Barrio Sur – Historia

El primer barrio de la ciudad
Sur colonial, hogar de la historia

La historia del Barrio Sur Colonial, o el casco histórico, es tan antigua como la ciudad misma, o más vieja aún si se tiene en cuenta que la fundación de Santa Fe se dio en las barrancas del Río de los Quiloazas, en Cayastá, acontecimiento acaecido el 15 de noviembre de 1573.

Vale la pena repasar brevemente la historia de Juan de Garay. El fundador de Santa Fe de la Vera Cruz nació en Orduña, provincia de Vizcaya, en la península ibérica en 1528, es decir que cuando fundó Santa Fe, Juan de Garay tenía 55 años de edad. Garay estuvo en la fundación de Santa Cruz de la Sierra (en la actual Bolivia), y luego, tras el nombramiento de su pariente Juan Ortiz de Zárate como gobernador y capitán general del Río de la Plata, se trasladó en 1568 a Asunción (del Paraguay). Fue entonces, en 1573, cuando el teniente de gobernador Suárez de Toledo le encargó la fundación de una ciudad en el cauce del río Paraná, a fin de facilitar la salida al mar del territorio paraguayo.

La consigna de Juan de Garay fue “abrir puertas a la tierra”, por ello Garay era más un colonizador antes que un conquistador. En su libro “Historia de Santa Fe”, Leoncio Gianello rescata la figura de Garay y cuenta que por ejemplo, para iniciar la expedición en la que fundaría Santa Fe vendió todas sus pertenencias en Asunción y empeñó las propiedades de su esposa. El 14 de abril de 1573 Garay partió de Asunción con un bergantín, tres barcazas y dos balsas. Un grupo lo seguía por tierra con una tropa de ganado.

En julio de 1573, cuenta Gianello, Garay entró por el Río de los Quiloazas, hoy Río San Javier, para buscar un lugar donde fundar la nueva ciudad. Inicialmente a Garay no le pareció la costa del Quiloazá la mejor zona, por lo que dejó a parte de su gente y siguió hacia el sur.

Pero al ir aguas abajo, en la zona de Corpus Cristi.

En esa fundación acompañaban a Garay unos 75 hombres, todos ellos “mancebos”, o hijos de españoles en tierras americanas. Entre esos mancebos estaban algunos de los que formarían siete años después, en 1580, la revolución de los Siete Jefes. El trazado urbano original del poblado correspondió al clásico modelo consagrado en la conquista de América. Once manzanas de norte a sur y seis de este a oeste, con una plaza central.

Cumplido el acto de la fundación, con actuación notarial del escribano Pedro Espinosa, Garay distribuyó la tierra para los solares, encomendó los indios para los trabajos, es decir asigno el trabajo servil de los aborígenes al favor de los mancebos, y levantó el cabildo. Fueron justamente, los hijos de los españoles, lo que luego se llamarían “criollos”, los que lo eligieron como gobernador de la nueva ciudad.

En esa expedición, Garay no sólo fundó Santa Fe sino que después, en 1574 cooperó en la fundación de San Salvador, en el río Uruguay, y tres años antes de morir, refundó la ciudad de Buenos Aires un 11 de junio de 1580. En 1583, a los 65 años, Juan de Garay encontraría el final de su destino. A manos de los indios, en una emboscada, durante la noche, Garay fue muerto mientras dormía en una tienda en las cercanías de las ruinas de Sancti Spíritus, al confundirlo los pobladores originarios con el sanguinario Sebastiano Gaboto.

Santa Fe de la Verdadera Cruz

La historia del nombre de Santa Fe de la Vera Cruz empieza incluso antes del descubrimiento de América. Al parecer Juan de  Garay llamó a su ciudad “Santa Fe”, en homenaje a la fe católica, creencia religiosa de la que España era por entonces defensora universal frente a los moros, judíos y protestantes. Para el historiador Agustín Zapata Gollán, la elección del nombre Santa Fe fue a consecuencia de que los Reyes Católicos dieran el mismo nombre a la ciudadela fortificada desde la que pusieron sitio a Granada, ciudad que tomaron finalmente los españoles en 1491 y 1492. Al parecer, el hallazgo de la cruz de Cristo en piezas de cerámica, documentos y templos de la ciudad en ruinas reconquistada por los españoles a los moros explicaría el origen del nombre Veracruz o Vera Cruz. Ese agregado era de uso algo frecuente por parte de los conquistadores españoles al fundar ciudades en el nuevo continente.

Otra de las hipótesis que dan el aditamento de “Vera Cruz” al nombre de la ciudad radicaría en que los cabildantes adicionaron al nombre primigenio dado que al establecerse el poblado en el nuevo (actual) emplazamiento, en lo que es la zona del viejo Matadero Municipal (hoy Circunvalación Oeste y Avda. Peñaloza), se encontró una cruz, que comenzó a llamarse la “Cruz de Santuchos”, por el apellido del beneficiado con esos terrenos de labranza. Al parecer, así surgió aquello de “Santa Fe de la Vera Cruz”, por ese crucifijo encontrado allá a fines del Siglo XVII con el traslado de la ciudad.

Sin embargo, según Federico Guillermo Cervera, el nombre de Santa Fe de la Vera Cruz aparece en 1651, es decir casi al inicio del proceso del traslado de la ciudad desde Cayastá hasta el actual emplazamiento. Parece ser que la elección del nombre está vinculada a la celebración de la verdadera Cruz que corresponde al Viernes Santo, pues la decisiva reunión del Cabildo del 12 de abril de ese año fue consecutiva de la Semana Santa.

La nueva Santa Fe

La vieja Santa Fe fue fundada en una zona no demasiado propicia. Todos los historiadores, sustentados en documentos de la época, coinciden en que la ubicación era poco favorable para el comercio, la llegada de carretas desde el norte y el oeste, y para la salida de las embarcaciones. A ello se sumaba que en casos de inundación el poblado quedaba aislado, sobre el albardón que hoy ocupan las ruinas, donde ya en los primeros años el río San Javier causaba erosiones y desmoronamientos, a tal punto que antes del traslado fue afectado por el río el convento de San Pedro, como lo menciona Leoncio Gianello.

A esta condición de aislamiento se agregaban las permanentes incursiones de los indios, especialmente del norte, que provocaban destrozos en las haciendas, robaban el ganado, y que ciertamente se cernían como una amenaza para el pequeño poblado. Santa Fe por aquella mitad del Silo XVII, era un modesto caserío, con muchas dificultades para la supervivencia, tanto así que por ejemplo carecía de la posibilidad de poseer moneda real, en tanto el metal no llegaba al lugar. El comercio se ejercía mediante el trueque o con la “unidad de moneda” fijada por el cabildo mediante la “vara de lienzo”.

El traslado de la ciudad se hizo entre los años 1651 y 1660. Es más la Catedral Vieja de Santa Fe, en la esquina de General López y San Martín, tiene una placa sobre la puerta principal con la inscripción del año 1660, como muestra de que esta parte de la ciudad está allí hace más de tres siglos y medio.

El sitio elegido para la nueva ciudad fue la estancia de Juan de Lencinas, doce leguas (60 km) al sur de su primera ubicación, entre los ríos Salado y Saladillo. El traslado al nuevo territorio llevó nueve años, casi una década para mudar una ciudad con las complicaciones propias de la falta de vías de comunicación, limitaciones de la época y el asedio de los indos. Por si esto fuera poco, durante los años de traslado llegó una peste que diezmó la población indígena al servicio de los españoles y criollos. Así, el traslado se hizo con las mayores penurias, sin ninguna ayuda real, y solo con el esfuerzo de los vecinos de ciudad.

En realidad, los primeros pobladores que se trasladaron, y que ocuparon los nuevos edificios en 1660, fueron los funcionarios del cabildo y los eclesiásticos. El resto de los vecinos continuaron por algunos años más viviendo en la vieja Santa Fe hasta que pudieron terminar sus nuevas moradas y finalmente mudarse.

La nueva Santa Fe de la Vera Cruz era casi más elemental como población que la vieja ciudad. Al principio, más allá de la Plaza Mayor, de las primeras calles, de los solares para edificar y del espacio libre previsto para el crecimiento urbano, venían las «suertes de chacras». Allá por fines del siglo XVII, estas chacras eran tierras de labranza divididas en «pagos de arriba y pagos de abajo» y estancias. Aquellos lugares estaban marcados por la divisoria de aguas que establece el llamado “camino del medio”, por donde discurre aproximadamente hoy Avenida Facundo Zuviría, y que viene a marcar hacia este y oeste la divisoria de pendientes en general.

La importancia en la gravitación para la actual ciudad de aquella Santa Fe la Vieja, es que en el traslado se tomó como base de la cuadrícula de manzanas y disposición de los edificios principales e iglesias, la misma de la primitiva Santa Fe de Garay. Esta disposición siguió además con el mismo destino de propietarios de los solares. La mencionada característica, en el siglo XX, facilitó a Agustín Zapata Gollán la investigación arqueológica y desenterramiento de la antigua ciudad. El cabildo, la catedral, la plaza, fueron encontradas sepultadas en la misma disposición que se encuentran hoy en el barrio sur.

Esa fisonomía, propia y exclusiva del barrio Sur histórico, de veredas angostas, ochavas poco abiertas, calles estrechas, responde a la Ley de Indias que prescribía que los poblados en climas calurosos debían tener veredas angostas, y los condiciones frías, aceras anchas. Ese tópico comenzó a cambiar en 1887, a partir de la intendencia de Mariano Comas, cuando se estableció que de Suipacha al norte, y de Urquiza al oeste, las calles tendrían 17,60 metros de ancho (22 varas), en toda una zona que estaba sin urbanizar.

Como lo mencionara en la Revista América Leo Hillar Puxeddú: “Santa Fe pasó a ser Santa Fe la vieja y la trasladada fue Santa Fe de la Vera Cruz; pero era la misma solo que en una latitud distinta pero cercana. Todo era hogaño como antaño; la Plaza Mayor, la Casa del Cabildo y la Iglesia Matriz, las mismas órdenes religiosas, los mismos solares recibieron los vecinos fundadores o sus descendientes. También mantuvo el espíritu de supervivencia y de dinamismo. En las entrañas de lo urbano y de lo humano corría la savia de un mismo organismo, existía una continuidad de propósitos y de metas. Era la vieja Santa Fe rediviva en el pago de la Vera Cruz”.

Esa Santa Fe colonial tenía como lo menciona José Pérez Martín en su “Itinerario de Santa Fe”, “un muro al Norte y un foso con puentes levadizos al Oeste, para proteger doce cuadras de Norte a Sur y seis de Este a Poniente, trazadas en un rincón, que Teodoro de Larramendi llamada boca y garganta del Chaco. La fisonomía de Santa Fe queda fijada desde entonces con inmutable carácter: su figura casi triangular y su configuración peninsular: desde el Quillá al Sur, hasta la Colonia Crespo al norte y desde el riacho Santa Fe al Este hasta el Salado al Oeste”.

Para 1824, en el plano trazado por Marcos Sastre aparecen las manzanas de toda la ciudad, y en él puede verse que desde calle Jujuy a Primera Junta, y de aproximadamente Cruz Roja Argentina/27 de Febrero a Urquiza, quedaba comprendida toda la cuadrícula. En 1855, José Germán Niklinson, dado el cambio de nomenclaturas en algunas calles luego de la sanción de la Constitución en 1853, realiza un plano que da cuenta de lo concentrado en sector sur de la ciudad sobre la trama original colonial. Luego, en 1887, según el plano de Gabriel Carrasco, con 15.000 habitantes la ciudad más consolidada como trama urbana llegaba desde el arroyo El Quillá (al sur) hasta calle Suipacha (al norte) y desde la costa del riacho Santa Fe (al este) hasta San Lorenzo (al oeste). Sólo el eje de Bulevar Gálvez iría paulatinamente estructurando un núcleo poblacional, que elitista, se presentaba más como mansiones o zona de quintas que como barrio en el sentido popular del término. Hasta estaba la Laguna de Merengo, en las cercanías de la esquina que formaban 1° de Mayo y Moreno.

En el “barrio de la laguna”, como se conocía a este sector del sur urbano, se instalaron las primeras industrias de materiales de construcción a fines del Siglo 18. Estas industrias fabricaban el ladrillo cocido para construir las casas de la Santa Fe del 1700. Así, en los terrenos de Juan Gómez Salinas, en 1754, el sr. López Pintado instaló un horno de materiales y poco después el Protomédico Manuel Rodríguez instaló otro horno donde además de ladrillos fabricaba tejuelas y baldosas. Esta última fábrica de materiales de construcción, la de Rodríguez fue vendida por su hijo a Sebastián Picazo.

Según la historia, a mediados del siglo 19, los hornos de Pizaco y Rodríguez fabricaron buena parte de los materiales utilizados en la refuncionalización de la vieja Iglesia Matriz. También por esos años del 1850 Manuel Cervera instaló una fábrica de tejas de tipo francés, tejas que hasta ese entonces se importaban de Marsella y que dio trabaja a muchos santafesinos. De esa fábrica queda lo que hoy parace un Faro, en la bajada de San Jerónimo y presidente Illia, pero que en realidad es la chimenea de Cervera.

Fuente: Prof. Graciela Noemí González – Comisión de Defensa del Parque del Sur – 2005 | Foto: (Banco de Imágenes «Florián Paucke»)

Sin embargo, como lo señala Felipe Cervera en su libro “La modernidad en la ciudad de Santa Fe”, lo cierto es que la ciudad de Santa Fe -hasta el 1900- era muy poco más que aquel casco histórico trasladado. Es más, Cervera sentencia que por ese momento no había barrios en Santa Fe, que pasarían algunos años y un explosivo crecimiento poblacional producto de la migración interna y la inmigración que llegaron a la búsqueda del formidable motor comercial y de trabajo que daba el par puerto-ferrocarril.

En un análisis del proceso de crecimiento de la ciudad, y de aparición de las barriadas entorno del casco histórico, vale mencionar que en 1901 había 3.604 viviendas, mientras que en 1930 había algo más de 11.000, y ello sin tener en cuenta los conventillos y otro tipo de asentamientos precarios, especialmente en la zona oeste, en la costa, y en suroeste.

Por el devenir histórico, arquitectónico y cultural, el casco fundacional quedará definido a los efectos de esta tarea investigativa por Avenida Mar Argentino, Juan de Garay y Urquiza. Es en este espacio donde se concentraron, y quedan, los pocos restos de la arquitectura colonial, y posterior a 1810, con algunos pocos edificios que sobrevivieron a la piqueta de la modernidad y el progreso. El recorrido de esas calles de antaño, de sus lugares más representativos, se inicia por el centro convocante de toda población con génesis española: la plaza central.

Primera foto santafecina. Calle San Jerónimo, frente a la Plaza de Mayo, hacia el norte.
Colección José Rafael López Rosas. Foto: (Banco de Imágenes «Florián Paucke»)

Del barrio sur y la ciudad

En la Santa Fe trasladada del Siglo XVII, y hasta mediados del Siglo XIX, el casco histórico era lugar de residencia de las clases más pudientes y de los estamentos de poder con representación: Las iglesias, el Cabildo, la Escuela Jesuita, los clubes, los comercios. Al norte del barrio San Antonio (actualmente Mendoza y 4 de Enero) vivían los mulatos y zambos. Al este, en el barrio El Campito (Cruz Roja entre Corrientes y 3 de Febrero) estaban también los isleros, mestizos, las lavanderas, personal de la servidumbre, algunos lúmpenes. Igual tipo de vecinos vivían en los bordes del Quillá y al oeste de la Aduana (Urquiza y General López).

Las diferencias sociales, culturales, económicas, existieron siempre. En Santa Fe esas asimetrías se fueron marcando con el tiempo en el ámbito urbano. Por un lado, la cuidad cambió a través de los años de sector étnico al que fue designado como “diferente” o incluso desde algunas miradas sectarias como “inferior”. Por otra parte, esos grupos de vecinos fueron mudados de lugar, y con ellos, diferentes divisiones se establecieron entre las distintas “ciudades” que convivían –y coexisten– en Santa Fe. El Sur Colonial, por ser el primer barrio, es aquel que establece la primera frontera.

La inicial “división”, entre centro y periferia costera especialmente, se trastocó primeramente con el crecimiento y asentamiento de los inmigrantes, junto al ferrocarril, y más tarde con el puerto. Citando a Estanislao Zeballos, José Pérez Martín puntualiza sobre la ciudad de 1883, como escindida entre el norte y el sur: “Santa Fe colonial y Santa Fe moderna. La ciudad de los descendientes de los tenientes gobernadores, alcaldes y regidores y la ciudad de los tenderos, carboneros, marineros y calafates… La ciudad de los templos, del Cabildo, de las autoridades, jueces, fiscales, ‘enredados y enredistas’ y la ciudad del comercio, de los hoteles, de los cambistas y la aduana… La ciudad de la aristocracia de raíz de conquistadores y colonizadores españoles, del buen tono, de la cultura, que habla el castellano con sabor antiguo, patriota como Estanislao López, religiosa como Juan de Garay y la ciudad con aspecto de factoría norteamericana, fusión de todas las razas, que habla mal todas las lenguas, sin hábitos definidos indiferente en religión, liberal en sus costumbres, ajena al buen tono, patriota a la moderna, comerciante como medio y progresista como resultado… dos ciudades soldadas en la línea del medio por una calle transversal”. Esa división, como se ha dicho, estaba marcada por calle Juan de Garay. Y como puede leerse en las palabras de Zeballos, era una división que se establecía no sólo en términos territoriales sino especialmente en valoraciones sociales, culturales, políticas, étnicas, hasta lingüísticas.

Es inevitable no prolongar la mirada hasta el presente. Pasaría el tiempo, y la amalgama de la ciudad iría conformándose con nuevos centros poblacionales que generarían barrios. Ya adentrados en el siglo pasado, esta fragmentación territorial se mantuvo, donde entre el territorio de los bulevares fue el destacado (discurriendo por Bulevar Gálvez, Pellegrini, Avenida Freyre, hasta General López, a grandes rasgos). Pero dentro de esta zona, el Sur Colonial conservó su acervo aristocrático, eclesiástico, de poder, de élite patricia. El centro/norte de la ciudad, y el este, se consolidó, con algunos intersticios, como el ámbito de la Clase Media Trabajadora, producto de las políticas de bienestar primero del Radicalismo, luego del Peronismo y finalmente del Desarrollismo incompleto. Paulatinamente, comenzó a crecer la cicatriz en paralelo con la dirección norte/sur. Así, a partir de esos años de expansión de mediados del Siglo XX la división se estableció cada vez con más fuerza entre el oeste pobre y el este con mayor poder adquisitivo y mejores oportunidades.

Finalmente, la traza propia del crecimiento de la ciudad, la ocupación de las zonas más altas y mejor valuadas, empujó a modo de un plano inclinado a los sectores más postergados a postergarse todavía más en el oeste de Santa Fe, hacia el Salado. Queda como mudo testigo en el mapa de la memoria colectiva la línea trazada hasta dónde llegó el agua amarga en la evitable Inundación de 2003, cuando esa Santa Fe del oeste se anegó por completo. Esa división permanece, en términos de infraestructura, de capacidad económica, de indicadores sociales y de violencia que desencadena en inseguridad. Una materia pendiente por resolver desde todos los sectores que componen la comunidad, hacer en términos reales una misma y única ciudad.

Pero en la Santa Fe del Siglo XIX, el de la lucha por el Federalismo y la Autonomía, la ciudad era tan sólo el barrio Sur de hoy, pero algo más también. De la pluma de Pérez Martín se desgrana una descripción: “La jurisdicción municipal era extensa. El núcleo urbano se dividía en seis cuarteles con sus jueces de paz y tenientes alcaldes. La zona rural la formaban los distritos de las Chacras o Chácaras, de las Quintas, Ascochingas, Añapiré, Paso de Santo Tomé, incorporándose después el Pago de Rincón. Casi todo el norte de la ciudad actual era el distrito de Quintas y el Barrio Candioti, entonces La Chacarita, lugar célebre en la historia ciudadana, fue donado a la Municipalidad en 1889 por los herederos de Marcial Candioti y abarcaba hasta la plaza España, cuyo ámbito se reservó para ello respetando la voluntad del anterior propietario el general Pascual Echagüe. En ese mismo año se trata de urbanizar la quinta Clucellas, vasto perímetro cercado de palos y garabatos, refugio de gente indeseable y que constituye hoy la zona de la Plaza Constituyentes”.

Era una ciudad donde los litigios por la propiedad estaban a la orden del día por la falta de un ordenamiento catastral que se iniciaba. Era una Santa Fe que iniciaba hacia el final del siglo su acelerada transformación, pero donde subsistían costumbres de antaño. Así lo reflejaba por ejemplo una ordenanza de 1885 en la que se prohibía remontar barriletes en las calles o en el interior de los patios, por lo que se disponía que los lugares habilitados para el juego de los niños con las cometas se hiciera o en el Bajo del Hospital (la zona hoy del Parque del Sur), El Campito, o la costa del Salado.

Crecimiento de la trama urbana

La ciudad fue extendiéndose a partir del casco fundacional. Lentamente hacia el oeste, y más fuerte hacia el norte/noreste, con el eje articulador que abrió por un lado la Plaza de las Carretas (Plaza España), la estación del ferrocarril Francés (actual Estación de Colectivos) y el bulevar Gálvez. El sur fue, y es todavía, residencia de las familias patricias, puñado de moradores que articularon su accionar entre la política, el Club del Orden, el Colegio Inmaculada, las iglesias Matriz o de la Merced, el Teatro Municipal. Por ello repasar los espacios del sur colonial es recorrer en gran medida la construcción de poder no sólo de la ciudad sino además de la provincia. En la etapa del modernismo, incompleto según Felipe Cervera, se cimentó una articulación del poder político con el poder empresarial de la nueva burguesía comercial nacida del intercambio del puerto y el ferrocarril.

En términos urbanísticos, los proyectos de apertura de bulevares, de grandes parques, de traslado del Poder Político a la Plaza San Martín por parte del Gobernador Luciano Leiva en 1897, mucho de ellos incompletos, fueron la expresión de una sociedad en los estratos altos con ansias de progreso. Sin embargo, ese progreso económico, arquitectónico, comercial, no representó una proceso de construcción de una Santa Fe más igualitaria, más inclusiva, industrial, de apertura a la participación política, cuestión que comenzaría recién de la mano primero del Radicalismo, y que se completaría y consolidaría con el Peronismo de los ’40.

En determinado momento hubo un proyecto desde el municipio que encontró fuertes resistencia, tanta que terminó por impedir su concreción. Con la apertura del bulevar Gálvez se pensó en abrir en Barrio Sur y Centro un bulevar por el medio de las manzanas que iban entre San Martín y San Jerónimo, desde Plaza de Mayo hasta el norte, con un ancho de 25 metros, veredas, cantero central con jardín, donde el Cabildo era la cabecera. Eran tiempos donde los cuatro principales caminos hacia el norte se pensaban conectar con el bulevar transversal, y el ensanche de 9 de Julio y de Mendoza. Esos cuatro caminos eran: Aguirre (Blas Parera) – Nogueras (Peñaloza) – Ascochingas (Aristóbulo del Valle) – Guadalupe (General Paz).

Esa fisonomía del Sur Colonial que cambiaba con el paso de los años está retratada por Pérez Martín al decir que “Por ahí una vieja fotografía nos muestra la inauguración del primer empedrado en las esquinas de calles San Martín y General López. Vendría luego el pavimento de algarrobo, sobre el cual trotaban los caballos de los carruajes y pasaron al galope, en una fecha memorable, los granaderos. El asfalto cambió su fisonomía ciudadana e irradió junto a los edificios nuevos, las reverberaciones del sol. Por aquellas calles de granito o de madera habían corrido los viejos tranvías a caballos con sus bancos a lo largo, sus luces rojas y verdes y su mayoral que despertaba en las mañanas con su toque de corneta. La flor en la oreja, los compases de la Morocha Argentina y las novenas de San Antonio o de Santa Rita, se sintieron un día –año 1914- sacudidas por los tranvías eléctricos. El silencio de la villa tranquila se iba refugiando más allá de Plaza de Mayo, en las huertas y en el Quillá, hasta cuya orilla de pescadores y de muchachos nadadores, llegaba con aires de clarín la desafinada trompa de un milico del guardia de Cárceles”.

Pero en la Santa Fe del Siglo XIX, el de la lucha por el Federalismo y la Autonomía, la ciudad era tan sólo el barrio Sur de hoy, pero algo más también. De la pluma de Pérez Martín se desgrana una descripción: “La jurisdicción municipal era extensa. El núcleo urbano se dividía en seis cuarteles con sus jueces de paz y tenientes alcaldes. La zona rural la formaban los distritos de las Chacras o Chácaras, de las Quintas, Ascochingas, Añapiré, Paso de Santo Tomé, incorporándose después el Pago de Rincón. Casi todo el norte de la ciudad actual era el distrito de Quintas y el Barrio Candioti, entonces La Chacarita, lugar célebre en la historia ciudadana, fue donado a la Municipalidad en 1889 por los herederos de Marcial Candioti y abarcaba hasta la plaza España, cuyo ámbito se reservó para ello respetando la voluntad del anterior propietario el general Pascual Echagüe. En ese mismo año se trata de urbanizar la quinta Clucellas, vasto perímetro cercado de palos y garabatos, refugio de gente indeseable y que constituye hoy la zona de la Plaza Constituyentes”.

Era una ciudad donde los litigios por la propiedad estaban a la orden del día por la falta de un ordenamiento catastral que se iniciaba. Era una Santa Fe que iniciaba hacia el final del siglo su acelerada transformación, pero donde subsistían costumbres de antaño. Así lo reflejaba por ejemplo una ordenanza de 1885 en la que se prohibía remontar barriletes en las calles o en el interior de los patios, por lo que se disponía que los lugares habilitados para el juego de los niños con las cometas se hiciera o en el Bajo del Hospital (la zona hoy del Parque del Sur), El Campito, o la costa del Salado.

Bar, confitería, casa de Hermenegildo Zuviría, más conocido por su atuendo blanco de pastelero como «Merengo». Creador del clásico alfajor santafesino de tapas de galletas, dulce de leche y baño de azucar. Sencillo y sabroso, dulce regalo y recuerdo que ya los congresales constituyentes de 1853 se llevaron de Santa Fe al regresar a sus provincias. Ubicada en la esquina suroeste de 3 de Febrero y San Jerónimo, en los pisos superiores de la fonda de Merengo, se alojaron Juan María Gutiérrez y José Benjamín Gorostiaga, diputados por Entre Ríos y Santiago del Estero respectivamente.

Foto: (Banco de Imágenes «Florián Paucke»)

Por su parte, Felipe Cervera menciona que entre 1901 y 1923 la ciudad creció en 60.000 habitantes, ya que paso de 26.637 en 1901 a 92.485 en 1923. Luego, hasta 1930, llegaron otros 24.500 pobladores. Este aumento demográfico, vía inmigración o migración interna, acarreó notables asimetrías y un crecimiento en la construcción y extensión de los barrios, con la proliferación también de los “conventillos”. No obstante, el sur colonial, continuó como el reducto de las familias tradicionales, del poder político y eclesiástico. El poder económico comenzó un desarrollo propio en otros puntos de la ciudad, al norte de calle Juan de Garay.

Algunos datos pueden ilustrar sobre esa Santa Fe del 1900 donde la ciudad era el Barrio Sur Colonial, y una serie de caseríos en rededor. Felipe Cervera se pregunta retóricamente y describe: “¿Sentir las oscuras calles, mortecinamente alumbradas con faroles a querosén? ¿Registrar una calle San Martín, pavimentada con algo tan extraño como los adoquines de algarrobo? ¿Reconocer un municipio donde en 1901, primer año del nuevo siglo, fallecen 852 personas y de ellas la mitad (426) son niños mejores de 6 años? ¿Una ciudad que tenía apenas 145 manzanas en su núcleo urbano y donde, de los 426 niños fallecidos en el municipio, 220 morían en esas cuadras, lo que significa que, en promedio, anualmente fallecía indefectiblemente más de un niño menor de 6 años por manzana?”. Más allá de los atrasos sanitarios y de desigualdades sociales que estas cifras desnudan, Cervera además describe un escenario urbano donde se evidencia los anclajes de una sociedad anquilosada una parte en la pertenencia a no más de 40 familias tradicionales, y la otra a los nuevos ricos comerciantes y empresarios. Ese retrato incluye que sólo una de cada tres personas tenía expectativa de superar los 30 años de edad (cifras que en las clases altas eran de mayor longevidad); que 1915 se reiteraba la prohibición establecida en 1885 de cabalgar al galope entre las avenidas; que 1905 se decide erradicar los tambos que existían sobre calle San Martín hasta calle Suipacha; que en 1907 un cuarto de la población era inmigrante pero dueña de casi la mitad de la riqueza; que hasta 1915 tuvo tranvías tirados por caballos; que en 1907 tenía casi la mitad de los niños sin asistir a la escuela; que iniciado el Siglo XX recién pudo tener colegios públicos laicos gratuitos de Enseñanza Media con la Escuela Normal, el Colegio Nacional y la Escuela Industrial (entre 1905 y 1909), a diferencia del único colegio privado pago existente, de la congregación jesuita (Colegio Inmaculada).

Felipe Cervera caracteriza esa sociedad patriarcal y tradicional: “Se trataba entonces, de una sociedad que en el inicio del Siglo XX giraba en torno al entramado social de no más de 20 familias cuya riqueza, prestigio simbólico, y propiedad de la tierra, los tornaba parte de un círculo cerrado al que, para quienes no portaban antigüedad <patricia> sólo se accedía por invitación. Y por este mecanismo de cooptación, de <invitación>, el  círculo se abría para quienes triunfaban económica o profesionalmente”. Ese “ingreso” estaba dado por la puerta que abría el Club del Orden, donde la mayoría de los concejales, intendentes, ministros, diputados, senadores o gobernadores, formaron parte de este cónclave que hoy tiene su sede precisamente en barrio sur. Frente a estas estructuras de poder, la burguesía comercial fue integrándose, vía su poder económico y por intermedio de casamientos entre hijos e hijas de ambas ramas, principalmente hijos de empresarios con hijas de familias tradicionales.

Así, los cargos ejecutivos quedaban bajo designio y con acceso a miembros del patriciado (gobernador – intendente) y los cargos legislativos (concejales – diputados) eran escaños donde los empresarios comenzaban su accionar político en función de sus intereses. Todo ello con la venia de otro actor de poder en la ciudad y la provincia: la iglesia católica. Una muestra de esta sociedad previa a la aplicación de la Ley Sáenz Peña del sufragio universal queda evidente ante la elección del concejo municipal donde se aplicaba el “voto calificado” de sólo los ciudadanos con “pertenencia” al círculo de poder político, profesional, económico de la ciudad. En esa oportunidad, de 65.000 habitantes pudieron votar solamente 1.750 que estaban incluidos en el padrón respectivo. Vale decir que por el contrario, con el imperio de la ley del voto secreto y obligatorio, fue en Santa Fe con la llegada a la gobernación de Manuel Menchaca que el radicalismo lograba ganar la elección, antes del ascenso de Irigoyen a la presidencia. Es decir, una sociedad larvada de contradicciones y desigualdades que pugnaba, en distintos ámbitos, especialmente el de las ideas y la educación, con abrirse paso hacia los nuevos tiempos, por intermedio de la Unión Cívica Radical, la masonería, el Libre Pensamiento.

El mismo Cervera puntualiza que “A la par de los dirigentes conservadores devenidos modernistas fermentaba un numeroso grupo de jóvenes –que hacia 1905 promediaban los 30 años-, al lado de unos pocos mayores donde sobresalía la figura señera de Domingo Silva, entonces un <viejo> de 45 años. En esa lista, muchos de ellos ligados a la educación, aparecen Manuel Menchaca, Francisco Menchaca, Juan Pablo Beleno, Enrique Muzzio, Raúl Villarroel, Zenón y Amadeo Ramírez, Eudocio Giménez, Alejandro y Alcides Greca, Horacio Rodríguez, Salvador Damiani, Virginio Colmegna, Alfredo Bello, Manuel Frutos, Salvador Vigo, Tomás Furno (h), Julio Busaniche, José V. Parpal, Luis Bonaparte. Este agrupamiento se movilizaba en torno a los principios de democracia, libertad de pensamiento, educación media pública y laica, creación de un nuevo orden político. Radicales, libre pensadores, anticlericales, masones; todos enfrentados al viejo orden del Autonomismo”.

Como puede visualizarse, la modernidad, tardía e incompleta de Santa Fe intentaba materializarse pese a las diferencias en la vida cotidiana, en la organización de las estructuras de poder, en el espacio público, en la producción y consumo de bienes culturales, en el trabajo, la educación, la salud. En cada uno de estos aspectos también se puede abrevar en las condiciones que forjaron el desarrollo del núcleo urbano, más allá de los límites del barrio fundacional, el casco histórico que subyace bajo capas de concreto asfáltico en las calles del sur santafesino.

En términos de una demarcación territorial de estas dos posturas ideológicas y de objetivos de utilización del poder se puede tomar a calle Juan de Garay como el límite urbano de ocupación del espacio por parte de ambas vertientes. Hacia el sur del Teatro Municipal las tradicionales familias del patriciado santafesino relacionadas algunas a la tenencia de la tierra y la mayoría a la historia por la lucha de la Autonomía Provincial. Hacia el norte de calle Juan de Garay la burguesía comercial, portuaria, financiera, inmobiliaria compuesta mayoritariamente por inmigrantes o sus descendientes. Lejos de entrar en franca confrontación ambas facciones tejieron una serie de acuerdos tácitos en función de sus propios intereses. Unos para conservar su estatus social y condiciones de privilegio y reconocimiento, los otros para incrementar sus ganancias y hacer crecer sus negocios. Fuera de estas dos posiciones quedaba una amplia y mayoritaria franja de santafesinos (argentinos e inmigrantes) que solo mediante su fuerza de trabajo y prestación de servicios para el modelo comercial portuario imperante lograron mejores o peores condiciones de vida según los vaivenes de la economía regional y nacional

Vista de la calle General López, antes de ser ensanchada y de la demolición de la imponente Casa de Simón de Iriondo, lindante con la Catedral. Nótese las vías del tranvía a eléctrico, rieles que previamente habían sido utilizados por los tranvías a caballo.
Foto: (Banco de Imágenes «Florián Paucke»)

Alumnos Vista de la calle General López, antes de ser ensanchada y de la demolición de la imponente Casa de Simón de Iriondo, lindante con la Catedral. Nótese las vías del tranvía a eléctrico, rieles que previamente habían sido utilizados por los tranvías a caballo.
Foto: (Banco de Imágenes «Florián Paucke»)

Un paseo por las calles del recuerdo

Recorrer el barrio sur con los ojos del pasado tiñe de recuerdos la mirada. Ese caminar sin rumbo, y sin tiempo específico, lleva a ver como en un gran fresco intangible, pero “perenne en la memoria” parafraseando a José Rafael López Rosas, aceras, lugares, casas, comercios, bares, esquinas que ya no son las mismas, edificios que ya no están. Alguna fotografía de antaño ayuda a reavivar en la retina esas imágenes de una Santa Fe del 1800 con calles de tierra, aceras inexistentes, casas bajas, de techos altos, zaguán y aljibe en el patio.

En tiempos donde Santa Fe fue Cuna de la Constitución Lina Beck Bernard pudo ver desde la terraza de una de esas casas, ubicada frente a la plaza en la esquina de San Jerónimo y General López (en ese entonces no estaba el Palacio de Justicia) aquella ciudad. Relató en sus escritos bajo el título “Cinco años en la Confederación Argentina” que las moradas estaban organizadas al estilo oriental, con costumbres de Andalucía. Que la casa santafesina “…tiene pocas aberturas al exterior y más puertas que ventanas. La entrada principal o zaguán conduce al primer patio, a cuyo alrededor se abren las puertas y ventanas de nuestras habitaciones. Un hermoso parral, formado de cuatro cepas, una de las cuales tiene el grueso de un árbol mediano, da sombra muy grata sobre las baldosas rojas del patio. Encima de la puerta de entrada, hay, como en muchas casas de oriente, una pieza única llamada ‘altillo’, con un balcón a la calle llamado ‘mirador’. Desde el mirador la vista es en extremo atrayente”. En otro tramo Lina decía “Las calles rectas dejan ver a trechos, los naranjales, limoneros y durazneros de las huertas. Hermosas palmeras agitan sus elegantes penachos por encima de los naranjos”.

En ese caminar por la memoria las huellas llevan a la casa/fonda de Hermenegildo Zubiría, en la esquina suroeste de 3 de Febrero y San Jerónimo. Allí, en lo de “Merengo”, como lo apodaron por sus pasteles, no sólo nació la tradición del humilde alfajor santafesino, sino que en la precariedad de una pobre ciudad como Santa Fe, congresales constitucionales se hospedaron en las piezas de arriba de la fonda de Merengo. Eran esos diputados Juan María Gutiérrez y Benjamín Gorostiaga.

En la esquina opuesta de la plaza, es decir la ochava noroeste de San Martín y General López (en ese entonces calle Comercio y 23 de Diciembre) estuvo la “Confitería La Merced”, propiedad de Domingo Cullen y Filadelfio Echagüe. El edificio original era de típica construcción colonial, con paredes de barro anchas, y tenía forma de “L”, donde sobre calle San Martín se ubicaban algunas mesas de billar y sobre General López el mostrador de despacho de bebidas. Adentrado el Siglo XX, en ese mismo edificio funcionó allá por la década del ’30 estaba la “Confitería del Plata”, de Plácido López. Luego, hacia 1940 ese antiguo solar fue demolido para construir el actual edificio, donde funcionó por muchos años la referida confitería, que según recuerda Eduardo Bernardi  se tomaban unos lisos con unos sándwiches especiales de “pan máuser, manteca, queso, mortadela o jamón crudo”.

Las calles antes se denominaban por los edificios o la actividad principal que la marcaba. En otros casos, tenían nombres relacionados a fechas de batallas o patrias, o a santos. Por ejemplo, Pascualina Di Biasio en el fascículo tres de la serie sobre “El Camino de la Constitución”, refiere sobre la Avenida General López que “La denominación de la actual avenida se remonta a 1886, año del centenario del nacimiento del caudillo, momento en que las calles toman nombres propios con significación absoluta, como un homenaje a su personalidad. Esta designación reemplazó a la de ‘23 de Diciembre de 1851’, que aludía a la ruptura de Santa Fe con el gobierno de Rosas…”.

Las calles fueron pavimentándose con adoquines, primero de madera de algarrobo en calle San Martín, o de granito, en rededor de la Plaza de Mayo, y así, por calle San Jerónimo. Calles que permanecen angostas, tal como fuera el diseño español para los poblados de sus colonias (anchas en climas fríos y angostas en climas cálidos). Arterias que tuvieron en su comienzo una mezcla de arena y tierra, lo que las volvía intransitable, incluso para los carros, los días de lluvia.

Palacio de Policía y su famosa Jirafa demolida en la Manzana del Cabildo para construir la actual Casa de Gobierno
Foto: (Banco de Imágenes «Florián Paucke»)

Los nuevos tiempos de viejos recuerdos

Espacio de la historia, el Barrio Sur Colonial fue perdiendo su fisonomía. Los nuevos edificios, el asfalto sobre los adoquines y los rieles de los tranvías, conformaron el perfil de ciudad a la moderna. Edificio de departamentos, espacio de organismos del Estado, la política, las instituciones, pese a ello, el Barrio Sur Colonial conserva entre los intersticios de las grandes construcciones la Santa Fe antigua. Esa pampa indómita que se volvía costa de arroyo y asoma entre adoquines con el reverdecer del pasto entre las hendijas.

Barrio Sur Colonial es el hogar de la historia, y es el lugar de la ciudad donde el ejercicio de la imaginación mirando hacia el pasado puede llevar a ver lugares, personajes, recuerdos santafesinos. Así, podríamos ver en una esquina de la Plaza de Mayo el boliche de Merengo, boliche que nunca tuvo más de diez botellas en sus estanterías. Lugar donde truco, vino, empanadas y alfajores para los congresales de 1853 marcaron una postal provinciana.

Barrio Sur del 900´, con guapos como Machado, aquel que murió en un duelo en el almacén de Don Goyo, o «el almacén de la curva» como se lo llamaba. Barriada donde una vez en lo de Merengo lo velaron a Pancho, «El Loco», que estaba dormido por la borrachera. Sur Colonial donde había tranvías a caballo y coches placeros para lujo de la clase pudiente santafesina.

Ver los sauzales que estaban en la margen del arroyo Quillá y el riacho San Francisco, atrás del convento. Pisar la arena de playas naturales que hacían de límite entre la ciudad y la isla, y por la costa, silgar recuerdos hasta llegar al Campito, donde estaban algunos ranchitos de pescadores y de estibadores del viejo puerto. Y allí, tan cerca del poder económico y político, de la cruz de la fe y del patriciado aristocrático, ver a las lavanderas que desnudaban en el color de su piel la esclavitud de sus antepasados. Y un poco más allá, en la bajada de calle 3 de Febrero, los cocheros de la plaza que bañaban los caballos en la orilla mientras lanchones y barcazas entraban y salían.

Y en los carnavales, los de fines del siglo XIX y el comienzo del XX, ver al negro Arigóz, con su comparsa de los “Negros Santafesinos”, ir por calle San Martín hacia el norte y volver por San Jerónimo hasta la plaza. Y la cúpula de “La Chinesca”, la casa de Mariano Cabal, señorial, intrigante, de la política y la cultura, levantada en 25 de Mayo y Buenos Aires (hoy Monseñor Zazpe) en 1867 y demolida en 1945.

La «Chinesca» de Jonás Larguía (1867)

Es una obra muy temprana del arquitecto Jonás Larguía y realizada en coincidencia con las preceptivas del movimiento arquitectónico vinculado con el romanticismo pintoresquista. Fue mandado construir por su propietario, el ex gobernador de la provincia don Mariano Cabal, y estaba ubicada «en el predio sur oeste de la esquina de 25 de Mayo y Buenos Aires».

La Chinesca no sólo llamó la atención a los santafesinos sino que motivó la descripción de numerosos viajeros y le valió los elogios de Gabriel Carrasco al citarla en su conocido censo. Y, por supuesto, fue imagen fotografiada en las postales de su tiempo. Por fuera de todo lo circunstancial y atípico que pueda parecer esta obra, es un ejemplo característico (quizá único) de la arquitectura pintoresquista en Santa Fe.

Es de suponer que J. Larguía quiso dotar a la Chinesca (nombre que deviene de una utilización popular) de una cierta extravagancia o exotismo, asimilada en paralelo a los gustos académicos imperantes; algo así como la otra cara del clasicismo; es decir, la vertiente romanticista que en arquitectura toma diferentes caminos y tendencias. Del mismo modo que lo neogótico refleja una reacción anticlásica, el pintoresquismo en sus búsquedas regionales, populares o simplemente exóticas, trazó a su modo el rechazo a la preceptiva académica. Por muchos años la «Chinesca de Cabal» construyó un imaginario que aún muchos recuerdan a pesar de haber sido demolida en el año 1945.

Arq. Carlos María Reinante – (El Litoral 22/10/2004) | Foto: (Banco de Imágenes «Florián Paucke»)

Hoy queda poco de aquel viejo Barrio Sur, tan sólo la casa de los Aldao, la de los Diez de Andinos, o la Casa del Brigadier y la Catedral Vieja, el Convento de San Francisco, edificios que recuerdan los años que se fueron. Barrio Sur Colonial que transitan todos los días los santafesinos, y que mucho antes reconoció el tranquear lento en calles de arena del Brigadier López sobre su bayo cabos negros para hacer invencible a la provincia de Santa Fe con sus Blandengues. Hoy ya no está el viejo Cabildo donde se sancionó y juró la Constitución Federal que inició el camino de la construcción final de la Nación. Pero la historia de los santafesinos no está únicamente en los edificios antiguos, o en los documentos, o en los libros, o en las viejas fotos. La historia está viva en la identidad santafesina y aflora en cada esquina del Barrio Sur Colonial para proyectarla hacia los nuevos tiempos por venir.

Tranvia eléctrico por General López y San Jerónimo, con la hoy avenida en ese momento angosta y el viejo edificio de la Universidad de Santa Fe, lugar que hoy ocupa el edificio de Tribunales.
Foto: (Banco de Imágenes «Florián Paucke»)

De la Vieja Aduana a la Legislatura

       El límite oeste de la ciudad colonial, y también adentrado el Siglo XIX fue la Aduana y Cuartel de la ciudad, que se ubicaba en lo que hoy es General López, entre Urquiza y 4 de Enero, en la misma manzana que ocupa actualmente la Legislatura Provincial. En esa aduana se acantonaban las fuerzas de la ciudad, y los vecinos, para repeler a veces las incursiones de los indios alzados, pero en especial, de las invasiones porteñas de Viamonte y Díaz Vélez, ambas luego de la Revolución de Mayo.

Aduana Vieja en 4 de Enero y General López

En el sitio Web del Senado Provincial Martín de la Peña describe que en el terreno “…antiguamente se encontraba la Vieja Aduana, que era la oficina colectora de los impuestos a las cargas que transportaban los barcos procedentes del Paraguay, Montevideo, Buenos Aires y Corrientes. El edificio fue construido con muros de adobe endurecido y tenía una azotea cuadrada, el techo era de tejas, las ventanas exteriores estaban protegidas por rejas de hierro, su aire severo lo hacía parecer una fortaleza rodeada de brazos de hierro forjado de los cuales pendían faroles de kerosene”. Según de la Peña “Originalmente la construcción era propiedad de Don Prudencio María Gastañuduy -Teniente Gobernador de Santa Fe durante los sucesos de Mayo-, quien en 1793 la había vendido al Gobierno para instalar la Tesorería, la Aduana y la Administración. La Aduana, con el paso de los años se fue transformando en Sede del Gobierno, en cuartel, prisión e imprenta del Estado. A los prisioneros se los amarraba a las rejas de las ventanas y se les daban azotes y latigazos”. (http://www.senadosantafe.gov.ar/default-2.asp?t=historia)

En esa Aduana, que hacía las veces de cárcel con sus calabozos, estuvo prisionero durante poco más de cuatro años el General José María Paz, Jefe Supremo de los Ejércitos Unitarios, que se cernían sobre Santa Fe y sus pretensiones de autonomía frente al centralismo porteño. En mayo de 1831, uno de los gauchos del Brigadier López, Francisco Zevallos, dio un certero tiro de sus boleadoras “bagualeras”, allá por la zona de El Tío (Córdoba) desde donde Paz se había movilizado con su ejército para avanzar sobre Santa Fe. Mediante un ardid, una de las patrullas santafesinas logra confundirlo y bolea el famoso caballo de Paz, tomando prisionero al general.

En esa reclusión, que más allá de la prisión le salvó la vida dado que Rosas, “El Restaurador”, le solicitaba a López que entregara al cordobés para ajusticiarlo, Paz contrajo matrimonio en 1835 con su sobrina, Margarita Esther Waild, muchos años menor que él y con la cual concibieron un hijo durante su permanencia en Santa Fe. Finalmente, debilitado políticamente frente a Rosas, y ya con la seguridad de que no iba a ser asesinado, el Brigadier entregó al caudillo bonaerense al “manco” Paz, un 6 de septiembre de 1835, cuando el general cordobés marchó hacia Buenos Aires casado con la hija de su hermana.

La Legislatura Provincial

            En el referido sitio de Internet oficial del Senado, la Arquitecta Adriana Collado, Profesora Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad Nacional del Litoral, expone que “A fines del Siglo XIX, el edificio de la Aduana estaba muy deteriorado y el Gobierno decretó su demolición. Concluye de esta manera toda una etapa llena de sucesos notables que forman parte de la historia de la Provincia. En su lugar se levantó la Plaza Coronel Pringles, espacio en el que luego se determinaría construir el Palacio Legislativo”.

A continuación Collado detalla: “En 1909 se sanciona la Ley Nº 1548 que disponía la construcción del edificio en la referida plaza (…) En septiembre de 1910, el Ministerio de Hacienda y Obras Públicas dicta la resolución que aprobaba el convenio celebrado entre el Presidente del Departamento de Ingenieros y el Arquitecto Roberto Tiphaine para la confección de los planos del edificio. A la licitación de la obra se presentaron tres propuestas, resultando aprobada, por ser la más conveniente, la del Señor Juan Beltrame”. Asimismo, la docente de la UNL puntualiza que “El Concejo Deliberante Municipal dicta la Ordenanza Nº 1184 el 20 de octubre de 1911, por la cual entregaba al Superior Gobierno de la Provincia el terreno de la Plaza Pringles, necesario para la construcción del Palacio Legislativo. Al comunicar el Intendente M. Rosas esta resolución, recomienda a los encargados de la construcción el mayor cuidado en la conservación de las plantas y demás adornos de la plaza”.

Desde el punto de vista arquitectónico, describe Adriana Collado que “El edificio, de planteo simétrico, se organiza a partir de un cuerpo central que pivota en torno al gran hall de ingreso con los recintos de ambas Cámaras a cada uno de sus lados; del cuerpo principal se desprenden dos alas laterales con oficinas a un sólo frente. Los ámbitos de mayor relevancia son los dos recintos de sesiones con un rico tratamiento ornamental y materiales nobles, así como el vitreaux emplazado en el hall”. Luego, en 1973 se construyeron oficinas en una planta alta “…sobre las alas laterales y un tercer nivel sobre el cuerpo central que modificó sustancialmente el perfil de la volumetría”. Hubo otras acciones como el relleno de la plaza bajo nivel, y su más cercana transformación en playa de estacionamiento para los diputados, senadores y empleados legislativos. (http://www.senadosantafe.gov.ar/default-2.asp?t=historia)

Legislatura AYER
Legislatura HOY

 

 

Belgrano en Santa Fe

La expedición encabezada por Manuel Belgrano llegó a Santa Fe un 1° de octubre de 1810. Era una noche lluviosa, y luego de vadear el Salado por el Paso de Santo Tomé, entraba al poblado por la zona de calle General López, frente al viejo edificio de la aduana que se ubicaba en donde hoy está la Legislatura.

            Belgrano tomó calle Real, o de Santo Domingo, que hoy se llama 9 de Julio, y enfiló entre algunas vivas y aclamaciones hacia el convento de Santo Domingo, en la esquina de 3 de Febrero. El entonces gobernador de la ciudad, Manuel Ruiz, dispuso que los pregoneros anunciaran la visita de Belgrano y su expedición al Paraguay, y que las calles se iluminaran por tres días.

Según Pérez Martín, en ese momento, “La ciudad apenas llegaba por el límite norte más allá de la actual calle Salta. Si se observa un plano de la época, se ve que al levante las calles terminaban en bajadas que llevaban al rio y al terreno ya conocido entonces por El Campito. La Capilla de San Antonio (hoy el Colegio Nacional) y su barrio eran extramuros y al Poniente, el límite era la actual calle 4 de enero, que conocían con el nombre de la calle de la ronda. Adobe, tejas y paja constituían el material de sus casas: edificios que pudieran llamarse tales, sólo lo eran sus Conventos e Iglesias y la Aduana. El Cabildo era entonces una pobrísima construcción, tan inadecuada que muchas veces los altivos y ceremoniosos señores del Ayuntamiento, se reunían en las salas del Colegio de los expulsos Jesuitas, ocupado por los frailes mercedarios”.

Ese poblado del litoral, humilde y precario, aunque preciado por los porteños por su ubicación estratégica, según el escritor “…estaba llena de quintas frondosas y en las moradas familiares, anchos patios poblados de enredaderas, jazmines y otras flores, llevaban a las huertas de frutales, generalmente naranjas y duraznos. El agua se traía del río, salvo en las casas donde había aljibes, algunos de ellos recordados en las crónicas por su linfa cristalina y fresca. Las mujeres de todas las condiciones, devotas y hacendosas, rivalizaban en la factura de panes, tortas, fritos, dulces, rosquillas, alfajores y licores, que alcanzaron fama en muchos lugares. Había pulperías, reñideros de gallos, canchas de bolos, pistas de andarivel (cuadreras), billar y también comentarios lugareños sobre política y vecinos en las tardes a la sombra de los árboles y al amparo de los yuyos que llenaban la Plaza Independencia (hoy Plaza de Mayo)”.

Por su parte, el creador de la bandera enviaba una misiva a la Primera Junta donde mencionaba que se había alojado en el Convento de Santo Domingo “…para no causar gastos a ningún particular”. Ese convento estaba en el mismo lugar de hoy, pero el templo era más pequeño, con una sola nave. Se edificaba ya el nuevo edificio, pero la iglesia donde se alojó Belgrano “Tenía en la fachada un frontis sobre el cual se había colocado el campanario y sus paredes eran blancas, rodeado al templo corredores de techos de tejas españolas y pilares de madera labrada del Paraguay. El Convento abarcaba casi toda la cuadra, con varios huecos o baldíos, cercado por un tapial por el cual asomaban naranjos, limoneros y enredaderas silvestres. Las celdas (habitaciones)  eran humildes y el clásico aljibe dominicano daba su agua fresca en las ardientes tardes del verano”. En el espacio que hoy ocupa el presbiterio de estaba el cementerio donde fueron sepultados Francisco Candioti (el “Príncipe de los Gauchos”), Gregoria Pérez de Denis, el general cordobés Bustos, y hasta Domingo Cullen, santafesino fusilado por Rosas en 1840. Según la tradición Manuel Belgrano ocupó una habitación que daba sobre calle 3 de Febrero, aunque al parecer también se alojó unos días en el antiguo Colegio de los Jesuitas.

Los santafesinos colaboraron con esa expedición, especialmente Francisco Candioti con caballada y ganado. Además, se sumaron los blandegues santafesinos, milicia entre los que estaba un joven de 24 años llamado Estanislao López. Y Belgrano, antes de partir de Santa Fe, recorrió las cuatro escuelas existentes entonces, tres pertenecientes a las congregaciones de la ciudad. Al verificar la poca asistencia de niños a los establecimientos llamó la atención de los padres de familia, y solicitó a Buenos Aires el envío de instrumentos musicales para ser destinados en la integración de los indios mediante la música. Asimismo, Belgrano orientó que se rematara un terreno abandonado del Convento de la Merced, lugar donde existía un cementerio, y que correspondía a la esquina de General López y 9 de Julio. Ese espacio lo compró el médico Manuel Rodríguez, que entregado el espacio a su hija permitió que su yerno Estanislao López construyera la morada que hoy se conserva en la misma esquina.

 

 

Casonas coloniales

            Si bien la piqueta, y la falta de conservación, dio cuenta de la mayoría de las construcciones coloniales de la ciudad, hay dos casas que se conservan de aquella época del traslado de la ciudad. Pese a la vigencia de cosmovisiones e ideologías de ocultamiento del pasado hispano, que tuvo su expresión en la destrucción de varias casas en la ciudad entre fines del Siglo XIX y comienzos del XX, hay dos moradas de antaño que permanecen en pie.

            Una de ellas es la Casa de los Diez de Andino, en la esquina de 3 de Febrero y San Martín. En el fascículo “El sur y las primeras reformas” publicado por la Municipalidad de Santa Fe sobre “El Camino de la Constitución”, Liliana Montenegro de Arévalo detalla que sobre la casa que “A pesar de las transformaciones sufridas, los ocho cuartos que se conservan permiten tener una idea aproximada de su conformación original”. La historia de la casa comienza en 1662, cuando Francisco de Oliver Altamirano hace levantar unas habitaciones orientadas con dirección este-oeste. “En 1686 –continúa el mencionado escrito– la adquiere don Juan de los Ríos Gutiérrez, quien le modifica la estructura lineal, que adquiere forma de U. En 1742, la compra don Bartolomé Diez de Andino, comerciante y hacendado. Por su testamento (1763), es posible conocer las modificaciones introducidas: ‘Ocho cuartos de alquiler sobre la calle y ocho adentro que sirven de sala y aposentos, recámaras y oficinas, todo en sitio cercado’ que separan los patios del exterior”.

            Según el trabajo “Inventario del Patrimonio Histórico Arquitectónico Santafesino” la casa “…responde a las características reconocibles en la arquitectura colonial de la región; los sólidos muros de tapia encalados, las estructura de madera a la vista, las galerías bajas sostenidas por pies derechos y zapatas, todo resuelto con gran simpleza y sobriedad constructiva y con un alto grado de pragmatismo. La obra posee un enorme valor patrimonial por constituir uno de los pocos ejemplos de arquitectura doméstica colonial que se conservan en el país”.

            Luego de 1767 la propiedad es heredada por su hijo Manuel Ignacio Diez de Andino, quien escribiera el diario que lleva su nombre y que fuera escrito como una crónica de Santa Fe entre 1815 y 1822. Las sucesiones de herederos desmembraron la casa con modificaciones que llevaron a que cerca de 1870 se demoliera lo edificado en la esquina para levantar un edificio de dos plantas a contramano de la casa colonial. Mucho tiempo después, el gobernador Dr. Manuel María de Iriondo el sector fue expropiado para destinarlo al Parque General Belgrano. Ello salvó la casa colonial, porque pese a que se planeaba su demolición la intervención del Dr. Juan Maciel logró que en vez de su destrucción se realizara su puesta en valor. Fue en 1940 cuando se demolió el edificio de dos plantas, y se modificó el ingreso por calle San Martín a la casa, que originalmente se daba por 3 de Febrero.

            Termina el fascículo su relato sobre la casa colonial devenida en museo al decir que “Durante los años 1979-1981, por iniciativa de su director el Dr. Leo W. Hillar Puxeddú, la casa fue puesta en valor…” y luego concluye que “En 1989, se inaugura el edificio anexo al museo donde funcionan Reserva Técnica, Administración, Sala de Actos, Biblioteca y Fototeca”.

La casa de los Diez de Andino alberga desde el 30 de abril de 1943 el Museo Histórico Provincial “Brigadier Estanislao López”, y desde el año 2000 es monumento histórico nacional. En sus ocho salas se puede visualizar objetos vinculados con la constitución y otros elementos que dan cuenta de la etapa de la organización constitucional y la transición hacia la argentina moderna, de la cual Santa Fe fue pilar fundamental. Se exhibe por ejemplo el retrato al óleo de Justo José de Urquiza pintado por Sor Josefa Díaz y Clucellas. Hoy la casa es un vestigio del pasado colonial que puede recorrerse en sus galerías, en sus cuartos que atesoran los recuerdos de la historia de los santafesinos.

La otra casa colonial de la ciudad, y de Barrio Sur, está en Monseñor Zazpe, entre 9 de Julio y 1° de Mayo. Se trata de la Casa de los Aldao, y corresponde a la misma época del período hispánico en Santa Fe. En el citado “Inventario del Patrimonio Histórico Arquitectónico Santafesino” se menciona que “El origen de la casa puede ubicarse en los inicios del siglo XVIII, cuando Antonio Márquez Montiel comienza a levantar su vivienda en terreno de su propiedad; la misma se puede suponer concluida en 1711 por una inscripción en el dintel de la puerta del balcón en la que puede leerse ‘Año – Jesús María Joseph – 1711’”. Luego la propiedad pasó por distintos herederos, más algunas construcciones paralelas en el amplio predio original que encerraron la casona en el centro de la manzana. A partir de 1930 la casa fue ocupada por Josefa Aldao, postrera descendiente de la familia Lacoizqueta que la heredó a fines del siglo XVIII.

          Para 1942 la propiedad fue declarada Monumento Histórico Nacional, por lo que a partir de allí se eliminaron las construcciones del 1800 que ocultaban la fachada colonial, para quedar tal cual puede visualizarse hoy. Después, en 1972, la casa fue expropiada por el Estado Nacional y cedida a la Junta de Estudios Históricos, donde funciona actualmente. En el trabajo realizado por la Facultad de Arquitectura de la UNL se puntualiza sobre la casa: “Con respecto al planteo arquitectónico, cabe decir que se conserva sólo una parte de lo que fue la primitiva casa, consistente en dos habitaciones de planta baja y una de altos formando un bloque compacto carente de galerías (…) Los muros son de tapia, encalados, y la cubierta (techo) es de tejas sobre estructura de madera. Resulta de particular interés el cielorraso del cuarto de planta baja, resuelto con una especie de bovedilla sobre tirantes de madera, revocadas y talladas con figuras fitomórficas en relieve. En el exterior, dentro de la sobria austeridad del conjunto, puede destacarse el balcón apoyado sobre ménsulas y que soporta, con pies derechos y zapatas de madera, la saliente del tejado que lo cubre”.

            Con todo, ambas casas, la de los Diez de Andino, y la de Los Aldao, vienen a dar cuenta del pasado colonial de Santa Fe, una historia en sus muros, puertas y ventanas, con más de 300 años.

 

 

El Club del Orden

            Fundado en 1853, se ubica como el club vigente más antiguo del interior del país, tuvo su origen como un “club social” para extender los debates y encuentros de los diputados constitucionalistas que dictaron la Carta Magna. La tradicional entidad menciona en su sitio Web que “El 27 de febrero de 1853 un grupo de vecinos de nuestra ciudad, junto a los diputados constituyentes que estaban redactando la Constitución, se reúnen bajo la iniciativa de Don José Ma. Cullen, quien dos meses antes había integrado, en Buenos Aires, la comisión fundadora del Club del Progreso -1º club social del pais-, dejando así establecido y fundado el CLUB DEL ORDEN, ‘…es el Club un ensayo práctico del principio de asociación entre los miembros de una sociedad que comienza a disfrutar los beneficios de la quietud y de la seguridad individual…’”.

            En sus primeros años se colocaba diariamente en la puerta del Club, en su primitiva sede de calle General López, una pizarra con la entrada y salida de barcos y cotización de productos, lo que lo vincula como antecedente de la Bolsa de Comercio, entidad que surgiera como el brazo comercial mientras el Club del Orden articulaba el brazo político y patricio de encumbradas familias de la ciudad y la región. Al respecto, los mismos integrantes explicitan que “Entre nuestros socios contamos con: Colonizadores, Comandantes de Frontera, Gobernadores, Intendentes, Ministros, Jueces, Legisladores. Muchos de ellos fueron, a su vez, presidentes de nuestro Club”. (www.clubdelorden.org.ar)

Al respecto es dable encuadrar la acción que el Club del Orden desarrolló hasta bien adentrado el siglo XX, hasta la llegada del peronismo como ámbito de militancia y participación de otras clases sociales incorporadas a la vida política. En tal sentido, la sociedad santafesina estaba anquilosada desde mediados del siglo XIX con un poder concentrado ejercido por cerca de veinte familias, desde su patriciado y posición de jerarquía. Así, el Club del Orden fue para los hombres el ámbito de construcción, sostenimiento y legitimación de ese poder, en tanto que para sus mujeres estaba la Sociedad de Beneficencia como espacio de participación pública. Al cónclave se ingresaba sólo por invitación de un miembro, y de esta manera, el controlado espectro de socios se amplió con la llegada y crecimiento de la burguesía comercial de inmigrantes.  

            Es verdad, como lo expone la institución, que concejales, diputados, senadores, ministros, intendentes y gobernadores fueron antes de detentar esos cargos miembros del Club del Orden. Por ejemplo, en 1901, la comisión directiva estaba integrada entre otros por dos futuros gobernadores Rodolfo Freyre Iturraspe y Ricardo Aldao Zavalla, y un futuro intendente, Edmundo Rosas. Esa construcción de poder concéntrica, avalada y sostenida por la Iglesia local, tuvo su correlato en la distribución de determinados accesos a escaños o puestos de gobierno. (Felipe Cervera “La modernidad en Santa Fe 1886-1930” – 2011)

Primera sede Club del Orden

Así, los concejales y diputados eran socios de la entidad y/o de la Bolsa de Comercio con la cual se articulaban, en el caso de esta última surgidos de la creciente Burguesía comercial. Por otro lado, posiciones ejecutivas, es decir intendentes, gobernadores o ministros, principalmente correspondían a ese núcleo de familias patricias, que mediante el mecanismo de cooptación producto de enlaces maritales, fue ampliando su composición con los nuevos poderosos inmigrantes vinculados al puerto, al comercio, el ferrocarril o la colonización de tierras. La nómina de funcionarios y de socios de la entidad se entrecruza como muestra de esta situación, como lo menciona Miguel Ángel De Marco (h) en su libro “Santa Fe en la transformación argentina”: “El listado de los candidatos a senadores, al igual que el de los aspirantes a diputados, también era confeccionado en los salones del Club del Orden de la ciudad de Santa Fe”.

            Para una mayor gravitación de esta articulación entre poder político patriarcal y de propiedad de la tierra con el sector empresarial y comercial se puede citar a Felipe Cervera en su trabajo de 2011 donde expone que sobre una población en 1914 de 65.000 personas en Santa Fe sufragaron con un voto calificado sólo 1.750 ciudadanos para una renovación del concejo municipal. Ese derecho a voto estaba reservado para un padrón de inscriptos que debía ser contribuyente municipal de patente o tasa. Llegaría luego la Ley Sáenz Peña con el sufragio universal que llevaría mayor igualdad en el ejercicio de los derechos civiles, y sería Santa Fe -en la elección de Menchaca como gobernador proveniente del radicalismo- la primera aplicación de esa norma en el país.

            En términos urbanos territoriales el Club del Orden también marcó su presencia en el núcleo geográfico del poder, ya que tuvo cinco sedes, todas en el Barrio Sur Colonial. La primera fue la casa de los Crespo, y luego las casas de Pepe Aldao, José María Iriondo y Rosas Echagüe, ésta última ubicada en la esquina suroeste de San Martín y Juan de Garay, destruida totalmente por una atentado en 1972. La sede actual, en San Martín entre Corrientes y Juan de Garay, fue la casa de Francisco Iturraspe Rodríguez Galisteo.     

El Club del Orden en la esquina suroeste de San Martín y Juan de Garay demolido por un atentado

 

 

Convento de San Francisco

            Con el traslado de la ciudad la ubicación de los solares y edificios importantes respetó la misma disposición. Así, el convento de San Francisco se ubicó una cuadra al sur de la plaza, e inicialmente, el templo fue una humilde construcción de paja y barro, allá por 1660. Luego, en 1673, se iniciaron las obras del actual convento. Para su concreción el Cabildo aportó de las exiguas arcas, en varias ocasiones, lo recaudado por erario. Si bien el edificio llevó otras ampliaciones, el templo central se finalizó en septiembre de 1688.

Según lo relevado por el trabajo de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la UNL, “Hasta fines del siglo XIX el templo se conservó en su estado primitivo; en 1918 se le adosó una nueva fachada cerrando el atrio semicubierto con una pantalla que pretendía “italizanizar” el exterior”. Asimismo, en las obras del Parque del Sur se restauró la iglesia pero con respeto de las modificaciones que ya presentaba. Luego, en 1942 fue declarado Monumento Histórico Nacional, y entre 1949 y 1952, se restauró el templo y se reconstruyó el ala norte y este donde se alojó el actual museo.

En cuanto a lo edilicio y constructivo, la publicación de marras menciona que se trata de una planta en cruz, de una sola nave, y al este, un patio cuadrado rodeado de corredores, que le confieren la fisonomía de claustro. Vale recordar que la artesanía de los pobladores originarios, especialmente mocovíes reducidos, fueron la mano de obra que levantó los muros de tapia reforzada por hiladas de piedra, con revoque de barrio y superficie encalada. El techo se sostiene en horcones de madera empotrados en los muros. El virtuosismo de los indios en el trabajo de la madera puede verse en el tallado de la tirantería del interior. En el frente, la pequeña torre, se destaca por sobre ciertamente la humildad de la fachada y el perfil horizontal del templo franciscano, con su campana que data de 1786.

            Más allá de la conocida anécdota de la entrada de un yaguareté en 1825 producto de una creciente, animal que matara a tres personas dentro del convento y que dejara sus zarpazos marcados en una mesa que todavía se conserva, otros aspectos de la vida del convento pueden ser destacados. Por ejemplo en cuanto a las imágenes religiosas que posee. La imagen de la Purísima Concepción fue donada por Jerónima, la hija de Don Juan de Garay, mientras que la del Jesús de Nazareno, fue donado por la Reina de España María Cristina de Austria. Por otro lado, el cristo que acarrea la cruz sobre su espalda es el mismo ante el que juraron los firmantes del Pacto Federal en 1850, que allanara el camino hacia la Constitución.

   Según el diario El Orden de abril 1931 (27/4/31): “El San Antonio de Padua, que es objeto de singular veneración por los fieles que concurren a San Francisco, tallado en madera, de arte muy antiguo y de autor desconocido, fue hallado, según memorias de la época, a la orilla del río, cerca de Cayastá, por unos pescadores, sin que se supiera el origen de su propietario o de quien lo había traído a estas tierras”. Otros de los elementos a destacar, en este caso en el patio, es el cuadrante solar, que se encuentra allí desde 1724.

De la publicación institucional del Concejo Municipal de Santa Fe y el Municipio en 2013 “Más de 100 Razones para enamorarte de Santa Fe”, se extrae que en el convento “…se guardan los restos de Estanislao López, el ‘patriarca de la federación’, santafesino, militar y político que con su accionar por la autonomía provincial, y la búsqueda de la organización nacional de corte federal, se enfrentó en defensa de Santa Fe a los ejércitos porteños que intentaron anexar a estas tierras a sus dominios. Los pactos preexistentes nombrados en el preámbulo constitucional lo tuvieron al Brigadier López como principal protagonista. Al frente de las milicias santafesinas, y pese a siempre estar en desventaja numérica y de armamento, nunca perdió una batalla. Por ello se conoce desde entonces a Santa Fe como ‘La Provincia Invencible’, y así figura en su bandera”.

             Por otro lado, el museo contiguo ubicado dentro de antiguas habitaciones del convento se destaca por la conocida “Sala de los Constituyentes”, inaugurada en 1950, conformada por figuras de tamaño real realizadas en cera y yeso que reproducen a los participantes del Congreso Constituyente de 1853. En ese espacio se encuentra demás el Cristo de los Constituyentes, tallado en madera de algarrobo, que presidía la Sala Capitular del Cabildo de Santa Fe donde se juró la Constitución en 1853. Asimismo, en el museo se guardan documentos y objetos de la antigua Santa Fe, junto con donaciones de familias de la ciudad y piezas de arte religioso de la compañía franciscana.

 

 

Una cárcel en el centro

            En el paso cotidiano por la esquina de Uruguay y San Jerónimo habitualmente se pierde de vista que ese viejo edificio es una institución del Estado provincial donde se alojan mujeres que cumplen sus condenas con la justicia, o se encuentran en proceso de resolver su situación judicial.

            Este edificio es ocupado por el “Instituto de Recuperación de Mujeres de Santa Fe (Unidad N° 4)”, y allí no sólo están mujeres de distintas edades, sino además, madres con sus hijos pequeños. Ese pabellón especial permite a las madres convivir con sus pequeños hasta una edad en la que los niños deben ser separados y abandonar un espacio destinado a otros fines. Más allá de la privación de la libertad, se busca sostener el vínculo entre madre e hijos.

              La construcción del edificio data de 1926, levantado por el Gobierno de la provincia, dependencias que se ocuparon finalmente en 1931. Como se menciona en el trabajo de la Facultad de Arquitectura de la UNL, “El planteo arquitectónico, absolutamente simétrico, se presenta con un carácter de total introversión, organizado en pabellones que se abren hacia el interior del bloque, allí los espacios se fragmentan ya que el lugar central se halla ocupado por la capilla de planta cruciforme rodeada perimetralmente por galerías y pasillos. Resultan así tres patios de diversa geometría y de dimensiones reducidas para esparcimiento de las internas”. Pese a ciertas modificaciones edilicias el aspecto general del edificio mantiene su fisonomía original. Justamente, sobre su condición, el referido manual especifica que “…se apeló al pintoresquismo enraizado en la tradición funcional inglesa, en una asociación bastante reiterada para la imagen de los edificios de seguridad”, y se concluye: “Su silueta constituye un elemento identificatorio en el perfil del barrio sur, lo que se acentúa con la proximidad al parque”.

            Intramuros las mujeres privadas de su libertad desarrollan actividades relacionadas con su educación y formación, alternativas dadas por el propio Estado, pero además con la participación de entidades y organizaciones no gubernamentales. Entre esos proyectos aparece el establecimiento de una radio comunitaria, autogestionada por las internas, que tendrá por objetivo “…constituir un espacio radial, social y cultural, que les permita a las internas alzar su propia voz visibilizando su realidad, deseos y aspiraciones”, donde la perspectiva de género no quede al margen. (http://www.facebook.com/pages/Proyecto-Radio-Comunitaria-en-la-C%C3%A1rcel-de-Mujeres-de-Santa-Fe/153563908035867)

            En el mismo edificio funciona el Museo Penitenciario de Santa Fe, sobre San Jerónimo 1770, inaugurado el 30 de setiembre de 1993, y que según expresan desde el Servicio Penitenciario “…refleja que las cárceles son comunidades de vida con hábitos, costumbres, conductas, actitudes y valoraciones propias y propone que esas comunidades no se desvinculen de la sociedad”.

 

 

Dos iglesias

            Además del Convento de San Francisco y del templo de San Pedro hubo y hay dos iglesias más en las pocas manzanas que rodean a la Plaza de Mayo, como muestra de la importancia y gravitación que la iglesia católica tuvo desde la fundación de la ciudad en Santa Fe. Los otros dos templos son la Catedral y la Iglesia Matriz.

           Por un lado, el templo ubicado en la esquina de General López y San Martín lleva en ese lugar más de 300 años, y la placa de mármol sobre tu ingreso principal da cuenta del año del traslado de la ciudad al tener la inscripción “1660”. En realidad, el templo de la iglesia de Nuestra Señora de los Milagros de la Orden de la Compañía de Jesús se comenzó a construir en 1697 y los trabajos llevaron unos tres años. En la misma manzana, junto con la ubicada inmediatamente al este sin la hoy calle abierta de 25 de Mayo, predio llamado como “manzana jesuítica” por algunos, donde se ubicaba tanto el Colegio y la Procuraduría de Misiones a la par de la capilla, pero ya nada queda de aquellas construcciones. Originalmente el templo tenía una torre en el norte de la fachada, pero ésta se derrumbó en 1714, por lo que la torre que hoy se conserva en el ala sur del frente fue levantada en 1755.

            Según el Inventario Histórico Arquitectónico Santafesino, si bien el interior tenía una sola nave central en los primeros años se le añadieron dos capillas laterales para producir una planta en cruz. Mucho después, en 1925, se realizaron reformas y restauraciones que reemplazaron la bóveda “antigua y valiosa” de madera por cielo raso de material. El templo se destaca por ser una de las pocas construcciones de la época colonial que se conserva, donde en su interior es posible apreciar los confesionarios tallados por los indígenas de la congregación y el lienzo de Nuestra Señora de los Milagros, pintado en 1633 en Santa Fe la Vieja por el hermano Luis Berger. Esta imagen es la que protagonizaría “el milagro” de exudar agua el 9 de mayo de 1636, que encendiera la devoción de los fieles santafesinos en el primitivo asentamiento.

          Con la expulsión de los Jesuitas de América por el Rey de España Carlos III en 1767 el templo y las construcciones quedaron a cargo del cabildo, hasta que los padres Mercedarios solicitaron las instalaciones y se hicieron cargo de ellas entre 1793 y 1862, cuando los jesuitas regresaron y les fue restituido el templo. En el “patio de los naranjos cercano”, y las habitaciones que allí se ubican, se alojaron algunos de los diputados congresales constituyentes de 1853.

             Por otra parte, en la esquina de San Jerónimo y General López se ubica el templo de la Iglesia Matriz, o Catedral Metropolitana. Actualmente con el Arzobispado enfrente, el edificio data de 1665, cuando todavía la ciudad no había completado su traslado desde la zona de Cayastá. Esa construcción presentó graves problemas, por lo que a mediados del siglo XVIII se comenzó la construcción de un templo más importante, con tres naves en vez de una por la imposibilidad de conseguir los maderos de la longitud necesaria. Sin embargo, ese edificio sufrió los embates del tiempo y para la década de 1830, bajo el impulso del padre José de Amenábar, el arquitecto Juan Roqué llevó adelante obras de restauración del derruido techo, junto con la modificación de la fachada original por la que actualmente se conserva. El templo tuvo nuevas modificaciones, tanto por refacciones como por ampliaciones, tanto en 1940 como en 1982 y 1987.

 

 

El espacio del poder

            Frente al centro del barrio se asentó primero el Cabildo y luego la actual Casa de Gobierno. Al sur de la plaza estaba el viejo cabildo, de adobe, baldosas y tirantes de madera para el techo. Desde el comienzo el edificio contó con dos plantas, con una sala de sesiones, calabozos, despachos y hasta una capilla. Con el correr del tiempo se fue deteriorando, hasta el punto de derrumbarse parcialmente a fines del Siglo XVIII. A comienzos del Siglo XIX se inició la construcción del nuevo cabildo, aquél que ocupara Estanislao López como gobernador y donde pusiera en vigencia el Estatuto Provincial de 1819, primer esbozo de organización del Estado de la provincia, lo que instaló a Santa Fe como la primera provincia en la América de habla hispana con una norma de este tipo.

            En la referida publicación institucional del Municipio se menciona que “En este bello edificio de dos plantas, con recova y balcón a la plaza, ambos de siete arcos, se sucedieron importantes acontecimientos de la historia nacional y provincial. La Convención Nacional de 1828-29, la firma por los primeros cuatro gobernadores signatarios del Pacto Federal, la Convención Provincial de 1841, el Congreso Constituyente de 1853 y las Convenciones Nacionales reformadoras de 1860 y 1866”.

            El cabildo que fuera demolido para levantar el actual edificio sede del Poder Ejecutivo provincial fue reformado varias veces. En una de ellas se le incorporó un reloj en su torre que fue luego quitado en 1905 por peligrar la estabilidad de la construcción. Con todo, llegaron los aires modernizantes desde el cambio edilicio en la ciudad, y esa premisa se llevó a un cabildo que hubiera quedado como monumento histórico para la posteridad. Era 1908 cuando se lo arrasó, y con ello se transformaron en escombros parte de la historia de los santafesinos, al caer uno de los más bellos cabildos que la época de la colonia dejó en lo que fuera el Virreynato del Río de la Plata. Según José Pérez Martín en “Itinerario de Santa Fe”: “Al demolerse el edificio, las placas se colocaron en la escalera principal de la Casa de Gobierno, los sillones se repartieron en los Conventos y otros muebles y objetos tuvieron diversos destinos”.

Cabildo de Santa Fe

              Los aires modernizantes, expresados en la arquitectura urbana, dieron cuenta de la intencionalidad de borrar los vestigios de la colonia en la ciudad. La no conservación del viejo Cabildo llevó a su demolición, junto con el proyecto de reemplazarlo por una nueva sede para el Poder Ejecutivo de la provincia. En el mismo lugar.

La Araña del Cabildo se encuentra hoy en el ingreso del Teatro Municipal "1º de Mayo"
Demolición del Cabildo de Santa Fe

            En 1906 el gobierno de la provincia daba inicio a las actuaciones administrativas que llevaría a la adjudicación de la obra en 1908 al Arq. Francisco Ferrari, pero recién para 1911 comenzaría la construcción de la actual Casa Gris. Modificaciones al proyecto introducidas por el constructor llevaron a la demolición incluso del edificio de la Jefatura Policial (conocido como “La Jirafa” por su forma) que se ubicaba en 3 de Febrero y San Martín, con lo cual el frente de la Casa de Gobierno ocupó toda la cuadra frente a la Plaza de Mayo. La publicación de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNL describe que el edificio es “…netamente simétrico, con patios rodeados por galerías a ambos lados del núcleo principal que aloja el hall de acceso, la escalera y, en planta alta, el Salón Blanco, siendo éstos los ámbitos de mayor relevancia. La fachada se ordena igualmente a partir de un cuerpo central flanqueado por sendas alas que culminan en dos cilindros cupulados esquineros, actuando la planta baja como un sólido basamento del conjunto de partes. El cuerpo central –continúa– se destaca por los dos importantes volúmenes que soportan la mansarda y por un tratamiento diferenciado que enfatiza la situación de ingreso: las logias laterales, con su ritmo sereno y su juego de llenos y vacíos aligeran la masa del edificio reforzando a la vez, por su doble altura, la escala monumental del edificio público de máxima jerarquía de la provincia”.

Colocación piedra fundamental edificio Casa de Gobierno en el patio del Cabildo

               El estilo ecléctico del edificio fue en parte alterado con modificaciones en los patios internos en 1947, pero luego en procesos de recuperación desarrollados en 1989, y más cerca en el Tercer Milenio, la Casa de Gobierno recuperó su esplendor original. Una sede para el Poder Ejecutivo que cuando fue construida daba cuenta de la pujanza económica de la ciudad anclada al puerto y al ferrocarril como instrumentos del modelo agroexportador. Durante estas primeras décadas del Siglo XX la ciudad vivió una transformación con la construcción de numerosos edificios en una Santa Fe que crecía aceleradamente en cantidad de pobladores y actividad comercial.

El Reloj del Cabildo de Santa Fe

            José Pérez Martín en su Itinerario de Santa Fe se ocupa del reloj del Cabildo, ese que hoy se encuentra en la torre oeste de la Iglesia del Carmen, en San Martín y Rioja. Decía el autor allá por 1965: “La clásica torre del Cabildo se termina en 1875 en el gobierno de Servando Bayo y hubo que pensar entonces en su reloj. Ya en 1873 figuraba en el presupuesto municipal un sueldo del encargado del reloj a razón de 16 pesos fuertes por mes, destinándose para compostura la suma de 50 pesos (…) En 1884 se cambia el reloj, autorizándose la instalación a Augusto Zentner, representante de la casa suiza de Ernesto Hoffman. Las campanas se extrajeron de un reloj que existió en una torre de la iglesia Matriz. (…) Desde 1879 el encargado del reloj fue Pedro Grepin, quien permaneció en su puesto hasta 1893. En este año se quejó a la Municipalidad de que le debían quince meses de sueldo y seguía diciendo en su comunicación, que tanto el viejo como el nuevo reloj sólo tenían cuerda para 24 horas que por ello ha estado esclavizado en su trabajo y teniendo en cuenta su edad -66 años- ya no le es posible subir y bajar la escalera continuamente, por lo que pedía su retiro (…) A Grepin lo sucedió en el cuidado del reloj, el exgaribaldino Gismani, quien actuó en un episodio de la época. En la elección de 1894 adelantó una hora el reloj, con lo cual se clausuraron los comicios, no pudiendo votar la oposición. Este reloj sintió a su alrededor el silbido de las balas de los suizos y de las carabinas de las fuerzas de línea en la revolución de 1893. El mismo día de esta revolución, desde los grupos radicales acantonados en la esquinas de las actuales calles de 3 de Febrero y Urquiza dirigidos por Ignacio Iturraspe, se adelantó Indalecio Pizarro quien con un tiro de su remintong alcanzó la esfera del reloj”.

 

 

El Campito

            La zona costera de la Santa Fe colonial tenía su barrio “orillero” en El Campito. Se trataba de un arenal que aproximadamente iba desde calle Juan de Garay hasta 3 de Febrero con límite oeste en 25 de Mayo. Era el lugar donde vivían las negras lavanderas, los porteadores del viejo puerto, pescadores, jovencitas del servicio doméstico de las casas de familias pudientes cercanas, mezclados con aquellos que deambulaban en los límites de la ley. Tenía la fisonomía de un rancherío de la costa. Era el lugar desde donde las lavanderas avistaron las naves porteñas, que junto con la avanzada por tierra de las tropas por el Paso de Santo Tomé, trajeron la invasión de Díaz Vélez en 1816 cumpliendo las órdenes del Directorio.

          Fue el primer barrio que desapareció de la ciudad. En realidad hubo dos éxodos forzados de El Campito. El primero fue el desalojo de los ranchos bien cercanos a la costa para permitir la construcción del antiguo puerto de cabotaje. Mateo Booz, en su obra “Santa Fe mi país”, relata cómo Nabor, un pescador que regresaba al Campito luego de un mes en la isla no encontraba ni su rancho ni el ombú que le daba sombra. “…aquello era el Campito, ahora un erial raso y arenoso, sembrado de estibas de maderas y hierro, y circuida la playa por un cinturón de pilotes”. Así, los pobladores fueron obligados a reubicarse en otras zonas de la ciudad, especialmente en el oeste, al fondo de lo que sería Barrio Roma, o en el Chilcal, en las orillas del sur de donde se establecería Barrio Candioti.

De parte de las autoridades hubo medidas para desalojar los habitantes del lugar. En diciembre de 1920, bajo la intendencia de Gómez Cello, se aplicaba la ordenanza 1333 por la que la municipalidad daba 90 días a los vecinos que vivían en casillas de madera o ranchos de paja para dejar el El Campito. La medida era tomada “…del espectáculo poco edificante que ofrece ese conjunto de viviendas desordenadas y mal construidas, lo que sólo afecta a la estética de la ciudad, sino que es un constante peligro su existencia para la salud pública, dado la característica falta de higiene de ese barrio”. Acto seguido se esgrimía además para el desalojo la alteración del orden público que era un paraje donde reinaba el “clandestinismo”. (Santa Fe 16/12/1920). Días después el mismo medio calificaba al Campito como “…una mancha negra de la capital, como algo que no le perteneciera, o lo tuviera adherido fortuitamente. Las casas, los vecinos, las mujeres, los niños, todo es extraño y miserable. Es una sombra que obstruye la claridad de la ciudad, de esta ciudad nuestra asiento del gobierno de una de las principales provincias argentinas. La miseria, las enfermedades y la prostitución ejercida por necesidad y al margen de la ley, son atributos del pobre barrio condenado a desaparecer y poblado por paupérrima gente del pueblo”.

             Al mismo tiempo, con tono crítico, el medio gráfico cuestionaba la medida ya que no se había previsto desde el municipio un sitio para la reubicación, menos para proveer a los vecinos de mejores condiciones de vivienda, por lo que era trasladar a otro lugar “el foco infeccioso”, que de hecho se produjo con el poblamiento de los bañados del Salado que serían luego Barrio Santa Rosa de Lima, Centenario y San Lorenzo. (Santa Fe 24/12/1920) De todas formas, vale decir que el diario Santa Fe periódicamente se ocupaba del Campito y reclamaba que las autoridades ayudaran a los vecinos pobres soluciones que les permitieran mejorar sus condiciones de vida. Con todo, el asentamiento de ranchos en el lugar permaneció, pese a los traslados compulsivos o por inundaciones. No obstante, con cada crecida, aparecían algunas precarias viviendas en el arenal del Campito, incluso hasta 1935, aparecían crónicas sobre intimaciones de desalojo.

            Este barrio dentro del Barrio Sur Colonial, aparecía a veces en los diarios, casi siempre, porque se inundaba o en el relato de hechos policiales. Por ejemplo, en julio de 1919 el diario Santa Fe publicaba sobre el “desalojo forzoso” de los “modestos habitantes de ‘El Campito’ que viven en ranchos, chozas y carpas”, debido a la crecida del Paraná, y que eran reubicados en “viviendas no menos miserables que las que abandonaran” en los baldíos del oeste de la ciudad “…allá por el Salado”. Y luego, cuando las aguas bajaban, volvían a levantar sus ranchos en la orilla, hasta que fueron desalojados definitivamente. Eran esos vecinos pobres y marginales del Campito los que en su mayoría formaban la comparsa “Los Negros Santafesinos” capitaneada por el negro Arigóz. Era el hogar de doña Ermelinda Zapata, viuda de Gorosito, que curaba el empacho en 24 horas de palabra, y que había cambiado su estado civil por cuestiones del “cuchillo”. (Diario Santa Fe 24/12/1919).

"El Campito" y las lavanderas en la zona de hoy 27 de Febrero y Juan de Garay. Al fondo las casas la chimenea de la Usina Municipal de calle Rosario (Lisandro de la Torre) y 25 de Mayo

               Las calles hacia el este, Buenos Aires (hoy Zazpe), Corrientes, Moreno, 3 de Febrero, General López, más allá de Rivadavia y hasta San Luis (que entonces llegaban hasta el sur), eran intransitables, en el final apenas unos senderos hasta el albardón del río Santa Fe. En las noches de calor de verano los vecinos, livianos de prendas, se sentaban en las veredas de Moreno y Rivadavia (donde hoy está la Avenida Mar Argentino) en la puerta de sus humildes moradas. Hasta tenía su propio “balneario”, a la altura del riacho Santa Fe con calle General López, donde “De día se baña la gente menuda, y de noche los adultos; hasta la fecha no ha habido que lamentar ninguna desgracia personal, no obstante ser ese lugar peligroso, sobre todo para las criaturas”. No obstante, al parecer, en la noche algunos bañistas eran sorprendidos por los dueños de lo ajeno que roban la ropa dejada en la orilla. (Santa Fe 11/1/1920)

             La segunda expatriación se vivió con la construcción de los elevadores de granos de 3 de Febrero y el río, allá por 1945. El diario El Orden daba cuenta de ello bajo el título “Los vecinos de ‘El Campito’ han sido trasladados a los barrio ‘4 de Junio’ y ‘General E. Farrel’”, donde se les daban viviendas nuevas y de material a unas noventa familias. Se mencionaba en esas páginas del 31 de julio de 1945 que con cuadrillas municipales, y equipos, se habían rescatado las pertenencias de los moradores para su traslado. Al respecto se decía “Esas diligencias se han realizado en forma rápida, y de ese modo unas noventa familias se encuentran ya ocupando sus nuevas viviendas en los barrios de reciente fundación…”. Al menos esa vez no fueron empujados a nuevos ranchos, que no se vieran desde el centro, al oeste de la ciudad.

             Por su parte, Rodolfo Rueda, en su rescate de la memoria urbana desde los recuerdos de viejos vecinos, dibuja el paisaje del segundo Campito en el relato de un tal Iriarte: “Era cruzar la calle 25 de Mayo y esperar a hacer lo mismo con Rivadavia. Entonces iban quedando atrás los bronces doctorales, las rejas y balcones, y a pocas cuadras, violentamente, las aguas, retazos de otras patrias en las proas de ultramar, y los hombres de la zona pitando americano e inglés. Era su población portuaria y ruda: sencilla y jornalera. Por eso abundaban por allí los almacenes y despachos de bebidas, con bailongos y mujeres de la vida. Altas las casillas, con sus humildes manjares para la gente sin pretensiones. Salamines cortados en diagonal, mortadela, morcillón y Amargo Obrero, batata y cuartirolo, para qué más? A veces, ya muy tarde, sonaba a rajatabla el golpe seco y brusco de una bocha, la baraja domesticada y dócil se sometía a toda suerte de manoseos, el ojo y el labio en raptos de disimulo, hacían al compadre de enfrente, las señas de los tantos que no debían mostrarse. Descansaba el hombre solo, allá en aquellas casillas, descansaba del cansancio de la estiba, hechos los hombros al peso de la bolsa, las espaldas duras y el brazo fuerte con el puño asegurado en muñequera, comedido a lanzar el golpe o listo para frenar el puntazo si ‘por esas cosas’ venia… Y el silencio. Como siempre. ‘Aquí nadie vio nada’. Era ya la hora. La sirena indicaba el final de otra jornada. Risas, bromas y el cansancio, y el dato del conchabo seguro: ‘mañana entran dos más…’”.

Diario El Orden 31/7/1945

               Era un lugar, al decir de Rueda, que tenía “una extraña combinación de islero –portuario- ‘barro y pampa’”, un lugar tan cerca del poder político, aristocrático, patricio y eclesiástico de la provincia que daba un fuerte claroscuro entre lo que alguien con profundo maniqueísmo definieron como “civilización y barbarie”. Atrapante, de un aire de puerto ya olvidado en Santa Fe, estaba poblado por “…familias de apellidos como Quevedo, Mendoza, Peralta, Escobar, Zanabria o Quiróz”, en recuerdos de Rueda, “…convivían con otros de hidalgo origen como Ponce de León, nórdicos como Petersen, franceses como Minuet, Chabrillac, Froidevaux y Cantard; u otro que denuncia prestancia tanguera como Cobián, así como decir que a familias cuyos apellidos no se desconocían se las llamaba por apodos como ‘las Cachirulas’, ‘las Pinochas’, ‘las Chabambas’, o recordar que había una mujer a la cual por la disposición de sus ojos la llamaban ‘las tres menos cuarto’”.

                El Campito tuvo su pista de baile, en lo de Colombo, cerca de las casas de los Chianalino, Cirociari, Schnell, en Juan de Garay al 2300, donde un poco más adelante, en el cruce con San Luis, se pasaba por un portón para tomar las lanchas “La Sarita” o “Las Brisas” de Juan Lordi. Era lo de Don Ghío, almacén y casa de comida en Moreno y Belgrano, donde estaba “La Glorieta” para esperar las embarcaciones. Era una casilla de madera sobre pilotes, forrada en chapa por fuera. Tenía ese “parador” además dos canchas de bochas, un juego de sapo y hasta una mesa de billar. Allá por principios de los ’30, el menú era de río, una posta de pescado cocida con pan criollo, o un amarillo al horno, y era famoso el “Chirimbiqui”, que según Coco Ghío “…se preparaba con caña Piragua o Globo, con Amargo Obrero; cuando no se conocía éste; usábamos el amargo Taconi”.

               En lo gastronómico El Campito tuvo su lugar peculiar, frecuentado por diversas clases sociales por el sabor casero de sus comidas. El comedor, emplazado en lo que hoy es Cruz Roja Argentina y Moreno, llevaba un nombre, al decir de Eduardo Bernardi, “popular”, aunque “no muy elegante ni distinguido”, se lo llamaba “El Vómito”. Dicen que eran inigualables los guisos de mondongo, y que ese plato, entre otros con el locro criollo, hacían de los comensales una heterogénea concurrencia. Don Eduardo así lo recuerda: “…era, tal vez, el único lugar de comidas en el mundo que cambiaba radicalmente, no en su moblaje habitual y sus manteles ultrademocráticos de papel blanco y servilletas del mismo material que se cambiaban a cada servicio en lugar del mantel de tela, sino en cuanto a sus comensales: al mediodía, estibadores del puerto, obreros, marineros multinacionales, hasta pordioseros, y a la noche, personajes del medio pelo y algo más de nuestra sociedad: empresarios, profesionales, funcionarios que privilegiaban la buena comida al lugar paquete, circunspecto y elegante de los restoranes del centro”. Había hasta quienes reservaban en la mañana para tener “una noche de gala en El Vómito”, con la sopera de losa con tapa y cucharon cargada de locro para servirse cuántas veces se pudiera. (“La Santa Fe que yo viví” – Eduardo Bernardi – 2009)

Diario El Orden 31/7/1945

            Hasta club propio tuvo El Campito, más allá de ser el lugar donde nació el Club Atlético Colón. Se trató del “Tigre Fotball Club”, que tuvo su cancha hacia el oeste de San Luis, entre Garay y Moreno. En una parte de ese predio hasta se hicieron reuniones pugilísticas, donde pelearon Ramón Vargas y los hermanos Odi, entre otros.

            En esa misma cuadra de San Luis al 1800 sobre la vieja carpintería de Bellocchio se creó la Escuela de Aprendizaje y Orientación Profesional de la Nación N° 30, absorbida en los ‘60 por la Escuela de Enseñanza Técnica N° 480 “Manuel Belgrano” en calle Moreno y Urquiza. En esta escuela de artes y oficio se enseñaba carpintería de obra fina y naval, para construir en madera embarcaciones, canoas, hasta dos barcos se hicieron, uno de Supisiche y otro de Albornoz, allá por el año 1952. En esa escuela/taller se hacían también las piezas de herrería de las embarcaciones, además de lo básico de la carpintería naviera, con la hechura de espigas, escuadras, entre otros elementos de un barco. Los alumnos cursaban tres años de estudios y egresaban como expertos en ebanistería y carpintería de ribera. En 1964 el taller se mudó al edificio de la Escuela Belgrano, y luego llegó la expropiación, el desalojo y la demolición para la vieja Escuela Naval de El Campito, se terminó la época de enseñar a hacer embarcaciones.

           Justamente, cuando ya no había ranchitos sino casas, conventillos, almacenes y hasta una escuela de carpintería naval, llegó la construcción de la Avenida Circunvalación Mar Argentino, que se licitó en 1963 y se inició con los primeros trabajos en la zona de El Campito a fines de 1964, cuando se rellenó el terreno y más al sur el cauce del viejo arroyo Quillá. Esta obra requirió expropiaciones y la demolición de propiedades que estaban al este de Rivadavia (hoy Cruz Roja Argentina), entre Juan de Garay y 3 de Febrero. El tramo de la avenida entre Ruta 11 y calle Juan de Garay fue habilitado oficialmente el 1° de septiembre de 1969. Ese fue el final de El Campito, un barrio marcado en los viejos mapas de la ciudad, del que hoy –como lo señala Rodolfo Rueda- queda una tapa de inspección redonda entre la avenida Mar Argentino y la colectora del puerto, a la altura de calle Zazpe, donde antes estaba la esquina de Buenos Aires y San Luis. Un callado mojón perdido entre los pastos para mirar hacia el recuerdo.

 

 

Parque del Sur

Parque del Sur

            Según lo relatado por la Profesora Graciela Noemí González para la Comisión de Defensa del Parque del Sur, al trasladarse la ciudad desde Cayastá al sur de la nueva plaza de armas, aparece la primera referencia histórica de lo que hoy es el Parque del Sur y su lago. En el año 1662 es vendido un terreno en la equina sureste de lo que hoy es 4 de Enero y Jujuy, tres solares lindaban en la parte sur con la “Laguna de los Anegadizos”.

            Ya después, en 1723, el regidor Juan de Ceballos compró un terreno lindero donde construyó su casa de techo de tejas, y donde en el plano, la laguna al sur de la colonial Santa Fe de 1700 figuraba con el nombre de “Laguna del Yacaré”. Después de asentarse el regidor en el lugar la laguna cambió de nombre y lo que hoy es la zona del Lago del Parque del Sur pasó a llamarse “Laguna de Zeballos”.

            Graciela González expresa que en el “barrio de la laguna”, como se conocía a este sector del sur urbano, se instalaron las primeras industrias de materiales de construcción a fines del Siglo 18. Estas industrias fabricaban el ladrillo cocido para construir las casas de la Santa Fe del 1700. Así, en los terrenos de Juan Gómez Salinas, en 1754, el Sr. López Pintado instaló un horno de materiales, y poco después el Protomédico Manuel Rodríguez, instaló otro horno donde además de ladrillos fabricaba tejuelas y baldosas. Esta última fábrica de materiales de construcción, la de Rodríguez fue vendida por su hijo a Sebastián Picazo.

            Según la historia, a mediados del siglo 19, los hornos de Picazo y Rodríguez fabricaron buena parte de los materiales utilizados en la refuncionalización de la vieja Iglesia Matriz. También por esos años del 1850 Manuel Cervera instaló una fábrica de tejas de tipo francés, tejas que hasta ese entonces se importaban de Marsella y que dio trabajo a muchos santafesinos. De esa fábrica queda lo que hoy parece un Faro, en la bajada de San Jerónimo y presidente Illia, pero que en realidad es la chimenea de Cervera.

            También en la zona del Parque del Sur estaba la fundición y taller mecánico de Cerana, construcciones que desaparecieron cuando se edificó el parque. También se demolió para construir el Parque del Sur la fábrica de ladrillos y tejas de Melchor Eguiazu, fábrica que estaba en 1895 sobre calle 4 de Enero al sur.

            Pero toda esta zona sur de la ciudad era también en la época colonial zona de puertos y embarcaderos. Estaba por un lado la “Bajada de Nuñez”, en lo que hoy es calle Amenábar frente al convento de San Francisco. Por otro lado, el Río Santa Fe tendía su barranca desde el extremo de Amenábar hasta 25 de Mayo, pero pasando por el final de lo que hoy conocemos como calle 3 de Febrero.

            Según la Profesora González, gracias a la amistad del padre Héctor Niklison con el intendente, se logró instalar una escalera de quebracho en la esquina de Amenábar y Entre Ríos, ya esto en los años 24 o 25. A esta escalera los vecinos la bautizaron como la Escalera de Benito, por el padre de los Niklison.

             Según Carlos González Acha, a principios del Siglo 20, al suroeste de San Martín y Jujuy todas eran calles de tierra y ranchos con paredes bien terminadas, con jardincitos y habitados por gente humilde, trabajadora de los hornos de ladrillos y tejas, y trabajadores del puerto. Esta era la gente “del bajo”, que recorría el espinel y salí a vender el pescado colgado de la palanca, como el viejo Pedro Galaga, palanquero, que vivió en la barracas del convento San Francisco.

            Ya en la primera década del siglo 20, se dispuso que los terrenos comunales de la zona del parque del sur se destinaran a la construcción de un Parque Cívico Sur. Mediante ordenanza, en 1910, año del centenario y de pleno auge del modelo agroexportador, se determinó que 30.000 metros cuadrados de terreno al sur del Hospital de Caridad, que estaba en San Martín y Jujuy, fueran destinados al parque.

            El parque demoró en construirse, y en los años 30 el barrio seguía siendo el mismo de siempre, barrio sur, con huertas familiares y hornos de barro con olor a pan casero, con el recuerdo de las lavanderas negras que en el Quilla lavaban mientras entonaban cantos africanos.

            Recién en la gobernación de Manuel de Iriondo se retomó la iniciativa de construir el Parque Cívico del Sur, lo que fue encargado al Ing. Ángel Guido. En el año 1938, el diario El Litoral publicaba sobre las gestiones ante los propietarios de los terrenos que serían destinados al parque del sur. Se buscaba evitar los juicios de expropiación, para lo cual se ofrecían valores al avalúo fiscal por las propiedades incluidas. (El Litoral 23/8/1938)

              Al año siguiente el mismo medio mencionaba que a través de la expropiación de las tierras comprendidas entre calles San Martín, 3 de Febrero y las barrancas del río, se lograba la iniciación de los trabajos de construcción del Parque del Sur. Quedaba exceptuada la manzana comprendida entre 3 de Febrero, Amenábar, 25 de mayo y San Martín. (El Litoral 27/4/1939)

               Un dato de color sobre la construcción del parque fue el hallazgo de un cañón sepultado de 4 pulgadas de calibre y 2,10 metros de largo, de un sola pieza de fundición. Originario del siglo XIX, “En el sitio donde se realizó el hallazgo se hallaba la caballeriza de la Guardia de Seguridad a 100 metros al norte del Convento de San Francisco y a 100 metros del Cabildo”. (El Litoral 24/8/1940)

               En el marco de una cosmovisión que adhería a las tendencias arquitectónicas de una modernidad neocolonial, Guido diseñó el parque que empezó a construirse bajo la intendencia de Francisco Bobbio. Finalmente el jueves 12 de diciembre de 1940, el parque quedaba inaugurado. Días antes el vespertino tradicional refería: “Fue necesario una magnífica visión del panorama de belleza que quedaría después del paso de la piqueta demoledora y de la obra creadora de arquitectos y urbanistas, para decidirse a hacer los que, según dijimos, en otros tiempos podría considerarse como una creación de la fantasía. Sin embargo la transformación se ha operado. Como por arte de magia, en pocos meses, con acelerado ritmo, se ha abierto paso al paseo de singular belleza que hoy se levanta orillando el riacho San Francisco y que se extiende sobre El Quillá, hasta empalmar con la prolongación de la futura avenida Juan J. Passo, y cuyo magnífico conjunto comienza a abarcarse desde su punto de iniciación, que es la esquina de San Martín y 3 de Febrero”. (El Litoral 7/12/1940)

             Vale decir que varios viejos caserones, y paredones del barrio sur, como así también la fábrica de tejas cerámicas de Cervera, fueron demolidos para establecer el parque. Con ello, se perdió la fisonomía de un sector fluvial de la ciudad relacionado al barrio Centenario, el puerto de cabotaje, y el “Puerto de Frutas”. Este aspecto moderno de la ciudad quedó sellado en la zona sur cuando finalmente en el año 1966 comenzó la construcción de la Avenida Mar Argentino que oficia de Ruta Nacional y de Circunvalación al conglomerado urbano, y que desde el nuevo siglo lleva el nombre de Avenida Constitución Nacional, a la vera de la cual se ubica el museo del mismo nombre en la bajada del Náutico Sur.

Anfiteatro

                Fue en 1962 cuando el anfiteatro del Parque del Sur, ubicado en San Jerónimo y Avenida Illia, comenzó a construirse bajo el nombre de Auditorio Ciudad de Santa Fe. Según El Litoral del 2 de noviembre de 1962, “El proyecto de la obra plantea un escenario en dos niveles (escena y orquesta) y un hemiciclo de gradas dividido en cinco sectores con una capacidad total de 2000 espectadores”. La pieza gráfica daba cuenta de las estructuras de las gradas en hormigón armado. La orientación de la platea y la ubicación del escenario, originalmente, daba una vista de fondo al lago y las islas, lógicamente antes de la construcción de la Avenida Mar Argentino y del actual cerramiento trasero que posee el anfiteatro.

 

 

Escuela Profesor Juan Mantovani

                El actual edificio de la escuela de Artes Visuales es una de las construcciones con destino de uso público más antigua de la provincia. En 1867 se inició la construcción de una “Escuela Modelo” por parte de la provincia, pero esa entidad educativa nunca funcionó. Se conoce que ya en 1894 se alojaba en el lugar la Casa de Justicia (Primigenios Tribunales), que tuvieron sus dependencias allí hasta el traslado al actual Palacio de Justicia en 1927.

             Según el “Inventario del Patrimonio Histórico Arquitectónico Santafecino”, en 1892 se realizó una ampliación del edificio con el agregado de cuatro locales en el ala sur y en 1896 se construyó el frente sobre 9 de julio junto al resto de las habitaciones. Originalmente, “El ala norte alojaba servicios y archivos, el ala sur, la administración, en tanto que el cuerpo central reunía la sala de audiencia y tribunales estrechamente vinculados al acceso”.

              Su relación como espacio para el arte visual comienza en otro lugar. El 24 de mayo de 1940 el entonces Ministro de Instrucción Pública y Fomento, Profesor Juan Mantovani, participaba de la inauguración de la Escuela de Artes Plásticas de Santa Fe, en una casona ubicada en Tucumán 3087, creada por  Ley Nº 2830 el 7 de Julio de 1939 durante la gobernación del Dr. Manuel de Iriondo.

               En ese acto el profesor Mantovani daba lineamientos de la nueva entidad educativa que luego llevaría su nombre: “la escuela de Artes Plásticas de Santa Fe no se propone acelerar la formación de artistas, ni hacer surgir de golpe los creadores de la belleza. Procederá según su ritmo normal. Realizará primero una exploración de aptitudes, pues nadie puede ir al arte sin estar dotado naturalmente para él, y luego, encarará la formación del artista mediante un profundo desarrollo de la técnica y la conciencia plástica…” y agregó que “las escuelas de artes plásticas no son necesarias únicamente para formar artesanos y artistas. Son indispensables también por otro motivo, para estimular el gusto general por las artes. Constituyen centros de irradiación artística; centros no solo de especialización técnica, sino también de cultura popular. Deben estimular la afición al arte, por medio de muestras periódicas, clases públicas, conferencias o cursos breves”. Así lo refiere el sitio Web de la Escuela Matovani.

               Juan Mantovani nació el 14 de octubre 1898 en San Justo y falleció en Alemania el 5 de diciembre de 1961. En 1919 se recibió de Profesor de Pedagogía y Ciencias Afines en la Universidad Nacional de La Plata. Como docente, en sus escritos, y desde la función pública, promovió una educación contraria al utilitarismo, al saber hacer, y su preocupación se resume en las preguntas ¿para qué se educa? ¿Qué hombre se quiere formar? Formó parte del Movimiento de la Escuela Nueva priorizando el lugar del alumno por sobre el método de enseñanza.

             Para finalizar, en 1977, en el edificio de Moreno y 9 de Julio se instaló la escuela Provincial de Artes Visuales, ya con el nombre de su impulsor “Profesor Juan Mantovani”, aunque previamente funcionaron en el inmueble diversas dependencias públicas.

Escuelas del sur

            Como espacio de la ciudad anclado a la historia antigua, y a la existencia por ello de numerosas instituciones gubernamentales, también el Sur Colonial tiene entre sus calles también a las escuelas más antiguas y tradicionales. Asimismo, como expresión de diversas épocas conviven en el sur las entidades educativas representativas de contrapuestas cosmovisiones, desde las antiquísimas escuelas religiosas hasta las escuelas laicas, públicas y gratuitas nacidas al calor de las ideas reformistas y modernizantes del siglo pasado.

            Los primeros colegios a abordar forman parte del lugar fueron el Colegio Jesuita, hoy Escuela Particular N°1001 “San Francisco”, ubicado en Illia y Entre Ríos, al sur del Convento San Francisco; y el Colegio Inmaculada Concepción. Justamente, el colegio Inmaculada, de la Compañía de Jesús, fue construido a la par del templo luego del traslado de la ciudad, en la manzana este de la Plaza de Mayo, a similitud de cómo se ubicaba en Santa Fe la Vieja, todo a partir de 1660, con una modesta edificación.

Colegio Jesuita el primero de la ciudad traslada desde Santa Fe la Vieja (Cayastá)

            En su sitio web www.colegioinmaculada.edu.ar la entidad describe que “Allí impartirán la enseñanza elemental y superior, en medio de penurias y limitaciones que harán dudar sobre la supervivencia de la comunidad”. Luego se expone que “Con la expulsión de la Compañía de Jesús, en 1767, se cierra el colegio y el templo es encargado a los padres mercedarios. Tras los duros años de la emancipación y luchas por la organización nacional, los gobernantes solicitan la presencia de los padres jesuitas en Santa Fe. El 9 de noviembre de 1862 se reabre el Colegio ‘bajo la advocación de la Concepción Inmaculada de Nuestra Señora’, comenzando una etapa de expansión y reconocimientos: ‘se amplían las aulas, se construyen dormitorios para alumnos internos, la biblioteca se abre al público, se equipan los laboratorios de física y química’”.

            En cuanto al actual edificio, en San Martín y 3 de Febrero, se destaca que su construcción comienza en 1905 y se culmina en 1915, con sucesivas ampliaciones que conformaron incluso la simetría interna del “patio de los naranjos” y el “patio de la fuente”, junto con las aulas en las galerías que los circundan. Entre 1945 y 1947 se construye el auditorio donde desde 1956 funcionó por muchos años el Cine Garay. Lamentablemente, en 1970 fue demolida la parte posterior que daba frente a calle 25 de Mayo, por lo que se perdió una parte importante de la “arquitectura tradicional santafesina”, al decir del “Inventario del Patrimonio Histórico Arquitectónico Santafesino”. En la manzana contigua, en la década de 1940 quedan habilitadas las obras del Ateneo Inmaculada, con su natatorio cubierto y climatizado, más otros ámbitos de deportes.

            Ya para los años ’60 se suprime el internado y como dato significativo “se incorporan los laicos hombres y mujeres a los cargos docentes, administrativos y directivos, siguiendo los pasos de la renovación del Concilio Vaticano II”. En su historia reciente el Colegio Inmaculada amplía la oferta educativa con el Jardín de Infantes 1988 y al año siguiente el Nivel Primario. Lo expuesto por la entidad en web concluye que “Toda esta fecunda trayectoria no hubiera sido posible si el colegio no conservara su sentido educativo y apostólico, proyectado por sus sacerdotes y laicos en las aulas, en las capillas del cercano Alto Verde o dondequiera los lleve esta Misión, que encuentra en Nuestra Señora de los Milagros su principal símbolo”.

Laicas, públicas y gratuitas

            Por el lado del surgimiento de las escuelas laicas, públicas y gratuitas, se puntualiza desde el Colegio que “Los difíciles años del debate nacional entre enseñanza laica y católica provocaron un cierre parcial a fines del siglo XIX, pero no impiden que el colegio ingrese en el siglo XX renovando su crecimiento”.

           Al respecto vale la pena rescatar lo analizado por Felipe Cervera en su trabajo “La Modernidad en la ciudad de Santa Fe 1886-1930” donde describe la gravitación y peso en la sociedad santafesina de aquel momento cuando el modernismo trataba de ganar terreno sobre las anquilosadas estructuras donde el clérigo tenía una cuota de poder importante en el designio de los destinos de la ciudad. Sobre el punto Cervera se pregunta sobre la Santa Fe del 1900, “¿Cómo reconocer una sociedad que recién después de iniciado el siglo XX crea el primer Colegio Público laico de Enseñanza Media, para que los jóvenes santafesinos que no podían afrontar los pagos para cursar en el único Colegio de Nivel Medio existente en la ciudad, que era privado, pudieran acceder a esa enseñanza, frente al notable desarrollo educativo, anterior en muchas décadas, de las vecinas provincias de Entre Ríos y Córdoba, incluso cuando el transporte se realizaba aún por carretas?”. Vale decir que las dos primeras escuelas públicas medias fueron el Colegio Nacional en 1905 y la Escuela Normal Nacional en 1906, a la que se sumó la Escuela Industrial en 1909. Como contrapartida la única opción educativa secundaria hasta ese entonces la daba el Colegio Privado –no gratuito- Inmaculada Concepción de la Orden de la Congregación Jesuita.

           El referido autor menciona un hecho particular que describe la situación educativa en la ciudad: “Para el siglo XIX en todas las capitales de provincia, y aun en algunos pueblos, se habían establecido ya colegios y escuelas normales nacionales. La falencia en que vivía la ciudad era llamativa, lo que llevó a que en 1889 la Cámara de Senadores de la provincia aprobara, en agosto, una comunicación para el que el P.E. (Poder Ejecutivo) provincial solicitara a la Nación la creación de un Colegio Nacional. La Mera comunicación provocó la inmediata reacción de la comunidad jesuita. El propio rector del Colegio Inmaculada, en reunión de la orden, declaró que esa pretensión constituía <>. Tres días después el <>, una circular estableciendo:

            Dos días hace que la cámara de Senadores de esta provincia ha sancionado una minuta de comunicación al Poder Ejecutivo, para que éste se dirija al Gobierno Nacional pidiendo el establecimiento de un Colegio Nacional en esta ciudad… con el fin diabólico de destruir el Colegio de la Inmaculada Concepción… …Ayer reunidas las logias masónicas… han resuelto enviar emisarios a todas las colonias de la provincia de la provincia para recolectar firmas… Su gloria, señor Cura, está en que ninguno de sus feligreses firme tan diabólica pretensión.

           Se le indicaba, además, a los párrocos que debían informar, por escrito, la nómina de personas que hubieren firmado el apoyo al pedido del Senado”.

            Era la muestra del intento de la Iglesia de conservar su influencia en la sociedad, especialmente, en la formación educativa de las nuevas generaciones de santafesinos que accederían a la dirigencia y ámbitos de poder con el correr de los años, tal como había sido hasta entonces.

          Asimismo, el análisis numérico que realiza Felipe Cervera en su trabajo da cuenta de la profunda desigualdad de oportunidad de educarse que había en aquella Santa Fe de comienzos del siglo XX. Por ejemplo, es dable citar que en el municipio había en 1907 10.218 niños en edad escolar, y que de ellos solo el 57,5% asistían a la escuela. De todos modos esa asistencia variaba según el área a considerar, donde en el centro el número de asistentes a las escuelas primarias crecía, mientras que en zonas más alejadas descendía.

          La referencia relevante es que en 1906 había 29 escuelas fiscales y 40 privadas. Para 1915 ya eran 42 las escuelas públicas primarias. En el ámbito privado existían “cuatro escuelas muy cotizadas”, al decir de Cervera: Nuestra Señora del Huerto (1863), la Escuela Francesa (1900), San José Adoratrices (1888), Nuestra Señora del Calvario (1907); a las que se agregaban Sagrado Corazón (1889) en Barrio Roma, Inmaculada Concepción (1863) y La Salle-Jobson (1902). Sin embargo, en la Educación Secundaria era donde se evidenciaba el mayor signo de desigualdad, dado que en 1912 sólo 797 jóvenes asistían a escuelas medias y de ellos 450 a entidades públicas. Para 1930, es decir 18 años después, 1.720 alumnos secundarios había, con 1.145 en escuelas públicas laicas y gratuitas. De todas formas, en todo este periodo de 1912 a 1930, no llegaban a dos personas de cada cien habitantes de la ciudad las que accedían a la Educación Media.

Proyecto construcciòn Escuela Manuel Belgrano

La escuela pública del sur

            Como dato significativo sobresale que recién adentrado el siglo XX, en 1907, se resuelve desdoblar la escuela Sarmiento en dos, una escuela en la zona norte (Rivadavia frente a Plaza España), y una en el sur (Escuela Belgrano en Amenábar y San Jerónimo). Luego, durante el gobierno del radical Manuel Menchaca, se licita en 1915 la construcción de un moderno edificio en Barrio Sur, dentro del plan de construcciones escolares impulsado por quien llegara al poder gracias a la Ley de Sufragio Universal por primera vez aplicada en el país. El edificio se realiza con la tipología educacional de la época, con un patio central, aulas y dependencias en rededor, con dos plantas e ingreso principal sobre calle Amenábar, y como era de práctica, la casa del director dentro del mismo predio, en este caso con acceso por San Jerónimo.

            En el diario El Litoral del 8 de marzo de 2008, con motivo de cumplirse 90 años de la entidad de enseñanza primaria se publicaba que como parte de las “escuelas alternas”, la Escuela Belgrano (sin el nombre de pila Manuel), “…fue fundada por disposición del Consejo General de Educación de la provincia de Santa Fe en el año 1893. La primitiva escuela estaba ubicada en calle 9 de julio, entre Gral López y 3 de Febrero. La denominación de escuelas alternas se debía a que el edificio era un único local para varones y niñas que funcionaba por separado en las dos secciones del día. Esta organización se debía a la escasez de locales convenientes para escuelas”. Según el vespertino “El 1° de mayo de 1915 se colocó la piedra fundamental para su edificación y su construcción se terminó en el año 1916. El 15 de febrero de 1917 fue inaugurado el edificio y comenzó su funcionamiento en el actual emplazamiento de Amenábar 2727”. (El Litoral 8/3/2008)

Educación  y formación docente

            El Instituto “Dra. Sara Faisal” es la concreción de una iniciativa surgida en 1945 por la Asociación Femenina de Profesionales. Se trató de un reducido grupo de mujeres, encabezadas por Sara Faisal, que como expresa la entidad en la búsqueda de sus objetivos “Cada uno de sus logros lleva la marca del esfuerzo sustentado en una fe inquebrantable y en una vocación y voluntad de servicio que hasta hoy se mantiene inalterable”. (www.afpsarafaisal.org.ar)

            Ubicado en 25 de Mayo y Corrientes, el Instituto sumó paulatinamente una oferta educativa que fue desde el Nivel Inicial con el Jardín de Infantes, hasta el Instituto Superior de Formación Docente para Educación Inicial y Especial, pasando por la primaria y la secundaria. Los objetivos de la Asociación que rige su accionar educativo quedan expuestos al detallar que se busca “Actuar con un espíritu amplio, participativo, pluralista…” y que en términos pedagógicos considerar a los alumnos como “Un ser libre y responsable. Un ser que interactúa con los demás en la tarea de hacer posible un mundo más digno y justo. Un ser consciente de sí”.

          Fue en 1959 cuando se creó el Instituto Superior Particular Incorporado N° 9105 Dra. Sara Faisal que comenzó con la formación de docentes de Jardín de Infantes, lo que lo ubicó como el primero de la región. Justamente, el Jardín de Infantes propio fue creado en abril de 1969 como departamento de aplicación pedagógica del Profesorado de Nivel Inicial, y funcionó primeramente en un local de calle San Martín al 1800, lo que lo ubicó como uno de los primeros de la ciudad, especialmente por ser a la vez de privado mixto y laico. En lo edilicio, luego de la adquisición del inmueble de 25 de Mayo 1810 se suma el de calle Moreno 2468 en la misma manzana. Más adelante se adquiere una propiedad que se demuele y se convierte en plaza de juegos, donde también se construyen nuevas aulas, el salón de usos múltiples y los sanitarios.

             Paralelamente, la Escuela Especial se origina en 1975 en el Departamento de aplicación del Profesorado de Pedagogía Diferenciada. En 1976 se inaugura la entidad en calle 25 de Mayo 2148 como pre primario, hasta llegar a ser denominada como Escuela Especial Particular Incorporada Nº 1429 “Dra. Sara Faisal” en 1994 y asentarse finalmente en JJ Paso y Urquiza. Por otro lado, la Escuela de Educación Primaria Particular Incorporada N° 1307 “Dra. Sara Faisal” surge en marzo de 1988 en el edificio de 25 de Mayo y Moreno, pero compartiendo aulas con el instituto del profesorado y el Jardín de Infantes. Luego, en noviembre de 1991, se adquiere un terreno en Cruz Roja Argentina 1867, también dentro de la misma manzana, donde se construyen aulas y demás dependencias. La oferta educativa más reciente se inicia en el año 2001 con la creación de la Escuela de Educación Polimodal N° 3107, que completa el trayecto educativo de la entidad. Finalmente, cabe consignar que en 1980 falleció la Dra. Sara Faisal, principal impulsora de la Asociación y de las propuestas educativas inclusivas y amplias.

 

 

La morada del patriarca

           En la esquina que forman las calles General López y 9 de julio, se conserva la casa que perteneció al Brigadier Don Estanislao López, el ilustre patriarca de la Federación.

           Levantada en un solar que perteneció al primitivo convento e iglesia de La Merced y que fue subastado por orden del General Belgrano; habitada hasta su muerte por el primer mandatario santafesino y ocupada por el General Urquiza, que se alojó en ella en 1852, cuando llegó a Santa Fe para instalar el Congreso Constituyente que diera organización a la República, la casa de López se vincula con ilustres personajes de nuestro pasado y con acontecimientos trascendentes en la vida de la Nación.

La Casa del Brigadier López antes del ensanche de la avenida que lleva su nombre

          Inicia su historia, en los viejos papeles que la documentan, con un oficio memorable, que es la nota en la que el General Belgrano, de paso para el Paraguay con su expedición libertadora, en el deseo de arbitrar fondos para la construcción de las salas capitulares de que Santa Fe carecía, dispuso el 8 de octubre de 1810 que el cabildo procediera al remate de los terrenos de La Merced vieja (en lo que hoy es calle 9 de Julio entre Buenos Aires y General López), abandonada por sus ocupantes, a los que se les había concedido el convento y la iglesia de los jesuitas expulsos, frente a la plaza principal.

           La subasta fue realizada con las formalidades del caso. El solar del sur, con la extensión de un cuarto de manzana, fue rematado por don Manuel Rodríguez, el cirujano, que inició de inmediato la construcción en un sector reducido, de una casa, cumpliendo las condiciones del remate que obligaban a edificar y cercar a la brevedad el sitio adjudicado.

          En los años posteriores a 1824, fecha en la que el plano levantado por Marcos Sastre señala a la casa otro destino, las habitaciones de la esquina pasaron a ser propiedad del General Estanislao López, casado con Josefa Rodríguez del Fresno, hija de don Manuel, que reservó o hizo construir para si las habitaciones contiguas sobre la calle Matriz.

        Allí vivió desde entonces el gobernante santafesino. En esa casa alentará, tal vez en largas noches de vigilia, sus propósitos de organizar la Nación y formará los planes políticos, que llevara después a la práctica con admirable resolución. A ella regresará triunfador, después de haber derrotado, como jefe de los ejércitos de la Nación, al general Lavalle, el militar sublevado; o de haber desbaratado las maquinaciones unitarias, venciendo a los hombres del general Paz, prisionero en la Aduana de nuestra ciudad.

         En esta última ocasión, el trayecto desde las afueras hasta su casa, fue adornado con arcos triunfales, y en la puerta de la residencia dos niños colocaron sobre su frente la corona del laurel del vencedor, entre las aclamaciones entusiastas de los santafesinos, que veían consolidada su libertad por la acción denodada de su gobernante.

         En esta casa en la que nacieron y crecieron sus hijos, murió Estanislao López a las cuatro y media de la tarde del 15 de junio de 1838, en la habitación que la tradición señala.

          Quince años más tarde, después de vencido don Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros, llegó a Santa Fe (setiembre de 1852) el General Don Justo José de Urquiza, para proceder a la instalación del Congreso Constituyente que daría a la República su ansiada Constitución. El gobierno santafesino se alojó entonces en la casa de López, que el amor filial mantenía como había estado en vida del general y de su esposa, también ya fallecida.

          Desde la muerte del Patriarca hasta 1870 la casa permaneció a sus herederos, fecha en la que se dispuso la división de los bienes de la sucesión.

          El 24 de marzo de 1871 el martillero público José Eleuterio Ferreiro la sacó a remate, sin que se presentase postor alguno. La crisis de ese tiempo fue el motivo de retraimiento de interesados. Hubo necesidad de hacer una nueva tasación y agregar la huerta ubicada sobre 9 de Julio, al fondo de la casa.

        En diciembre de 1871 Daniel de la Torre ofreció los $ 8.000 bolivianos en que había sido retasada, y el día 9 el juez aprobó la enajenación. Al escriturarse el 7 de febrero de 1872 la finca tenía por linderos, a las propiedades de don Manuel María Zavalla, del presbítero Claudio Seguí y de la familia Roteta.

           Al fallecimiento de Daniel de la Torre, en 1886, la casa pasó a propiedad de su esposa doña Tránsito Sotto, y, a la muerte de ésta, a los hijos, que la poseyeron hasta que fue adquirida por el gobierno de la provincia el 5 de noviembre de 1963.

          La vieja casa del Brigadier, declarada monumento histórico, es una de las pocas reliquias que los santafesinos guardan como testigo de un pasado glorioso. Hacen 155 años, en un 15 de junio de 1838, el pueblo de esta vieja ciudad, se agolpaba a las puertas de la casa histórica, ante la noticia del fallecimiento del heroico caudillo, cabildantes, clérigos, militares y vecinos, llenaban la mansión, mientras el cura Amenábar –dilecto amigo del gobernante- rezaba las oraciones fúnebres y bendecía aquellos restos mortales, ante la dolorida presencia de la esposa e hijos de don Estanislao.

          Al día siguiente, en la iglesia de los mercedarios –antes y hoy, de la Compañía de Jesús- se ofició la misa de cuerpo presente, con vigilia y responso. Más tarde, los restos del Patriarca recibieron sepultura en el convento de San Francisco.

         Los amplios patios donde habitó el ilustre gobernante y el zaguán que daba al pórtico de entrada, habrán quedado aquella mañana, plenos de silencio, añorando tal vez aquellos tiempos cuando el Brigadier, cruzando por ellos, calzada su casaca y reluciente su espada de pelea, rumbeaba hacia la frontera de nuestra provincia, para pronunciar ante la proximidad del enemigo, su histórico “¡No pasarán!”.

(fragmento)

«La perenne memoria» – José Rafael López Rosas – 1993

 

 

Plaza de Mayo en 1853 en la jura de la Constitución Nacional

La Plaza Mayor

            En esa Santa Fe de antes de la Revolución de Mayo, la Plaza constituía el corazón de la ciudad. Era un polo importante de intercambio, un lugar para el juego de cañas, para un alarde militar, o para un poco frecuente cabildo abierto. También la plaza central era en los momentos de mayor sentimiento religioso el lugar para un sermón en Semana Santa. Muy de vez en cuando el marco para los ajusticiados, como en la antigua lo fue para ejecutar a cinco de los Siete Jefes. En épocas de la lucha por la autonomía, las campanadas convocaban a los vecinos con sus armas para defender la ciudad o las poblaciones de la región, especialmente de los avances de las tropas porteñas.

            La plaza principal se llamó primero Plaza Mayor, después Plaza de la Independencia luego de 1816. Más tarde, en 1853, se la llamó Plaza del Congreso. Por aquel tiempo, “…era sólo una manzana de tierra limitada por los edificios de mayor representatividad: Cabildo e Iglesias y casas de vecinos principales”, lo reseña Cechini de Dallo en la publicación del Municipio “El camino de la Constitución” realizada en 2010. Luego, a partir de 1887, se la conoce como Plaza 25 de Mayo. La misma historiadora rememora que “La Plaza Mayor era el espacio abierto que, al trazarse una ciudad en América al momento de ser fundada en nombre de la Corona de España, conforme lo estipulaban las Leyes de Indias, se generaba como un núcleo central o, para el caso de una ciudad ribereña, como sucedía con Santa Fe, debía localizarse a una cuadra del río”.

              La misma publicación, editada por el diario El Litoral en fascículos, menciona que en la plaza “…se efectuaba la lectura pública de normas o noticias para el conocimiento público, y, por mucho tiempo, se utilizó como área de mercado donde se efectuaban las transacciones de cierta importancia, asiento de carretas, hasta que éstas fueron llevadas a la Plaza del Norte, como se le llamó a la que hoy conocemos como España”.

            La plaza sufrió varias reformas, cambios en su fisonomía, desde su condición original de descampado entre el cabildo y las iglesias. En el “Inventario del Patrimonio Histórico Arquitectónico Santafesino” se da cuenta de que en 1889 se colocó el agua corriente en la plaza para regar sus canteros y jardines, y en 1892 se eliminaron los árboles autóctonos para reemplazarlos por las palmeras y otras especies de las cuales algunas hasta hoy perduran. Se colocaron la caja armónica con su techo circular de tejas, con bancos, columnas de alumbrado, esculturas, dos fuentes, y un pequeño bulevar perimetral. Ya en el siglo pasado, bajo la intendencia Francisco Bobbio a fines de los años ’30, se reformó la plaza y se perdió la caja armónica central, se renovaron jardines y se construyeron veredas peatonales. Finalmente, en los cambios introducidos en 1986 se cambió tanto el solar hasta desaparecer bajo el hormigón y el mármol gran parte de los canteros que daban un particular verdor al espacio, con nuevas fuentes y mayor espacio central sin elementos.

           Dentro de los acontecimientos históricos, en el Siglo XX la plaza fue escenario de numerosas movilizaciones populares o partidarias. Tanto en la asunción de gobernadores como en la visita de presidentes de la Nación a la ciudad. Pero en los años recientes, a partir del 2003, la Plaza de Mayo es el lugar donde los que no olvidan la Inundación del Salado del 29 de abril, cada año, se manifiestan frente al Palacio de Tribunales y la Casa de Gobierno en reclamo de justicia. Especialmente, la “Marcha de las Antorchas”, integrada principalmente por familiares de fallecidos por causa de la evitable inundación de 2003, que todas las semanas levantan su voz y su pedido de justicia. Las cruces entorno a la pirámide son un recordatorio de la falta de una resolución judicial a diez años de la inundación, pero también un mudo testigo de la impunidad que ha beneficiado a algunos altos funcionarios con responsabilidades de gobierno en aquel momento.

Casa de Gobierno AYER
Casa de Gobierno HOY
Casa de Gobierno AYER
Casa de Gobierno HOY
LA PLAZA DE MAYO AEREA 2020 FOTO FERNANDO NICOLA

 

 

Mercado Sur

            En un tiempo donde la comercialización de los alimentos se realizaba entre la venta ambulante y los almacenes con despacho de bebidas, a principios del siglo XX –incluso antes- la aparición de mercados municipales daba una mayor salubridad a la manipulación de los comestibles. Esta política de conformar espacios concentrados de comercialización de productos dejó sembrada en la geografía urbana construcciones específicas, muchas de ellas lamentablemente ya demolidas, pero todas sin el uso que les dio origen. Sobreviven los edificios del Mercado Norte (en Urquiza y Santiago del Estero) y el Mercado Progreso (frente a Plaza Pueyrredón sobre calle Balcarce).

           Los que ya no están son el Mercado Central (en donde hoy está la Plaza del Soldado), el Mercado de Abasto (en Avenida Freyre entre Mendoza y Primera Junta), el primer Mercado Norte (en San Martín entre Crespo e Hipólito Irigoyen) a fines de los años 20 trasladado al Mercado Norte de Barrio Constituyentes, y el Mercado Sur, también demolido, que surgió en 1897 en la esquina de 4 de Enero y General López, en la actual Plaza “Pedro Candioti”.

           En las crónicas de 1930 del diario El Orden por ejemplo se daba cuenta de la mala situación de las instalaciones del Mercado Sur. En 1937 todavía el edificio estaba en pie, aunque los vecinos expresaban por nota al intendente Bobbio su preocupación por el mal estado y solicitaban obras de recuperación (El Orden 25/6/1937), deterioros que se profundizaron hasta llegar a su cierre y posterior demolición, no sin antes haber prestado servicio como predio de depósito de los vehículos retenidos por la comuna local.

Trabajadores del Mercado Sur

 

 

Un edificio para la Salud

            La actual sede del Ministerio de Salud de la Provincia de Santa Fe fue desde sus orígenes un edificio destinado a atender la salud de la comunidad desde lo público. En una ciudad con los primeros esbozos de modernidad, durante la intendencia de Manuel de Irigoyen, se comenzó a construir en 1905 el edificio de calle Juan de Garay (antes Córdoba), entre 1° de Mayo y 9 de Julio, obra que se terminó en 1907. En el lugar se daba asistencia de salud, en emergencia o accidentes, pero también en profilaxis. Era la muestra de una acción gubernamental que buscaba mejorar las condiciones sanitarias de una población que tenía altos niveles de mortalidad, especialmente infantil.

            En el relevamiento efectuado por la UNL se describe que como efector de salud el edificio tuvo destinada su planta baja para consultorios externos, con un ingreso de carruajes por calle 1° de Mayo para las cabalerizas y la morgue. En subsuelo se ubicaban dependencias de servicios y en la planta alta administración. (Inventario del Patrimonio Histórico Arquitectónica Santafesino – FADU-UNL)

 

 

Museo Etnográfico y Colonial

            Estratégicamente ubicado en el casco histórico de la ciudad, el Museo Etnográfico y Colonial “Juan de Garay” atesora los elementos de la historia de los santafesinos. Su primer director fue el Dr. Agustín Zapata Gollán (descubridor de las ruinas de Santa Fe la Vieja). El museo fue fundado el 23 de julio de 1940 por el gobernador Manuel de Iriondo, y originalmente funcionó en la antigua Casa de los Diez de Andino y en 1947 se trasladó a una propiedad en 25 de Mayo al 2100.

            Fue justamente el descubrimiento de las Ruinas de Santa Fe en 1949, y la extracción de gran cantidad de material que debía ser resguardado, lo que precipitó la necesidad de construir un edificio apropiado para esas reliquias. Así, en ocasión de celebrar un aniversario de la fundación, en noviembre de 1950, se colocó la piedra fundamental del edificio, el que se inauguró el 25 de mayo de 1952.

              La construcción tenía dos grandes salas, biblioteca y sala de lectura, depósito, dependencias administrativas, taller de restauración y una sala de conferencias en la planta alta. Ciertamente, como lo señala la publicación de la Facultad de Arquitectura de la UNL “Resulta indudable la intención de contextualizar la obra con la nueva imagen adquirida por el entorno del barrio Sur a partir del trazado el parque y las restauraciones de la Casa de los Diez de Andino y del templo de San Francisco…”.

           

            Por su parte, la propia entidad dependiente del Gobierno Provincial, expone en su Web oficial que “El Museo coordina investigaciones sobre el pasado prehispánico y colonial y preserva el material arqueológico, etnográfico, folclórico e histórico que conforma su extenso patrimonio. Conserva material arqueológico exhumado de las ruinas de Santa Fe la Vieja y otros lugares y yacimientos de la provincia; además de colecciones donadas y que son exhibidas permanentemente. Posee un archivo documental de expedientes civiles y escrituras públicas de los siglos XVII a XIX y la biblioteca especializada «Dr. Agustín Zapata Gollán». Entre las piezas de mayor valor cultural expuestas en el museo se encuentra cerámica indígena de los grupos ribereños plásticos -entre ella una figura zomorfa de yaguareté-, el testamento de Doña Jerónima de Contreras, hija legítima de Juan de Garay y esposa de Hernandarias, del Fondo Documental del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, y un tinajón con marca incisa y filtro de agua del período colonial”.

              El museo es visitado por un promedio anual de treinta mil personas, donde una tercera parte de ellos son alumnos de escuelas primarias y secundarias, especialmente de contingente venidos desde el interior provincial.

 

 

Museo Provincial de Bellas Artes

“Rosa Galisteo de Rodríguez

 

             Este primer espacio público de arte de la ciudad surgió por iniciativa del Dr. Martín Rodríguez Galisteo, “…quien, en 1918, comienza a construir el edificio que, cuatro años más tarde, donaría al Estado, bajo dos condiciones: que su destino fuese albergar al Museo y su Biblioteca y que llevara el nombre de su madre. Asimismo, manifestó los deseos, de que el nuevo Museo fuera destinado a alojar arte argentino y de designar él mismo su primer director. Donó también un conjunto de obras de artistas europeos del siglo XIX”, según reza el sitio web oficial del museo.

Inauguración Museo Rosa Galisteo de Rodríguez

          El espacio fue inaugurado el 25 de mayo de 1922 con su primigenio edificio a mitad de cuadra de calle 4 de Enero, entre 3 de Febrero y General López, frente a la Legislatura. Al año siguiente nace el Salón de Santa Fe, tradicional encuentro de exposición para artistas nacionales de aquilatada trayectoria. Vale destacar que el Salón del Rosa Galisteo es el concurso nacional más antiguo que subsiste, con premios de adquisición que otorga anualmente el Gobierno de la Provincia y de algunos apoyos particulares, que permiten actualizar el patrimonio de la institución.

            En sus muros de arte han pasado eximios creadores como Benito Quinquela Martín, Cesáreo Bernaldo de Quirós, Spilimbergo, Figari, Xul Solar, Daneri, Pueyrredón, Picasso, Piranesi y Berni. Asimismo, destacan desde la entidad que “distintas figuras de la cultura nacional brindaron su saber en sus salas: Jorge Luis Borges, Manuel Mujica Láinez, Romualdo Brughetti y Jorge Romero Brest, por mencionar solo algunos”.

            Actualmente, el Museo Provincial de Bellas Artes “Rosa Galisteo de Rodríguez” cuenta con más de dos mil quinientas obras: pinturas, dibujos, grabados, esculturas, fotografías y cerámicas; que abarcan los momentos claves del arte argentino del siglo XX. (www.mpba.org.ar)

MUSEO ROSA GALISTEO AYER
MUSEO ROSA GALISTEO HOY

 

 

El palacio de Justicia

            El actual edificio sede del Poder Judicial de la provincia, ubicado frente a la Plaza de Mayo sobre calle San Jerónimo, se construyó luego de haber demolido el original edificio del Colegio de las Hermanas Adoratrices, luego ocupado por la Universidad Provincial Santa Fe, que era propiedad de la Srta. Josefa Díaz. En el mismo lugar fueron tirados abajo otros edificios particulares a partir de la expropiación del predio. Por ejemplo una vidriería y pinturería en la esquina noroeste de San Jerónimo y 3 de Febrero. Era 1922 cuando el gobierno provincial obtuvo los fondos necesarios a partir de un empréstito. En 1926 se licitó la obra, que se adjudicó en 1927 a una constructora rosarina, bajo proyecto y dirección técnica del Arq. Juan Durand. Al término de su construcción, los tribunales fueron mudados del actual edificio de la Escuela de Artes Visuales “Prof. Juan Mantovani” al palacio de justicia de hoy.

 

 

Faculta de Ciencias Económicas UNL

            El edificio que ocupa la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional del Litoral en Barrio Sur Colonial fue originalmente concebido para Correo y Telégrafos en 1904. Su arquitectura europeizante modificó la zona de 25 de Mayo y Moreno, con una fisonomía contrastante con las casas de la época. El lugar tenía una calle interna de circulación (hoy techada) con dos bloques separados, donde sobre la propia esquina se ubicaban las oficinas principales.

            En 1959 el Correo Central se trasladó al nuevo (y actual) edificio ubicado en 27 de Febrero y Mendoza, pero quedó por un tiempo una sucursal en el ala con salida a calle Moreno. Al mismo tiempo, la parte principal del edificio fue ocupada por la referida Facultad. Al respecto, cabe recordar que el surgimiento de la Ciencias Económicas se remonta a 1951, cuando “…fue creado el Curso de Contadores de Santa Fe dependiente de la Facultad de Ciencias Económicas, Comerciales y Políticas de la ciudad de Rosario. Con sede en el edificio de la Escuela Superior de Comercio Domingo G. Silva…”, según se menciona que en sitio web de la casa de estudios. Fue para 1961 cuando, con unos 800 alumnos, esta unidad académica se trasladó al actual emplazamiento de Moreno y 25 de Mayo. Luego, en 1968, por disposición de Consejo Académico de la Facultad, el Curso de Contadores se transformó en la Escuela de Ciencias de la Administración, y en el mismo año, cambia a la categoría de Facultad, con su sede en Santa Fe, ya sin dependencia de la Facultad de Ciencias Económicas de Rosario sino de la UNL. Finalmente, a fines de los setenta, la Facultad de Ciencias de la Administración cambia al actual nombre.

             La FCE menciona que dado su crecimiento en matrícula se expandió también su oferta académica, por lo que en 1997 “…se creó la Licenciatura en Administración y se empiezan a dictar una serie de cursos y carreras de posgrado tendientes al perfeccionamiento, actualización y especialización de los egresados. Más tarde, en 2001 se suma la Licenciatura en Economía”.

 

 

Primera sede Club del Orden
ENVIANOS TU HISTORIA-03
Barrio Sur – Historia

5 comentarios en «Barrio Sur – Historia»

  1. Excelente síntesis de la historia de Santa Fe. Me emocioné al leer sobre la Lancha La Sarita, mi abuelo, Eduardo Lordi (hermano de Juan) la manejaba. También pude reconocer algunos lugares que se mencionaban en la mesa familiar como recuerdos, entre ellos El Campito o mi Escuela Belgrano, por calle Amenábar. Muchas gracias por tu generosidad.

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