Barrio Schneider

Tradición Cervecera Santafesina

La ciudad de Santa Fe tiene símbolos anclados a su identidad. Entre ellos se pueden sumar por ejemplo la Constitución Nacional, su estirpe Federal, la Cumbia Santafesina, entre algunos. Pero hay, sin lugar a dudas, otros que son reconocidos no solo puertas adentro de la ciudad, sino desde los extramuros de Santa Fe: El Puente Colgante, el Alfajor Santafesino y la Cerveza.

En concordancia con el Barrio Schneider, con el inmigrante inspirador de su nombre, pero en especial con la Cervecería que fundó, y el patio cervecero contiguo que sostuvo, hace que al repasar la historia de esta barriada se pueda abordar a la cerveza, y el barril, y el “liso” santafesino, en su génesis como uno de los aspectos identitarios para los vecinos de la ciudad.

La cerveza se instala como un consumo de clases populares por sobre otras bebidas alcohólicas en la ciudad a partir de la existencia de la Cervecería Santa Fe, primero, y luego de la Cervecería Schneider. Bajo las estrategias de posicionamiento en el mercado dentro de la competencia de ambas marcas, fundamentalmente a partir de mediados de la década de 1930, el tomar una cerveza se fue instalando con mayor fuerza hasta hacer, en años recientes, que Santa Fe (ciudad y provincia) tenga el consumo litro/per cápita más alto del país. En esta difusión del espumante fermento colaboraron los bares y comercios del ramo, pero en especial, los “recreos” y “patios” cerveceros, amén de la presencia de la colectividad alemana que sumó a la bebida un abanico de comidas típicas anexas.

Con todo, historiar sobre la cerveza, en envase o tirada desde un barril, es adentrarse en algunos de los bares de la ciudad, sentarse en alguna de sus pequeñas mesas, y pedir un “liso”, al mozo de turno, para desandar hacia atrás el tiempo.

En su libro “La Santa Fe que yo viví” Eduardo Bernardi repasa las raíces de la historia más relevante y conocida en cuanto al consumo de cerveza en la ciudad de Santa Fe. Así recupera a Rafael López Rosas que en “De antiguas crónicas” menciona que en el festejo del Club de Orden por la sanción de la Constitución Nacional el 1° de mayo de 1953 se recibió una donación de “una barrica de cerveza de 25 pesos”.

Si bien la bebida no era ajena al conocimiento de los santafesinos no estaba difundido su consumo, en especial por la falta de una producción cercana, ello hasta la aparición de las industrias cerveceras de la región y la ciudad. 

En la publicación por fascículos del diario El Litoral denominada “Santa Fe, rastros y memorias”, el capítulo “Mesas de encuentros y recuerdos” aborda la temática de los bares y el compartir bebidas en comercios gastronómicos. Bajo la pluma de la profesora Pascualina Di Biasio se habla de la cerveza y su aparición en las mesas santafesinas. Como lo refiere la historiadora, “La actividad cervecera en Santa Fe y su producto ‘el pan líquido’, como lo llamaban en la antigüedad, hace a una de las más queridas tradiciones: por el sabor del producto, por el barrio que lo contiene, por la forma de ‘tirarlo’ y por esos espacios emblemáticos donde la gente lo saborea”.

Queda claro que la presencia de las cervecerías, primero la San Carlos (en la ciudad homónima), la Santa Fe luego, y finalmente la Schneider, llevan a que la cerveza se consumiera como una producción regional y local, de muy buena calidad, en especial la última mencionada. Como dice la profesora, “Se popularizó el consumo en la ciudad y los lugares de expendio se van diseminando, no existía barrio que no los tuviera y en el centro y Plaza España se hicieron famosas definiendo su estilo”.

El ritual del consumo de la cerveza, en especial la “tirada” de barril, tenía su forma de servirla en la mesa. Bernardi refiere a la maestría para lograr un buen “liso” con la “…correcta presión del gas (anhídrido carbónico), el frío adecuado y la altura del ‘cuello’…”. Vale decir que la costumbre Alemana no prescribía que la cerveza fuera enfriada, menos “helada”, como se impuso para ser tomada en Santa Fe. También el recipiente de distribución de la cerveza en la mesa cambió de las costumbres de la germanía. Si bien por un lado estaban las botellas, de medio, tres cuarto y hasta llegar al litro, la cerveza en las mesas alemanas se servía en grandes jarras desde las que se vertía a “jarras” más pequeñas para consumirla.

En Santa Fe, la aparición de un modo de consumo más diseminado y popularizado impondría un vaso más pequeño, sin marcas, sencillo, de entre 250 a 350 c.c. que se terminó por llamar “liso”, al no tener filigranas ni detalles de vidrio en su simple forma cilíndrica, aunque luego fue reduciendo su tamaño y por lógica su capacidad. Esta cuestión del “achicamiento abusivo” del vaso hizo que por ejemplo fuera penado allá por mediados de los ’40 no respetar en los comercios el tamaño mínimo de 270 c.c.. Esa legislación quedó anulada luego de 1955, como lo recuerda Bernardi, “en nombre de la libertad de comercio”, y entonces, antes como ahora, se pudieron ver tamaños disímiles en los “lisos”.

Pero lo cierto, como lo recuerda Eduardo Bernardi, es que más allá del clásico liso había otras formas de servir la cerveza, “…para los hombres, el liso o jarrita… para las damas, el ‘imperial’ o sea un vaso con la boca acampanada, alto y distinguido, para los niños (únicamente cuando estaban acompañados por un adulto y éste lo pedía) el ‘cívico’, pequeño vasito cilíndrico de 60 o 70 c.c. réplica en menor escala del vaso del ‘liso’”. Hubo otros formatos de recipientes para servir, algunos sobreviven. El “balón”, copón de forma redonda algo así como el contenido de dos lisos, e incluso uno de mayor tamaño, el “satélite”.

Hoy se reconocen nuevas prácticas culturales de consumo impuestas por las estrategias de mercado, fundamentalmente por la irrupción de la cerveza de producción artesanal y las grandes marcas industriales dispuestas a no dejar avanzar una competencia que dispute sectores de consumo. Más allá de la cooptación de algunas nuevas “marcas” de cerveza artesanal por los oligopolios cerveceros, lo cierto es que para la segunda década del siglo XXI en la carta de un bar de barrio Candioti, norte o sur, se puede pedir una “pinta”, o “media pinta”, en copas que hacen pensar en los viejos vasos “imperiales” de otro tiempo.

Y justamente, la medida volumétrica denominada “pinta” responde a la “pinta imperial” usada por los británicos e impuesta en sus colonias, que alcanza los 568 ml, o sea poco más de medio litro. Por otro lado, aparece la “pinta americana”, en este caso con algo menos de medio litro, ya que equivale a 473 ml y es considerada así en los Estados Unidos. Sin embargo, en los bares más tradicionales, en los patios cerveceros de culto, en las casas quintas y toda fiesta donde haya una “chopera” y un barril, siempre será un “liso” el que tomen los sedientos santafesinos.

¡Mozo! ¡¡¡…otro liso…!!!

Acerca del término popularizado como “liso”, vale citar el libro sobre Otto Schneider realizado por Luciano Alonso donde se relaciona al maestro cervecero con este argot bien santafesino. Refiere el trabajo que “Ya a principios del siglo XX parece haberse adoptado la costumbre de servir la cerveza de barril en vasos transparentes y sin tallar, a veces cilíndricos y a veces ligeramente cónicos, que originalmente tenían un tercio de litro de capacidad. Aunque en distintas regiones argentinas se fue imponiendo esa modalidad, reemplazando a las jarras de vidrio y cerámica o a los vasos tallados, en Santa Fe tomó de manera exclusiva el nombre de “liso”. Algunos comentaristas consideran posible que esa denominación haya referido a la acción de retirar el sobrante de espuma “alisando” la boca del vaso con una tablilla, pero en la ciudad se mantiene una tradición oral que asigna a Otto Schneider la invención del término”.

Esa tradición pasada de boca en boca lleva esa cuota de romanticismo del recuerdo, de la escena relatada de generación en generación, desde aquel que supuestamente fue un testigo presencial del hecho. Así lo recuerda el libro sobre don Otto: “Parece ser que cuando llegaba –Schneider– a la antigua Chopería Alemana ubicada en la céntrica esquina de las actuales calles 25 de Mayo y La Rioja, pedía que le sirvieran la cerveza en un vaso liso de capacidad menor que la de las jarras. De esa manera podía sentir el frío de la bebida más fácilmente, al tiempo que esa cantidad se consumía más rápidamente y el chopp no se entibiaba en la mesa”.

Como toda tradición oral tiene sustento de realidad y vicios de veracidad incontrastable, aunque siempre con versiones que aparecen encontradas sobre algunos detalles. Dice al respecto el libro que “Según Eduardo Revuelta, Schneider ‘descubrió’ en el ‘City Bar’ ubicado sobre la calle San Martín y que habría sido de su propiedad, unos vasos de 350 centímetros cúbicos de capacidad y totalmente lisos que comenzó a reclamar para beber junto con los miembros del directorio de su empresa y con otros amigos. Refiere entonces que don Otto pedía en su castellano siempre imperfecto y rústico unos ‘lisos’, lo que luego sería remedado por su hijo Rodolfo, que voceaba la palabra imitando a su padre. Sería entonces en una mesa fija que tenía reservada en ese lugar y hacia la década de 1930 donde habría surgido la costumbre, ya que antes no existía la firma y Rodolfo habría sido muy pequeño”. Por otro lado, se destaca que “Celia Schneider y otros testimoniantes confirman esa tradición, pero ubican los acontecimientos en la antedicha Chopería Alemana o en un bar de la intersección de calles 25 de Mayo y Rosario –hoy Lisandro de la Torre–“.

Ciertamente, es conducente suscribir al planteo de Alonso al abordar en su publicación esta tradición santafesina: “Como toda costumbre, el liso santafesino debió surgir de la reiteración y extensión de prácticas cotidianas más que de hechos puntuales que podamos atribuir a uno u otro personaje. Muy probablemente Schneider no haya sido el “inventor” de ese término y mucho menos del modo de consumir cerveza tirada de barril en vasos ligeros y sin tallar, costumbre ya extendida en todo el mundo para ese momento. (…) Pero no es menos cierto que para las memorias colectivas santafesinas merecería haberlo sido y que la palabra se transformó en un elemento de identidad para los habitantes de la ciudad. Si las tradiciones orales tienen algún asidero, deberíamos poner en el haber de Schneider ese aporte que aunque parezca mínimo no carece de importancia para las representaciones locales”.

Bernardi lleva a otra certeza más con relación al vaso sin marcas. Observador, y con sentido práctico y de comerciante como era, destacaba en otro capítulo del mismo libro que este vaso sencillo fue adoptado por los bares y comercios del ramo de bebidas “Posiblemente por ser mucho más barato que la jarra. Multiuso, sirve para el vino, refrescos, agua, gaseosas, hasta para el ‘ober’ y está en todos los boliches”.

De todas maneras, el mismo vaso, únicamente con la cerveza tirada del barril, no vertida desde una botella, adquiría su nombre distintivo y característico: “liso”.

Bares y Choperías

No es posible entender a una ciudad como Santa Fe, con su tradición de consumo cervecero, sin la presencia de numerosos comercios con la espumante, rubia o negra, en sus mesas. Desde los bares, que la servían y sirven, no en todos los casos desde barril, hasta las especializadas “choperías”, que sí se dedicaban con detalle a la cerveza tirada y fría, y en la que además sumaban una serie de “ingredientes” que acompañaban los “lisos” o “balones”. La competencias entre estas choperías pasaba tanto por la calidad de la cerveza y de qué cervecería vendían (estaban las exclusivas de Santa Fe, las de Quilmes y las Schneider), pero también en los alimentos que sumaban al consumo. La creatividad gastronómica iba más allá de la tradición alemana en comidas relacionadas a la cerveza. Ese rubro culinario germano tradicional quedaba reservado con más detalle para unos pocos “recreos”, entre los que se destacaban los dos cercanos a la fábrica Schneider (el de don Otto y el de Demnke), y el de la Sociedad Alemana.

Bernardi recuerda, con puntilloso listado y descripciones, cada uno de esos espacios especiales y destacados de la ciudad para tomar “lisos”. Don Eduardo menciona a: “El Gran Chopp”, de Manuel Almiral, en 9 de Julio y Salta, en la que los sándwiches se destacaban como parte del menú. La “Chopería Modelo”, en Mendoza al 2600, de Juan Estruch, fundada en 1931 y que por al menos 50 años permaneció abierta, en la como ingrediente se servían rabanitos pelados frescos con sal. La “Chopería Munich”, en Rioja y 25 de Mayo, conocida como “la Alemana” de Don Gustavo Dempke, donde los ingredientes eran desde el clásico chucrut hasta una variedad de exclusivos fiambres de factura alemana, algunos importados y otros producidos por él mismo en una fábrica en Blas Parera y Tte. Loza.

Estaban los “Baviera”, todos de Martín Gutiérrez, el de Mendoza y 25 de Mayo, el de calle Santiago del Estero y el de Bulevar Gálvez, casi frente al acceso al puente Colgante y el Parque Oroño. Este destacado empresario gastronómico también tuvo el bar “Pilsen”, en San Martín al 2700. Vale destacar, como lo hace Eduardo Bernardi, que el Baviera de Santiago del Estero y 25 de Mayo fue antes de ser un “Baviera” de Gutiérrez un bar de culto para la cerveza. Propiedad de un tal don Otto, en una vieja casona demolida para levantar el nuevo bar, comenzó a funcionar a principios del siglo pasado con cerveza importada, cuando todavía no existían las cervecerías locales ni los “lisos”.

Otros de los comercios recordados por Bernardi son el “Bar la G”, ubicado en la parada de esta línea de colectivos urbanos sobre General Paz, y en la que servían como ingredientes especiales “mojarritas o ranas fritas”. Tal vez uno de los últimos lugares como especializados en la venta de “lisos” fue la recordada “Cuevita”, que se ubicaba en la esquina de San Luis y Santiago del Estero, en una ochava muy estrecha y angulada, junto a las vías del ferrocarril, de allí tal vez su nombre. Recuerda Bernardi que “No se expendía ninguna otra bebida ni alcohólica ni gaseosa. Su propietario, el ucraniano don Ignacio Rosicky, atendía personalmente junto a su pequeña familia; su esposa y su hija. Solamente los sábados y domingos apelaba a algún mozo. Allí se respiraba el vaho húmedo e invitante de la espuma de cerveza. Todo el ambiente era cervecero. Y allí se congregaban los que se consideraban verdaderamente devotos del culto, del placer de saborear el rubio y burbujeante brebaje. De ahí, entonces, que bien ganado tuvo su bautizo de ‘pequeño templo del chopp’”. Dice don Eduardo que el propietario siempre vendió cerveza “Santa Fe”, porque había sido obrero de la cervecería. “La cuevita”, mojón helado y cervecero, permaneció en ese pequeño y triangular local –ya demolido– hasta los primeros años de la década de 1990.

Más reciente en el tiempo, tradicional también, se ubica el bar “El Parque”, de Avenida Freyre y Suipacha (hoy Salvador Caputto), donde, como debe ser para un santafesino que se precie de cervecero, los mozos dejan de traer “lisos”, uno tras otro al vaciarse el vaso anterior, hasta que el cliente pide la cuenta.

Patios y Recreos

Otros ámbitos, más alejados del “centro”, fueron los patios cerveceros y los recreos. Los primeros tenían, y tienen, la característica que permite a los clientes llevar su propia comida, aunque también se puede pedir la que brindan en estos lugares. Más modestos en sus instalaciones, habitualmente con tablones y sillas, en los que en sus extremos puede haber familias que ni siquiera se conocen, se unen en las noches cálidas de la primavera y el verano santafesino detrás del incesante ir a buscar los “lisos”. Ese es otro de los aspectos distintivos, los mozos solo traen la comida pedida, la bebida hay que ir a buscarla a la “barra”, donde seguro hay más de un grifo donde se expende cerveza de barril.

Dice la profesora Di Biasio en la publicación de El Litoral que “En la década del ’40-’50 aparece el primer patio cervecero en el Club Sarmiento y como lo define Gustavo Víttori es el ‘origen de un hábito estival y de un exitoso modelo de comercialización’ que en la década del ’70 ocupaba los principales lugares de distracción: la Costanera, en donde hizo furor El Barrilito, en bulevar Gálvez, Guadalupe y en las principales avenidas donde surgían espacios en las anchas veredas”.  El referido patio del tradicional club de  barrio Candioti sigue en el año 2020 abriendo sus puertas a los vecinos, en la calle Sarmiento que le da nombre.

Eduardo Bernardi recuerda algunos “patios cerveceros” más de otros clubes de barrio, por ejemplo en Candioti Norte el del Club Necochea, el Roma el del Club Independiente, entre los más destacados.

En cuanto a los “recreos”, especie de jardines, siempre al aire libre o con alguna pérgola, en los que sí debía consumirse además de la cerveza la comida, existían mucho más relacionados a la colectividad alemana. El primero, también rememorado por Bernardi, es el “Deutschevereing”, o “Jardín Alemán”, ubicado en avenida General Paz en Guadalupe. Dice don Eduardo que además de los clásicos alimentos alemanes se acompañaba la cerveza con postres como strudel o selva negra, y que además, “…disponía de dos canchas de bowling, las únicas de la ciudad en ese tiempo”.

Otro lugar, repasado en la historia de Barrio Candioti Sur, fue de vida efímera “La Chopería”, o “Cervecería” como lo denominaban sus propietarios, los marinos refugiados en Santa Fe sobrevivientes del acorazado de bolsillo “Graf Spee” y como recuerda Bernardi allá por 1940 hasta 1942, tenían hasta su propia banda de músicos conformada por los alemanes que abandonaron el barco frente al puerto de Montevideo para recalar en tierras santafesinas y hasta formar familias por estos lares. “La Chopería” fue una alternativa comercial para estos ex marinos que hasta proyectaron películas en un predio que estaba en Bulevar Gálvez y Necochea.

Sin embargo, en Santa Fe hubo dos “recreos” destacados. Uno el de Dempke, el mismo del bar “Munich”. En el libro sobre Schenider Luciano Alonso describe aquel lugar: “En avenida Blas Parera y cerca del actual Hipódromo se abrió el “Recreo Don Gustavo”, de Gustavo Dempke, con amplios jardines y un laberinto de ligustros. Para ese momento Otto Schneider ya había habilitado su propio “Recreo” sobre la misma avenida, del que nos ocuparemos en detalle. Como el local de Dempke luego fue alquilado por Otto Lindermann y recibió el nombre de “Don Otto”, muchas veces se lo confunde en los recuerdos locales con el “Recreo Schneider” que estaba a escasas cuadras”.

Con relación al “Recreo Schneider”, dice el escrito que Otto lo regenteó por durante la década de 1930, pero luego, a partir de los años ’40, lo alquiló a un primer locatario y luego a la familia Achleitner, que lo mantendría en funcionamiento hasta su cierre.

Alonso especifica el sentido que para el teutón tenía el recreo: “El local que sintetizó la visión de Otto Schneider sobre la cerveza fue sin duda su Recreo, que ya figura en la guía comercial de 1933. Para él la producción no era el último paso de su visión empresaria, ya que tenía que ir acompañada no sólo de una buena comercialización sino incluso de sugerencias sobre su consumo. Ya desde la compra de los terrenos en los que más tarde instalaría su fábrica, hacia mediados de la década de 1920, Schneider gustaba de utilizar su quinta para reuniones de diversa naturaleza”. El predio destinado por el maestro cervecero estaba la vivienda y lo que luego sería la fábrica, a lo largo de Blas Parera, hasta los propios bañados del Salado, “de los cuales llegaban inevitablemente multitudes de mosquitos que los testimoniantes recuerdan casi como un azote bíblico”.

El Recreo fue creciendo, de ser solo el patio y jardines de la casa de Schneider, hasta llegar a conformar un amplio predio con varias mejoras que incluyeron “canchas de tenis y jardines hacia la zona lindante con el cementerio Israelita”. Asimismo, el trabajo citado puntualiza que “El edificio central de la quinta –que todavía existe– estaba retirado del camino hacia el oeste y para mantener la cerveza lo más fresca posible contaba con un sótano”.

Puestos sobre esta estrategia de consumo puesta en práctica por don Otto, y que en gran parte ha legado a la ciudad su condición de tierra cervecera, no surgió para el empresario como una alternativa comercial anexa a la fábrica, decidida a las apuradas. Según se cuenta en su libro, “Otto compró en el momento de construcción de su fábrica un almacén cercano que pertenecía a la familia Colombo, compuesto por una vieja casona construida en 1890 y varias habitaciones más nuevas que recibían pensionistas”. Por ello no resulta extraño entonces que en su planificación emprendedora se postulaba que el recreo no debía estar lejos de la fábrica, porque “…el secreto de una cerveza sabrosa estaba en consumirla lo más cercanamente que se pudiera respecto del lugar de producción. No batirla, no calentarla y sobre todo poder beberla del barril sin que se la hubiera sometido al proceso de pasteurización para su embotellado, eran las pautas a tener en cuenta para disfrutar del mejor gusto”.

No se puede escindir entonces del repaso de la tradición cervecera santafesina, de su “liso”, lo acontecido en el recreo de Schneider. Así lo testimonia la publicación en las anécdotas. “Las tradiciones orales –refiere el escrito– cuentan que don Otto reunía a su hijo y a sus amigos para beber en los jardines del “Recreo” y deleitarse con cerveza recién preparada. Y que por supuesto terminaban allí mismo el barril, porque si se dejaba pasar el tiempo luego de abierto el sabor no sería el mismo. Llegó a cobrar forma entre los santafesinos la noticia según la cual había una cañería que llevaba la cerveza directamente desde la fábrica al local de expendio, pero eso no pasó de ser una leyenda urbana”.

En refuerzo de que no se trataba de un argumento comercial el “recreo”, sino más bien de inculcar prácticas y cultura de consumo, es que se dice que “El establecimiento era algo más que un lugar de expedición de cerveza. El ‘Recreo Schneider’ representaba una forma de sociabilidad específica, que sin duda responde a las representaciones sociales en las cuales se formó su propietario durante los años vividos en Prusia y Pomerania. En principio, no era un bar urbano más sino que se ubicaba en un espacio de vínculo con la naturaleza. Jardines, árboles, glorietas y una vista agradable casi como complemento más que en oposición a las instalaciones fabriles aledañas. Contaba con una veintena de paraísos para dar sombra, que poco a poco fueron reemplazados por riobles. En el interior, las mesas estaban originalmente dispuestas en el salón principal en forma de ‘U’, divididas por separadores altos estilo Munich, con sillas de mimbre, bancos y mesas largas. Más adelante se modernizó el mobiliario y se habilitaron algunas salitas pequeñas con mayor privacidad. Tenía además dos canchas de bowling de estilo alemán, con nueve palos y medidas distintas que el juego de bolos anglosajón. Testimonios sobre momentos posteriores destacan que se jugaban torneos de bowling con equipos de la Sociedad Alemana, de la “Dom Polski” y de asociaciones italianas”.

Por otro lado, al estar ubicado en la salida hacia el norte y el oeste de la ciudad capital de la provincia, “Especialmente los sábados y domingos el local se colmaba de visitantes de ciudades y pueblos del interior, o familias de paso que se detenían a tomar una cerveza y comer algo, fueran de Rafaela, Reconquista o San Justo. Una testimoniante alude a que en cada viaje a Esperanza que emprendía en el auto de su padre paraban en el ‘Recreo’ y luego continuaban. Otra recuerda que hacia 1936-37 don Otto solía interrumpir su descanso cuando venía algún comensal de origen alemán –como la madre de la informante–, les servía personalmente fiambres y se quedaba un largo rato hablando en su propio idioma”.

No parece extraño entonces que don Otto siguiera asistiendo al “recreo” aunque lo tuviera alquilado a la familia Achleitner. Era parte de su esencia y su lugar en el mundo. Dicen que “Al menos tres veces por semana compartía almuerzos o cenas con sus inquilinos, momentos en los cuales en la mesa se hablaba alemán y los mayores no contestaban a los chicos si éstos se dirigían a ellos en castellano. Schneider alternaba sus reuniones sociales entre ese local, su quinta y la misma cervecería. Mientras el ‘Recreo’ oficiaba como lugar de reunión de sectores con mayor capacidad adquisitiva o de visitantes importantes y sus precios eran normalmente altos, la quinta era el ámbito familiar y la fábrica –o en su caso sus jardines– el espacio de reunión con negociantes o trabajadores”.

Más allá de los patios y recreos cerveceros, de los bares y choperías, de antes y de este tiempo del Tercer Milenio, existe en Santa Fe esa identificación del compartir y reunirse alrededor de un barril, una chopera, hielo, el tanque de gas anhídrido carbónico, y los vasos que haya. Esa expresión popular de compartir un “barrilito”, de 15, 30 o 50 litros, trasunta desde el cumpleaños o casamiento, en el salón más exclusivo y costoso de la ciudad, hasta el club social o barrio humilde.

Por ello el recuerdo de cómo se vivía esa tradición cervecera en el barrio que lleva el nombre de uno de sus principales inspiradores ilustra cómo las prácticas culturales compartidas, muchas veces, devienen de actitudes y conductas particulares y puntuales, sostenidas en el tiempo, con un sentido que va más allá de la o las personas que las impulsan. Dice el libro sobre don Otto al respecto: “En una época en la cual la sociabilidad barrial se ha resentido, los vecinos de ‘la Schneider’ todavía recuerdan cómo la empresa formaba parte de la vida del barrio. Cada fin de año se hacía un asado en alguna esquina y la cervecería obsequiaba algunos barriles. ‘La fiesta se prolongaba hasta el otro día o hasta que no quedaba nada, hoy ya no lo hacemos, es una lástima’, recuerda uno de los habitantes más antiguos del lugar en una nota publicada por el Diario El Litoral el 21 de noviembre de 2006”.

En algunos barrios, en las cortadas santafesinas, todavía se reúnen algunos vecinos de la cuadra para despedir el año, o recibirlo. Cortan la calle, cuelgan sus guirnaldas y luces, sacan sus sillones, sus caballetes y tablones, la comida que han preparado. Y en la vereda, sobre el cordón para quedar más a mano, usualmente sobre una mesita de camping, se ubica la chopera, con el barril y la conservadora para el hielo al lado, con el fuentón con agua limpia -que se renueva- para enjuagar los vasos, y el otro recipiente debajo de la canilla, para evitar que se esparza la espuma que sobra de cada tirada. Esa canilla que abre al sabor de la tradición cervecera del “liso” santafesino, con sólo dar, media vuelta.

 

 

FUENTES BARRIO SCHNEIDER

Diario Santa Fe – (Hemeroteca de la Provincia)

«Alma de Barrio» – Programa de LT10 Radio Universidad Nacional del Litoral de Santa Fe

Diario El Litoral

Diario El Orden – (Hemeroteca de la Provincia)

Inventario: 200 obras del Patrimonio Arquitectónico de Santa Fe – U.N.L. – F.A.D.U. – Colegio de Arquitectos de Santa Fe – Fundación Centro Comercial. Santa Fe, 1993

Banco de Imágenes Florián Paucke (http://gobierno.santafe.gov.ar/archivo_general/florian_paucke/)

http://www.santafe.gov.ar/hemerotecadigital/articulo/portada/

“La Modernidad en la ciudad de Santa Fe 1886-1930” – Felipe Cervera – 2012

https://www.facebook.com/pages/category/Amateur-Sports-Team/Club-Defensores-de-Pe%C3%B1aloza-175874539250769/

https://www.lt10.com.ar/noticia/239443–imagenes-inoxidables-del-incomparable-poroto-saldano

FM CHALET 100.9 Mhz

https://www.santafe.gov.ar/noticias/noticia/211802/

file:///C:/Users/Usuario/Desktop/EXT-CAT-A-MEINARDY-UNL.pdf

https://www.youtube.com/watch?v=c6hcGPlrfc0

https://www.derf.com.ar/b-un-nuevo-aniversario-del-fallecimiento-carlos-monzonb-n241965

https://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2004/11/30/educacion/EDUC-02.html

«50 años Parroquia Nuestra Señora de Lourdes» – 1996

«Otto Schneider. Tradición alemana en Santa Fe, cuna de la cultura cervecera argentina» – Luciano Alonso; con colaboración de José Miguel Larker y Luisina Agostini – 1ra. ed. – Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral, 2010.

santafenoticias.com/inauguraron-un-playon-deportivo-en-el-club-penaloza/

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