Barrio Alfonso – Historia

HISTORIA BARRIO ALFONSO

En continuidad con la historia de los barrios que fueron consolidando la primera frontera hacia el oeste de la trama urbana post colonial aparece también Barrio Alfonso, inicialmente vinculado al nacimiento de Barrio Roma y a la construcción de la Estación del Ferrocarril Central Argentino, hoy Mitre. Asimismo, como límite físico de identificación, el surgimiento del Distrito Militar, en Avenida Freyre, entre Salta y Juan de Garay, hacia el oeste, puso una marca sobre el plano de la ciudad que terminó por consolidar al posterior loteo hacia el sur como Barrio Alfonso.

En prosecución del mismo derrotero sobre la ocupación de los terrenos, esta franja delimitada por Avenida Freyre al este, Juan de Garay al norte, Mosconi al oeste y Monseñor Zazpe al sur, tuvo entre sus primeros propietarios a los hermanos Aldao. Justamente, José Aldao era el dueño de los terrenos ubicados al oeste del actual predio del Liceo Militar, de calle San José hacia el poniente, donde era, y es, pronunciado el desnivel hacia los bañados del Salado. Menciona Miguel Ángel Dalla Fontana que “…existía a la altura de la actual calle Santiago de Chile y Juan de Garay un callejón conocido como Aldao, en referencia a la barraca que poseían los Hnos. Aldao. Según la tradición oral el camino fue utilizado por viajeros, arrieros, y carretas que bajando del norte del país, llegaban cargadas con cueros y lanas hasta la barraca”. (Dalla Fontana – 2004)

Barraca del Progreso de Ricardo Aldao (Banco de imágenes Florián Paucke)

A modo de referencia de lo que la zona de Barrio Alfonso representaba allá a fines del Siglo XIX para el desarrollo de una ciudad que despertaba de su pasado colonial, vale referenciar lo dicho por Dalla Fontana sobre el lugar cuando menciona lo referido por el diario “La Revolución” en 1905 que consideraba al oeste como “el basurero de la ciudad”. Al respecto agregaba en su trabajo “Barrio Roma y Constituyentes” que “…en las inmediaciones del callejón Aldao se realizaba el volcado de los carros atmosféricos y el depósito de los animales muertos”. A este sitio se sumaba otro volcadero, más hacia el oeste, en Juan de Garay y Gaboto. El lugar era conocido entonces como “El barrio de los Perros”, por la gran presencia de canes husmeando entre los desperdicios.

Hasta bien adentrado el Siglo XX, las casas precarias, cercanas al ferrocarril, y los ranchos en los bañados del Salado, antes de la construcción del terraplén Irigoyen que actúa como defensa de las crecidas del río, formaban parte de la fisonomía de Barrio Alfonso. En las inmediaciones de Juan de Garay y Lamadrid había una laguna, que llamaban del “Yacaré”, por uno de los chicos del barrio apodado así que podía cruzarla bajo la superficie conteniendo la respiración. (entrevista a Juan Arancio)

El nombre del barrio

En mucho lugares de la ciudad se presenta una situación similar donde el barrio de hoy lleva el nombre del loteo de ayer. Así, Don Alfonso, era un rosarino que como propietario de alguno de los terrenos decidió lotearlos allá a comienzos de la Década del 40’. Recuerdan los vecinos que los pagos se realizaban en cuotas, importes que se giraban a la ciudad del sur provincial donde residía el dueño del loteo.

No obstante ello, y pese a que la vecinal lleva el nombre Roque Sáenz Peña, también a la barriada se la llamó, y se la llama en algunas oportunidades, como Barrio Santa Lucía, por la presencia de la parroquia ubicada en Juan de Garay y Pasaje Galisteo. Sin embargo, para los viejos vecinos del lugar, Barrio Alfonso es el nombre más compartido.

Es gravitante para el nacimiento del barrio la llegada del ferrocarril, a Zavalla y General López, con la Compañía Buenos Aires y Rosario, de capitales ingleses. En el lugar, comenzó a construirse en 1889 el edificio de la estación, y si bien las obras finalizaron en 1891, los trenes de esta línea demoraron en llegar a Santa Fe hasta 1892, cuando solucionaron el problema del cruce del Río Salado y sus bañados con el puente que actualmente se encuentra en servicio para el ferrocarril Belgrano. Después, en 1907, la compañía Buenos Aires y Rosario se fusionó con el Central Argentino y toma esa denominación hasta que en 1947, con la nacionalización de los ferrocarriles en el gobierno del General Perón, pasó a llamarse Bartolomé Mitre, como lo conocemos hoy. La actual estación está reciclada como Centro Cultural “Fernando Birri”, en honor al cineasta santafesino que filmara “Tire dié”, justamente con pibes de esa zona pobre de la ciudad.

Justamente, la compañía inglesa había comprado los terrenos para establecer la estación de punta de línea a dos propietarios de quintas en el lugar, Lubary y Cisterna. De éste último queda todavía la edificación que le perteneciera, sobre Bulevar Zavalla, a metros de calle Monseñor Zazpe. Según datos relevados, la denominada “Casa Cisterna” data aproximadamente del año 1886. Como se señala en el blog Patrimonio Santa Fe, esta casa ubicada en Zavalla 1716, “En su origen fue vivienda y propiedad del Sr. Cisterna, a poco de construirla es comprada en 1888 por la Compañía de FFCC Buenos Aires y Rosario, junto con los terrenos de más de cinco hectáreas en la zona suroeste de la ciudad y comenzó a funcionar como la intendencia del FFCC”. Después, “Con la nacionalización de los ferrocarriles en 1947 la ‘Casa Cisterna’ es donada a la Vecinal Zona Sud”. En 2003, con la inundación de la ciudad, unas familias de evacuados habían ocupado la propiedad.  (http://patrimoniosantafe.blogspot.com)

Casa Cisterna en 2012 – (Bulevar Zavalla 1716)
Con la nacionalización de los ferrocarriles en 1947 la «Casa Cisterna» es donada a la Vecinal Zona Sud. (http://patrimoniosantafe.blogspot.com.ar)

Desde lo urbano, con calle Buenos Aires (hoy Monseñor Zazpe) al sur, y Corrientes en el centro del barrio, se consolidaron los ejes de desarrollo con orientación este/oeste para poblar la zona. En planos antiguos de la ciudad puede visualizarse que entre 1900 y 1910 las primeras manzanas en establecerse se ubicaban entre Buenos Aires, Santiago de Chile, Corrientes y Juan Díaz de Solís, pero sin acceso directo desde el este sino del sur en las inmediaciones de las vías del ferrocarril. Para esa misma época, en los comienzos de la década de 1910, ya se había realizado la conexión ferroviaria entre las dos líneas, la Belgrano y la Mitre producto de la fusión de 1907. Con esta vía se marcó un límite al oeste, desde Buenos Aires y Lamadrid hacia el norte hasta Naciones Unidas y Pellegrini, dando origen a lo que luego sería el “gueto” del oeste con los barrios Santa Rosa de Lima y Villa del Parque, entre las vías y el Salado.

 Luego, la apertura de las calles hacia el este, junto con el núcleo de casas consolidado sobre Bulevar Zavalla, posibilitó que rápidamente, para 1935, ya el barrio completo tuviera sus calles abiertas, más allá de ser de tierra en su mayoría. Al respecto, vale repasar que en barrio Alfonso la Línea 2 de colectivo llegó recién en los 70’ porque la calle Juan de Garay era de tierra. Don Pedro Sánchez contaba que los mismos vecinos gestionaron la llegada del transporte, y para preparar la calle, ellos mismos se encargaron de armar con pedazos de asfalto y hormigón que les otorgaba la municipalidad del bacheo del centro de la ciudad. Con esos pedazos armaron una especie de rompecabezas para que el colectivo pudiera entrar a su barrio. (Alma de Barrio – LT 10 Radio Universidad – 2003)

En el lado este del barrio, sobre Avenida Freyre, los recuerdos de un vecino cercano, de Barrio Sur, Rodolfo Rueda, relatan que “…en el lugar que se halla emplazada la estación de servicio (entre Zazpe y General López) funcionaba la calesita de José Mancini…”.

Por otro lado, los comercios, especialmente los almacenes con despacho de bebidas, proliferaron en la incipiente barriada. Uno de esos locales estaba en la esquina de Juan de Garay y Sáenz Peña. Se lo conocía como el boliche de “Pepe Modini”, un lugar de cancha de bochas y juego de cartas por plata. Según recuerdan los antiguos vecinos, “menos armas se compraba de todo en lo de Pepe Modini”. Algunas de las historias dicen que Don Pepe anunciaba el menú para el día, “pucherito de gallina”, metía cuatro o cinco aves en la olla, y después del puchero venía la “timba”. No faltaban tampoco los “potrillos” de vino tinto (que era un gran vaso de medio litro) y la sangría para festejar los triunfos de Colón.

Otro boliche era el de “las tres R”, porque su dueño se llamaba Raúl Rogelio Robles. En este bar, cerca de las vías,  había algunas “chicas” para alternar mientras se tomaba y después, si el parroquiano quería, y tenía el dinero necesario, se podía tener un espacio para “la intimidad”. Sobre este aspecto de actividades en los márgenes de la ley, a la que fue confinada la zona oeste de la ciudad, en cercanías de la estación del ferrocarril Buenos Aires y Rosario se instalaron varios prostíbulos.

Imágen aérea de Barrio Alfonso en 1978 (El Litoral 24/3/78)

Las casas de “tolerancia”

A la par de ese poblamiento paulatino del vecindario, principalmente con familias humildes, trabajadoras, se destaca en la zona sur del barrio, cercana a las vías del hoy Ferrocarril Mitre, sobre Monseñor Zazpe (antes Buenos Aires), y en los aledaños de la estación ferroviaria de Zavalla y Estanislao López, una serie de construcciones definidas por su actividad marginal y espuria, relacionadas a la trata de personas y a la prostitución.

Vale hacer un poco de historia al respecto. Como lo menciona el Dr. Raúl A. Schnabel, en su trabajo “Historia de la trata de personas en Argentina como persistencia de la esclavitud”, la prostitución comenzó a ser legalizada en Argentina en 1875. “La designación ‘trata de blancas’, es anterior a la actual ‘trata de personas’ y se vincula, por oposición, a la ‘trata de negros’, el comercio de esclavos traídos por la fuerza del continente africano. La expresión confiesa la íntima vinculación entre uno y otro comercio: en ambos ‘negocios’ la persona humana – ahora europea, mujer y blanca- no es más que una mercancía cuyo valor se reduce a la ganancia que potencialmente pueda generar a su explotador o rufián”. Luego, este funcionario de la Dirección General de Registro de Personas Desaparecidas de la Provincia de Buenos Aires, sobre el meretricio en aquellos años puntualiza que “Entre 1875 y mediados del siglo XX, la prostitución era considerada un ‘mal necesario’ y la reglamentación estatal era la política dominante: se ejercía bajo el control de los municipios y de la policía. Podemos afirmar que se trataba de una suerte de “servicio público” sometido a reglas…”. (http://www.mseg.gba.gov.ar/Trata/HISTORIA.pdf)

En la ciudad de Santa Fe de fines del Siglo XIX y principios del XX, dos zonas eran las más ocupadas por estas “casas de tolerancia”. Una cercana al puerto y la estación del Ferrocarril Francés (donde hoy se levanta la terminal de ómnibus) y la otra en el oeste en las inmediaciones de la Estación de Zavalla y General López.

Justamente, en “La Perenne memoria”, el historiador santafesino José Rafael López Rosas aborda la temática y menciona: “En muy poco tiempo se levantaron en Santa Fe (en los años 20’) numerosas casas de tolerancia en la zona aledaña a la Estación del Ferrocarril Central Argentino, en el extremo oeste de la ciudad. Mujeres de todas las nacionalidades llegan (en realidad eran traídas a la fuerza) desde los centros prostibularios del país con su corte de cafishios, madamas, macrós y demás oficiantes y especuladores del oficio. Y así surgen, en modernos edificios, no exentos de lujo, prostíbulos como El Chantecler, El Galpón, El Santafesino, Madame France, El Palomar y otros más, destacándose entre ellos el Maison París, el más caro de todos…”.

En el mismo escrito, López Rosas cita a una crónica de un periodista rosarino que recordaba: “Cuando uno entraba a Santa Fe con el tren, veía al lado de las vías el casillerío con mujeres…” . Como todo “comercio”, si hay oferta es porque hay demanda, y al respecto, el historiador local caracterizaba: “Los prostíbulos de calle Buenos Aires, Bulevar Zavalla y Moreno y otros más originaron muy pronto a su alrededor todo un submundo de tugurios inverosímiles, donde el arrabal santafesino se dio cita a través de cafetines, almacenes, canchas de bochas, parrillas y tantos otros lugares donde se entreveraban los muchachos del centro con los canfinfleros del oeste…”.

Es más, como dato, se puede agregar lo aportado por Rodolfo Rueda, recopilador de recuerdos urbanos en Barrio Sur. Rueda realizó hace años una entrevista a Don Alberto García, vecino de barrio San Lorenzo. En la charla, café mediante, recordaba el parroquiano por ejemplo que el edificio que ocupa hoy el Hospital “Vera Candioti” funcionó en antaño uno de los prostíbulos de mayor categoría, que era regenteado por Magadá, el “Maison París”. Según García, “ahí hubo -por la casa de tolerancia- francesas, polacas, alemanas, eran una pibas hermosas…”, a lo que se debería agregar que eran mujeres subyugadas por el vil comercio de la trata.

No se trata de estigmatizar barrios de la ciudad, aunque algunas casas donde se ejerce la prostitución continúan funcionando al oeste de barrio Alfonso, sobre Mosconi, entre Buenos Aires y Corrientes, como en otros sitios, incluso el centro. Más bien se trata de dar cuenta de las contradicciones e imperfecciones de la sociedad de otros tiempos, y también de la sociedad del Tercer Milenio. Como dato anecdótico, que describe a una comunidad que a veces tiene dos caras contrapuestas, se puede referenciar lo aportado también por Rodolfo Rueda, rescatado de la tradición oral.

Según recordaban, en particular el prostíbulo que estaba en el actual edificio del nosocomio tenía un estacionamiento contiguo para los clientes. A modo de protección de la identidad de los visitantes se colocaba una especie de funda, confeccionada aparentemente con paja de isla, sobre las chapas patentes de los autos para ocultar su numeración. Resultó ser que un afamado personaje, empleado estatal, acudió como era su costumbre al burdel, pero al retirarse, olvidó quitar de las patentes el “quincho” que las escondía. Final del relato, esa noche se lo vio paseando en su moderno auto por calle San Martín, con las patentes ocultas por el ingenioso adminículo, razón por la cual, la mayoría, especialmente los hombres, sabían bien de dónde venía. (Programa Alma de Barrio – LT 10 Radio Universidad – 2008)

Si bien el vil comercio sigue existiendo, tan antiguo como vigente, desde el punto de vista de las leyes se puede citar nuevamente al Dr. Raúl Schnabel que explicaba en su trabajo: “En diciembre de 1936 se sancionó la Ley 12.331 llamada ley de profilaxis de enfermedades venéreas. Prohíbe la existencia de locales para el ejercicio de la prostitución en todo el país y castiga a las personas que dirigen o son dueñas de esos establecimientos. En 1944 se volvieron a permitir los prostíbulos en zonas cercanas a cuarteles militares, pero luego se expandieron por todas partes recrudeciendo otra vez el rufianismo. La nueva disposición fue luego ratificada por ley 12.912 de 1946”. (http://www.mseg.gba.gov.ar/Trata/HISTORIA.pdf)

Un barrio de clubes

Barrio Alfonso también tuvo muchos clubes. Acaso el más recordado es el Club Chicago, por la participación en la Liga Santafesina, y por la rivalidad que mantenían con el Club San Lorenzo, del otro barrio al sur de la estación del ferrocarril. Dicen los vecinos que el club tenía “mucha barra”, recuerdan que si ganaban festejaban con sangría, y si perdían, ahogaban las penas de la derrota con sangría también. La sede del Club Chicago estaba en Sáenz Peña, entre Moreno y Buenos Aires, pero hoy ya no queda nada de esa institución.

Otro club de Barrio Alfonso era el Club Garay. Allí los muchachos se juntaban, y uno de ellos, Antonio Vergara, imitaba a la perfección con su voz el cacareo del gallo. Entonces, a las dos de la mañana, empujados por los vinos, empezaba con su imitación para hacer cantar a los gallos de todo el barrio y despertar a los vecinos, en un tiempo donde la mayoría de las casas tenían en el patio un gallinero para el consumo familiar. (Programa Alma de Barrio – LT 10 Radio Universidad – 2003)

También en barrio Alfonso estaba el Club Quehué, al que según parece le pusieron ese nombre porque decían que en quechua significaba “reunión de amigos”. En este club Quehué, que se ubicaba en Corrientes y Bulevar Zavalla, había canchas de bochas, naipes y tragos. También había un bolichero muy joven, que después trascendiera en el mundo político. Cuentan que el muchacho, muy locuaz y despierto, además de atender a veces el boliche del club era repartidor de soda. Ese trabajador en la sodería del barrio era Carlos Aurelio Martínez, nacido y criado en Alfonso. Martínez fue vicegobernador de la provincia de 1983 a 1987, y luego intendente de la ciudad, también por el partido justicialista, entre 1987 y 1989, con sólo dos años de mandato cuando debió renunciar en medio de un escándalo político con acusaciones de corrupción-. Otro ilustre, también vecino del barrio que llegó a la intendencia, fue Tomás Camilo Berdat, de 1983 a 1987, en el regreso de la democracia, y que fue cartero en su juventud. (entrevista a Juan Arancio)

Dentro de las instituciones deportivas del Barrio Alfonso se destaca el Club Atlético Colón, que tuvo su primera cancha en el vecindario, en calle Corrientes y Zavalla. Luego de haber jugado varios años en ese predio, la entidad rojinegra, se trasladó al actual predio del Barrio Centenario.

Bailes y bailongos

Uno de los afamados bailes del oeste, ubicado en Barrio Alfonso, se encontraba, según los recuerdos de Eduardo Bernardi en calle Corrientes “al oeste, entre calles de tierra. Dispersa y humilde edificación en su amplio ámbito. A mitad de cuadra un letrero: ‘Bar y Pista de Baile ‘Condal’”. Este predio se ubicaba en las proximidades de lo que hoy es la parroquia Santa Lucía, más precisamente en Corrientes y Juan Díaz de Solís.

En una detallada descripción, que sólo quien ha vivenciado puede tener, Don Eduardo relata: “Modesta construcción con un pequeño boliche y angosta galería con techo de chapas de zinc, sin cielo raso. Pista de baile de tierra apisonada y constantemente regada para evitar la polvareda, al aire libre. Mesas y sillas medio desvencijadas, de gruesa chapa de hierro, plegadizas. Mortecina iluminación de unos pocos focos eléctricos de poco voltaje. Cerco de alambre tejido cubierto en su parte inferior con lonas de arpillera cosidas entre sí, colgadas, que imposibilitaban la mirada desde afuera a los de la familia ‘Miranda’, como entonces se decía a los mirones o curiosos. Un letrero de chapa adosado al cerco frontal, pintado con burdos caracteres de imprenta que anuncia: “SABADO 20 – GRAN BAILE GRAN – ACTÚA TRÍO BASALDÚA – ENTRADA 0,50 – PRECIOS CORRIENTES – MADRES GRATIS”. Toda una postal pincelada sólo en palabras.

Lo de “madres gratis” era, al decir de Bernardi un ‘gancho’ de los organizadores de los bailes de la periferia para asegurarse una nutrida concurrencia femenina, y por ende, una masculina. Dentro de esta anécdota se esconde una descripción social de los habitantes de los barrios periféricos de ayer, y tal vez del hoy. Como bien señala el propio Bernardi, las chicas de estas barriadas, con mayores postergaciones y carencias económicas, educacionales, de acceso a la salud, muchas veces eran madres a corta edad, incluso casi niñas. Así también lo eran las mujeres adultas, y en su gran mayoría, todas ellas, eran empleadas domésticas en las casas del centro, criadas, mucamas. Esta condición de maternidad hizo además que surgiera otra expresión que iba de la mano con aquello de “madres gratis”, el muy santafesino dicho nacido en esos bailes populares de los barrios humildes.

La escena, casi con ribetes de crónica costumbrista, la describe también Bernardi: “Imaginémosla… -invita evocando el pasado- Comienza el baile: las damas, viejas y jóvenes, sentadas a las mesas y los hombres al otro costado. Un joven ha fijado su mirada y elegido a una moza de unos 15 o 16 años y hacia ella se dirige para invitarla a danzar. Ésta acepta, al par que en entrega a la mujer mayor que está a su lado un bulto que tenía en su falda que no es sino un bebé envuelto en una pañoleta, y le dice: ‘¡Mamá, teneme el nene…!’”. Así, el dicho nacido en aquellos encuentros danzantes hizo que hasta algunos rebautizaran a “El Condal” como el baile del “Teneme en el nene”. (La “Santa Fe que yo viví…” – Eduardo Bernardi – 2004)

Santa Lucía, una capilla y su cura

Sin dudas en muchos barrios la presencia de congregaciones religiosas ha formado parte de la historia viva del vecindario. En algunas ocasiones, un templo, una comunidad de feligreses, dieron incluso nombre a la barriada. Y en otras ocasiones, el párroco al frente de la parroquia quedó atado a la memoria de los vecinos, por su compromiso por los más desprotegidos, por su acción pastoral. Como Dusso en Barranquitas, como Catena en Villa del Parque, el padre Edelmiro Gasparotto fue el cura de Barrio Alfonso, en la capilla Santa Lucía.

Ubicada en Juan de Garay, entre Lamadrid y Juan Días de Solís, frente al pasaje Galisteo, la capilla empezó como un humilde lugar para la fe católica. Al principio las misas eran celebradas en un rancho, el que luego se transformó en un templo. Ese crecimiento tuvo como protagonista principal al padre Gasparotto. Nacido en Sunchales en 1924, descendiente de inmigrantes italianos, con sólo doce años ingresó en el seminario Metropolitano de Guadalupe y el 12 de diciembre de 1948 se ordenó sacerdote. Después de ordenarse como sacerdote en 1948, llegó a la parroquia de la Merced en 1958, asentada en Avenida Freyre y Moreno, y desde allí llevó adelante su trabajo pastoral en los barrios San Lorenzo y Alfonso. En éste último promovió el crecimiento y construcción del templo de Santa Lucía, junto con una escuela técnica, un jardín de infantes, y una residencia para ancianos.

Como lo mencionara el diario El Litoral en ocasión de su desaparición física el 21 de mayo de 2008, “Todos recordarán su incesante labor misionera y asistencial, su calidad humana y su sacerdocio, su infinita paciencia y su don fecundo de fe. Siempre tuvo la mano extendida para muchas personas de barrios populares como San Lorenzo y Santa Lucía”. Protagonista de un tiempo de compromiso por los más pobres desde la fe, Gasparotto se unió a las filas de sacerdotes que misionaron en los barrios pobres de la ciudad de Santa Fe.

El citado artículo rescataba lo publicado por el vespertino en una anterior oportunidad a 2008 donde el padre Edelmiro mencionaba: “Me tocó un tiempo muy fecundo –por el Concilio Vaticano II– porque incluso tuvimos que aplicar todas las reformas del Concilio. Además, todo nuestro trabajo de compromiso con los barrios nace también de los documentos pontificios y del Episcopado latinoamericano, sobre lo que el Papa llamó la ‘opción preferencial por los pobres’. En ese entonces, incluso militamos en un movimiento que nos estimuló a estar más cerca de la gente humilde y ayudarla. Eso fue lo que hicimos con sacerdotes muy meritorios como el padre Catena, el padre Buntig y Antonio Rodríguez, para nombrar algunos”. A lo que concluía Gasparotto, que llegó a conformar una fundación que perdura en el trabajo solidario: “Mientras no recompongamos el sentido social en la solidaridad, y la gente no piense en serio en el bien común, nada va a cambiar”. (Diario El Litoral – Jueves 22 de Mayo de 2008)

Padre Edelmiro Gasparotto – (Diario El Litoral)
El cura Gasparotto llevó su acción pastoral no sólo al barrio Alfonso, sino además al barrio San Lorenzo, Chalet, y al Arenal, cerca de la Circunvación Oeste y las vías del ferrocarril Mitre.

Como dato se puede mencionar que su opción por los pobres y los movimientos de “Curas Tercermundistas” lo llevo a convocar al trabajo solidario a militantes sociales, que incluso fueron desaparecidos por la Dictadura Militar. Entre esos jóvenes comprometidos trabajando en la parroquia Santa Lucía con Gasparotto se recuerda a Norberto Aldo Partida, militante de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), alumno de la Escuela Industrial Superior, donde obligado a dar todas las materias libres para no ser expulsado logró recibirse como de Técnico Electromecánico. Partida, con 23 años de edad, fue secuestrado, y desaparecido, el 20 de agosto de 1977, en Santo Tomé (Santa Fe). (http://robertobaschetti.com/biografia/p/45.html)

Para los vecinos de Alfonso el recuerdo del padre Edelmiro quedó grabado en su caminar por las calles del barrio. Dicen que en los primeros años el cura Gasparotto salía a buscar feligreses para la parroquia con un auto y unos parlantes sobre el techo, “en una vieja renoleta”. Y como el padre los conocía a todos, incluso a los más viejos por su nombre, muchas veces se paraba frente a la casa y a ese vecino sentado en la vereda le decía por los parlantes para que todos escucharan: “Ché… vos fulano… venite para la iglesia que hace mucho que no te veo en misa”. (Programa Alma de Barrio – LT10 Radio Universidad – 2003). Pero esos mismos vecinos lo vieron andar el 29, y en la madrugada del 30 de abril de 2003, tratando de rescatar gente de la inundación que cubrió todo el barrio.

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Barrio Alfonso – Historia

2 comentarios en «Barrio Alfonso – Historia»

  1. Es hermoso leer esta historia de barrio.Y volver con la imaginación a revivir épocas cuando mi padre y tío trabajaban y vendían vinos Gargantini dónde allí se encontraba la Fraccionadora y muy cerca La Fraccionadora Yapeyu.. Tengo tantos recuerdos inborrables

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