciantes.

El Chilcal

En la superposición de contrastes en la historia de Barrio Candioti aparece como el más diferente aquel sector escindido como un “gheto”, pero parte geográfica y poblacional, del vecindario. Se trata de “El Chilcal”, que debe su nombre al tipo de vegetación característica de los anegadizos y tierras bajas. Lo enmarca Dalla Fontana “…dentro de un amplio triángulo delimitado por: Avenida Alem, al sur; calle Alberdi, al este; al oeste, el bloque del Ferrocarril Santa Fe en forma imprecisa (prolongación de calle Alvear) y al norte callejón Caseros”.

Pero hubo un antecedente de un asentamiento de este tipo, previo al Chical. El mismo trabajo recupera que “El primer antecedente de una zona poblada por ranchos fue el barrio del delimitado por Avenida Alem, al sur; calle Calchines, al norte; Güemes, al este y Alberdi al oeste. Este lugar en sus orígenes fue llamado ‘los Seibos’’, – ocupado por el chalet Montaño, hasta que a principios de 1911 la cervecería Santa Fe instaló su planta y por lo tanto el sector de ranchos fue desplazado hacia el oeste, lo que más tarde se llamaría El Chilcal”. A ese grupo se sumaron otros pobladores exiliados del Puerto de Colastiné, como producto de las inundaciones de 1905 y luego de 1911.

Hoy “El Chilcal” es como “El Campito”, un barrio orillero que ya no está. Forma parte de la historia debajo de las urbanizaciones, las importantes casas, los edificios de altura, las empresas de carga y hasta el frigorífico avícola y una estación de servicios en Marcial Candioti y Alem.

En la zona del otrora Chilcal apareció por ejemplo la «Villa Docente». Se trata de un viejo núcleo de viviendas “…ocupada a principios de los años ‘50 por un grupo de profesores de la Escuela Industrial Superior y la Facultad de lngeniería Química”. Asimismo, “Desde la desafectación de los talleres del ferrocarril en 1981. La zona fue urbanizada y el área en su conjunto forma parte de un gran espacio verde ocupado por el Predio Ferial de Exposiciones y viviendas residenciales que se integran en forma definitiva al ejido del barrio”.

Resume el autor vecino de Barrio Candioti: “El Chilcal, como se conoció, fue a principios de siglo (1910) una zona que, por sus características de relieve, quedó al margen de la urbanización del barrio Candioti Sur. El hecho de ser tierras bajas y anegadizas sumado al terraplén y ramal del Ferrocarril al Colastiné de 1886, (a la altura del callejón Caseros), segmentó, de este a oeste y marginó a esta zona con respecto al propio barrio. El trazado de la vía significó una barrera definida que obstruyó las calles que corren de norte a sur, como Marcial Candioti, Necochea, Sarmiento y Alberdi. Esto no permitió una fluida integración con la otra parte del barrio Candioti, además de impedir la comunicación con la avenida Diagonal (hoy Avda. Alem) y el barrio del Puerto. Esta franja que corría paralela a la ribera del río Santa Fe, formada por los sedimentos aluviales acarreados por el mismo, necesitó del saneamiento y recuperación que tuvo lugar con la construcción del nuevo Puerto de Ultramar, y luego por particulares que rellenaron y levantaron el sector ganado al río”.

Describir aquello que no ya está, pero que sin embargo forma parte de la memoria urbana, trae desafíos a los buceadores de la historia local. En esas aguas del recuerdo se adentra Miguel Ángel Dalla Fontana y remonta la corriente hacia el pasado: “El Chilcal, fue la típica muestra de un asentamiento generado por la convergencia de la construcción del nuevo Puerto de Ultramar, la Cervecería Santa Fe y el Ferrocarril Santa Fe. A pesar de ser un área de crecimiento espontáneo, sin planificación, ni equipamiento comunitario (trazado de calles, iluminación, agua corriente, cloacas ni desagües) se mantuvo en esas condiciones hasta la mitad del siglo, y recién se modifica a partir de los distintos proyectos urbanísticos”.

Como el antiguo “Campito”, en el otro extremo sur de la zona portuaria, los pobladores no eran operarios calificados del ferrocarril, inmigrantes. En su mayoría eran criollos, changarines del puerto o la cervecería, y hasta del propio ferrocarril en el área de cargas y descargas. Sus mujeres y sus hijas empleadas domésticas, o costureras. Signo distintivo de un colectivo social heredero de un origen mestizo, entre gaucho e indígena, con español y los nuevos “gringos”. Sin embargo, algunos inmigrantes, los menos agraciados por su suerte o conocimientos, también recalaron en las casillas y precarias viviendas del Chical, de típica construcción costera de paredes de adobe y techo de paja, con algunas chapas, más para los coterráneos, y por otro lado, los extranjeros, más adaptados a viviendas de madera.

En cuanto a los terrenos que ocupó esta improvisada barriada, Dalla Fontana menciona que “Esa lonja de tierra y parte del «Paraje Los Seibos» (Avda. Alem a la altura de Alberdi y Mitre) en 1891 pertenecían en su mayoría a Paulino Llambi Campbell, además de Carmen Andino de Soto, el Banco Ruso y Francés de París, Herederos de José María Cullen, Ernesto Hecker y tierras fiscales. En sucesivas ventas, fueron adquiridas por el Banco de Crédito Territorial Agrícola y luego transferido a la Sociedad de Crédito Territorial de Santa Fe (Compañía francesa de tierras) Este sector contiguo al Río Santa Fe fue su antiguo lecho, su cuenca aluvial, donde entran en juego un relieve desparejo con depresiones y lomas, la vegetación típica de la isla, y un curso de agua que ingresaba a principio de siglo hasta el antiguo zanjón Caseros”.

Sobre este canal natural el mismo autor refiere que “Antes de la construcción del puerto, al río Santa Fe llegaba un curso de agua denominado en los documentos como arroyo ‘La Zanjita’, ubicado a la altura de calle Las Heras (sentido N-S) hasta Santa María de Oro, sirviendo de drenaje a la zona. El entorno estaba cubierto de chilcas, vulgarmente suncho; de ahí su nombre a la zona. Es un arbusto leñoso, muy ramificado, que forma matorrales de color verde oscuro, de profuso ramaje y follaje denso, de hasta dos metros de altura; es típica de las orillas de los arroyos del delta y de las riberas de los ríos”.

Una diferencia de este asentamiento con otros de la ciudad fue la especulación y lucro que hubo con los terrenos ocupados. Pese a no contar con servicios, ni urbanización, la entonces Compañía de Crédito Territorial era la dueña de algunas  fracciones “…entre Avenida Alem al sur, Ruperto Pérez al norte, al oeste el bloque del Ferrocarril y al este calle Alberdi, fraccionó dichas tierras en pequeñas parcelas, de bajo costo, para arrendarlas temporalmente a los moradores del Chilcal”. Dice más adelante Dalla Fontana que en esas parcelas se construían hasta tres ranchos y que en el Archivo Municipal aparece un plano presentado por la Compañía de Crédito Territorial “…que solicitaba dividir una fracción de terreno de forma irregular sobre Avenida Alem de 130 x  140 metros aproximadamente, en 136 pequeños lotes de 5,5m de frente por 15m de fondo (el resaltado en nuestro), separados por pasillos de apenas 3 metros”. Más allá de las viviendas humildes, y de cierta aglomeración de ranchitos y casillas, el lugar no tenía, al decir de un diario de la época, “…el olor repugnante de los conventillos. El aire y el sol son dueños y señores de todo aquel caserío”.

Como bien analiza el referido investigador “Fue entonces que, en esta fracción se asentó el grueso de la población que construyó ranchos separados apenas unos de otros por pequeños senderos totalmente asimétricos y muy estrechos (de 1 a 1,5 metros aproximadamente). Además las callejuelas se tomaban sinuosas, rincones propios que solo eran conocidos por aquellos que vivían en él. Cada uno tenía su lote irregular con su patio, donde no faltaban los árboles frutales, y animales de corral”. Vale recordar que la  Compañía de Crédito Territorial que “alquilaba” estos exiguos espacios para levantar ranchos era una empresa subsidiaria de la Compañía Francesa de Ferrocarriles, quien como ha descripto Valentinuzzi de Pussetto en su libro “El Barrio del Puerto”, no sólo hacía pingues negocios con el transporte de cargas y los subsidios estatales para asegurarse la rentabilidad, sino que además montó esta empresa para la comercialización de los terrenos que les fueron cedidos en el traspaso del Ferrocarril Provincial Santa Fe en su momento. Un negocio que se completó con las grandes extensiones del norte santafesino explotadas con sentido extractivo para con el quebracho y sus derivados.

En “El Chilcal”, los pobladores condenados luego por sus condiciones de vida, su precariedad y salubridad, fueron al mismo tiempo en cierto sentido explotados por los dueños de los terrenos donde se les cobró para dejarlos levantar sus frágiles y hacinadas viviendas, pero cerca de sus fuentes de subsistencia. Entre esos vecinos del Chilcal estaban incluso algunos venidos de “El Campito”, corridos en la primera emigración producto de las obras del puerto de Ultramar y sus ampliaciones.

Sobre el punto, Dalla Fontana recupera publicaciones de ese tiempo “En noviembre de 1904, el diario Nueva Época hacía referencia a la necesidad de más de 2000 jornaleros para poder emprender las obras del nuevo Puerto. ‘Además ese mismo año se comenzó a necesitar brazos para las primeras excavaciones de los depósitos de aguas corrientes’.  Durante varios años -hasta la habilitación en 1907- la tierra extraída para los futuros piletones era transportada en zorras hasta los lugares de bajo de nivel del barrio. Por eso se rellenó la ‘Plaza del Lago’ (hoy Pueyrredón), se abovedó parte del bulevar y sus calles aledañas”.

Dalla Fontana menciona que con el avance del tiempo se buscó erradicar de las zonas urbanizadas más céntricas de la ciudad los ranchos. La ordenanza número 1336 de mayo de 1913 “…prohibía la construcción de casillas de maderas y ranchos pajizos dentro del radio urbano. Este sector estaba delimitado por las calles: al norte Castellanos y Pujato; al oeste, calle San Juan; al sur, calle Uruguay y al este el río y la laguna Setúbal. El plazo de traslado comprendía ocho meses para los propietarios de las casillas y ranchos existentes”. Finalmente, y pese a algunos traslados compulsivos que se hicieron por ejemplo en “El Campito”, el Chical permaneció unos 40 años, en parte por la intervención de los mismos grupos de intereses que se beneficiaban de los habitantes del lugar, ya sea por especulación inmobiliaria o por tener la mano de obra cerca y siempre necesitada de trabajar para subsistir. Además, muchas de esas “casas”  eran alquiladas, lo que también hacía que los dueños perdieran ese ingreso.

En su devenir histórico esta parte del Barrio Candioti tuvo algunos nombres y sus correspondientes subdivisiones demarcadas popularmente. Dice Dalla Fontana que “El Chilcal” fue la denominación más corriente, “…usada entre los habitantes de la ciudad para ubicarlo o nombrarlo”. Otro nombre fue “El Pernazo”, pero más restringido al sector desde calle Marcial Candioti hacia las playas del Ferrocarril Santa Fe al oeste, “…nombre que tomó porque en una oportunidad -según cuenta el propio Ing. José Cruellas- fue muerto un hombre con el perno de un vagón del ferrocarril”. Otro nombre más fue “El Arenal”, dado que así “…se la llamaba a la calle Marcial Candioti y sus alrededores porque la zona estaba cubierta con una fina capa de arena”. Hubo hasta un cuarto nombre para una zona de “El Chilcal” y ese fue “El Ubajay”, una lonja “…delimitada por calle Alberdi entre Seguí y Calchines hacia el este, donde era antiguamente la ‘calera de Otaño’, zona donde se procesaba la piedra caliza para la posterior comercialización en obras de construcción; estos terrenos luego fueron adquiridos por la Cervecería Santa Fe. Este sector se internaba no más de 200 metros. Se la conocía así por la presencia de un enorme árbol de ubajay sobre calle Alberdi”.

El Chilcal comenzó a desaparecer de la geografía urbana a comienzos de la década de 1940. Según detalla el libro “Memorias de Barrio Candioti Sur”, en 1941 Francisco Bobbio remató 74 lotes hacia el oeste de Marcial Candioti hasta Mitre. En 1955 se loteó otra franja más contigua a Marcial Candioti y se la urbanizó con la construcción del citado complejo habitacional mediante créditos del Banco Hipotecario Nacional que tuvo por beneficiarios a profesores universitarios de la Facultad de Ingeniería Química y de la Escuela Industrial Superior, por lo que le valió el mote de “Villa Docente”. Las industrias y galpones también aparecieron, por ejemplo en 1948 la instalación de una planta frigorífica perteneciente a la empresa británica John Layton. También en Sarmiento al 2700 se ubicó en 1951 Urvig SA, que construía maquinas viales y barredoras de calles por ejemplo. El final del Chilcal, con el levantamiento de los últimos ranchos y casillas, vino con la expropiación en 1955 y la posterior construcción de la Avenida Alem, antes Avenida del Puerto o Avenida Diagonal.  Por último, en 1981, al desafectarse la zona de los antiguos talleres y la playa de maniobras de la estación de FF.CC., la zona se fue loteando y ocupando con casas y hasta edificios, un proceso que incluso no ha finalizado aún.

En honor al investigador de la historia del barrio bien vale la pena cerrar el apartado de El Chilcal con las palabras de Miguel Ángel Dalla Fontana: “El puerto los integró al sector urbano, a pesar de manejar parámetros distintos al barrio más cercano, el Puerto, y al propio barrio Candioti. Su participación fue intensísima ya que dio abundantes brazos al campo laboral, deportivo, cultural e hizo que poetas y escritores hablaran de esta zona. Los años 50 fueron testigos de la urbanización de la zona. Guarda el encanto de un lugar que conjuga vestigios de historia con elementos arquitectónicos modernos. En ese suburbio o ‘hermano menor del barrio’ se encontraron compartiendo el patio de sus ranchos y casillas, hombres humildes, fusión de criollos y extranjeros, que hablan de los avatares del ‘pobre’ que conjuraron los barrios de las ciudades portuarias”.

Trabajadores del riel

Es indudable que la presencia del Ferrocarril Santa Fe, luego Francés, marcó la geografía y potenció el desarrollo del Barrio Candioti. Pero más allá de lo económico o lo urbanístico, la presencia de trabajadores del riel en el barrio conformó también un grupo de pobladores y de entidades relacionadas a su pertenencia laboral. Así, dice Dalla Fontana, los ferroviarios “…se agrupaban en local de la sociedad gremial ‘La Fraternidad’ situada en Bv. Gálvez. En sus inicios ocupaban un local para sus debates ubicado en Santiago del Estero 234 perteneciente al club o Asociación Mariano Moreno, comité radical, que tenía en su fachada la clásica chapa oval, blanca y roja con insignias típicas”. También había otro comité llamado la “Casa Cosmopolita” en calle Alvear y Balcarce.

Según Dalla Fontana había unos 320 empleados del riel entre barrio Candioti y la zona de Santa Fe Cambio (hoy Parque Federal y La Redonda). Por ello, cuando en 1912 se desata una serie de huelgas de trabajadores ferroviarios en todo el país, también en Santa Fe tuvo sus movilizaciones y medidas de fuerza. Para la ciudad no eran nuevas las huelgas de trabajadores por arbitrariedades patronales. Cuando todavía le restaba mucho por ganar y organizarse al sindicalismo argentino, en 1910, y ante despidos injustificados de la Compañía Francesa de cinco delegados y el rechazo de los reclamos de mejoras en las condiciones de trabajo, los empleados locales llevaron adelante una huelga que coincidió en el tiempo con otras acciones de trabajadores de panaderías y del puerto.

Los ferroviarios de 1912 resistieron, pero “…a los 52 días de lucha, cedieron acosados por las necesidades y complementariamente sitiados por los poderes del Estado sin alcanzar ninguno de sus propósitos”, refiere el citado autor. Cercados entre el poder político y poder económico, aquellos vecinos de Barrio Candioti que tenían como sustento de sus familias a la monopólica entonces combinación de ferrocarril con puerto debieron retroceder, no sin dejar en claro su espíritu de cuerpo, y su grado de conciencia social, cuestión que cimentó y fortaleció a la organización sindical del rubro en Santa Fe, “La Fraternidad”.

El vecindario no fue ajeno a este conflicto. “El efecto de la huelga se sintió con más rudeza en el corazón del barrio Candioti. En todo bar o reunión los parroquianos comenzaban el alto grado de preocupación que existía por la pronta reincorporación de los despedidos”. No era para menos, ya que en Candioti vivían muchos ferroviarios y por ello “…se sintió con más crudeza la huelga, el comercio se paralizó, y muchas familias debieron soportar la falta de trabajo durante cuatro meses y la incertidumbre de si serían reincorporados a sus trabajos”.

A modo de crónica de aquellos acontecimientos, Dalla Fontana desgrana: “Esta huelga ocupó la atención de toda la ciudad por la corrección y orden que caracterizó a los maquinistas y foguistas. Las propias autoridades vigilaban el local con el objeto de deslindar responsabilidades ante cualquier atentado. El sentido disciplinario y solidario caracterizó a los huelguistas por su corrección y orden. Desde el kilómetro 2, Santa Fe Cambio, conocido como ‘La redonda’ (consistente en una estructura de ladrillo vistos en forma de horquilla, con un semicírculo donde se reparaban las locomotoras), los obreros llegaban a pie para informarse de las últimas novedades de la huelga a través de los diarios de Buenos Aires. Otros se presentaban con el telegrama enviado por la compañía para su reincorporación, criterio que no era atendido, ya que el sentido de unidad se mantuvo durante todo el conflicto”.

Este contexto previo es analizado por el referido autor cuando concluye que “La inexistencia de una vida democrática real en el plano político, el poco interés de los extranjeros en general a naturalizarse, fueron algunas de las causas por las cuales muchos de los trabajadores buscaron sus reivindicaciones en las dos manifestaciones políticas del movimiento obrero: el anarquismo y el socialismo. Será más tarde el radicalismo el que expresó las expectativas de integración social y política de una Argentina de crecimiento inmigratorio y acelerada modernización”. Luego, y puesto sobre la organización de los trabajadores en la “sociedad de maquinistas y foguistas”’ de Santa Fe, puntualiza que “…estaba integrada por un grupo de anarquistas y socialistas congregados en la ‘Comisión ejecutiva de resistencia’, a través de la cual canalizaban sus reclamos por las mejoras de condiciones de sus trabajos. Las primeras sociedades de Resistencia y el auge de las huelgas fueron constituidas a partir de 1895 con la aparición del periódico ‘El Oprimido’ dirigido por e] médico John Greoghe. Este grupo desplazó a los ‘anarquistas individualistas’ formando a partir de 1900 la federación obrera estable y la inserción en los sindicatos y en el conjunto del movimiento obrero”.

En el libro “Santa Fe, el paisaje y los hombres”, editado por la Biblioteca Vigil de Rosario en 1970, se menciona sobre la huelga en Santa Fe de 1917 que la medida de protesta de los ferroviarios, iniciada el 24 de julio de ese año, tuvo particular intensidad con la movilización obrera de los trabajadores de los talleres del Ferrocarril Central Norte en San Cristóbal. En la capital provincial la huelga finalizó el 2 de septiembre de 1917, con la muerte del obrero Rafael Dante Benítez “…cuyo sepelio congregó en Santa Fe –según la crónica periodística de la época, a más de 6000 trabajadores y mujeres…”, reza la publicación. Para dar cuenta del clima de reclamo, agitación sindical y represión de ese primer movimiento huelguista, se detalla en el libro de la biblioteca popular que “Apenas terminada la huelga ferroviaria, se declara la de los trabajadores portuarios que alcanzó ribetes extraordinarios con la paralización total de los puertos de Santa Fe y Colastiné. La huelga finalizó con el logro, por la Federación Obrera Marítima, de un convenio favorable al personal… paralelamente, y teniendo a Laguna Paiva como centro, se realizó una nueva huelga ferroviaria que originó la detención de treinta activistas y la actuación de fuerzas militares. El apresamiento del delegado de la Federación Obrera Santafesina, Alberto Altamirano, movilizó todos los Gremios… ello provocó nuevos estallidos de violencia en Santo Tomé… y en Laguna Paiva, donde 47 huelguistas fueron encarcelados… la huelga concluyó cuando los obreros santafesinos, sin más apoyo que el de la Federación Obrera Santafesina, lograron concretar sus aspiraciones de mejoras salariales”.

Esa Federación, prácticamente disuelta como resultado negativo de la primera huelga ferroviaria, “…se reorganizó en 1917, y asumió la dirección de todos los movimientos de fuerza, como el de los obreros panaderos que consiguieron la implantación del trabajo diurno y la prohibición de ocupar a menores de 15 años. Por la misma época paralizaron sus actividades los obreros y empleados municipales… en diciembre se produjo la huelga de los obreros de la maestranza municipal, seguida de una serie de nuevas acciones sindicales de los obreros de la Cervecería Santa Fe, trabajadores tranviarios…”.

Vale decir, y para encuadrar el contexto económico nacional con consecuencias en lo local, que en 1914 se había producido una crisis atada al comienzo de la primera deflagración mundial. En ese marco, dice por su lado Felipe Cervera, “El descenso de exportaciones y el aumento del costo del dinero, generó una fuga de oro hacia Europa, y dado que el sistema monetario argentino se basaba en la convertibilidad fija del peso con respecto a aquél, la disminución de la cantidad de oro se tradujo en disminución del circulante monetario. Ello incrementó la tasa de interés en nuestro país y llevó al quiebre de muchas empresas y negocios al no poder afrontar el pago de sus deudas. Ante esta situación, en Agosto de 1914 el gobierno nacional decretó el cese de la Convertibilidad y se pasó a la flotación del valor del oro. Este panorama es el mismo que los argentinos vivimos en el inicio del siglo XXI (fines del 2001, principios del 2002)”.

En la ciudad de Santa Fe todo este clima de crisis, reclamos, agitación, se tradujo por un lado en cierres de negocios, despido de personal, incluso dentro del Estado Municipal y Provincial, con atraso del pago de sueldos a los docentes por ejemplo de varios meses, incluso con acciones represivas del fuerzas militares del Regimiento 12. Este proceso negativo económico recién se revertiría hacia 1924, donde hasta la nueva crisis de los años ’30, se desarrolló un ciclo de gran crecimiento para la ciudad y la región.

Sobre los maestros, y su lucha de esos años, Felipe Cervera señala que 14 meses llevaban sin cobrar los docentes, y que si bien gracias a un aporte del Estado Nacional, comenzaron a percibir sus remuneraciones corrientes a comienzo de 1918, la deuda quedó pendiente y no fue saldada. Por ello “…el 3 de marzo de 1921 los maestros de la ciudad de Santa Fe, encabezados por Raymundo Peña, iniciaron una huelga reclamando el pago de lo adeudado, que al final del conflicto (11 de junio) ya sumaba 16 meses de atraso. La respuesta del gobierno de Mosca al movimiento de protesta fue poner en Comisión a los docentes, quitarles la estabilidad, y cesantear a Peña, quien moriría poco tiempo después, a los 39 años de edad”. Cierra este pasaje Cervera cuando arriba a que “La permanente agitación de los docentes por sus precarias situaciones laborales culminó en 1928 con la creación de la Asociación del Magisterio de Santa Fe (AMSAFE), designándose como primera presidenta a Marta Samatán, docente y dirigente de alto prestigio en el medio local”.

Dentro de este contexto social y económico recuperan las páginas del libro “Memorias de Barrio Candioti Sur” que “La Fraternidad” “En 1912, con un local propio ubicado en bulevar Gálvez se organizaban y distribuían las proclamas y se llevaba a los obreros hasta el nivel de conciencia política para que las masas se convirtieran en una verdadera clase de resistencia a la compañía francesa. En el local social se había fijado un cartel: ‘A Los compañeros maquinistas y foguistas y limpia máquinas que luchan por su dignificación. Palabra de orden. «Unión, perseverancia y serenidad’. El centro era el lugar para conocer las decisiones de Buenos Aires. Se debatía y se recababa información a través de la prensa y los telegramas que se enviaban del centro de Fraternidad central”.

En honor al pionero

El nombre del Barrio Candioti obedece a quien fue el propietario de la mayor parte de las tierras del lugar, pero que a la vez fue el mayor impulsor de su desarrollo, su poblamiento y su crecimiento, con la fisonomía particular de tratarse de una vecindad de amplios terrenos en la subdivisión. De todas maneras, en sus comienzos, el lugar pasó por varios nombres. El primero, ya mencionado, “La Chacarita”, en alusión a la pertenencia con la Compañía de Jesús que tenían esas tierras, luego del traslado de la ciudad al actual emplazamiento en 1660. Al respecto, Dalla Fontana destaca que luego “Aparecen denominaciones como: ‘vecinos de bulevar Gálvez’, ‘barrio del bulevar’; los propios rematadores utilizan términos como: ‘Pueblo Nuevo’ o ‘Pueblo Candioti’…”. Más adelante el mismo escritor refiere que “el nombre de Candioti quedó firme cuando, a partir del 6 de octubre de 1910, por Ordenanza Municipal 1073, se determinó reemplazar el nombre de la calle Pueyrredón por el de Marcial Candioti (arteria central que cruzaba el barrio de sur a norte) en honor a la acción emprendida por Pablo Marcial Candioti. A tal efecto el 16 de octubre de 1910 se colocó una placa de mármol de Carrara en la intersección de Ituzaingó y Necochea (sobre el edificio de la ex comisaría 6ª) cuyo texto dice: ‘calle Marcial Candioti fundador de este barrio urbano’. Actualmente la placa se ubica en Marcial Candioti e Ituzaingó…”. Aquella colocación de la plaza fue ocasión para que, con don Marcial presente, “…los residentes y amigos hicieran un explícito reconocimiento al forjador y a sus hijos, por ceder las calles públicas, y permitir vender los solares a particulares en cómodas cuotas”.

El diario Nueva Época daba cuenta de aquella ceremonia que movilizó espontáneamente a los vecinos. Así cita Dalla Fontana al medio de otrora, que publicaba un 18 de octubre de 1910, “Las elocuentes proporciones de un plebiscito popular, tan espontáneo como justiciero, adquirió el domingo la ceremonia de la colocación de la placa en la nueva calle Marcial Candioti, del muy denso barrio que lleva el mismo nombre”. Se congregaron numerosos vecinos, estuvo presente la banda de la Policía y la bandera de ceremonias de la escuela fiscal. El mismo medio rescataba la palabra del entonces intendente Edmundo Rosas sobre la necesidad y acuerdo del estado municipal (intendencia y concejo) de reconocer en vida a quien donara terrenos para la apertura de calles. Vale decir que Marcial Candioti vivió antes en una casona en calle San Martín y Juan de Garay, de la que se mudó con su familia al barrio que llevó su nombre. 

El mismo diario reproducía las palabras de Candioti, también rescatadas por Dalla Fontana: “He tenido una fe profunda y un constante convencimiento del porvenir de la grandeza de Santa Fe, y si he empleado muchos años de mi vida en la labor honesta y productiva para los míos, he trabajado con fe y perseverancia para formar y desarrollar esta parte de la ciudad que es la ya más próspera, la más higiénica, la más pintoresca, gracias al concurso eficaz de las autoridades municipales y especialmente a vos Señor Intendente pues bajo vuestra administración activa y progresista ha recibido este vecindario tantas iniciativas y adelanto”.

A modo de caracterización de la amplia paleta de colores sociales e intereses con que la historia se pintó en Barrio Candioti vale la pena citar por último a Dalla Fontana cuando dice que “El sentido de trabajo y de ahorro, junto con una dinámica particular de ‘progreso y modernidad’ marcaron el pulso de un nuevo centro de trabajo para el barrio y la ciudad: la cervecería Santa Fe, el ferrocarril Santa Fe, los Molinos Franchino y García Hnos., el Puerto Ultramar, Aguas Corrientes, los talleres, negocios y ramos generales dieron una importante cantidad de mano de obra, que permitió que cada residente pudiera concretar su objetivo, trabajar y ahorrar para tener definitivamente su vivienda y educar a sus hijos”.

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Barrio Candioti – Historia

4 comentarios en «Barrio Candioti – Historia»

  1. Yo soy nieto de un descendiente de Marcial Candioti, el Dr. Agustin Norberto Candioti, soy hijo de María Angélica Candioti, Hija a su vez de Agustín Candioti.

  2. Muchas gracias, muy interesante. Viví en la década del 60 en calle Calchines al 1500, y recuerdo que había un bar/boliche en Calchines y creo que Mitre. Alguien recuerda el nombre?

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